POEMAS DE INVIERNO
Poemas de invierno:
En el primer poema "Canción del Invierno" de Manuel Machado, la estación es un manto sombrío en que:
Los días están tristes y la gente se muere,
y cae la lluvia sucia de las nubes de plomo...
Y la ciudad no sabe lo que le pasa, como
el pobre corazón no sabe lo que quiere.
Es el invierno. Oscuro túnel, húmedo encierro,
por donde marcha, a tientas, nuestro pobre convoy.
Y nos tiene amarrados a la vida de hoy,
como un amo que tira de su cadena al perro.
Luto, lluvia, recuerdo. Triste paz y luz pobre.
Cerremos la ventana a este cielo de cobre.
Encendamos la lámpara en los propios altares...
Y tengamos, en estas horas crepusculares,
una mujer al lado, en el hogar un leño...
y un libro que nos lleve desde la prosa al sueño.
En el poema de Vicente Huidobro "El Invierno para beberlo", la estación es una explosión de sensaciones propias de este tiempo del año: el paisaje y los sonidos del invierno cuando el:
El invierno ha llegado al llamado de alguien
Y las miradas emigran hacia los calores conocidos
Esta noche el viento arrastra sus chales de viento
Tejed queridos pájaros míos un techo de cantos sobre las avenidas
Oíd crepitar el arco iris mojado
Bajo el peso de los pájaros se ha plegado
La amargura teme a las intemperies
Pero nos queda un poco de ceniza del ocaso
Golondrinas de mi pecho qué mal hacéis
Sacudiendo siempre ese abanico vegetal
Seducciones de antesala en grado de aguardiente
Alejemos en seguida el coche de las nieves
Bebo lentamente tus miradas de justas calorías
El salón se hincha con el vapor de las bocas
Las miradas congeladas cuelgan de la lámpara
Y hay moscas sobre los suspiros petrificados
Los ojos están llenos de un líquido viajero
Y cada ojo tiene un perfume especial
El silencio es una planta que brota al interior
Si el corazón conserva su calefacción igual
Afuera se acerca el coche de las nieves
Trayendo su termómetro de ultratumba
Y me adormezco con el ruido del piano lunar
Cuando se estrujan las nubes y cae la lluvia
Cae nieve con gusto a universo
Cae nieve que huele a mar
Cae nieve perfecta de los violines
Cae la nieve sobre las mariposas
Cae nieve en copos de olores
La nieve en tubo inconsistente
Cae nieve a paso de flor
Nieva nieve sobre todos los rincones del tiempo
Simiente de sonido de campanas
Sobre los naufragios más lejanos
Calentad vuestros suspiros en los bolsillos
Que el cielo peina sus nubes antiguas
Siguiendo los gestos de nuestras manos
Lágrimas astrológicas sobre nuestras miserias
Y sobre la cabeza del patriarca guardián del frío
El cielo emblanquece nuestra atmósfera
Entre las palabras heladas a medio camino
Ahora que el patriarca se ha dormido
La nieve se desliza, se desliza, se desliza
Desde su barba pulida
El poema "El soldado y la nieve" de Miguel Hernández habla del soldado cuya vida de viajero se endurece cuando "Diciembre ha congelado su aliento" y cuando la nieve es "como una larga ruina que ataca a los soldados". En este poema, como en otros, el poeta recuerda que el invierno nunca vence el pálpito de las cosas vivas: "sobre la nieve blanca, la vida roja y roja/ hace la nieve cálida, siembra fuego en la nieve".
Diciembre ha congelado su aliento de dos filos,
y lo resopla desde los cielos congelados,
como una llama seca desarrollada en hilos,
como una larga ruina que ataca a los soldados.
Nieve donde el caballo que impone sus pisadas
es una soledad de galopante luto.
Nieve de uñas cernidas, de garras derribadas,
de celeste maldad, de desprecio absoluto.
Muerde, tala, traspasa como un tremendo hachazo,
con un hacha de mármol encarnizado y leve.
Desciende, se derrama como un deshecho abrazo
de precipicios y alas, de soledad y nieve.
Esta agresión que parte del centro del invierno,
hambre cruda, cansada de tener hambre y frío,
amenaza al desnudo con un rencor eterno,
blanco, mortal, hambriento, silencioso, sombrío.
Quiere aplacar las fraguas, los odios, las hogueras,
quiere cegar los mares, sepultar los amores:
y se va elevando lentas y diáfanas barreras,
estatuas silenciosas y vidrios agresores.
Que se derrame a chorros el corazón de lana
de tantos almacenes y talleres textiles,
para cubrir los cuerpos que queman la mañana
con la voz, la mirada, los pies y los fusiles.
Ropa para los cuerpos que pueden ir desnudos,
que pueden ir vestidos de escarchas y de hielos:
de piedra enjuta contra los picotazos rudos,
las mordeduras pálidas y los pálidos vuelos.
Ropa para los cuerpos que rechazan callados
los ataques más blancos con los huesos más rojos.
Porque tienen el hueso solar estos soldados,
y porque son hogueras con pisadas, con ojos.
La frialdad se abalanza, la muerte se deshoja,
el clamor que no suena, pero que escucho, llueve.
Sobre la nieve blanca, la vida roja y roja
hace la nieve cálida, siembra fuego en la nieve.
Tan decididamente son el cristal de roca
que sólo el fuego, sólo la llama cristaliza,
que atacan con el pómulo nevado, con la boca,
y vuelven cuanto atacan recuerdos de ceniza.
En el poema de Juan Ramón Jiménez "Canción de Invierno" se invoca a pájaros que anuncian la primavera con su canto.
Canción de invierno
Cantan. Cantan.
¿Dónde cantan los pájaros que cantan?
Ha llovido. Aún las ramas
están sin hojas nuevas. Cantan. Cantan
los pájaros. ¿En dónde cantan
los pájaros que cantan?
No tengo pájaros en jaulas.
No hay niños que los vendan. Cantan.
El valle está muy lejos. Nada...
Yo no sé dónde cantan
los pájaros –cantan, cantan–
los pájaros que cantan
En el poema de Antonio Machado "Sol de Invierno" un viejecito descubre como el cotidiano sol brilla como un milagro en días fríos.
Sol de invierno
Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero, naranjos en maceta,
y en su tonel, pintado de verde, la palmera.
Un viejecillo dice, para su capa vieja:
«¡El sol, esta hermosura de sol!…» Los niños juegan.
El agua de la fuente resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda, la verdinosa piedra.
Pablo Neruda. "Jardín de Invierno"
Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.
Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.
Creció el rumor del mundo en el follaje,
ardió después el trigo constelado
por flores rojas como quemaduras,
luego llegó el otoño a establecer
la escritura del vino:
todo pasó, fue cielo pasajero
la copa del estío,
y se apagó la nube navegante.
Yo esperé en el balcón tan enlutado,
como ayer con las yedras de mi infancia,
que la tierra extendiera
sus alas en mi amor deshabitado.
Yo supe que la rosa caería
y el hueso del durazno transitorio
volvería a dormir y a germinar:
y me embriagué con la copa del aire
hasta que todo el mar se hizo nocturno
y el arrebol se convirtió en ceniza.
La tierra vive ahora
tranquilizando su interrogatorio,
extendida la piel de su silencio.
Yo vuelvo a ser ahora
el taciturno que llegó de lejos
envuelto en lluvia fría y en campanas:
debo a la muerte pura de la tierra
la voluntad de mis germinaciones.
Basilio Sánchez." Paisaje de Invierno".
Donde el agua se espesa, una palabra
que se queda en los labios es un hilo de nieve.
Donde la voz se pierde está el secreto
de las manos del frío,
de todas las pequeñas hojas cristalizadas.
Una estrella oscilante se detiene
para la intimidad de la vigilia.
La calle está mojada, el paseante
va pisando la luna bajo la indiferencia de los árboles,
bajo la indiferencia de una noche
que ahora mismo se ordena
sobre las previsiones de sus lámparas.
Como un faro en lo alto,
la luz en la ventana de una mujer que duerme
ilumina los ojos
de otra mujer que, al borde de la cama,
permanece despierta mientras crece
la sombra de sus manos,
su invisible soledad de otro mundo.
La herida del invierno te ha llevado a creer.
Para entrar en lo blanco, vas a necesitar el corazón.
Antonio Gamoneda: "Invierno": «Yo salía a la calle y aún no amanecía y mis ojos parecían endurecerse con el frío».
«Invierno»
La nieve cruje como pan caliente
y la luz es limpia como la mirada de algunos seres humanos,
y yo pienso en el pan y en las miradas
mientras camino sobre la nieve.
Hoy es domingo y me parece
que la mañana no está únicamente sobre la tierra
sino que ha entrado suavemente en mi vida.
Yo veo el río como acero oscuro
bajar entre la nieve.
Veo el espino: llamear el rojo,
agrio fruto de enero.
Y el robledal, sobre tierra quemada,
resistir en silencio.
Hoy, domingo, la tierra es semejante
a la belleza y la necesidad
de lo que yo más amo.
José Luis Hidalgo. "Invierno"
Cuando me acerco hasta tu orilla,
luz del invierno, me deshojas
y el amarillo de mis frutos
sufre desnudo por la sombra.
Van por el cielo nubes grandes,
celestes rocas misteriosas,
mientras un pájaro abatido
hiere la tarde y se desploma...
Triste es la carne, triste el alma,
triste la tierra oscura y roja.
Bajo los árboles helados
toda mi vida es una boca
que ya no sabe de los zumos
con que embriagaba su sed honda.
Puedo morirme... Ya he sabido
cómo se mueren otras rosas,
cómo se ocultan en la nada
todos los ramos de las frondas...
Pero mi vida no es lo mismo,
puede aún decir algunas cosas
contemplando cómo tus dedos,
luz del invierno, me deshojan.
Van por el cielo nubes grandes
celestes rocas misteriosas
mientras un pájaro abatido
hiere la tarde y se desploma.
"Poema de invierno", de Jorge Teillier
El invierno trae caballos blancos que resbalan en la helada.
Han encendido fuego para defender los huertos
de la bruja blanca de la helada.
Entre la blanca humareda se agita el cuidador.
El perro entumecido amenaza desde su caseta
al témpano flotante de la luna.
Esta noche al niño se le perdonará que duerma tarde.
En la casa los padres están de fiesta.
Pero él abre las ventanas
para ver a los enmascarados jinetes
que lo esperan en el bosque y sabe que su destino
será amar el olor humilde de los senderos nocturnos.
El invierno trae aguardiente para el maquinista y el fogonero.
Una estrella perdida tambalea como baliza.
Cantos de soldados ebrios que vuelven tarde a sus cuarteles.
En la casa ha empezado la fiesta.
Pero el niño sabe que la fiesta está en otra parte,
y mira por la ventana buscando a los desconocidos
que pasará toda la vida tratando de encontrar.
José Hierro: FE DE VIDA
Sé que el invierno está aquí,
detrás de esa puerta. Sé
que si ahora saliese fuera
lo hallaría todo muerto,
luchando por renacer.
Sé que si busco una rama
no la encontraré.
Sé que si busco una mano
que me salve del olvido
no la encontraré.
Sé que si busco al que fui
no lo encontraré.
Pero estoy aquí. Me muevo,
vivo. Me llamo José
Hierro. Alegría. (Alegría
que está caída a mis pies).
Nada en orden.
Todo roto, a punto de ya no ser.
Pero toco la alegría,
porque aunque todo esté muerto
yo aún estoy vivo y lo sé.
Jaime Gil de Biedma hace confluir en ‘Del año malo’ imágenes desapacibles del entorno que le rodea con su propio paisaje interior:
Diciembre es esta imagen
de la lluvia cayendo con rumor de tren,
con un olor difuso a carbonilla y campo.
Diciembre es un jardín, es una plaza
hundida en la ciudad,
al final de una noche,
y la visión en fuga de unos soportales.
Y los ojos inmensos
—tizones agrandados—
en la cara morena de una cría
temblando igual que un gorrión mojado.
En la mano sostiene unos zapatos rojos,
elegantes, flamantes como un pájaro exótico.
El cielo es negro y gris
y rosa en sus extremos,
la luz de las farolas un resto amarillento.
Bajo un golpe de lluvia, llorando, yo atravieso,
innoble como un trapo, mojado hasta los cuernos.
Para Ángel González, mientras tanto, el invierno más frío alcanza también a su corazón. Así lo escribía en ‘Canción de amiga’:
ÁNGEL GONZÁLEZ MUÑIZ. Canción de amiga. Por Joan Mora.
Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como éste.
El invierno por Ángel González
El invierno de lunas anchas y pequeños días
está sobre nosotros. Hace tiempo
yo era niño y nevaba mucho, mucho.
Lo recuerdo viendo a la tierra negra que reposa,
apenas por el hielo de un charco iluminada.
Es increíble: pero todo esto que hoy es tierra dormida bajo el frío,
será mañana, bajo el viento, trigo.
Y rojas amapolas. Y sarmientos...
Sin esperanza:
la tierra de Castilla está esperando - crecen los ríos -
con convencimiento.
Tiempo sin tiempo (Mario Benedetti)-Quince veces tiempo (Aldo Obregón)
Preciso tiempo necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
que hacer con él tiempo en blanco,
en rojo, en verde, hasta en castaño oscuro
no me importa el color cándido tiempo
que yo no puedo abrir y cerrar
como una puerta.
Tiempo para mirar un árbol, un farol
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy es invierno
para morir un poco y nacer enseguida
y para darme cuenta, y para darme cuerda
preciso tiempo, el necesario para
chapotear unas horas en la vida
y para investigar por qué estoy triste
y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo,
tiempo para esconderme en el canto de un gallo
y para reaparecer en un relincho
y para estar al día, para estar a la noche
tiempo sin recato y sin reloj.
Vale decir preciso, o sea necesito
digamos me hace falta
tiempo sin tiempo.
Final de la guerra de invierno (armisticio)
El Tratado de Paz de Moscú fue firmado por Finlandia y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas el 12 de marzo de 1940, y fue ratificado el 21 de marzo. Marcó el final de los 105 días de la Guerra de Invierno, que enfrentó a ambos países. El tratado fue firmado por Viacheslav Mólotov, Andréi Zhdánov y Aleksandr Vasilevski por la Unión Soviética, y por Risto Heikki Ryti, Juho Kusti Paasikivi, Rudolf Walden y Väinö Voionmaa por Finlandia.
Estamos a 5 de marzo y el frío todavía azota las tierras de Ucrania, un invierno despiadado penetra bajo los uniformes de los soldados y las ropas de los niños que huyen del horror sin saber el motivo de tanta barbarie. Jóvenes imberbes son obligados a combatir aunque no sepan bien por qué están en el campo de batalla. Me da igual si son rusos o ucranios pero la guerra es tan cruel como innecesaria. Un psicópata ególatra no tiene derecho a imponer tanto dolor, todo por satisfacer su afán expansionista. Su totalitarismo es salvaje, sus justificaciones abstrusas, las consecuencias inasumibles: Hambre, sufrimiento y muerte. Muerte de inocentes, niños, jóvenes, adultos y personas mayores, todos miran el escenario con incredulidad, rabia e impotencia. Como decía el bueno de Miguel Hernández: "Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento".
Petrus Rypff
Maurice Jarre - Dr. Zhivago 'Lara's Theme'
Una gran historia, un gran tema, una gran producción que perdurará por todos los tiempos.Música de fondo instrumental para relajarse | Música con paisajes de nieve
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