MITO DE ODISEO (ULISES) Y LAS SIRENAS
En una de las islas por las que pasó Odiseo, vivían las Sirenas, Pisíone, Agláope y Telxiepia, hijas de Aqueloo y Melpómene, una de las Musas. De ellas, una tocaba la cítara, otra cantaba y otra tocaba la flauta y con ello persuadían a los navegantes para que se quedaran allí. Con su canto, prometían a los hombres la satisfacción de sus deseos y los arrastraban a la muerte. Las sirenas eran unas criaturas con aspecto de mujer de cintura para arriba, pero con enormes alas, piernas plumadas y garras.
La isla estaba
cubierta de huesos de los hombres que habían devorado. Odiseo había sido
advertido por la diosa Circe del peligro y repartió a sus hombres cera para que
se taparan los oídos y no oyeran el canto. Pero la curiosidad insaciable de
Odiseo hizo que quisiera saber cómo sonaba aquella melodía irresistible. Ordenó
a sus hombres que lo amarraran al mástil y no lo liberaran mientras se
encontraran lo bastante cerca de la isla para oír los cantos. Tal vez otros
hombres hubieran sido tentados con canciones de amor, pero las que las sirenas
le dedicaron a Odiseo hablaban de conocimiento y sabiduría. Odiseo tiró de la
cuerda con todas sus fuerzas y trató de convencer a sus hombres para que lo
desataran, pero no lo soltaron hasta estar fuera de peligro. Así fue como
Odiseo se convirtió en el único hombre que consiguió sobrevivir al canto de las
sirenas.
Apolodoro,
Epítome VIII, 18-19
En el canto XII de la Odisea la diosa Circe
acoge a Ulises (Odiseo) y a sus hombres tras su vuelta del Hades y después de
festejarlos generosamente les advierte de los peligros que tendrán que
arrastrar en sus próximas singladuras camino de Ítaca, la primera de ellas la
Isla de las Sirenas, "Tendréis que pasar cerca de las sirenas que
encantan a cuantos hombres se les acercan. ¡Loco será quién se detenga a
escuchar sus cánticos pues nunca festejarán su mujer y sus hijos su regreso al
hogar! Las sirenas les encantarán con sus frescas voces. Pasa sin detenerte
después de taponar con blanda cera las orejas de tus compañeros, ¡qué ni uno
solo las oiga! Tu solo podrás oírlas si quieres, pero con los pies y las manos
atados y en pie sobre la carlinga, hazte amarrar al mástil para saborear el
placer de oír su canción".
Odiseo y su gente se hacen a la mar y al
acercarse a la Isla de las Sirenas y su florido prado, obedeciendo el consejo
de la diosa y tras untar cera recién derretida en el oído de sus compañeros,
ordena que estos le aten de pies y manos al firme mástil. Al notar las Sirenas
la presencia de la embarcación entonan su sonoro canto preludiado con
tentadoras palabras, "Detén tu nave y ven a escuchar nuestras voces”.
Es el propio Ulises, en su relato a Alcínoo,
quien habla de cómo fue el encuentro, "Entonces mi corazón deseó
escucharlas y ordené a mis compañeros que me soltaran haciéndoles señas con mis
cejas, pero ellos se echaron hacia delante y remaban, y luego se
levantaron Perimedes y Euríloco y me ataron con más cuerdas, apretándome
todavía más".
¿Qué palabras tienen la fuerza de alumbrar
el mundo con un destello tal que vivir a continuación se hace innecesario, o es
tal vez determinado ritmo, una sonoridad en concreto lo que tiene la capacidad
de despertar en nosotros el deseo de disolvernos en la nada y abandonar los
proyectos y esperanzas que hasta entonces sustentaban nuestros días? Porque si
el fundamento del canto de las sirenas fuera la verdad, ¿sería ésta entonces en
esencia una asimilación al caos, un más allá del principio de individuación?
Cuenta Calímaco que, tras leer Fedón, el
diálogo platónico sobre el alma, Cleómbroto de Ambracia se arrojó desde altas
murallas al Hades ansioso por morir para empezar a vivir en la inmortalidad que
Sócrates prometía a sus amigos. Podría haber sido entonces esta promesa la que
incitó a Ulises a arrojarse en los brazos de la certera muerte, pero más me
tienta pensar, tal y como Heidegger dejó dicho en una de sus lecciones sobre
Nietzsche, que el viviente se asoma al conocimiento esencial no como si este
flotara por encima de la vida y al cual se pudiera ocasionalmente echar un
vistazo o dejar de hacerlo, sino que su contemplación sustenta ya la vida en el
único modo que le es adecuado, más allá de sí y volviéndose el mismo regla y
esquema.
De acuerdo con esto, las sirenas estarían en
su canto transmitiendo este conocimiento esencial en la certeza de que ningún
hombre podría, ocasionalmente, echar un vistazo o dejar de hacerlo, sino que su
escucha les religaría en sus vidas como orden irrebatible, único modo adecuado.
Aunque bondad, verdad y belleza forman la
triada que sustenta el conocimiento en el ámbito metafísico occidental, cada
vez que me viene a la memoria la imagen de Odiseo encadenado al mástil y
forcejeando por lanzarse al mar no puedo dejar de pensar que de lo que en
esencia aquel canto hablaba era de amor, ese hijo de Poros y Penia -la
abundancia y la pobreza- que con sus palabras y tal vez por un instante nos
restituyen de la original fragmentación y hacen con ello ya innecesario seguir viviendo.
Ulises y las Sirenas, pintura de John William Waterhouse, 1891
La imagen que tenemos en la actualidad de las sirenas —mitad mujer, mitad pez— dista mucho de su forma clásica alada. Algunas versiones afirman que la apariencia original de estos seres mitológicos se debe a un castigo que recibieron por no proteger a Perséfone de Hades, el dios del inframundo. Otras, en cambio, indican que fue Zeus quien les ofreció alas para perseguir al dios raptor. Pero, ¿de dónde surgieron exactamente las sirenas? Aunque sus orígenes son difusos, es muy probable que estos seres hermosos y pérfidos estuviesen relacionados con el mundo de los muertos.
En la mitología griega, las sirenas eran criaturas híbridas con cuerpo de ave y rostro de mujer que atraían a los marineros con sus hipnóticos cantos, conduciéndolos a un destino fatal. Homero las mencionó por primera vez en su célebre Odisea, dando paso a infinidad de leyendas e historias fabulosas.
Ulises y las sirenas es un cuadro del pintor victoriano Herbert James Draper pintado en 1909. Se basa en el mito de Ulises, tal como lo describe el canto XII de la Odisea.
Gracias a su estratagema Ulises fue el único ser humano que oyó el canto y sobrevivió a las sirenas, que devoraban a los infaustos que se dejaban seducir. Estas criaturas monstruosas se precipitaron al mar al verse vencidas, convirtiéndose en rocas.
Kirk Douglas es 'Ulises' en la adaptación de Mario Camerini y Mario Bava de 1954.
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