miércoles, 31 de marzo de 2021
La Mente Dormida: LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA
LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA
La Biblioteca de Alejandría

«Una isla hay luego en el proceloso mar delante de Egipto: Faros la llaman», le dijo en sueños un sabio de blancos cabellos a Alejandro. Fue, según supone el historiador griego Plutarco, la manera elegida por el poeta Homero de recordarle al estratega macedonio unos versos de "La Odisea" y de indicarle el lugar donde debía situarse la capital de su imperio. Así, mediante un hecho lleno de magia, se narra la fundación de la primera y la más célebre de las urbes que llevarían el nombre de Alejandría, la situada en la desembocadura del Nilo, en un enclave especialmente propicio por su posición estratégica.
En el Muyâm al-buldân (Diccionario de las comarcas) del historiador Yaqut
Abd Allah al-Hamaui ar-Rumi (1179-1229), griego del Asia Menor que adoptó
el islam, se menciona que Alejandro el Macedonio fundó trece ciudades a las
cuales puso su nombre, aunque posteriormente sólo lo conservaba (en el siglo
XIII d. C.) la gran ciudad egipcia.
La fundación de la Biblioteca-madre
Ptolomeo I (367-283 a. C.), llamado Soter (el 'Salvador'),
que había sido uno de los mejores generales de Alejandro, inició en Egipto a
fines del siglo IV a. C. una dinastía de sangre griega de la cual la famosa
Cleopatra sería el último soberano. El primer soberano ptolemaico reinó entre
305-285 a. C.
Según manifiesta el obispo griego san Ireneo (130-208), Ptolomeo fundó
en Alejandría la "Biblioteca-Madre", en el Bruchión (distrito
real), cerca del puerto, que sería conocida como la Primera Biblioteca, y ordenó
la construcción del Faro, una de las
Siete Maravillas del Mundo Antiguo. A partir de entonces, Alejandría
representará el nuevo espíritu del mundo helenista, en reemplazo de Atenas.
La Biblioteca alejandrina se estableció en el año 297 a. C. y fue por iniciativa del filósofo peripatético Demetrio de Falero, discípulo de Teofrasto de Lesbos quien fue su primer bibliotecario. Para diferenciarla de la posterior, surgida unos 50 años después, será identificada por los especialistas como la Biblioteca-madre.
Ptolomeo II (308-246 a. C.), llamado Filadelfo ('el que
ama a su hermana'), llevó a cabo el
proyecto de su padre construyendo el Faro y el Museo ("institución de
las musas"), este último considerado como la primera universidad del mundo
en su sentido moderno, y además compró las bibliotecas de Aristóteles y
Teofrasto.
Por entonces los manuscritos se escribían sobre láminas de papiro, un vegetal muy abundante en Egipto, que crece en
las adyacencias del Nilo. Según nos informa Plinio el Viejo (23-79 d.
C.) en su Historia Natural, había una gran rivalidad entre la Biblioteca de
Pérgamo con la Biblioteca de Alejandría. La de Pérgamo fue creada por Eumenes
II que reinó entre 197-160 a. C. La palabra griega "bibliotheke"
identificaba cualquier estante, anaquel, armario o nicho en la pared que
pudiera ser usado para almacenar rollos. Incluso los rollos de papiros se
guardaban en cestos y vasijas.
Ptolomeo Filadelfo prohibió la exportación de papiro; en consecuencia, en Pérgamo se inventó el pergamino; éste
se conseguía preparando la piel de cordero, de asno, de potro y de becerro, y
cuando más lisa y suave fuera la piel que se utilizaba, más se la apreciaba. El
pergamino era más resistente que la hoja de papiro y además ofrecía la ventaja
que se podía escribir sobre ambos lados.
Por entonces, esta primera biblioteca poseía trece salas de conferencias
que podían albergar a cinco mil estudiantes lo que habla de las dimensiones del
complejo. La Biblioteca de Pérgamo
fue fundada por el rey Atálo I de Tíos (de 241 a 197 a. C.). Su sucesor,
Eumenes II, soberano entre 197-160 a. C., enriqueció esa biblioteca, imitando
los parámetros del complejo alejandrino.
La fundación de la
Biblioteca-hija
Ptolomeo III (ca. 282-222 a. C.), llamado Everguétis (el
'Benefactor') será el fundador de la
"Biblioteca-hija" en el Serapeum (templo dedicado a Serapis, una
divinidad que era una combinación de Osiris y Apis), en la Acrópolis de la
colina de Rakotis, que sumará 700.000 volúmenes según el escritor latino Aulio
Gelio (123-165 d. C.), el autor de las Noches Aticas. Aunque hay que tener
sumo cuidado a la hora de interpretar este número. Cuando los helenos hablan de
volúmenes se referían a rollos de papiros, y cada uno de ellos equivalía a unas
64 páginas actuales, así que se necesitaban muchos para formar un libro.
Difícilmente una obra cabía en un solo rollo.
Se sabe que desde el principio la Biblioteca-madre fue un apartado al
servicio del Museo. Pero más tarde, cuando esta entidad adquirió gran
importancia y volumen, hubo necesidad de crear un anexo cercano. Se cree que
esta segunda biblioteca fue creada en la colina del barrio de Rakotis (hoy
llamada Karmuz), en el lugar de Alejandría más alejado del mar; cerca del
perímetro sur de la urbe, concretamente, en el antiguo templo erigido por los
primeros Ptolomeos a Serapis, llamado el Serapeo, considerado como uno de los
edificios más bellos de la Antigüedad.
Cuando Ptolomeo Soter decidió crear la Biblioteca de Alejandría, eligió
como modelo la Biblioteca ateniense de Aristóteles de Estagira (384-322 a. C.),
el gran filósofo y preceptor de Alejandro el Grande. La idea de los primeros
alejandrinos fue que la biblioteca contara con una copia de todas las obras
escritas en griego, pero pronto se pensó que era mejor adquirir una copia de
toda obra de interés escrita en cualquier idioma; por último, se abandonó el
concepto mismo de «obra de interés» para tratar de alcanzar a la universalidad
toda, o sea, conseguir un ejemplar de toda obra existente. Así, la
Biblioteca-madre y la Biblioteca-hija engrandecieron su caudal principalmente
con la confiscación de cuanto manuscrito se encontrara a bordo de todo navío
fondeado en el puerto de Alejandría, devolviéndose tan sólo una copia del
mismo. Estos detalles fueron explicados por el célebre médico Claudio Galeno
en el siglo II d. C.
La primera biblioteca universal
de la historia
La biblioteca de Alejandría llegó a ser primera biblioteca universal de
la historia. El primer inventario realizado que estuvo a cargo de Demetrio
de Falero, arrojó la existencia de aproximadamente cuatrocientos mil
rollos, que sucesivamente aumentaron a quinientos mil, y en tiempos del
gramático y poeta Calímaco de Cirene (310-240 a. C.), que enseñó en
Alejandría y trabajó en la biblioteca, de la que seguramente fue director a
principios del siglo III a. C., la cifra subía a setecientos mil.
Calímaco habla de rollos symmigeîs (¿compuestos?) y amigeîs (¿simples?) según lo asevera el filólogo bizantino Juan Tzetzés (1110-1180), Se ignora el significado preciso de las palabras symmigeîs y amigeîs con las cuales se dividía físicamente la colección.
Con el mecenazgo inicial de Ptolomeo Filadelfo, precisamente en
el Museo, entre principios del siglo III a. C. hasta finales del siglo II a. C.
se realizó la traducción al griego de la
Biblia hebrea, tarea que fue encomendada y llevada a cabo por setenta y dos
jajamim (en hebreo, "sabios") de Egipto; versión que conocemos con el
nombre de Septuaginta o traducción de
los setenta. Este hecho es sumamente significativo, pues esclarece sobre el
profundo conocimiento que poseían los griegos de los judíos antes del
nacimiento de Jesús, el hijo de María.
Los seis primeros bibliotecarios encargados de la Biblioteca de Alejandría, puesto de gran responsabilidad y sumamente honorífico, fueron (entre paréntesis, la duración en el cargo): 1. Zenódoto de Éfeso (285-270 a. C.), realizador de numerosas clasificaciones de poetas épicos, un diccionario homérico y la primera edición científica de la Ilíada y la Odisea; 2. Apolonio de Rodas (270-245 a. C.); 3. Eratóstenes de Cirene (276-194 a. C.) matemático, astrónomo y geógrafo que calculó el tamaño de la Tierra con mucha precisión; 4. Aristófanes de Bizancio (201-189), lingüista por excelencia, escribió comentarios a Eurípides y a Aristófanes de Atenas, a él se le debe, asimismo, la división de las obras de Platón en trilogías y, como lexicógrafo, explicó las diversas acepciones de palabras en autores antiguos conforme a los dialectos; 5. Apolonio Pantógrafo (189-175 a. C.); y 6. Aristarco de Samotracia (175-145 a. C.), que fue uno de los primeros escoliastas (del griego, sjólion, comentario; es decir, comentarista) de la historia, llevando a cabo una tarea que conocemos como «ediciones comentadas», habiendo redactado cerca de ocho cientos volúmenes, asimismo se considera a este erudito como el fundador de la investigación científica en estudios clásicos y formador de un importante grupo de discípulos, entre ellos Calístrato, Herminio (autor de un manual de mitología, una Etimología, etc.), Ammonio, Dionisio de Tracia, Tiranio y Dídimo.
Los sabios de Alejandría en la
Biblioteca
Los sabios e investigadores más destacados de la época helenística
vivieron y trabajaron en la Biblioteca de Alejandría, aprovechando sus
inestimables tesoros para fundamentar sus propios trabajos o descubrimientos y
suscitando a su vez un movimiento intelectual y cultural que abarcaba todos los
ámbitos del saber de aquella ecumene.
Entre ellos debemos mencionar a Aristarco de Samos (310 a. C.- 230
a. C.), el primer científico que se conozca, que propone el modelo heliocéntrico del Sistema Solar,
colocando el Sol, y no la Tierra, en el centro del universo conocido; a Euclides
(325- 265 a. C.), el gran matemático que
sentó las bases de la geometría de los siguientes 23 siglos; a Hiparco
de Nicea (190-120 a. C.), junto a Claudio Ptolomeo, el astrónomo más
importante de la antigüedad que fue además director de la biblioteca; a Herón
el Viejo (10-70 d. C.), que escribió varios libros de mecánica, fue creador de numerosos inventos e ingenios
como la dioptra, el odómetro y la eolípila,
la primera máquina térmica de la historia, precursora de la máquina de vapor; a
Claudio Ptolomeo (90-168 d. C.), que fundó
la cartografía, impulsó la astronomía y escribió obras como Almagesto,
geografía, Gran Sintaxis, etc.; y a Claudio Galeno de Pérgamo (131-201
d. C.), el celebérrimo erudito que escribió los primeros tratados de medicina, facultativo de gladiadores en su
ciudad natal; hacia el año 157, su obra,
heredera de las teorías de Hipócrates y Aristóteles, perduró como fuente del
saber médico hasta mediados del siglo XVII, y su nombre quedó como sinónimo de médico.
El incendio de la biblioteca durante la invasión romana
Entre los años 88 y 44 a. C., Roma, la orgullosa república del Tíber, se
encuentra sumida en guerras civiles. Las más furiosas batallas se sucedieron
entre 49-46 a. C. entre los partidarios de los triunviros Cneo Pompeyo (106-48
a .C.) y Julio César (100-44 a. C.). Mientras tanto en Egipto, la dinastía
ptolemaica había caído en la degradación total. Hacia el año 51 a. C., el trono
estaba ocupado por una reina de sólo 17 años, Cleopatra VII (69-30 a.
C.), apodada Filopátor ("Amiga de su padre"), hija de Ptolomeo
XII (117-51 a. C.), llamado Auletes (el "Flautista"), y de Cleopatra
V, llamada Trifena ("delicadeza").
Cuando César llegó a Alejandría con 4 mil hombres en persecución de
Pompeyo en octubre del año 48 a. C. (éste ya había sido arteramente asesinado
por orden de la infantil familia ptolemaica para congraciarse con el dictador
romano), fue sitiado durante el invierno boreal por los alejandrinos hasta que
fue rescatado en marzo del año 47 a. C. por dos legiones procedentes del Asia
Menor y el ejército de su aliado Mitrídates I, rey del Bósforo.
A pesar de que César era «el amo del mundo» y la propia Cleopatra y sus
hermanos lo favorecían, después de que el hechizo de su llegada se
desvaneciera, los alejandrinos, conscientes de que el general latino se había
adelantado a sus legiones y disponía de escasas fuerzas, iniciaron una
resistencia desesperada conducidos por el general Aquilas, que disponía de un
ejército de veinte mil soldados, intentando aniquilarlo antes de que llegasen
refuerzos.
Atacado César por todos sus flancos, se atrincheró en el palacio de
Cleopatra resuelto a combatir hasta las últimas consecuencias. La insurrección
alejandrina contra los invasores romanos tuvo cinco etapas: 1. El asedio del
palacio; 2. Primer combate naval; 3. Segundo combate naval y pérdida de la isla
de Faro; 4. Batalla del dique; 5. Batalla junto al Nilo.
Durante la primera etapa se produciría la primera destrucción de la Biblioteca de Alejandría, es decir de la
llamada Biblioteca-madre. El escritor británico Edward Morgan Forster
(1879-1970), en su pormenorizado estudio sobre la ciudad fundada por el Gran
Alejandro, puntualiza: «El asedio estaba
triunfando en tierra, pero fracasando en el mar cuando César bajó
inesperadamente por los muelles del Puerto Oriental e incendió la flota
alejandrina (72 naves). Las llamas se
extendieron al Museion y la Biblioteca fue destruida por el fuego; ... las
llamas que se extendieron de la flota surta en el Gran Puerto a los muelles y
edificios portuarios destruyeron gran número de libros que se conservaban allí,
ya fuese en espera de su entrega a la Biblioteca o de su exportación a ultramar».
Más de cuarenta mil rollos de la biblioteca se perdieron para siempre en el
incendio causado por la táctica militar cesariana. El escritor, filósofo y
político romano de origen hispánico Lucio Anneo Séneca el Joven (4 a.
C.-65 d. C.) en su obra De tranquillitate animi (Acerca de la tranquilidad del
ánimo), en el Capítulo IX del Libro Tercero, afirma: «Cuarenta mil cuerpos de libros se abrasaron en la ciudad de Alejandría»
Por su parte, el historiador griego Plutarco (46-120 d. C.),
autor de "Vidas Paralelas" asevera: «César, amenazado de verse interceptado por la flota, se vio obligado a
rechazar el peligro mediante el fuego, que, al propagarse desde los arsenales,
destruyó la gran biblioteca». Parece ser que tras estos graves sucesos la
biblioteca siguió funcionando. Estrabón describe el Museo en la época de
Augusto y no informa de ninguna anormalidad.
La hoguera cesariana consumió parcialmente la Biblioteca, lo que hace
que se pueda considerar a Julio César como el primer biblioclasta de Alejandría.
La biblioteca durante los primeros
tres siglos de la era occidental
La biblioteca siguió siendo todavía muy importante durante el período de
la administración colonial romana. Sin embargo, este aserto no se ratifica a
través del relato del historiador romanizado de origen judío Flavio Josefo
(37-100 d. C.), quien omite referirse a cómo era la Biblioteca en su tiempo.
Durante los siglo I y II d. C. la intelectualidad alejandrina pudo
desarrollarse y continuar sus actividades a través de sus prestigiosas
instituciones. Pero sería en el siglo III d. C. cuando la crisis inevitable que
comenzó a resquebrajar los cimientos del imperio proyectó su funesta sombra
sobre la hasta entonces apacible vida alejandrina. En 215, Caracalla
(188-217), emperador entre 211-217), un feroz asesino durante su corta
existencia, mandó reprimir una rebelión matando a miles de jóvenes en las
calles de Alejandría y destruyendo parcialmente el emblemático Museo.
En 272, tras la ocupación de Alejandría por Zenobia, la reina de Palmira
(antigua ciudad de Siria, situada en un oasis, entre Damasco y el Éufrates, a
140 km de Homs), Aureliano, emperador entre 270-275, destruyó completamente el Bruchión,
donde se produjo una masacre. Hacia el final de ese siglo, otra rebelión fue
sofocada a sangre y fuego entre diciembre de 297 y marzo de 298 por Diocleciano,
emperador entre 284-311, y muchos alejandrinos fueron brutalmente eliminados. Después
de esta depredación romana, el material
salvado de la Biblioteca-madre sería trasladado al edificio del Serapeum, en el
sur de la ciudad, e integrado a la Biblioteca-hija.
La biblioteca alejandrina y su trágico final
Durante el siglo IV d. C., después de la proclamación del cristianismo
como la religión oficial del imperio romano, la seguridad de los santuarios
griegos comenzó a ser amenazada. Los
viejos cristianos de la Tebaida, y los prosélitos, odiaban la Biblioteca porque ésta era, a sus ojos, la ciudadela de la
incredulidad, el último reducto de las ciencias paganas. Por esa época
parecía impensable que un siglo antes allí hubiera estudiado y formado cientos
de discípulos un filósofo racional, y al mismo tiempo muy espiritual, como Plotino
(205-270), fundador del neoplatonismo.
La situación se tornó particularmente crítica durante el reinado de Teodosio
I en Oriente entre 379-392, el emperador que no aceptó tomar el título de
pontífice máximo y que trató de acabar con las antiguas creencias. Por orden de Teófilo, obispo
monofisita de Alejandría, que había pedido y conseguido un decreto imperial, el Serapeum, el complejo que contenía la
preciosa biblioteca y otras dependencias fue destruido y saqueado.
Pablo de Jevenois, el director del área de creación del Instituto Ramón Llul (Cataluña e Islas Baleares, España), nos dice: «Tras el edicto del emperador Teodosio I en el año 391, mandando cerrar los templos paganos, esta magnífica Biblioteca-Hija pereció a manos de los cristianos en el 391, fecha de la violenta destrucción e incendio del Serapeum alejandrino; las llamas arrasaron allí la última y fabulosa biblioteca de la Antigüedad. Según las Crónicas Alejandrinas, un manuscrito del siglo V, fue el Patriarca monofisita de Alejandría, Teófilo (385-412), conocido por su fanático fervor en la demolición de templos paganos, el destructor violento del Serapeum».
En este video recordamos la vida de Hipatia, la filosofa muerta en Alejandría a manos de una turba de cristianos.
Agora - Hypatia's Death
"Ágora" (2009), la película del cineasta hispano-chileno Alejandro Amenábar, basada en la biografía de la filósofa y científica alejandrina Hipatia (370-415), hija del matemático Theón Alexandricus, ilustra con realismo y veracidad los momentos en que la Biblioteca-hija es destruida por los fanáticos monofisitas dirigidos por los fundamentalistas parabolanos que respondían a Teófilo y a su sobrino Cirilo; este último, sería el instigador del asesinato de Hipatia.
Según el renombrado historiador y teólogo visigodo Paulo Orosio,
discípulo de san Agustín de Hipona, en su Historia contra los paganos (escrita
entre 416 y 417), certifica que la
Biblioteca alejandrina no existía en 415 d. C.: «sus armarios vacíos de libros... fueron saqueados por hombres de
nuestro tiempo».
El profesor Miguel Castillo Didier después de señalar
taxativamente que «... la biblioteca del
Serapion fue destruida el año 391 por el patriarca Teófilo», brinda esta
información que completa y certifica nuestras aseveraciones: «...hay que tomar
en cuenta que no pocos monumentos habían sido dañados o destruidos por
cristianos, incluso antes del edicto de Teodosio, el año 391. Y los que sobrevivieron aún hasta el siglo
VII, hasta poco antes de la conquista árabe, fueron demolidos por orden del patriarca jacobita Andrónico
hacia el año 620».
La desaparición significó la pérdida de aproximadamente el 80% de la
ciencia y la civilización greco-helenística, además de legados importantísimos
de culturas asiáticas y africanas, lo cual se tradujo en el estancamiento del
progreso científico durante más de cuatrocientos años, hasta que felizmente
sería reactivado durante la Edad de Oro del islam (siglos IX-XII) por sabios de
la talla de ar-Razi, al-Battani, al-Farabi, Avicena, al-Biruni,
al-Haytham, Averroes y tantos otros.
Por otra parte, la otrora capital de los Ptolomeos, que en su momento de
mayor apogeo llegó a contar con más de un millón de habitantes, cayó en una
franca decadencia debido a las tropelías narradas anteriormente.
La Alejandría musulmana
A partir de la llegada de los musulmanes, la urbe de Alejandro será paulatinamente remozada alcanzando un gran apogeo en la época de los mamelucos (siglos XIII-XVI d C.). El 17 de septiembre de 642, cuando los musulmanes liderados por Amr Ibn al-Ás ash-Shami la conquistaron tras un largo asedio, Alejandría era la capital del Egipto bizantino. A pesar de la admiración que despertó en ellos, no la mantuvieron como tal y fue sustituida por Misr al-Fustat ('Campamento de la tienda'), la ciudad que fundaron como la primera capital del Egipto islámico. La palabra Misr quedó como sinónimo de Egipto y más tarde reemplazó el término griego Aegyptos (los antiguos egipcios llamaban a su país Kemi, "negro"). Sobre el trazado original de Alejandría se asentaron numerosas tribus árabes, con el consiguiente aumento de la actividad constructora y la edificación de mezquitas.
En la época abbasí, para proteger las zonas pobladas de la ciudad, sobre
las ruinas de la muralla antigua, se edificó un nuevo recinto con cuatro
puertas que se situaron en los mismos ejes estructurales que las anteriores: al
este, la Puerta de Rosetta (Rashíd); al oeste, la Puerta del Loto (Bab
Sidra), en la que moría el camino del Magreb; al sur, la Puerta Verde,
que no se abría sino el viernes y por ella salían los habitantes a visitar los
cementerios; y al norte, la Bab al-Bahr o Puerta del Mar.
Hacia 825-827, unos quince mil musulmanes andalusíes que habían huido de
la persecución del emir cordobés al-Hákam I (reinante entre 796-822), tomaron
Alejandría y luego se adueñaron en su puerto de unos navíos con los que
conquistaron a los bizantinos la isla de Creta. Allí fundarían un emirato que
perduraría hasta el año 961.
Alejandría recuperó su antiguo florecimiento en la época fatimí
(969-1171), período durante el cual resplandeció y participó en muchos de los
acontecimientos políticos de Egipto, pues era sede de la flota del califato
fatimí. En el año 1013, por orden de Al-Hakim bi-Amr Allah (985-1021), se llevó
a cabo el drenaje de su canal para facilitar la navegación entre la ciudad y el
Nilo, lo que contribuyó a conectar a Alejandría con el resto de las provincias
del país. Entre las mezquitas más famosas de esta época se encuentra la
mezquita al-Attarin.
Las fuentes históricas señalan que cuando el sultán Salahuddín al-Ayyubi
(1137-1193), el Saladino de los europeos, visitó Alejandría, se interesó por
sus defensas y la renovación de su flota, y participó personalmente en la
restauración de sus murallas en 1176.
El mayor puerto del Islam
Desde la época ayyubí (1171-1250), Alejandría se convirtió en centro del
comercio mundial donde se descargaban productos orientales, entre los cuales
eran muy apreciados los perfumes y las especias. El viajero andalusí Ibn
Yubayr al-Balansi (1145-1217) menciona en su Rihla (Libro de viajes)
veintiocho ciudades o países que tenían relaciones comerciales con Alejandría,
donde cada uno disponía de un funduq (fonda, hospedería) para el alojamiento de
sus representantes y el depósito de sus mercancías. Ibn Yubayr reconoce: «En primer lugar destaca el hermoso sitio de
la ciudad y la vasta extensión de sus construcciones, hasta tal punto que
nosotros no hemos visto una ciudad de tan amplias vías, ni de más altos
edificios, ni más excelente, ni de mayores multitudes que ésta».
Alejandría vivió su etapa islámica de mayor prosperidad y alcanzó el
apogeo de su actividad en la época de los mamelucos (1250-1517), cuando se
convirtió en el puerto marítimo más importante de Egipto y en el mayor centro
comercial del mundo islámico de aquel tiempo. Estos hechos coincidieron con la
pérdida de importancia de la ciudad de Damietta, al este del delta, por una
parte, a los continuos ataques de los cruzados (entre 1217 y 1250), y por otra,
a la imposibilidad de navegar por el río, cuya desembocadura se había
obstruido, provocando el abandono de esta ruta por los comerciantes.
A pesar de los enormes problemas que amenazaban a su gobierno
(invasiones de cruzados y mongoles, subversión ismailí, etc.), Baybars
al-Bunduqdari (sultán entre 1260-1277) está considerado el primer soberano mameluco que dedicó
especial atención al puerto de Alejandría. Ordenó restaurar sus murallas y construir el puerto de Rosetta, que
sería un puesto de observación para controlar el mar. Se preocupó de renovar la flota; ordenó que se la dotase con navíos de
guerra y que se talasen los árboles para su construcción.
El sultán an-Nasir Muhammad (que reinó durante tres períodos,
entre 1293 y 1340), ordenó que se
volviese a excavar y se ensanchase el canal de Alejandría que tenía su
origen frente a la ciudad de Fuwa, en el
punto donde el Nilo desvía su trayectoria. Este hecho tuvo una gran
influencia en el auge del comercio en la época mameluca. Asimismo, ordenó reconstruir el Faro de Alejandría,
seriamente dañado por un terremoto en 1303.
Tras el ataque destructor de los cruzados franco-chipriotas acaecido en el año 1365, los sultanes mamelucos
reforzaron las fortificaciones de Alejandría para intentar disuadir de sus
ambiciones a los invasores europeos. El historiador y geógrafo Abu-l-Fida
(latinizado Abulfeda), nacido en 1273 y muerto en 1331, escribió alrededor del
año 1300 que Arbuna (Narbona, en el Bajo Languedoc, Francia) fue un importante
centro comercial bajo los musulmanes. Por entonces los barcos podían remontar
el curso del Aude hasta la ciudad, e incluso llegar más arriba. De ahí partían
navíos hacia Alejandría, el mayor puerto del Oriente musulmán, cargados de
cobre y estaño procedentes de Toulouse, donde previamente habían descendido la
mercancía que traían de Inglaterra, pasando por Burdeos y el Garona.
El comentario de Ibn Battuta
Para el gran viajero marroquí Ibn Battuta, que la visitó en tres
oportunidades, en 1326, 1347 y 1349, Alejandría era uno de los puertos más
importantes del mundo, pero, sobre todo, una ciudad maravillosa: «En ella hay cuanto quisieras, tanto de
hermoso como de inexpugnable, de monumentos píos como profanos. [...] Esta
ciudad es una perla resplandeciente y luminosa, una doncella fulgurante con sus
aderezos, cuya belleza alumbra el Magreb. Acopia las más variadas hermosuras
por su situación intermedia entre Levante y Poniente. Toda maravilla en ella se
muestra, al par que reúne cualquier cosa notable. [...] La ciudad posee un
puerto grandioso y nunca vi en todos los del mundo otro como él».
Las construcciones de los mamelucos
Los mamelucos controlaron durante largo tiempo todo el Mediterráneo
oriental con una armada que tenía como base el puerto de Alejandría. El sultán al-Ashraf
Saifuddín Barsbay (que reinó entre 1422-1438), apodado «la Pantera», con
esta poderosa flota lanzó una expedición contra Chipre en 1425 que finalizó con
la captura del rey isleño, Jano (1398-1432), cuyo hijo Juan II (1432-1458) se
declaró vasallo del sultán.
Entre las numerosas construcciones realizadas en el período de los mamelucos,
sobresale la llamada Ciudadela de Alejandría, o Ciudadela de Qatbay en la rada
del puerto, que como su nombre indica, fue erigida por el sultán mameluco Qaitbay,
que asumió el poder en el año 1467. Cuando visitó Alejandría y las ruinas del
antiguo faro en el año 1477, ordenó construir sobre sus cimientos una bury
('torre') a favor de la cual constituyó importantes habices ('donaciones').
Esta Torre de la Ciudadela de Alejandría es
similar a la de la Ciudadela de Qaitbay en Rosetta y a la de Ra's al-Nahr en
Trípoli, Líbano, construidas todas por el sultán Qaitbay en los mismos años.
Los trabajos duraron dos años, y se gastó más de cien mil dinares para
su construcción. El historiador Muhammad Ibn Iyas (1448-1523), en su
obra Bada'i az-Zuhur fi UaqaIad-Duhur [Las hermosas flores acerca de los hechos
de los tiempos], que es una Historia sobre Egipto en 6 tomos que finaliza hacia
el año 1522, nos indica que la ciudadela
estaba dotada de una mezquita comunitaria, una tahona, un horno y un depósito
de armas. La ciudadela se edificó sobre una superficie superior a dos
faddams (más de 8.400 m2), y para la elevación de los muros se utilizaron
enormes bloques de piedra que le dieron su presencia de bella construcción
maciza, acorde con su aspecto de fortaleza inexpugnable.
Tras la muerte del sultán al-Ashraf Saifuddín Qaitbay en el año 1496,
que coincidió con el descubrimiento por parte de los portugueses de la ruta del
Cabo de Buena Esperanza y su consiguiente dominio del comercio con Oriente y
ataques a las flotas musulmanas, Alejandría empezó a decaer. Todo ello causó la
paralización del comercio, la decadencia de la economía egipcia y,
posteriormente, la caída de los mamelucos. De la época otomana en Alejandría se
conservan unos pocos vestigios, algunos pequeños edificios como la mezquita de
Ibrahim Tarbana, construida en 1685, y la mezquita de Abd al-Baqi Yurbagui,
erigida en 1758.
Renacimiento cultural árabe
Tras el período napoleónico (1798-1801) y las invasiones inglesas (1801-1807),
Muhammad Ali (1769-1848), el virrey que entre 1805-1848 logró emancipar
a Egipto del Imperio Otomano, que se compara con el período de la Revolución
Meiji en Japón debido a su tendencia a adoptar la modernización sin
menospreciar la tradición. Este gobernante musulmán de origen albanés,
construyó el canal de Mahmudiya, abierto en 1847, que unió de nuevo a la urbe
alejandrina con el Nilo.
Con el advenimiento del llamado Renacimiento (an-Nahda) cultural árabe,
a mediados del siglo XIX, Alejandría se convirtió nuevamente en un centro de
florecimiento de la literatura, las artes y las ideas. Incluso, su colectividad
griega experimentó un renacer con las letras neohelénicas. Uno de los
principales poetas fue Constantino Cavafis (1863-1933), nacido y muerto
en Alejandría, una de las figuras literarias más importantes del siglo XX y uno
de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna.
La nueva Biblioteca de
Alejandría
Hoy día, la ciudad de Alejandro, de Cleopatra, de su famoso Faro, de los
logros intelectuales de los Ptolomeos y las construcciones de los Mamelucos,
sigue destilando su profunda magia como legendaria ciudad de la memoria. La
reconstrucción de la antigua gran Biblioteca, fundada por iniciativa de
Demetrio de Falero a fines del siglo III a. C., le devuelve su histórica importancia.
Inaugurada el 31 de diciembre de 1996, tiene una superficie de 36.770
metros cuadrados con una altura de 33 metros. Consta de once niveles, de los
cuales cuatro se hallan por debajo del nivel de la calle. Se ha calculado que
el número posible de libros puede llegar a los veinte millones; de momento
dispone de unos 200.000; la mayoría de ellos son donaciones. Hay 50.000 mapas,
10.000 manuscritos, 50.000 libros únicos y además ejemplares del mundo moderno,
con 10.000 multimedia de audio y 50.000 multimedia visuales. Todo esto lo rigen
y supervisan unos 600 funcionarios.
El primer inventor de la
leyenda
Abdul Latif al-Bagdadi (1160-1231) fue un personaje muy
contradictorio en la historia islámica. Aunque buen alquimista y médico, donde
hizo agua fue como historiador. Parece ser que se traumatizó con la antigua
historia de Egipto y él fue el inventor
del mito del incendio de la Biblioteca de Alejandría por los musulmanes.
Hacia 597 y 598 AH (1201/1202) escribió el Kitab al-ifada wa al-i'tibar fi
al-umur al mushahada ua al-hawadiz al-mu'ayana bi-ard Misr (Tratado de la utilidad y la consideración
sobre los asuntos testimoniados y los acontecimientos observados en la tierra
de Egipto), que combina elementos de alquimia y botánica con datos
históricos, geográficos y culturales. En esta obra, Abdul Latif sin esgrimir
prueba alguna, hace responsable a Omar Bin Al-Jattab por la supuesta acción de
Amr Ibn al-Ás. Para ser que este autor iraquí estuvo embargado por el fanatismo
ismailí y una tendencia a endilgarle al califa Omar todos los males del mundo.
El profesor Mustafá El-Abbadi, doctorado en la Universidad de
Cambridge y director de la Nueva
Biblioteca de Alejandría, es el especialista que ha analizado
concienzudamente los pormenores de la invención, esclareciendo acabadamente
sobre los personajes y móviles que la fraguaron: «En el año 642, el general árabe Amr conquistó Egipto y ocupó
Alejandría. Los acontecimientos del comienzo de la conquista árabe han sido
relatados por historiadores de ambos bandos, tantos árabes como coptos y
bizantinos. Sin embargo, durante más de cinco siglos después de la conquista no
se puede encontrar ninguna referencia a una biblioteca de Alejandría bajo la
dominación árabe. De repente, a
principios del siglo XIII, encontramos un relato en el que se describe cómo Amr
había quemado los libros de la antigua biblioteca de Alejandría. Los
primeros informes de tal acontecimiento están registrados por dos escritores
árabes: Abdul Latif de Bagdad e Ibn Al-Qifti. El mencionado en primer
término fue un distinguido médico que residió en Siria y Egipto hacia el 1200
(565 de la Hégira). A raíz de su visita a Alejandría cuenta en un texto confuso
que vio el gran pilar (normalmente llamado el Pilar de Pompeyo), alrededor del
cual se encontraban otras columnas. Entonces añade una opinión personal:
"Creo —dice- que se trataba del emplazamiento del pórtico donde
Aristóteles y sus sucesores impartían sus enseñanzas; era el centro de estudio
creado por Alejandro cuando fundó la ciudad; ahí se encontraba el almacén de
libros que fue incendiado por Amr, por orden del califa Omar [Viaje a Egipto,
Ifada wa I'tibar]. Es evidente que lo que Abdul Latif dice a propósito de
Aristóteles y Alejandro es incorrecto; el resto de sus afirmaciones acerca del
incendio del depósito de libros no está documentado y por lo tanto no tiene
valor histórico».
La versión de que Aristóteles enseñaba en el ágora de Alejandría es un
disparate mayúsculo y habla por sí sola sobre que Abdul Latif no es un
historiador confiable. El Estagirita nunca salió de Grecia y murió en el 322 a.
C. Alejandría que había sido fundada por Alejandro diez años antes, en 332,
estaba en construcción y ni el ágora ni la biblioteca existían. Por otro lado,
Alejandro no vería ningún edificio pues partió rápidamente hacia el oasis de
Siwa para luego continuar con su expedición al Asia Central y la India.
El primer transmisor de la leyenda
La clave de esta fábula es, sin embargo, Abu-l-Hasan Ali Yusuf Ibn
al-Qifti (1172-1248), originario de la pequeña población de al-Qift, la
antigua Coptos, al norte de Luxor, en el Alto Egipto. De su principal trabajo,
Ijbar ul-Ulamá (Información de los Sabios), Muhammad Ibn Ali al-Zauzani, bajo
el título de Tarij ul-Hukamá (Historia de los Entendidos), realizó un extracto
en 1249 donde aparece la leyenda de al-Qifti. Éste cita a un sacerdote copto
alejandrino llamado Juan Filopón, también conocido como Juan el Gramático, que
pidió permiso para leer los libros de la Biblioteca de Alejandría a un general
árabe llamado Amr, quien no quiso concedérselo sin consultar al califa
Omar. Ésta fue su respuesta: «Si los
libros contienen la misma doctrina que el Corán, no sirven de nada porque
repiten; si no están de acuerdo con la doctrina del Corán, no tiene sentido conservarlos».
Según atestigua al-Qifti, por orden del califa, "los rollos se habrían quemado a lo largo de seis meses para calentar
los baños públicos".
Ibn al-Qifti comete una acronía al ubicar a Juan el Gramático a mediados
del siglo VII. Éste, también llamado Juan Filopón (Philoponos), había sido un
filósofo y gramático griego cristiano que vivió entre 490 y 566 y que jamás
pudo estar con vida en Alejandría en 642.
El profesor El-Abbadi igualmente refuta fácilmente esta serie de
absurdos: «Ibn Al-Qifti identifica a Juan el Gramático con Juan Filopón, quien
escribió contra el credo nestoriano bajo Justiniano, alrededor de 540; por lo
tanto, hubiera sido imposible que pudiera sobrevivir y estar activo cien años
después en el tiempo de la conquista árabe. Desde el siglo IV los libros fueron
habitualmente escritos sobre pergamino, el cual no es apropiado para quemar. El
método económico de quemar los libros para calentar baños públicos, pone en
evidencia la naturaleza ficticia de toda la historieta».
Analicemos hasta qué punto son absurdos los argumentos de esta leyenda.
Ibn al-Qifti en su versión pretende que el número de los baños que fueron
calentados por los volúmenes de la biblioteca eran cuatro mil. Por
consiguiente, si se hubieran destruido veinte volúmenes solamente por baño y
por día, el total luego de seis meses sería de 14 millones cuatrocientos mil
volúmenes. Ahora bien, si los baños de Oriente tenían piscinas de agua caliente
a sesenta grados, es totalmente imposible que veinte volúmenes puedan dar el
número necesario de calorías; y si tenemos que multiplicar por cinco, como
ejemplo, el número de volúmenes de cada baño, se pasará al límite del desatino.
Tengamos presente que el número mayor de volúmenes (en realidad de rollos) que
albergó la biblioteca alejandrina fue de setecientos mil, y es probable que ésa
sea incluso una cifra un poco exagerada.
Ahora veamos el resto de la investigación del profesor El-Abbadi sobre
Ibn al-Qifti que nos conducirá a una insospechada conclusión: «Primeramente, el
pasaje relativo a Juan el Gramático esta extraído casi literalmente de la obra
de Ibn Nadim [que vivió en Bagdad entre 936-y 995/998, autor del famoso Kitab
al-Fihrist, 'El Libro de los índices']... Es significativo que Al-Nadim hubiera
consignado todos los detalles tomados por Al-Qifti sobre la vida de Juan el
Gramático, incluyendo su relación con Amr; pero no menciona la conversación
sobre la biblioteca... en cuanto al pasaje relativo al divertido intercambio de
mensajes entre Amr y el califa, y el modo tan utilitario de emplear los libros
para calentar los baños, no se encuentra en ninguna fuente más antigua. Esto
muestra que, hasta el siglo XII, los escritores árabes y bizantinos se
interesaban por la Biblioteca de Alejandría y su historia, pero ninguno de
ellos tenía constancia de que hubiera sobrevivido hasta la conquista árabe. Es,
por lo tanto, razonable pensar que sólo el tercer pasaje, el que se refiere a
los libros arrojados al fuego por Amr, es una invención correspondiente al
siglo XII (siglo VII de la Hégira)».
Después de Ibn Al-Qifti, otros autores árabes, cristianos y musulmanes,
repitieron estas imposturas, a veces en su versión completa, a veces de forma
abreviada. Para redondear, dice el profesor El Abbadi: «A partir del siglo IV
los libros solían ir escritos sobre pergamino, que no arde. El móvil del uso
económico, consistente en quemar los libros para calentar los baños públicos,
revela el carácter ficticio de toda la historia».
El segundo transmisor de la leyenda
La versión de Ibn Al-Qifti fue reivindicada por otro impostor que aportó
su propia versión de los hechos. Se trata de Iuhanna Abu al-Faray Ibn
al-Ibri (12261289), latinizado Abulfaragius Bar Hebraeus ('el hijo del
hebreo'). Éste fue hijo de un médico judío, Aarón de Malatia (hoy Turquía), que
se hizo cristiano. En 1264 fue nombrado mafrián, arzobispo de los jacobitas
orientales. Su asiento estaba en Mosul (Irak), sin embargo, habitaba las
ciudades iranias de Tabriz y Maragha, donde residían los Ilhanes mogoles. Bar
Hebraeus es autor de una voluminosa obra de la Historia de Siria, país donde
residió largo tiempo, y otra conocida en Occidente como "Historias o
Compendio de Dinastías de los Árabes". Su obra, incongruente y
contradictoria, no es para nada confiable.
Los historiadores europeos de los siglos XVII y XVIII especializados en
temas árabes e islámicos como Gibbon, Ocley, Gagnier, Boulainvilliers o
Niebuhr sólo tomaron en cuenta sus
descripciones geográficas y culturales, obviando sus comentarios sobre los
hechos políticos, por lo general insubstanciales e indocumentados.
Los modernos investigadores señalan a este conspicuo representante monofisita como uno de los propagadores principales del mito de la quema de la biblioteca alejandrina por los musulmanes, que sirvió durante cierto tiempo para echar una columna de humo sobre la identidad del verdadero responsable, su correligionario Teófilo del siglo IV. El hecho es que se trata de una invención tardía, con fines de desprestigio político, tejida en el siglo XIII, 600 años más tarde de la conquista musulmana de Egipto y en plenas Cruzadas. Su súbita aparición coincide con la breve conquista de Alejandría y Egipto por San Luis IX (1249-50), en la VII Cruzada, lo que despertaría el interés por la ciudad legendaria y reavivaría la memoria de la pavorosa destrucción por los cristianos monofisitas de la Biblioteca-Hija de Alejandría, la última gran biblioteca de la Antigüedad. El mismo siglo XIII que vio además a los últimos cruzados abandonar el Medio Oriente, tras el fracaso de las séptima y octava Cruzadas y las victorias de Ruknuddín Baibars al-Bunduqdari, sultán mameluco de Egipto y Siria (1260-1277).
Ibn al-Ibri inserta su 'Specimen Historiae Arabum', dentro de su
obra más famosa, Chronicon Syriacum, que es una historia universal desde Adán
hasta su tiempo, escrita en siríaco, con un resumen en árabe. El relato
finaliza acusando al general Amr de haber quemado entonces los miles
de libros de la famosa Biblioteca de Alejandría por orden del califa Omar,
"haciéndole a él y a su pueblo responsable ante la Historia de semejante
hecatombe cultural". Así nació la versión imposible de la leyenda, a
fines del medievo, en el siglo XIII. [...] Esta singular afirmación de
Abulfaragius es un hapax legomenon, apareciendo una sola vez en todo el
medievo. Incluso única en su género, provocaría la difusión en Occidente de la
famosa leyenda atribuyendo el incendio de la Gran Biblioteca a sus más
encarnizados enemigos de la época, a la religión rival monoteísta que llegaba
triunfante del fondo del desierto arábigo. Tal afirmación jamás pudo salir de
escritores medievales árabes, conscientes de su papel fundamental en la
transmisión de los textos clásicos a Occidente, que ya se estudiaban gracias a
ellos en Chartres, Bolonia, Oxford y París. La misma contrasta con el absoluto
silencio de más de quinientos años de los autores que antes de Abulfaragius
hablaron de la conquista árabe de Alejandría, tanto árabes, como coptos y
bizantinos».
La refutación de los investigadores
El primero de los investigadores que demostrará la falsedad de las
aseveraciones de Ibn al-Ibri fue el teólogo y orientalista francés Eusèbe
Renaudot (1646-1720) en 1713 al traducir al latín la "Historia de los
Patriarcas de Alejandría", una obra de la Iglesia Ortodoxa Copta compilada
por varios autores entre los siglos X y XII. Edward Gibbon (1737-1794),
el famoso historiador británico, en su obra por excelencia coincide con lo
antes expuesto y nos brinda este testimonio: «Como las Dinastías de Abulfarach
han cundido en una traducción latina, se ha ido repitiendo la patraña, y todos
los eruditos están llorando airadamente aquel malogro y naufragio literario de
los tesoros de la antigüedad [...] El fallo tremendo de Omar se contrapone al
precepto castizo y fundamental de los moralistas Musulmanes quienes pregonan
expresamente que los libros religiosos de Judíos y Cristianos, deparados por el
derecho de guerra, jamás deben arrojarse a las llamas, y que los libros
profanos de historiadores o poetas, de médicos y filósofos, pueden ser
provechosamente valorados por los fieles».
Gustavo Le Bon (1841-1931), el orientalista francés, añade que «Amru se mostró indulgente con los habitantes de la gran ciudad, y no sólo les evitó todo acto de violencia, sino que procuró ganarse su voluntad, escuchando todas sus reclamaciones y procurando satisfacerlas. En cuanto al pretendido incendio de la biblioteca de Alejandría, semejante vandalismo eran tan impropio de las costumbres de los árabes, que cabe preguntarse cómo tan disparatada leyenda ha podido hallar crédito durante tanto tiempo entre muchos escritores formales [... ] Ha sido facilísimo demostrar por medio de citas muy claras, que muchos antes de los árabes, los cristianos habían destruido los libros paganos de Alejandría con el mismo tesón con que habían destruido las estatuas, y por consiguiente que Amru no quemó ni halló libros que quemar».
Alfred Joshua Butler (1850-1936), historiador británico de Oxford
especializado en el Egipto copto, brinda este testimonio en su trabajo sobre la
Conquista árabe del país del Nilo publicado por primera vez en 1902: «Tomemos
un caso particular. Ya he contado la visita de Juan Mosco y su amigo Sofronio a
Egipto, no muchos años antes de la conquista árabe, y he demostrado el gran
interés intelectual de los dos eruditos y su afición por todo aquello que
tuviese la forma de un libro: pero, aunque ambos fueron escritores muy
prolíficos, y viajaron y residieron mucho tiempo en Egipto, en sus páginas se
buscará en vano cualquier alusión en el país a otra cosa que no fueran
bibliotecas privadas. Dos siglos de silencio, terminando en el silencio de Juan
Mosco y Sofronio, torna inverosímil que pueda haber existido una gran
biblioteca pública cuando los árabes entraron en Alejandría».
El bibliotecario español Hipólito Escolar Sobrino (1919-2009)
esgrime esta hipótesis: «La leyenda muy
bien pudo nacer de la necesidad de explicar la desaparición de la biblioteca,
cuya existencia se conoció más tarde en el mundo musulmán cuando se tradujeron
las obras de los grandes filósofos y científicos griegos al árabe». «La
leyenda, sesgada y falsa, ignora completamente la afirmación del obispo de
Constancia y padre de la Iglesia, Epiphanios (315-403), en su 'Patrología
Graeca', quien afirmaba que "... el lugar de Alejandría donde una vez
estuvo la Biblioteca, ahora es un páramo". [...] Por tanto, la leyenda es,
efectivamente, una fábula inventada, un engaño imposible que no resiste ni un
somero análisis crítico. Los árabes
nunca incendiaron la Gran Biblioteca de Alejandría; sencillamente porque,
cuando llegaron en el siglo VII, ya hacía cientos de años que no existía».
El conocido arabista, islamólogo y turcólogo británico judío Bernard
Lewis (nacido en 1916) redactó especialmente un artículo donde señala este
hecho crucial: «Para aceptar la historia
de la destrucción árabe de la biblioteca de Alejandría, hay que explicar cómo
es posible que un evento tan dramático no fuese mencionado y pasase
inadvertido, no sólo en la rica literatura histórica del Islam medieval, sino
incluso en las literaturas de los coptos y otras iglesias cristianas, de los
bizantinos, de los judíos, o cualquier otra persona que podría haber pensado
que la destrucción de una gran biblioteca es digna de comentario. Que la
historia aún sobreviva, y se repita, a pesar de todas estas objeciones, es
testimonio del poder perdurable de un mito».
Asimismo, Mostafa El-Abbadi en una nueva obra llamada ¿Qué le sucedió a la antigua biblioteca
de Alejandría? cita los nombres de diversos especialistas que desde
principios del siglo XX refutaron el mito del incendio de la biblioteca
alejandrina por los árabes. Entre ellos, menciona a Victor Chauvin
(1844-1913), un profesor de árabe y hebreo de la Universidad de Lieja que en su
estudio "El libro en el mundo
árabe" hace una demolición del mito del incendio de la biblioteca
de Alejandría por los musulmanes.
Por último, cabe citar al historiador copto Juan de Nikiu, obispo
de Nikiu Pashati en el Delta del Nilo, y que fue administrador de monasterios
en el Alto Egipto hacia 696. Fue autor de una historia universal desde Adán
hasta el fin de la conquista musulmana de Egipto. Juan, que por cierto no puede
decirse que simpatizaba con los musulmanes, no menciona absolutamente nada
sobre destrucciones hechas por éstos en Egipto ni en ninguna otra parte.
Existen claros testimonios de que tanto Juan como el pontífice copto de Alejandría,
Benjamín I (590-661), mantuvieron buenas relaciones con el conquistador Amr
Ibn-al-Ás. De esto da buena fe el historiador británico Hugh Kennedy (arabista
e islamólogo de Cambridge) que comenta sobre el particular: «Ya hemos visto el
modo en que el biógrafo de Benjamín describe las buenas relaciones entre Amr y
su héroe, pero el veredicto de Juan de Nikiu es aún más sorprendente. Juan no
era un admirador del gobierno musulmán y fue ardiente en su denuncia de lo que
consideraba opresión y abuso. No obstante, he aquí lo que dice a propósito de
Amr: "Exigía el pago de los impuestos que habían sido acordados, pero no
se apoderó de ninguna de las propiedades de las iglesias, y no cometió ningún
expolio o saqueo, y las preservó durante todos sus días".
Los musulmanes fueron y son bibliófilos por tradición
Es sabido entre los hombres de ciencia y erudición que los musulmanes
siempre han mostrado por los libros el mayor de los respetos y los cuidados.
Siempre estuvieron más orgullosos de sus bibliotecas y librerías que de sus
armas, palacios y jardines. Durante el siglo X, en la Alta Edad Media, cuando
los castillos de los príncipes cristianos tenían bibliotecas de diez volúmenes,
mientras no excedían de treinta a cuarenta las de los monasterios más famosos
por su ciencia, como Cluny o Canterbury, la de los califas de Córdoba
alcanzaban los cuatrocientos mil.
Cuando los árabes, inspirados por las enseñanzas de Mahoma, salieron del
desierto en el siglo VII, no tenían literatura excepto el Corán. En el curso de
trescientos años, las bibliotecas musulmanas se extendieron desde España hasta
la India por tierras que habían sido parte de los imperios romano, bizantino y
persa. Contrariamente a muchos pueblos
conquistadores, los árabes tenían gran respeto por las civilizaciones que
conquistaban. Consideraban fuente de inspiración el conocimiento de los
griegos, los persas y los judíos. Cuando el poeta al-Mutannabi
proclamó que "el asiento más
honorable de este mundo es la montura de un caballo ", agregó que "el mejor compañero siempre será un
libro". Influenciados por las antiguas tradiciones literarias de
Bizancio y Persia, “los árabes estudiaron
las ciencias filosóficas: medicina, astronomía, geometría y filosofía. Al
principio traducían trabajos antiguos, pero los musulmanes, que poseían el
conocimiento sagrado, pronto contribuyeron prolíficamente a la literatura
científica. A través de sus trabajos
la Europa cristiana recibió la inspiración para su Renacimiento».
Igualmente, el enciclopedista Abu al-Hasan Ali Al-Mas'udi (896-956),
llamado el Herodoto árabe, hacia 947 afirma en su obra cumbre: «La historia cautiva el oído del sabio y el
del ignorante; el simple y el inteligente se encantan con sus relatos y los
solicitan. La historia comprende toda clases de temas. Su superioridad sobre
las otras ciencias es evidente, y todos los ingenios le conceden la supremacía.
Con razón dicen los sabios que el amigo más seguro es un libro».
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EL SUEÑO DE ALEJANDRIA
Terenci Moix construye una nueva y subyugante novela histórica partiendo
de personajes poco divulgados: así, el rey Juba II de Mauritania (actual
Marruecos) y la princesa Cleopatra Selene, hija de Antonio y Cleopatra. Los
destinos de uno y otro, tan insólitos como fascinantes, sirven al autor para
trazar un original fresco de las tierras marroquíes durante la Era de Augusto.
Pero el principal personaje de la novela es un humilde jardinero, Fedro,
empeñado en una intensa búsqueda espiritual que sólo puede realizarse en el
sorprendente final de la novela y en Alejandría, ciudad que se erige como la
personificación última del ideal soñado. Así, la novela incide en el tema, tan
caro al autor, de la búsqueda iniciática.
El sueño de Alejandría es una sorprendente historia que arranca de
algunos personajes de la anterior novela de Terenci Moix No digas que fue un
sueño, que al poco tiempo de su aparición se convirtió en uno de los mayores
éxitos de la literatura española, sobrepasando la cifra del millón de
ejemplares vendidos. Pero El sueño de Alejandría no es una simple segunda parte
de un éxito establecido. Se trata, por el contrario, de una narración autónoma,
que se desarrolla a partir de las jornadas que siguieron a la muerte de Antonio
y Cleopatra y la caída de Alejandría en manos de las tropas romanas.
El choque de destinos, la turbulencia de las pasiones, la sorprendente franqueza con que están descritas, la búsqueda iniciática del protagonista, todo ello unido a la cuidadosa descripción de ambientes hacen de El sueño de Alejandría una novela de apasionante lectura que atrae la atención del lector por la constante tensión de su temática y la originalidad y vigor de su planteamiento, poco habitual en la novela histórica.
Esta es la Biblioteca de Alejandría
(un recorrido virtual por la capital del conocimiento)
Paola Gerez Levy - marzo
de 2020
Alejandría recuperó su biblioteca, famosa por albergar todo el
conocimiento del mundo.
Alejandría es el punto de encuentro de tres continentes, primero fue
griega, después romana, más tarde cristiana y por último y hasta la actualidad
se conserva musulmana. Se encuentra en el delta del Nilo, un oasis exuberante
que está rodeado por del desierto norafricano. Una urbe que se fundó hace dos
mil trescientos años y que en un momento albergó una biblioteca que pretendía
reunir el conocimiento de cuanto sabio habitara la Tierra, en este sitio
estaban resguardados al menos medio millón de piezas.
El epicentro del conocimiento
Cuando Alejandro Magno llegó a la costa egipcia del Mediterráneo
estableció una única misión: construir un imperio de conocimiento. Comenzó con
la construcción de la biblioteca, pero murió al poco tiempo. Más tarde su
sucesor fue Ptolomeo I que logró juntar pergaminos de los estudiosos más
notables. Ubicado en el barrio real, este recinto, lleno de columnas helénicas
y decoración egipcia, sirvió como refugio de los grandes eruditos de la época
(en particular los griegos). Esta ciudad, que ya de por sí era famosa por su
importancia mercantil marina y por su imponente faro, se volvió por un instante
la capital cultural del mundo occidental.
Biblioteca de Alejandría. Ilustración
de cómo pudo haber lucido la biblioteca.
Fue tal la obsesión de los alejandrinos por poseer la sabiduría global,
que hubo un periodo en el siglo III a.C. en el que los barcos que atracaban ahí
eran detenidos para que entregaran a un escribano los libros que llevaban a bordo.
Estos ejemplares se copiaban tal cual, y después la réplica era entregada a la
tripulación de los navíos, en tanto que el original se quedaba en la
biblioteca.
Pareciera que el destino esperó a que la librería viviera sus mejores
años hasta que llegara un momento de declive y eventual desaparición. Después
de más de tres siglos en servicio (500 mil pergaminos y un catálogo de 120
volúmenes que se clasificaban en: historia, tragedia o medicina) la biblioteca
de Alejandría fue, en teoría, un daño colateral de un ataque bélico. Y es que
en el año 48 a.C., Julio César invadió el puerto con intención de sitiarlo y
bombardear los barcos mercantiles, pero el fuego llegó hasta este santuario y
consumió gran parte de su acervo.
Alejandría. La biblioteca de Alejandría
se desvaneció por completo poco tiempo después del incendio.
Dos mil años más tarde… una nueva
biblioteca de Alejandría
Las letras, ideas y teorías contenidas en este antiguo inmueble vivieron en el imaginario egipcio durante dos milenios, hasta que en 1989 inició la edificación, financiada por la ONU, de la nueva Bibliotheca Alexandrina. Después de 12 años de obra, en 2001 se inauguró este nuevo espacio de 80 mil metros cuadrados, de los cuales 20 mil corresponden a la sala de lectura, la más extensa del mundo.
Esto no sólo revivió la esencia de la ciudad, caracterizada por su
Corniche, un malecón que mide más de 15 kilómetros que termina (o inicia) a los
pies del Palacio de Montazah. Además, mejoró las relaciones de la urbe con el
mundo, ya que se invitó a diversos países a contribuir con la causa. Gracias a
esto, la biblioteca albergaría no sólo cuatro millones de libros, sino un
conjunto de antigüedades traídas de Grecia, un museo de ciencias, patrocinado
por Francia, equipo de cómputo estadounidense y la creación de un centro de
investigación liderado por un grupo de expertos de Italia y Egipto, que durante
este tiempo se han empeñado en restaurar manuscritos de 500 años de antigüedad.
Alejandría. El Palacio de Montazah,
de estilo turco, se edificó durante los años 30.
Biblioteca de Alejandría. La sala de lectura.
Una visita a la Bibliotheca Alexandrina es toda una experiencia en sí misma. Además de una inmensa sala de consulta, el recinto cuenta con seis colecciones especializadas, un planetario, cuatro museos (de Antigüedades, Manuscritos, Historia de la Ciencia y del presidente Sadat), 12 centros de investigación académica y cuatro galerías. Los visitantes también pueden ver algunas de las 15 exposiciones permanentes que tiene, por sólo mencionar algunas están la Colección Mohamed Ibrahim, de caligrafía árabe; Bulaq, la primera prensa egipcia cuya impresión inaugural fue un diccionario italiano-árabe en 1822 y una muestra esculturas de Egipto.
La arquitectura como medio para proteger el patrimonio
La arquitectura de la biblioteca es una joya de la humanidad. Para
construirla, el despacho noruego Snøhetta ideó una estructura redonda que,
además de ser a prueba de fuego, está recubierta por paneles que permiten el
ingreso de la luz solar de forma indirecta, una característica que protege el
estado de los ejemplares, sobre todo de los libros raros y manuscritos
antiguos.
Además, en la fachada de piedra uno puede notar grandes inscripciones alfabéticas de diversas civilizaciones del mundo. Estas fueron cuidadosamente realizadas con el artista Jorunn Sannes que utilizó para labrar las rocas las mismas técnicas ancestrales que los antiguos egipcios.
La historia de Hipatia - Jordi Mata nos habla sobre la vida de Hipatia, la filósofa más importante de Alejandría.