Éstas, probablemente, estén siendo las navidades más raras de mi vida.
Parecen la confirmación de que el centrifugado no ha acabado todavía, aunque el
aclarado sí que por fin ha terminado. Satisfactoriamente, además.
La metáfora de la lavadora me
viene más que bien; he tenido que hacer mucha limpieza en los últimos meses,
seleccionar bien qué merecía la pena que entrara en la colada y qué harapos
había que jubilar definitivamente, tratar las manchas difíciles con especial
cuidado y mimar lo más delicado para que pueda servirme mucho más tiempo. Y me
viene bien, además, porque me recuerda a mi madre, que me enseñó muchas cosas
útiles en la vida, y una de ellas, curiosamente, fue cuidar la ropa. Quizás
porque tenía que durarme, que no estaban las cosas como para tirar alegremente,
pero también porque era su forma de ser.
Mi madre era práctica, cuidadosa, cariñosa a su manera (es decir, nunca
empalagosa), honesta con los demás y consigo misma y pulcra. A veces me
sorprendo diciendo, cuando tengo algo patas arriba, “menos mal que mamá no
puede ver este caos”, pero en los últimos años a Ela no le importaba mucho lo
externo. Con el tiempo he descubierto que nunca le preocupó demasiado: que lo
externo fuera armónico para ella era reflejo de su interior, y lo mejor es que,
aunque no supiera muy bien cómo articular todo esto lo demostraba con su vida,
que en el fondo es lo que importa.
Mi madre murió hace algo más de un año. Me habría encantado celebrar
estas navidades con ella, que comprobara que, a pesar de las vueltas que he dado en los últimos tiempos (recurro
de nuevo a mi lavadora), estoy bien; que
“Estoy en pie, no me han tumbado”; que cuando le dije a los pies de su
cama (sin poder soltar mi mano de la suya que me apretaba con una fuerza
increíble para alguien en su estado) “puedes irte, mamá, descansa, estoy bien,
no sufras más, descansa, mi querida niña-madre” no sabía lo que decía; que la
necesitaba, aunque ya no fuera ella, más que nunca, más que siempre… Y que
ahora creo que ya no la necesito como entonces porque, por fin, he aprendido
algo de lo que siempre me quiso enseñar.
Decía al principio que están siendo las navidades más raras de mi vida.
Al final las circunstancias han propiciado que las esté viviendo por primera
vez sin Heike (gracias por todo lo bueno que hemos compartido, ya no me acuerdo
de que quizás no hayas cuidado suficientemente las "pelotas de
golf"). Las he pasado con parte de mi familia, con aquellos con los que no
siempre las he pasado, pero a lo largo de estos últimos años, y no siempre por
circunstancias del todo felices, he tenido más contacto durante mucho tiempo
con mi otra familia, y me alegro profundamente de ello.
Aunque sea de otra manera sigo queriendo a quienes siempre he querido y
me han querido, pero además este año me ha regalado a gente nueva a quien
querer y que me quiere, y estar aquí me va a permitir empezar el año de forma
muy especial, de una manera que ya ni esperaba ni creía merecer.
Y, sobre todo, ayer descubrí que cuando le dije a mi madre “no sufras
más, estoy bien, puedes irte, sé que me quieres, y yo te quiero” estaba
apelando a un coraje que mi madre sabía que yo tenía, pero del que yo, hasta
hace bien poco, no he sido consciente.
Gracias familia, gracias amigos y, sobre todo, gracias Arantxa: incluso
en los momentos más duros o más difíciles os lo agradezco, y sólo puedo
desearos todo lo mejor. Estáis siendo fundamentales, habéis aportado a la
colada lejía y suavizante, y el apresto imprescindible que está dejando la ropa
como nueva.
Gracias por ayudarme a terminar la colada. Ojalá en 2014 el centrifugado
acabe y pueda tender(me) al sol.
CLASE DE FILOSOFÍA: LAS PELOTAS DE
GOLF
Un profesor en su clase de Filosofía, sin decir palabra, tomó un frasco
de cristal grande y vacío y procedió a llenarlo con pelotas de golf.
Luego preguntó a sus estudiantes si el frasco estaba lleno. Los
estudiantes estuvieron de acuerdo en decir que sí.
Así que el profesor tomo una caja llena de canicas y la vació dentro del
frasco. Las canicas llenaron los espacios Vacíos entre las pelotas de golf.
El profesor volvió a preguntar a los estudiantes si el frasco estaba
lleno, ellos volvieron a decir que sí.
Luego...el profesor tomo una caja con arena y la vació dentro del
frasco.
Por supuesto, la arena llenó todos los espacios vacíos, así que el
profesor preguntó nuevamente si el frasco estaba lleno. En esta ocasión los
estudiantes respondieron con un “si” unánime.
El profesor enseguida agregó 2 tazas de café al contenido del frasco y
efectivamente llenó todos los espacios vacíos entre la arena. Los estudiantes
reían en esta ocasión.
Cuando la risa se apagaba, el profesor dijo:
“QUIERO QUE OS DEIS CUENTA QUE ESTE
FRASCO REPRESENTA LA VIDA”.
Las pelotas de golf son las cosas importantes, como la familia, los
hijos, la salud, los amigos, todo lo que te apasiona. Son cosas, que aún si perdiéramos todo lo
demás y solo éstas quedaran, nuestras vidas aún estarían llenas.
Las canicas son las otras cosas que importan, como el trabajo, la casa,
etc.
La arena representa lo superfluo, como el vestido verde, el móvil nuevo,
la pulserita de perlas…
Así pues, el orden en que llenamos el frasco equivale a la importancia
que le damos a las cosas:
**“Si ponemos primero la arena,
algunas pelotas de golf y canicas ya no cabrán en el frasco”.
**“Si gastamos todo nuestro tiempo
y energía en las cosas superfluas, nunca tendremos lugar para las cosas
realmente importantes”.
**” Difícilmente podremos disfrutar
de lo superfluo si no hemos sabido tener primero lo importante”.
Presta atención a las cosas que son cruciales para tu felicidad. Juega
con tus hijos, ve con tu pareja a cenar, practica tu deporte o afición
favorita…
Uno de los estudiantes levantó la mano y pregunto que representaba el
café.
El profesor sonrió y dijo: “Muy buena pregunta… No importa cuán ocupada
pueda parecer tu vida, siempre hay lugar para un par de tazas de café con un
amigo”.
Víctor Manuel - La madre