LOS SALVADORES DEL MUNDO, CON TRUMP INCLUIDO Y FINALMENTE EXCLUIDO

Se afirma también que muchas familias prominentes tales como, por ejemplo, los Rothschild, los Rockefeller, los Morgan, los Kissinger y los DuPont, lo mismo que algunos monarcas europeos, podrían ser importantes miembros, ya que mantienen relaciones entre sí como con figuras de alto poder. Organizaciones internacionales tales como los bancos centrales; o el Banco Mundial, el FMI, la Unión Europea y la OTAN son mencionadas como componentes esenciales del NOM.
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¿Podría ser el mismísimo presidente de EEUU una marioneta de las élites económicas que desde la sombra dirigen el acontecer del mundo? |
¿Dónde está el límite de la legalidad en las actuaciones de los Servicios de Inteligencia de los países? ¿Realmente velan por la seguridad y los intereses de los ciudadanos? |
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¿Qué argumentos justificaban las actuaciones de Estados Unidos en Vietnam, Irak, y Afganistán y a qué obedece realmente lo que está haciendo en la actualidad Israel en Gaza contra el pueblo Palestino? |
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¿Pueden las grandes potencias con EEUU a la cabeza erigirse en los salvadores del mundo y gendarmes de la paz? |
El 29 de mayo de 1954 tuvo lugar la primera reunión, propuesta por el
exiliado consejero político polaco Józef Retinger. Éste, preocupado por el
antiamericanismo que estaba causando el Plan Marshall en Europa, decidió reunir
a los líderes europeos y norteamericanos para promover el entendimiento entre
ellos. Entre los invitados estuvieron el príncipe neerlandés Bernardo, que
decidió promover la idea, David Rockefeller, quien financió la reunión, y el
primer ministro belga Paul van Zeeland. La idea era que los invitados fueran
dos de cada país, uno conservador y el otro progresista.
El éxito del encuentro animó a los organizadores a preparar una conferencia anual. Se creó un comité de dirección y Retinger fue designado su secretario permanente. Al igual que organizaba la conferencia, el comité de dirección también mantenía un registro de los nombres de los asistentes y detalles de contacto, con el objetivo de crear una red informal de individuos que se podrían invitar unos a otros en privado. El propósito declarado del Grupo Bilderberg era «hacer un nudo alrededor de una línea política común entre Estados Unidos y Europa en oposición a Rusia y al comunismo». El economista holandés Ernst van der Beugel sustituyó a Retinger en el puesto en 1960, tras la muerte de este. El príncipe Bernardo fue presidente de la reunión hasta su muerte, en 2004.
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¿Justifica el mantenimiento de la paz y la seguridad la vigilancia extrema de los ciudadanos? ¿Dónde queda la libertad y el derecho a la intimidad? |
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Pedro Arturo Aguirre, escritor, académico, estudioso de la megalomanía y el narcisismo en los hombres de poder, explica que “la Covid-19 provocó el desplome de la economía de Estados Unidos y que la mala gestión de la pandemia hizo que la popularidad de Donald Trump cayera”.
“Dentro del electorado se dieron grandes cuestionamientos sobre la pericia del magnate para manejar la situación imprevista. Su actitud prepotente, grosera, poco apta para ser un jefe de Estado, pesó en el ánimo de los norteamericanos. Las encuestas de opinión empezaron por favorecer al ex vicepresidente Joe Biden. Durante julio, agosto y septiembre apuntaban una clara victoria demócrata”, remarca.
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El fin del (anti)trumpismo
El fin de Trump es una gran noticia para Estados Unidos por razones obvias; también será una buena noticia el fin del antitrumpismo, una rama del progresismo basada en la histeria, la hipérbole, la terapia grupal, la gesticulación vacía y una épica de la resistencia artificial
Ricardo Dudda, 02 noviembre 2020
Trump ha sido un presidente nefasto. No sólo por una cuestión de carácter y actitud, algo que preocupa mucho (casi más que otras cuestiones) a los progresistas estadounidenses: su mala educación, sus incumplimientos de protocolo, su lenguaje soez y su desprecio por las formas tradicionales de la política. También ha sido nefasto en aspectos más trascendentales.
Como dice el último número de The Economist, en el que la publicación británica apoya al candidato Biden, “sus reducciones de impuestos han sido regresivas. Algunas de sus desregulaciones han sido dañinas, especialmente para el medio ambiente. El intento de reformar el sector sanitario ha provocado una debacle […] En cuestiones difíciles –Corea del Norte e Irán, la paz en Oriente Medio– Trump no lo ha hecho mejor que el establishment de Washington al que le encanta ridiculizar”.
Ha sido un presidente especialmente corrupto. Como sigue The Economist, “es un presidente que pide que encarcelen a sus oponentes, que usa el Ministerio de Justicia para ejercer vendettas, que indulta a partidarios suyos que han cometido graves crímenes, que da a sus familiares trabajos florero en la Casa Blanca y que ofrece a gobiernos extranjeros protección a cambio de información comprometedora sobre un rival”.
Durante su campaña, en 2015 y 2016, Trump fue poco ambiguo. Quien lo apoyaba sabía lo que apoyaba. Era racista, nacionalista y maleducado. Sin embargo, existía el beneficio de la duda; quizá se moderaría, las instituciones lo moldearían, sólo era la campaña. En 2020, en cambio, existen pocas dudas. Hoy, el partidario de Trump sabe quién es. Quizá, realmente, no sea trumpista, sólo republicano: quiere ley y orden, impuestos bajos, desregulaciones y jueces conservadores en el Tribunal Supremo. Y Trump se lo ha proporcionado. Quizá también, hay trumpistas que son más antiprogresistas que otra cosa. En un país tan polarizado, la política es esencialmente adversativa; muchos no se definen ideológicamente por lo que apoyan sino por lo que rechazan.
Pero el estadounidense que lo vota porque quiere impuestos bajos, está en contra del aborto o simplemente no soporta la superioridad moral de la izquierda ya sabe (o debería saber) cuál es el coste: la erosión de las instituciones, la corrupción, el descrédito internacional, la polarización, el clientelismo y la hipocresía.
El fin de Trump es una gran noticia para Estados Unidos por razones obvias. También será una buena noticia el fin del antitrumpismo, una rama del progresismo y liberalismo biempensante (y muy ocasionalmente del conservadurismo) basada en la histeria, la hipérbole, la terapia grupal, la gesticulación vacía, una unanimidad asfixiante (la unanimidad, incluso en cuestiones positivas, puede ser muy dañina), una épica de la resistencia artificial.
En estos cuatro años, los miembros de la élite liberal y progresista, que son más provincianos y de mente más estrecha de lo que podríamos pensar, leyeron fragmentos y resúmenes de Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt (se convirtió en uno de los bestsellers del año junto a 1984 de George Orwell) y se construyeron una imagen de perseguidos políticos.
El antitrumpismo se volvió una forma de narcisismo colectivo: todo pasaba por Trump o terminaba en él. Las novelas, las películas, las series eran metáforas de la situación política. Un libro sobre la Mesopotamia antigua era, de alguna manera, una reflexión sobre la política estadounidense en 2018. Las secciones de gastronomía de los medios progresistas publicaban recetas para calmar los ánimos y el estrés que provocaba la política.
La política progresista estadounidense se convirtió en un lamento lleno de impotencia. "This is not normal", se decía melancólicamente, una y otra vez, hasta provocar una especie de entumecimiento de los sentidos. La ineptitud e incluso maldad de Trump eran algo obvio, transparente. El presidente fue explícito en su desprecio por las instituciones desde el principio. ¿Quién podía dudar de ello? Sin embargo, esto que casi todos daban por hecho se recordaba constantemente. Al final la sobreactuación e histeria decían más sobre la oposición progresista a Trump que sobre el propio Trump.
Los medios progresistas, que ya antes de la victoria de Trump funcionaban en cámaras de eco, saturaron la conversación pública con innumerables variaciones sobre lo mismo. En Hate. Inc, el periodista Matt Taibi dice algo obvio e interesante al mismo tiempo: los medios estadounidenses hoy se dedican más al “targeting demográfico” o el framing de la audiencia que a dar información. Según un estudio reciente de Pew, un 93% de los espectadores que dicen que Fox es su canal principal de noticias son republicanos. En el caso de MSNBC, un 95% son demócratas. The New York Times, un 91%. NPR, la cadena pública, un 87%. Trump, además, ha hecho de oro a los medios de comunicación.
Como dice Taibi: Trump era el producto mediático perfecto. En la era de la posobjetividad, las compañías de medios aprendieron que existe una manera consistente y fiable de ganar dinero. Primero, identifica una audiencia. Luego, aliméntala incansablemente con chorros de historias que validan su sistema de creencias. El método más sencillo es publicar historias que presentan de manera negativa a gente que tu audiencia desprecia. Fox hizo esto con terroristas, criminales, feministas, progresistas, los franceses, los “nuevos panteras negras” y otros miles de monstruos. […] Con Trump este efecto se ha conseguido fácilmente con las audiencias “progresistas”. Las empresas de medios se han dado cuenta de que todo lo que tenían que hacer para garantizar altas audiencias era sacar a Trump todo el rato. Esto coincidió con un aumento enorme de los beneficios: los ingresos de los canales de televisión por cable han subido un 38% desde que Trump anunció su campaña en 2015.
Ese chorro constante de noticias sobre Trump ha colocado a la izquierda en un estado febril estos cuatro años. Hay quienes dicen hoy que hay que echar a Trump aunque sea sólo para recuperar un poco la cordura, para olvidarse un poco de la política y dejar de ver obsesivamente CNN y Twitter en busca de motivos para la indignación y la depresión. Con Biden, al menos el cargo más importante del país lo ocupará un tipo educado, carismático y con una sonrisa brillante. Para muchos, esto es lo más importante. Y es importante: Biden puede comenzar a “curar heridas”, por usar el lenguaje terapéutico de la izquierda estadounidense.
Pero no es suficiente. Hay muchos votantes que creen que sólo hace falta volver cuatro años atrás, hacer como si Trump no hubiera existido, como si los Estados Unidos de la poscrisis hubieran sido ideales; no lo fueron, y muchos no vieron esta realidad simplemente porque gobernaba Obama, un presidente que parecía decente. Pero como se ha recordado durante años, el problema más importante no es Trump sino las causas y el contexto que llevaron a Trump a la presidencia.
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