Desde los inicios de la filosofía, la
mitología griega siempre ha sido el espejo en el que la humanidad se ha mirado
y ha proyectado sus deseos. Por ese motivo creaban mitos los sabios de
la Antigua Grecia: Para aleccionar e inspirar. Dédalo e Ícaro son dos figuras
con reflexiones muy vigentes sobre la paternidad, el ansia de conocimiento y la
aspiración ancestral del ser humano por volar.
Los logros que se cuentan de Dédalo, el arquitecto e inventor más
hábil de Atenas, son casi providenciales. Según el mito era famoso por inventar
naves que navegaban bajo el mar, y llegó a competir con su discípulo Talos, que
acabó convirtiéndose en mejor inventor que él mismo. Este hecho despertó la
envidia y desazón de Ícaro, lo que llevó a Dédalo a empujar a Talos desde el
tejado de la Acrópolis, por amor a su hijo.
Como en todos los mitos, las pasiones humanas causan reacciones
dramáticas en los personajes, para enfatizar el mensaje. La búsqueda del
conocimiento y la invención es una carrera en la que, o se es el primero, o se
pierde. Siglos después, esta misma filosofía siguieron unos hermanos cuyo
empeño por volar les llevaría a ser los primeros.
En palabras de Wilbur Wright:
“Los hombres llegan a ser sabios, así
como ricos, más por lo que guardan que por lo que reciben.”
Dédalo y su hijo Ícaro se vieron obligados a exiliarse en Creta para
evitar ser castigados por la muerte de Talos. Allí, Bajo el encargo del Rey
Minos, Dédalo construyó un laberinto para encerrar al Minotauro, un monstruo
mitad hombre y mitad toro. Pero Minos, para que nadie supiera cómo salir de él,
encerró también a Dédalo e Ícaro. Estuvieron allí encerrados durante
mucho tiempo. Desesperados por salir, se le ocurrió a Dédalo la idea de
fabricar unas alas, con plumas de pájaros y cera de abejas, con las que podrían
escapar volando del laberinto de Creta.

La obra se refiere a uno de los
más emblemáticos mitos de la Grecia Clásica: Dédalo, ingeniero, artista y
arquitecto, constructor del laberinto de Creta había traicionado al Rey
Minos al hacer la fortaleza vulnerable y permitiendo así la muerte de
su hijo Minotauro, a manos de Teseo. Por ello, el Rey Minos mandó a
encerrar a Dédalo junto a su hijo Ícaro.
Padre e hijo en
cautiverio se dedicaron a coleccionar plumas de ave con las que
construyeron alas para escapar del lugar. Las ataron con hilos de lino,
colocando cera debajo de ellas para que quedaran adheridas a sus brazos.
Dédalo recomendó a su hijo no volar demasiado cerca de las aguas, ni
elevarse demasiado alto para evitar que la cera de sus alas se
derritiera con el sol. Sin embargo, el placer y la sensación de libertad
fueron tales que Ícaro no escuchó a su padre, alcanzó mucha altura
hasta que los rayos del sol desprendieron sus alas y no pudo controlar
la violenta caída de su cuerpo que se estrelló contra el mar.
En
la escultura de Rebeca Matte Bello, se observa el momento del encuentro
entre Dédalo y su agónico hijo Ícaro, tendido sobre las rocas, en su
pedestal se encuentra la inscripción “Unidos en la gloria y en la
muerte”.
Santiago Centro, Región Metropolitana.
En 1903, los pioneros Olbir y Wilbur Wright pretendían imitar a los pájaros:
“Es posible volar sin motores,
pero no sin conocimiento y habilidad. Considero que es esto algo afortunado,
para el hombre, por causa de su mayor intelecto, ya que es más razonable la
esperanza de igualar a los pájaros en conocimiento, que igualar a la naturaleza
en la perfección de su maquinaria."
Antes de salir, Dédalo advirtió a su hijo Ícaro de que no volara
demasiado alto, porque si se acercaba al Sol, la cera de sus alas se derretiría
y tampoco demasiado bajo porque las alas se les mojarían, y se harían demasiado
pesadas para poder volar.
Empezaron el viaje y al principio Ícaro obedeció sus consejos, volaba al
lado suyo, pero después empezó a volar cada vez más alto y olvidándose de los
consejos de su padre, se acercó tanto al Sol que se derritió la cera que
sujetaba las plumas de sus alas, cayó al mar y se ahogó. Dédalo recogió a
su hijo y lo enterró en una pequeña isla que más tarde recibió el nombre de
Icaria.
"La persona que simplemente observa el vuelo de un pájaro se queda
con la impresión de que el pájaro no piensa nada para hacerlo. En realidad esa
es una parte muy pequeña de su trabajo mental. El pájaro ha aprendido el arte
del equilibrio; esta habilidad no es evidente a nuestros ojos. Sólo aprendemos
a apreciarla cuando tratamos de imitarla."
W.Wright
El mito de Dédalo e Ícaro ha sido y es sin duda el reflejo de una
humanidad ávida y ambiciosa por el conocimiento, por llegar donde nadie ha
llegado antes; y siempre pecando de ambición en el intento. Muchos Ícaros
sucedieron a los primeros vuelos de los padres de la aviación. Tantos de ellos
llegaron a volar más alto que nadie, pero, como bien sabía Wilbur Wright, sin
la habilidad necesaria, les esperaba el mismo fin que al hijo de Dédalo. Si
bien también es cierto que sin todos aquellos Ícaros, la aviación, ese arte
joven y vulnerable que todavía está aprendiendo a ser infalible, no habría
nacido.
Hoy es un día para decir gracias a Dédalo, gracias a Wilbur, gracias a
los padres de la aviación, y cómo no, gracias a los padres de los pilotos, por
hacer este sueño posible.
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