Los premios Nobel de la literatura en español
Joyas bibliográficas y materiales inéditos de los once autores en español galardonados
ANDRÉS GARCÍA DE LA RIVA - 26 NOV 2015
Un buen libro nunca se debe medir por su tamaño ni por su peso, pero si hablamos de literatura en español, los datos pesan, y cada vez más. En la actualidad, 559 millones de personas hablan español, lo que supone el 6,7% de la población mundial. Es el segundo idioma oficial en 21 países y la segunda lengua materna en el mundo por número de hablantes, después del chino mandarín. Una influencia que se ha traducido en una importante nómina de poetas, novelas y ensayistas que han escrito en castellano. Y de ellos, once han sido galardonados con el premio más prestigioso del mundo, el Nobel de Literatura, desde que se empezara a fallar en 1901. El español constituye así el cuarto idioma más reconocido por la Academia Sueca, después del inglés, francés y alemán. De esos once galardones, 6 corresponden a escritores de España; 2 de Chile, uno de Guatemala, otro de México y otro de Perú. Y para conmemorar la presencia de escritores hispanohablantes en la nómina de elegidos por el Nobel se ha organizado en la Fundación Caja Rioja-Bankia Gran Vía de Logroño la exposición Los premios Nobel de la literatura en español. Comisariada por el escritor riojano José Luis Pérez Pastor en el marco de la V edición del congreso Futuro en español, la muestra se compone de fondos procedentes de la colección personal de Santiago Vivanco, poeta, coleccionista, mecenas y gestor de la Fundación y el Museo del vino Vivanco, considerado por la Unesco el mejor del mundo en su temática. Esta muestra, que acoge sobre todo primeras ediciones, cartas manuscritas y fotografías dedicadas, incluye también materiales de dos Nobel que no han escrito en español, pero han tenido una estrecha vinculación con nuestro idioma: el norteamericano Ernest Hemingway y el portugués José Saramago.
1904 ‐ JOSÉ ECHEGARAY (1832‐1916, España)
A los cuatro años de la creación del galardón, llegó el primer Nobel de Literatura para un escritor en español. Autor querido por el público y criticado por otros escritores, firmó 67 estrenos como El gran Galeoto, El hijo de don Juan y Mariana. Recibió el Nobel “en reconocimiento a las numerosas y brillantes composiciones que, en una manera individual y original, han revivido las grandiosas tradiciones del drama español”. La exposición incluye, entre otros objetos, una fotografía en albúmina de este autor y recortes de revistas y periódicos como La Ilustración Española y americana o Mundo gráfico.
Hijo de navarra y aragonés, quien, desde su mocedad, vivida en Murcia, descollara por su insólita capacidad para el pensamiento matemático, raro don entre los intelectuales del Madrid de entonces. Echegaray, galardonado con el más prestigioso premio literario de cuantos hoy existen, comenzó a despuntar a los 14 años, cuando ingresó en la Escuela de Ingenieros de Caminos, de donde saliera ingeniero con 20 años y sólo dos años después se encumbrara ya como secretario del prestigioso centro docente madrileño, situado en la Ronda de Valencia. Una década después sería nombrado académico de la Real de Ciencias Exactas y en 1887, académico de la Española.
Su paso a la política sería propulsado por Manuel Ruiz Zorrilla, que le asignó, en 1869, la Dirección General de Obras Públicas y luego las carteras de Fomento y de Hacienda, en 1872, a las que accedería como republicano liberal tras haber sido fundador del Partido Radical, aunque acabó sus días vinculado a la Monarquía, y mentor de la Institución Libre de Enseñanza.
La de Echegaray fue una mente poligráfica, bien dotada para el pensar científico, la administración política y el quehacer literario; tanto, que escribiría hasta 67 obras dramáticas, la mitad de ellas en verso. Pero la literatura fue para él un divertimento, como ha señalado una de sus biógrafas, Alicia Delibes.
Su principal cometido fue el de revisar las matemáticas españolas, ciencia postrada a lo largo de la historia; “presencia nula en su conjunto”, a su entender, de no haber sido “por las contribuciones de los matemáticos árabes, que pergeñaron en Al Ándalus desde el cero al álgebra”, aportaciones esenciales a esa gran ciencia, de la cual Echegaray predicaría: “Las matemáticas armonizan con la música y con el arte. Ocasiones hubo en que el afán y la necesidad de ganar dinero me animaron a cultivar la dramática. Pero mi afición a las matemáticas fue constante, más desinteresada, más pura, más grande, en una palabra”.
Aquellas frases eran dinamita para los apremiados literatos españoles (Azorín, Unamuno, Machado), que observaban, decepcionados, cómo un matemático cosechaba el máximo tributo literario europeo. Tras aquel trance, el autor de El gran Galeoto y de O locura o santidad, representada con éxito en Estocolmo, y en la estela de la influencia del noruego Henrik Ibsen, recibiría feroces invectivas contra sus dramas de la pluma de aquellos escritores hispanos que se reservaron para sí la fijación de la ortodoxia literaria, política y moral en una España enemiga de la autocrítica y, entonces, en declive por la pérdida de las colonias de ultramar. Pese a ello, Echegaray, “el mejor matemático español del siglo XIX”, recibiría el Nobel de Literatura.
MARIANA
Personajes: María Guerrero (Mariana), Fernando Díaz de Mendoza (Alvarado), Emilio Mario (Daniel)
Argumento: Mariana es una mujer atormentada por su pasado: Su madre abandonó a la familia por pasión a un hombre llamado Alvarado que luego la convirtió en objeto de maltrato hasta llevarla a la muerte. Por eso Mariana ha desarrollado un impulso neurótico de venganza y humillación hacia todo el género masculino. Incluido el pobre Daniel, al que en el fondo ama.
DOS FANATISMOS
- La gratitud es crimen cuando ataja el camino a la justicia.
- El delito es prudente y cauteloso! En cambio, ¡qué imprudente es la inocencia!
- Las matemáticas forman una salsa que viene bien a todos los guisos del espíritu. Armonizan con la música y el arte en general. Como que todas son armonías, variedades en una o en otra forma, que se resuelven en una alta y bella unidad.
- Yo matemático de vocación, no veía probable mi muerte, pues en la estadística demográfica arrojan los duelos una cifra mucho más íntima que los cólicos, y nunca temí a éstos, aunque comí siempre muy bien.
- Si la vejez no trajera consigo la placidez del vivir, ¿qué premio fuera suficiente a consolarnos de la juventud y de la vida gastada en luchas y desvelos? El mayor desconsuelo es contemplar cómo los años huyen sin que la tranquilidad llegue.
Jacinto Benavente y Martínez fue un dramaturgo y renovador del teatro español del siglo XX, director, guionista y productor de cine español. Prolífico autor teatral, en 1922 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Películas: El bailarín y el trabajador, La madona de las rosas.
Nacimiento: 12 de agosto de 1866, Madrid - Fallecimiento: 14 de julio de 1954, Madrid.
Jacinto Benavente Martínez nació en el seno de una familia de clase media acomodada. Su padre, Mariano Benavente, fue un conocido médico pediatra, hombre culto y muy aficionado al teatro, lo que permitió al futuro dramaturgo conocer desde niño a los escritores y actores que pasaban por su casa. El propio dramaturgo contó en Recuerdos y olvidos, las memorias que cubren su trayectoria biográfica hasta 1901, cómo en la biblioteca familiar alternaba sin prohibiciones las lecturas de libros de medicina con las literarias, y cómo ya desde niño sus juegos se orientaban hacia la actividad teatral.
Tras terminar sus estudios en el Instituto de San Isidro, y forzado por su padre a estudiar una carrera universitaria —primero probó la Ingeniería y más tarde, en 1882, el Derecho, en la Universidad de Madrid—, a la muerte de éste (1885) abandonó los estudios y, con la comodidad que le permitía la economía familiar, se dedicó exclusivamente a la literatura: tertulias, bohemia, viajes por España y Europa, empresario de circo, lecturas de autores extranjeros que serían determinantes en su obra. Ésta se inauguraba en 1892 con las ocho piezas de Teatro fantástico y, al año siguiente, con Versos, un conjunto de poemas muy desiguales en la línea del incipiente modernismo en los que se perfila el cierto escepticismo sentimental que planearía sobre muchas de sus obras posteriores. El mismo año sus Cartas de mujeres, de un curioso feminismo luego replanteado en Teatro feminista (1898), ya revelaban la finura estilística y la capacidad de penetración psicológica de un Benavente que se había empezado a dar a conocer por medio de colaboraciones cada vez más frecuentes en periódicos y revistas literarias: La Época, Revista Contemporánea, Madrid Cómico —de la que será redactor jefe en 1898—, Germinal, Vida Nueva, Revista Nueva. Más tarde, en enero de 1899, salió a la luz el primer número de su revista La Vida Literaria, que dirigió hasta el año siguiente, y su firma figuró desde entonces en las revistas literarias más representativas del fin de siglo: Electra, Alma Española, Helios, etc. También promovió, con Valle-Inclán, Gregorio Martínez Sierra y otros, un fugaz intento de renovación teatral, el Teatro Artístico (1899), a imitación del Teatre Íntim de Adrià Gual (1898), que no tendría continuidad y que, según parece, representó, entre otras obras, Despedida cruel (1899).
Los biógrafos recogen desde temprano numerosas anécdotas y rumores sobre su compleja personalidad, en particular su ingenio pronto, su facilidad para la polémica y su independencia de criterio, que dieron lugar a abundantes controversias en sus intervenciones en la sociedad literaria. Uno de los tempranos ejemplos de la permanente voluntad de independencia de Benavente, que significó una primera ruptura con algunos de sus amigos escritores, fue su negativa a firmar la protesta contra la concesión, en 1905, del Premio Nobel a José Echegaray, en la que participaron escritores como Miguel de Unamuno, Rubén Darío, Azorín, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja, Ramón del Valle-Inclán o los hermanos Machado, y ello a pesar de que, desde el estreno de La comida de las fieras, Benavente había sido encumbrado por todos ellos, lo más representativo de la generación joven, como su portavoz en las tablas, como la alternativa nueva al anquilosado teatro del momento.
Sin lugar a dudas la importancia histórica de Jacinto Benavente reside, más que en una fecundidad —más de ciento setenta obras— alimentada por el éxito permanente, en una labor de modernización del teatro español que se prolongó durante las dos primeras décadas del siglo XX. Su primera obra representada fue El nido ajeno (1894), que pasó sin pena ni gloria, a la que sucedieron, entre otras, Gente conocida (1896) y El marido de la Téllez (1897), primeras de sus críticas de la sociedad madrileña, que fueron ganando para el joven dramaturgo un progresivo reconocimiento del público hasta el estreno en 1898, con éxito apoteósico, de La comida de las fieras, una brillante sátira de la aristocracia española, escrita con un diálogo preciso y una gran economía de medios.
La comida de las fieras : comedia en tres actos y un cuadro

A partir de esta obra Benavente estableció una alternativa oportuna a la estética dominante en el teatro español de su tiempo y a José Echegaray, su más notorio representante: frente a la grandilocuencia de éste, a sus personajes extremados y vociferantes, a las pasiones desbordadas de sus dramas, a una puesta en escena anacrónica y pobre, Benavente iniciaba brillantemente, al hilo de las modernas tendencias del teatro europeo, una renovación basada en el realismo de las situaciones, en la exactitud de los escenarios, en la economía de personajes, en unos diálogos sutiles e irónicos cercanos a los de Oscar Wilde o Bernard Shaw, en las réplicas mordaces y en moralizaciones, si bien siempre muy generales, altamente efectivas para la sátira de la misma burguesía que sería su público más devoto, aunque en aquellos años no le faltaran críticas desde la prensa más conservadora e incluso se le llegara a acusar de anticlerical con motivo del estreno de Los malhechores del bien (1905).
Obras como La gata de angora (1900), La gobernadora (1901), Lo cursi (1901), La noche del sábado (1903), El dragón de fuego (1904), Rosas de otoño (1905), Cuento inmoral (1905) o La princesa Bebé (1906) ampliaron su repertorio de temas y, sobre todo, consolidaron el carácter de una ruptura que afectaba tanto a la concepción del espectáculo como a una crítica de la sentimentalidad, las mentalidades y los comportamientos sociales contemporáneos, en sintonía con la amplia corriente del regeneracionismo finisecular: el conflicto entre tradicionalismo y modernidad, la decadencia de la aristocracia, la frivolidad de las clases acomodadas, la falsedad religiosa y política, la corrupción de la política provinciana, la doble moral burguesa, la soledad del individuo, particularmente de la mujer, en una sociedad hipócrita, en fin, fueron los ingredientes de su temprana consolidación como dramaturgo, cuyas obras, además, fueron interpretadas por los mejores actores de la nueva época, como María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza (con cuya compañía realizó su primer viaje a América), Emilio Thuillier, Rosario Pino, Carmen Cobeña, etc.
El vigor creativo de Benavente desplegó desde aquellos años su originalidad renovadora en un buen número de piezas de muy diversos ambientes y géneros, que el autor nombró de varias formas: comedia dramática, de magia, de polichinelas, drama, juguete cómico, escenas de la vida moderna, poema escénico, novela escénica, etc. Aunque por su riqueza de matices tan desbordante producción resulta difícil de encasillar, algunos críticos han propuesto diversas clasificaciones.
Aplicando las antiguas categorías de Torres Naharro, Eduardo Juliá (1944) y luego Fernando Lázaro Carreter propusieron una división de la dramaturgia benaventina en obras “a noticia” y “a fantasía”, además del conjunto de adaptaciones de Shakespeare, Molière, Bulwer-Lytton, Augier, Dumas, Rusinyol, Galdós y otros que realizó a lo largo de su carrera. Entre las primeras, divididas en varias categorías (de costumbres rurales, de sátira social, de caracteres, etc.), se encontrarían las más destacadas de Benavente, aquellas en que la sátira social o de caracteres se acerca al documento sociológico tamizado por la ironía o la efusión sentimental: La comida de las fieras, Lo cursi, Señora ama (1908) o La malquerida (1913). Las comedias “a fantasía” conforman la vertiente fantástica en la que tienen cabida dramas simbolistas como La noche del sábado, calificada de “novela escénica” por el autor, con su ambiente de cosmopolitismo fantástico, teatro infantil del tipo de El príncipe que todo lo aprendió en los libros (1909) o Y va de cuento (1919), recreaciones modernistas del teatro antiguo como Los intereses creados (1907), alegatos “patrióticos” como La ciudad alegre y confiada, teatro humorístico o teatro psicológico.
Por su parte, también Valbuena Prat (1956) propuso una distinción entre dramas rurales, teatro satírico poético y alta comedia o comedia de salón.
Francisco Ruiz Ramón (1975), dejando aparte Los intereses creados y La ciudad alegre y confiada (1916), establece cuatro categorías fundamentales sobre la homogeneidad dramática de los lugares escénicos. En primer lugar los interiores burgueses ciudadanos, los más idóneos para el retrato crítico de las clases superiores, donde habría que situar lo más destacado del teatro de Benavente a lo largo de toda su producción, desde El nido ajeno, Gente conocida, Lo cursi y Rosas de otoño a Titania (1945), una de sus últimas obras importantes.
Un espacio complementario del anterior, los interiores cosmopolitas, vinculados al decadentismo modernista o a la recreación poética, incluiría obras como La noche del sábado, La princesa Bebé o La mariposa que voló sobre el mar. Tercer apartado importante lo constituyen los interiores provincianos, situados en su mayoría en una imaginaria Moraleda, emparentada con la Orbajosa de Galdós y la Vetusta de Clarín, exponentes desde La gobernadora (1901) de la vida provinciana española atenazada por la intolerancia, la hipocresía y el caciquismo, tal como aparecen en Las cigarras hormigas (1905), La inmaculada de los dolores (1918) o Pepa Doncel (1928). Finalmente, los interiores rurales que, aunque escasos, incluyen dos de las que fueron sus obras maestras, Señora ama y La malquerida. Señora ama abría en 1908 un nuevo género en la obra de Benavente, el ámbito del drama rural, de éxito renovado en épocas anteriores de la mano de Ángel Guimerá y Joaquín Dicenta. El ciclo de estos dramas, tal vez inspirados por las frecuentes estancias de Benavente en el pueblo toledano de Aldeancabo, lo completaría el autor muchos años más tarde con La infanzona (1945). Aunque en estas obras hay mucho más de abstracción convencional que de documento histórico, la perfecta construcción dramática y el penetrante sentido de la psicología de sus personajes se eleva por encima del lastre melodramático que contienen.
Tras su viaje a América en 1906 con la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, Benavente continuó estrenando sin parar sus nuevas obras. Estos años marcan el momento culminante de su producción, a partir de dos de sus piezas más destacadas, Los intereses creados y la ya citada Señora ama, que han seguido editándose como las más emblemáticas de su teatro. Ambas ejemplifican la renovada búsqueda formal y estética de su autor en los años culminantes de su dramaturgia. Si con Señora ama renovaba el drama rural, con Los intereses creados, la más representada y editada de sus obras, Benavente utilizaba la “comedia de polichinelas” para una renovada y escéptica reflexión moral sobre la sociedad contemporánea: “Para salir adelante con todo, mejor que crear afectos es crear intereses”. El escepticismo de Benavente alcanza aquí su más clara expresión y se puede considerar el punto de inflexión ideológica de todo su teatro.
Propuesto por José Echegaray, Jacinto Octavio Picón y José Rodríguez Carracido, Benavente fue elegido académico en 1912 para ocupar el sillón L, vacante desde la muerte de Marcelino Menéndez y Pelayo, aunque nunca llegó a escribir su discurso de entrada a la Real Academia Española. Pasados los años, en septiembre de 1939, escribió a Julio Casares, secretario de la Academia, para pedirle que se declarase vacante su plaza y, más tarde, en 1946, a propuesta de José María Pemán, a la sazón director de la misma, se le nombró académico de honor.
Durante los años siguientes Benavente continuó publicando artículos en la prensa, particularmente en Blanco y Negro, y gozando del favor de su público gracias a la continuidad de sus fórmulas dramáticas, en obras de menor compromiso satírico y mayor ambigüedad crítica, aunque no de menor intención moralizadora y social, que coincide con sus discutidas declaraciones germanófilas y su neutralidad ante el estallido de la primera guerra mundial, frente a la actitud aliadófila de la mayor parte de los intelectuales del momento, como evidenciaba, junto a los de obras como La propia estimación (1915) y Campo de armiño (1916) en exceso retóricas y pretenciosas en su didactismo, el estreno en 1916 de La ciudad alegre y confiada, con la que Benavente pretendió ofrecer una segunda parte de Los intereses creados a la vez que representar, en clave simbólica, la situación política de España en relación con el conflicto. Pese al distanciamiento de los intelectuales y de los críticos más destacados, la obra tuvo un éxito clamoroso: Sánchez de Palacios (1969) cuenta que fue llevado a hombros a su casa y tuvo que saludar desde el balcón a la multitud congregada en la calle. No sería la única vez que Benavente gozase sus laureles de manera parecida.
En 1918 fue elegido diputado en Cortes por Madrid con el partido de Antonio Maura, aunque su actividad parlamentaria fue mínima, ya que aquellas cortes se disolvieron al año siguiente. En los años sucesivos la actividad de Benavente siguió siendo aplaudida por su público, con más o menos éxito, a pesar de las crecientes críticas de conformismo y anquilosamiento por parte de escritores y críticos, en particular las de Ramón Pérez de Ayala recogidas en Las máscaras (1919). Entre 1920 y 1924 escasearon sus estrenos, pero fueron años de renovado éxito en América, adonde volvió a viajar, esta vez como director artístico de la compañía de Lola Membrives. En Argentina recibió la noticia de que le había sido concedido el Premio Nobel. Tras numerosos homenajes en su prolongado viaje por América —incluso fue nombrado hijo adoptivo de Nueva York—, regresó a España y recibió una calurosa acogida de su público, aunque, como sucedió en 1905 con la concesión del Nobel a Echegaray, el premio fue motivo de polémica. A pesar del reconocimiento oficial que significó la imposición de la Gran Cruz de Alfonso XIII por el rey, el mundo de las letras le dio la espalda cuando el crítico y poeta Enrique Díez-Canedo pidió para él un homenaje.
Entre otras razones que justificasen la silenciosa hostilidad de muchos intelectuales quizá no fuese la menor que la celebración oficial del Nobel se realizase meses después del golpe de estado de Primo de Rivera, el 1 de marzo de 1924, con la presencia en el acto del dictador y varios militares del gabinete.
Durante la Dictadura y la República, Benavente volvió a desarrollar una intensa actividad creadora, controvertida desde distintos sectores —su obra Para el cielo y los altares fue prohibida en 1928— y una no menos significativa actividad pública. Sus obras de aquellos años tratan más explícitamente que nunca los temas sociales de la pobreza, la justicia, el patriotismo, la moral social, partiendo de planteamientos claramente conservadores. Esta parte de su obra —teatro, periodismo, conferencias— ha sido escasamente estudiada, al igual que la correspondiente a su producción de los años cuarenta y cincuenta. Hasta donde se ha profundizado en ella puede hablarse de una evidente ambigüedad ideológica de corte conservador, que si bien es fruto de una actitud independiente y de una voluntad, demostrada ampliamente por Benavente a lo largo de su vida, de no dejarse encasillar, también es coherente con su papel de intelectual de una burguesía a la defensiva ante la creciente conflictividad social. Además resulta significativo el hecho de que junto al tipo de comedia ligera e ingeniosa que jalona toda su producción, se incrementaran en estos años los rasgos espirituales y sentimentales de unas preocupaciones que entraban más profundamente en la psicología y en los conflictos de unos personajes que simbolizan a menudo los conflictos de la realidad histórica de la España de la Dictadura de Primo de Rivera y de la Segunda República. Obras como Lecciones de buen amor (1924), Un par de botas (1924), Pepa Doncel (1928), Literatura (1931) o Santa Rusia (1932) muestran el conflicto ideológico y moral de un intelectual que no se dejaba encasillar y el de un dramaturgo al que le fueron saliendo competidores cada vez más innovadores y definidos en sus posiciones, como Valle-Inclán o García Lorca.
Cuando estalló la guerra civil Benavente estaba en Barcelona. Se trasladó a Valencia, donde permaneció hasta el final de la contienda, expresando su republicanismo y elaborando sus memorias, Recuerdos y olvidos, que terminó en 1937. Con la entrada de las tropas en la ciudad hizo pública su adhesión a Franco y regresó a Madrid. Después de la guerra Benavente reanudó con bríos renovados una actividad creadora que todavía fue prolífica: treinta y cuatro obras teatrales entre 1940 y 1954, numerosas conferencias y colaboraciones en la prensa, además de un nuevo viaje a Argentina en julio de 1945 con la compañía de Lola Membrives, donde estrenó Titania y La infanzona.
A pesar de la edad —tenía setenta y tres años—, esta intensa actividad de Benavente en el último tramo de su vida se mantuvo gracias a un renovado reconocimiento colectivo que debió mucho a los homenajes oficiales pero también a lo explícito de algunas de sus nuevas obras. Aves y pájaros (1940), por ejemplo, es una pieza política en la que las dos Españas están representadas políticamente: a los pájaros les corresponde, en esta ocasión, representar a los vencidos.
Abuelo y nieto (1941), La última carta (1914), La enlutada (1942), La ciudad doliente (1945) y otras recogen las reflexiones sociales y morales de un Benavente que plantea sobre las tablas un balance personal, coherente con su trayectoria ideológica, sobre la sociedad española de antes y después de la guerra civil. A pesar de todo, destacan por su mayor complejidad ideológica, por la calidad de su construcción o por la agudeza de sus ingeniosidades algunas obras como Titania, sátira del mundo literario en la que Benavente ironiza sobre la intelectualidad que no le fue propicia, o como La infanzona. Murió en Madrid el 14 de julio de 1954 a los ochenta y siete años.
Obras de teatro: Teatro fantástico, 1892; Versos, 1893; Cartas de mujeres, 1893; El nido ajeno, 1894; Gente conocida, 1896; El marido de la Téllez, 1897; La comida de las fieras, 1898; Teatro feminista, 1898; La gata de angora, 1900; La gobernadora, 1901; Lo cursi, 1901, La noche del sábado, 1903; El hombrecito, 1903; El dragón de fuego, 1904, Los malhechores del bien, 1905, Rosas de otoño, 1905; Las cigarras hormigas, 1905; La princesa Bebé, 1906; Los intereses creados, 1907; Señora ama, 1908; El príncipe que todo lo aprendió en los libros, 1909; La malquerida, 1913; El collar de estrellas, 1915, La propia estimación, 1915, La ciudad alegre y confiada, 1916, Campo de armiño, 1916, Y va de cuento, 1919; La fuerza bruta, 1919, Lecciones de buen amor, 1924; La mariposa que voló sobre el mar, 1926; Pepa Doncel, 1928; Para el cielo y los altares, 1928; Los andrajos de la púrpura, 1930; Literatura 1931; Santa Rusia, 1932, Aves y pájaros, 1940; La enlutada, 1943; La infanzona, 1945; Titania, 1945.
Teatro, Madrid, Librería de los Sucesores de Hernando, 1903-1931, 38 vols.
Obras completas, Madrid, Aguilar, 1947- 1958, 11 vols.
Comedias y dramas, ed. de L. Tomás González del Valle y J. M. Pereiro Otero, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2007.
Descripción
El Nobel recayó de nuevo en un dramaturgo. Autor prolífico, Jacinto Benavente compuso poesía, escribió cuentos y reflexiones filosóficas, practicó la literatura epistolar y cultivó el teatro en obras como Los intereses creados (1907) o La malquerida (1913). Recibió el Nobel de Literatura en 1922 “por la feliz manera en que ha continuado las tradiciones ilustres del drama español”.
Foto de un homenaje recibido por la concesión del Nobel en el Ateneo Mercantil
de Valencia
Jacinto Benavente y Martínez (Madrid, 12 de agosto de 1866 - Galapagar, 14 de julio de 1954)
Fue uno de los literatos españoles más destacados de entre finales del siglo XIX
y principios del XX, coetáneo de los principales nombres de la generación del 98 –
Valle-Inclán, Unamuno, Baroja– aunque distante de estos en intenciones literarias y
estéticas. Si bien fue también poeta, periodista, autor de cuentos y aforismos y
hasta guionista de cine y empresario de circo, el grueso de su obra lo forman sus más
de 170 piezas teatrales. Hoy es un autor poco representado –salvo algunos de sus
títulos: Rosas de otoño (1905), Los intereses creados (1907) o La malquerida (1913)–,
pero en su día tuvo un enorme éxito de público y crítica que le valió el Premio Nobel de
literatura en 1922. Homosexual, políticamente acomodaticio –fue sucesivamente
germanófilo, prosoviético, republicano y franquista–, su ingenio verbal y escrito nos ha
legado perlas como estas:
"Cuando no se piensa lo que se dice es cuando se dice lo que se piensa".
"Perdonar supone siempre un poco de olvido, un poco de desprecio y un mucho de comodidad”.
"Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa
que cuando pretende disfrazarse de justicia”.
"Bienaventurados nuestros imitadores, porque de ellos serán todos nuestros defectos".
"Una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena
todo un cerebro".
"El dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de
no serlo".
"La disciplina consiste en que un imbécil se haga obedecer por los que son más
inteligentes".
"Es más fácil ser genial que
tener sentido común".
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