LA CULPA. PERSPECTIVAS
La culpa es considerada una de las emociones negativas que experimenta
el ser humano a lo largo de su vida en numerosas ocasiones. A nadie le gusta
experimentar esta emoción ya que nos hace sentirnos mal, pero es necesaria para
la correcta adaptación a nuestro entorno. Conviene aclarar que, aunque se
englobe dentro de las emociones negativas, todas las emociones tienen una
función adaptativa, es decir una función positiva.
Esta emoción surge de la creencia o sensación de haber infringido las
normas éticas personales o sociales hacia los demás (por lo cual otra persona
sale perjudicada) o hacia uno mismo. Podemos encontramos ante una culpa
causa-efecto, hicimos algo que pensamos que no debíamos haber hecho, o a la
inversa, no hicimos algo que creíamos debía haberse hecho y ahora nos sentimos
mal.
Para aprender cómo gestionar la culpa debemos entender que ésta consta de tres elementos principales:
· El acto causal real o imaginario
· La percepción y autovaloración que realizamos del acto causal, es decir, la mala conciencia.
· El remordimiento derivado de la culpa propiamente dicha.
El sentimiento de culpa puede desembocar con facilidad en tristeza,
vergüenza, autocompasión, provocando un cúmulo de emociones que nos hacen
sentirnos mal y que además se retroalimentan entre sí dificultando su
identificación y por consiguiente su superación. En ocasiones, el sentimiento
de culpa puede llegar a ser tan fuerte que puede manifestarse de manera notoria
a través de las siguientes señales:
1 1. Físicas: la activación psicofisiológica del sentimiento de culpa se manifiesta con dolores en el pecho, estómago, presión en la cabeza y molestias en la espalda.
2. Emocionales: irritabilidad, nerviosismo, y es frecuente que lo identifiquemos como algo parecido a la tristeza.
3.
Mentales:
autorreproches, autoacusaciones y pensamientos destructivos de la autoestima y
valía de uno mismo. Esta circunstancia ocurre más acusada en las personas que
sufren una depresión mayor, llegan a desarrollar ideas delirantes de culpa, las
cuales agravan el trastorno y puede llevarles a fatales consecuencias: el
aislamiento, el auto-abandono y lo que es peor, el suicidio.
La culpa puede ir en dos direcciones:
· Intrínseca: Es ese malestar que nos
invade por haber cometido un acto (o ausencia de él) y que por ello hemos
salido perjudicados. Por ejemplo, presentarse a un examen, suspenderlo y pensar
“Si hubiese estudiado más…” Sentirnos culpables por no haber estudiado lo
suficiente como para afrontar el examen y poder aprobarlo.
· Extrínseca: Surge cuando realizamos
una conducta (o ausencia de ella) y por ello otra persona (diferente a nosotros
mismos) sale perjudicada. Por ejemplo, estar en medio de una discusión con un
amigo y le terminas faltando al respeto, lo que hace que tu amigo se sienta
herido. Uno se siente culpable por haber herido a la persona.
CARACTERÍSTICAS COMUNES DE LAS PERSONAS CON ALTA CULPABILIDAD
Se
angustian con facilidad ya que, al no sentir que tienen el control sobre sí
mismos y el entorno, su ansiedad se elevará, y por consiguiente su autoestima
se verá mermada. Tienden a infravalorarse y despreciarse a sí mismo, “no valgo
para nada…”, se vuelven autocríticos, convirtiéndose en su propio verdugo.
Los sentimientos de auto-exigencia y perfeccionismo los acompañan en el
día a día por lo que serán más propensos a frustrarse. Tienen miedo de
equivocarse y cometer errores por lo que ante cualquier contratiempo se sienten
un fracaso y tenderán a autocastigarse a través de pensamientos negativos donde
se repiten una y otra vez lo poco válidos que son.
Necesitan constantemente la aprobación de los demás y de sí mismos,
precisan de una constante retroalimentación que ensalce la valía para saber que
van por el camino correcto según la propia percepción.
Temen al rechazo. Tienen miedo a que los demás los tachen de poco
válidos o débiles por lo que siempre estarán intentando dar lo mejor de sí para
que eso no suceda.
¿QUÉ PODEMOS HACER CON NUESTRO
SENTIMIENTO DE CULPA?
Lo primero de todo aprender de ella ¿Qué quiere decir esto?, que una
función adaptativa de la culpa es el aprendizaje. Es una emoción reguladora y
que insta a la reparación y a la evitación de daños futuros. Tenemos que tomarnos
nuestro tiempo y reflexionar acerca de lo que ha provocado este sentimiento
analizando la situación, esto nos ayudará a entender mejor nuestras
vulnerabilidades.
1. El primer paso es ver que es lo que nos está pasando, por
qué nos sentimos así, qué ha ocurrido para que la culpa se instaure en mis
pensamientos y mi conducta. Una vez que lo hemos identificado debemos de ser
capaces de valorar de una forma objetiva si realmente hemos cometido un daño
por el cual la culpa sea entendible, o si mi percepción del mismo no es tan
real como yo pensaba.
2. Expresa verbalmente, a las personas perjudicadas o implicadas (si
las hubiese) tu malestar y
arrepentimiento asociado al mismo. Hacerles saber cómo te sientes ante lo
acontecido es la mejor manera de practicar la comunicación asertiva.
3. Pedir perdón, esto implica reconocer el sentimiento de culpa y
poder darle una salida emocional saludable evitando así que el malestar
generado por este sentimiento se quede enraizado en nuestro interior. Esto es
válido también para la culpa intrínseca, ya que nos perdonarnos a nosotros
mismos y aceptar el error nos encamina a sentirnos mejor.
4. Mostrar nuestra intención de reparar el daño, si éste ha sido un daño objetivo. Las palabras si las acompañamos de una acción en concordancia con las mismas, son el camino correcto hacia el equilibrio emocional.
5. Por último, llevar a cabo las acciones reparadoras del daño generado (también
hacia uno mismo).
Obviamente, todos cometemos errores de los cuales no estamos particularmente orgullosos, pero mirar al pasado constantemente recriminándonos los mismos supone un gasto de energía innecesario que no nos reporta nada positivo. El sentimiento de culpa simplemente nos encierra en un círculo masoquista que se hace cada vez más estrecho. ¡Rompamos con ese círculo! Es importante aprender de las experiencias previas con la finalidad de evitar situaciones que detonen el sentimiento de culpa ya vivido. Por lo cual se deben identificar, de manera previa a la toma de decisiones y acciones, aquellas situaciones que ya hayas experimentado. Una manera de evitar futuras culpas, es el trabajo voluntario o altruista.
Pero definir la culpa como algo negativo o positivo no es tan simple como identificarla a los sentimientos que pueden venir parejos a ella, sino que requiere un análisis más profundo e individualizado de todos los factores que intervienen.
La culpa es una emoción, pero, ¿qué son las emociones? Las emociones son indicativos, señales de nuestro cuerpo y psique que nos indican o propician estímulos útiles para identificar nuestro camino y acciones en la vida, facilitando nuestro proceso adaptativo al entorno en que nos movemos. Y ¿cuándo sentimos culpa? Normalmente cuando rompemos o creemos haber roto ciertas normas o significados tanto personales como sociales, de carácter ético, natural, religioso, sexual, existencial… podemos encontramos ante una culpa causa-efecto, hicimos algo que pensamos que no debíamos haber hecho, o a la inversa, no hicimos algo que creíamos deber hacer y ahora nos sentimos mal, pudiendo ser todo esto algo real o imaginario. Resulta obvio que todos deseamos evitar el sentimiento de culpabilidad, pues es un sentimiento que nos lleva con facilidad a la tristeza, la vergüenza, la autocompasión, la mala conciencia, los remordimientos, provocando una mezcla de emociones y sentimientos que nos hacen sentir mal y que además se retroalimentan entre sí dificultando su identificación y una superación positiva de los mismos.
Breve
tratado sobre la culpa
Recuerdo
a Pasolini describiendo una sociedad culpable del fascismo que, según decía,
había transmitido ese mismo sentimiento a sus hijos
Estamos educando, no con el sentimiento de culpa que describía el
cineasta, sino con una culpa no asimilada suficientemente
Javier Lorenzo Candel (poeta, autor
de Manual para resistentes,
Valparaíso, 2014. 30/06/2017.
Pier Paolo Pasolini durante el rodaje
de “El Evangelio según San Mateo” en 1964.
Jesús en El Evangelio Según San Mateo (1964) Passolini
Los primeros recuerdos traumáticos de mi educación católica están
ligados al sentimiento de culpa, una culpa que se convertía en el argumento
necesario para entender al ser humano. Su asunción era, por tanto, una suerte
de vacuna, un ansiolítico para el niño que no paraba de jugar, y, por
extensión, para las cosas que me rodeaban y que, desde ese mismo instante,
adquirirían un tono sepia que ha ido acompañando mi educación emocional y sentimental.
Esa misma culpa ha condicionado buena parte de los movimientos de los
seres humanos, porque su historia ha ido acompañada por los efectos del
aguijonazo propinado con descaro por los adoctrinamientos y las creencias.
Desde los primeros culpables sobre la tierra hasta los días que hoy vivimos,
nos hemos aprovisionado de un gran número de actitudes que han tenido como
causa el concurso de la culpa y, por extensión, los valores morales descritos
por eso que llamamos “fe”.
Pero, por encima de esa, existe otra sobre la que me quiero detener.
Porque a pesar de los innumerables descubrimientos científicos, la propia
evolución como descripción del avance, la caída del comunismo, el viaje a la
Luna o la muerte de dios pregonada por Nietzsche, hemos ido distanciándonos de
la culpabilidad de las religiones para entrar de lleno en la culpabilidad que
inoculan las sociedades.
Recuerdo a Pasolini describiendo una sociedad culpable de los fascismos
que, según decía, había transmitido ese mismo sentimiento a sus hijos, los
había educado alargando así esa tremenda sensación de desamparo, amplificando
su estado de seres culpables de la historia. Y lo recuerdo porque ese mismo
argumento, sacado de las páginas de su libro Cartas luteranas (publicado en castellano por la editorial
Trotta, en una segunda edición de 2010), podría servirnos para analizar nuestra
historia más próxima, las sociedades posindustriales y eminentemente
consumistas, las de nuestros hijos, analizando así de qué manera estamos
gestando un mundo a la medida de una burguesía que ha acabado definitivamente
con el sistema de clases y que, de manera notoria, lo ha generado empujado
únicamente por su propio bienestar.
¿Y cuál ha sido el fruto nacido del árbol de esta sociedad burguesa? La
sociedad tecnológica, último eslabón en la cadena de la evolución, aislada de
las culpabilidades históricas. La misma que sostiene una cultura (hablo en
sentido general) que está en trance de olvidar los tiempos pasados, como si no
fuéramos conscientes de que previamente al consumismo y la tecnología hemos
vivido revoluciones que han situado al individuo en el centro de la acción, la
palabra en la fuerza de la opinión y la respuesta, la mano de obra en el
compromiso con la riqueza, también el humanismo.
Quizá porque todos estos conceptos han sido olvidados, es por lo que las
nuevas generaciones, los educadores, nosotros mismos, estamos educando, no con
el sentimiento de culpa que describía Pasolini y que, en el tiempo de nuestros
padres, tendría todo el sentido del mundo, sino con una culpa no asimilada
suficientemente, una culpa enmarañada en el seno de una sociedad burguesa y
tecnócrata que se constituía como centro fundamental de cualquier movimiento de
nuestra generación (hablo de los que rondamos los 50 años). La manera de
enfrentarnos a las cosas ha hecho que seamos incapaces de tener una pedagogía
que tenga en cuenta todos estos asuntos, y, por supuesto, de transmitirla a las
nuevas generaciones.
La naturaleza de los procesos históricos nos tenía que haber llevado a
asumir un compromiso de culpabilidad heredada, el compromiso de nuestros padres
por levantar un país cuyas características principales eran la hambruna y el
miedo. La caída del franquismo hizo posible que ellos mismos reivindicaran una
sociedad, asolada por un profundo sentimiento de culpa, de nuevas
posibilidades, de trabajo, libertades y bienestar. Y es aquí donde, de manera
inconsciente, cortaron ese proceso de asimilación construyéndonos sociedades
donde el conformismo social y político, la calidad de vida puesta al servicio
de nuestras adolescencias, nos hizo como somos.
¿Pero, son nuestros padres absolutamente responsables de ello?
Seguramente no, porque nadie está libre de creer que, como también decía
Pasolini, el peor mal es la pobreza, generando así sociedades en las que se
destierra la cultura de las clases pobres por sociedades dominantes alejadas de
la pobreza; sociedades que llama “capitalistas”. Un proceso natural,
seguramente.
Somos nosotros los que estamos, por decirlo de algún modo, sublevados
ante la culpa heredada para descargar esa sublevación en nuestros hijos. Y aquí
el concurso de la sociedad tecnológica ha servido como instrumento para
propiciar, a grosso modo, el espacio del conformismo, de la inacción frente a
los acontecimientos que deberíamos haber heredado y trasladado, como condición
necesaria, a las nuevas generaciones. Hemos hecho confortable el mundo con muy
pocos elementos: el consumismo y la tecnología.
¿Y qué solución nos queda? Muy poca para nuestra generación. Pero
podemos empezar a pensar que nuestros hijos vivirán una sociedad pos
tecnológica que, esta vez sí, estará marcada por un sentimiento de culpa, de la
misma naturaleza que los descritos anteriormente, que llegue a asimilar la
necesidad de acabar con la era tecnológica para inaugurar un nuevo movimiento
social culpable de su proceso histórico más inmediato. Acabar con los
“fascismos” de la tecnología para crear un nuevo mundo de libertades. O no.
Nuestra culpa de padres
—parafraseando a Pasolini— quedará
reducidas a creer que la historia no es ni puede ser más que la historia del
consumismo y la tecnología. Tan solo
esto vas a heredar, hijo mío.
Siempre que esa ayuda sea desinteresada y despojada de paternalismo aleccionador. Petrus Rypff
LA CULPA COMO FACTOR POSITIVO Como consecuencia de no querer experimentar lo anterior, se produce un proceso de autoaprendizaje y evitación de lo que nos llevó a ello anteriormente, por ejemplo, si lastimar a alguien nos produce sentimiento de culpa, dicho sentimiento a su vez nos enseñará a no desear lastimar nuevamente a nadie, encontrando aquí un factor positivo propio de las emociones, adaptativo y social. La culpa no debe enquistarse, hay que hacer un proceso de reflexión que nos permita olvidarla, que entendamos que hemos aprendido algo de ello, que podemos emprender acciones de reparación si es posible, que en definitiva seguimos avanzando siendo más sabios y mejor personas. Debemos saber identificar sus causas, pero también que estas no son homogéneas, dado que el sentimiento de culpa está profundamente relacionado con la escala de valores personales producto de la educación recibida, no todos experimentaremos culpa ante las mismas cosas y no toda culpa tiene un origen necesariamente reprobable, por tanto es fácil caer ante sentimientos de culpabilidad que choquen con la biología propia de las personas o sus intereses universales.LA CULPA COMO FACTOR NEGATIVO
La culpa puede convertirse en una emoción carente de utilidad si su generación no responde a hechos objetivamente reprobables. En la teoría, los grupos sociales, desde la sociedad a la familia, se dotan a sí mismos de un conjunto normativo para mantener un orden y armonía colectivas, sin embargo esta normatividad es normalmente preestablecida e impuesta per sé, por lo que en la práctica es necesario comprender que dicha normativa no siempre responde a intereses colectivos. Este factor nos puede llevar a una culpabilidad generada desde las estructuras de control que no responde a transgresiones de hechos natural y racionalmente negativos, una culpabilidad manipulada, a menudo provocada por culturas predominantemente moralistas, rígidas y puritanas, o imbuida por religiones que con maestría han sabido explotar el ciclo de confesión, arrepentimiento y penitencia; sociedades que han caído en usos que responden a condicionantes meramente económicos e incluso por figuras familiares perfeccionistas en exceso o chantajistas.
Quebrantar o creer haber quebrantado de algún modo dicha normativa, asumida sin más, sin tener en cuenta nuestros propios intereses como individuos y como sociedad, provoca que innumerables personas lleven vidas atormentadas en sí mismas a causa de hechos que no se basan en ninguna transgresión real, personas que viven acarreando una culpa que los tiene atados y en cierta medida fracasados a nivel emocional.
Breve
tratado sobre la culpa
Recuerdo
a Pasolini describiendo una sociedad culpable del fascismo que, según decía,
había transmitido ese mismo sentimiento a sus hijos
Estamos educando, no con el sentimiento de culpa que describía el
cineasta, sino con una culpa no asimilada suficientemente
Javier Lorenzo Candel (poeta, autor
de Manual para resistentes,
Valparaíso, 2014. 30/06/2017.
Pier Paolo Pasolini durante el rodaje de “El Evangelio según San Mateo” en 1964.
Jesús en El Evangelio Según San Mateo (1964) Passolini
Los primeros recuerdos traumáticos de mi educación católica están ligados al sentimiento de culpa, una culpa que se convertía en el argumento necesario para entender al ser humano. Su asunción era, por tanto, una suerte de vacuna, un ansiolítico para el niño que no paraba de jugar, y, por extensión, para las cosas que me rodeaban y que, desde ese mismo instante, adquirirían un tono sepia que ha ido acompañando mi educación emocional y sentimental.
Esa misma culpa ha condicionado buena parte de los movimientos de los
seres humanos, porque su historia ha ido acompañada por los efectos del
aguijonazo propinado con descaro por los adoctrinamientos y las creencias.
Desde los primeros culpables sobre la tierra hasta los días que hoy vivimos,
nos hemos aprovisionado de un gran número de actitudes que han tenido como
causa el concurso de la culpa y, por extensión, los valores morales descritos
por eso que llamamos “fe”.
Pero, por encima de esa, existe otra sobre la que me quiero detener.
Porque a pesar de los innumerables descubrimientos científicos, la propia
evolución como descripción del avance, la caída del comunismo, el viaje a la
Luna o la muerte de dios pregonada por Nietzsche, hemos ido distanciándonos de
la culpabilidad de las religiones para entrar de lleno en la culpabilidad que
inoculan las sociedades.
Recuerdo a Pasolini describiendo una sociedad culpable de los fascismos
que, según decía, había transmitido ese mismo sentimiento a sus hijos, los
había educado alargando así esa tremenda sensación de desamparo, amplificando
su estado de seres culpables de la historia. Y lo recuerdo porque ese mismo
argumento, sacado de las páginas de su libro Cartas luteranas (publicado en castellano por la editorial
Trotta, en una segunda edición de 2010), podría servirnos para analizar nuestra
historia más próxima, las sociedades posindustriales y eminentemente
consumistas, las de nuestros hijos, analizando así de qué manera estamos
gestando un mundo a la medida de una burguesía que ha acabado definitivamente
con el sistema de clases y que, de manera notoria, lo ha generado empujado
únicamente por su propio bienestar.
¿Y cuál ha sido el fruto nacido del árbol de esta sociedad burguesa? La
sociedad tecnológica, último eslabón en la cadena de la evolución, aislada de
las culpabilidades históricas. La misma que sostiene una cultura (hablo en
sentido general) que está en trance de olvidar los tiempos pasados, como si no
fuéramos conscientes de que previamente al consumismo y la tecnología hemos
vivido revoluciones que han situado al individuo en el centro de la acción, la
palabra en la fuerza de la opinión y la respuesta, la mano de obra en el
compromiso con la riqueza, también el humanismo.
Quizá porque todos estos conceptos han sido olvidados, es por lo que las
nuevas generaciones, los educadores, nosotros mismos, estamos educando, no con
el sentimiento de culpa que describía Pasolini y que, en el tiempo de nuestros
padres, tendría todo el sentido del mundo, sino con una culpa no asimilada
suficientemente, una culpa enmarañada en el seno de una sociedad burguesa y
tecnócrata que se constituía como centro fundamental de cualquier movimiento de
nuestra generación (hablo de los que rondamos los 50 años). La manera de
enfrentarnos a las cosas ha hecho que seamos incapaces de tener una pedagogía
que tenga en cuenta todos estos asuntos, y, por supuesto, de transmitirla a las
nuevas generaciones.
La naturaleza de los procesos históricos nos tenía que haber llevado a
asumir un compromiso de culpabilidad heredada, el compromiso de nuestros padres
por levantar un país cuyas características principales eran la hambruna y el
miedo. La caída del franquismo hizo posible que ellos mismos reivindicaran una
sociedad, asolada por un profundo sentimiento de culpa, de nuevas
posibilidades, de trabajo, libertades y bienestar. Y es aquí donde, de manera
inconsciente, cortaron ese proceso de asimilación construyéndonos sociedades
donde el conformismo social y político, la calidad de vida puesta al servicio
de nuestras adolescencias, nos hizo como somos.
¿Pero, son nuestros padres absolutamente responsables de ello?
Seguramente no, porque nadie está libre de creer que, como también decía
Pasolini, el peor mal es la pobreza, generando así sociedades en las que se
destierra la cultura de las clases pobres por sociedades dominantes alejadas de
la pobreza; sociedades que llama “capitalistas”. Un proceso natural,
seguramente.
Somos nosotros los que estamos, por decirlo de algún modo, sublevados
ante la culpa heredada para descargar esa sublevación en nuestros hijos. Y aquí
el concurso de la sociedad tecnológica ha servido como instrumento para
propiciar, a grosso modo, el espacio del conformismo, de la inacción frente a
los acontecimientos que deberíamos haber heredado y trasladado, como condición
necesaria, a las nuevas generaciones. Hemos hecho confortable el mundo con muy
pocos elementos: el consumismo y la tecnología.
¿Y qué solución nos queda? Muy poca para nuestra generación. Pero
podemos empezar a pensar que nuestros hijos vivirán una sociedad pos
tecnológica que, esta vez sí, estará marcada por un sentimiento de culpa, de la
misma naturaleza que los descritos anteriormente, que llegue a asimilar la
necesidad de acabar con la era tecnológica para inaugurar un nuevo movimiento
social culpable de su proceso histórico más inmediato. Acabar con los
“fascismos” de la tecnología para crear un nuevo mundo de libertades. O no.
Nuestra culpa de padres —parafraseando a Pasolini— quedará reducidas a creer que la historia no es ni puede ser más que la historia del consumismo y la tecnología. Tan solo esto vas a heredar, hijo mío.

- Son personas que están atentas a los requisitos de los demás. Intentan satisfacer a los demás sin necesidad de que el otro se lo pida.
- No son competitivos ni ambiciosos.
- Se desviven por estar al servicio de los demás. Son personas muy consideradas en el trato con los otros.
- Son tolerantes con los demás y nunca critican ni juzgan con crueldad.
- No les gusta ser el centro de atención.
- Tienen mucha paciencia y gran tolerancia a la incomodidad.
- No son irónicos ni pedantes.
- Son éticos, honrados y dignos de confianza.
- Son personas ingenuas, inocentes y sufridoras.
- No sospechan que haya segundas intenciones en las personas a quienes se entregan.
- Estas personas pueden evitar o descartar, a menudo, experiencias agradables. A menudo se dejan arrastrar a situaciones o relaciones con las que sufrirá e impedirá que los demás le presten ayuda.
- Elige personas y situaciones que llevan a la decepción, el fracaso o el maltrato incluso cuando hay mejores opciones claramente disponibles.
- Rechaza o hace ineficaces los intentos de otros para ayudarlos.
- Después de eventos personales positivos (por ejemplo, un nuevo logro), responde con depresión, culpa o un comportamiento que produce dolor (por ejemplo, un accidente).
- Incita a enojar o rechazar respuestas de otros y luego se siente herido, derrotado o humillado (por ejemplo, se burla de su cónyuge en público, provoca una réplica enojada y se siente devastado).
- Rechaza las oportunidades para el placer o se niegan a reconocer que se divierten (a pesar de tener las habilidades sociales adecuadas y la capacidad para el placer).
- No logra realizar tareas cruciales para sus objetivos personales a pesar de haber demostrado capacidad para hacerlo, por ejemplo, ayuda a los compañeros a escribir trabajos, pero no puede escribir los suyos.
- Está desinteresado en, o rechaza a las personas que siempre lo tratan bien.
- Se compromete con un sacrificio excesivo que no es solicitado por los destinatarios del sacrificio.
070 Shake, Tame Impala - Guilty Conscience (Tame Impala remix) // Español
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