ASISTENCIA PSIQUIÁTRICA REMOTA (II)
MICRORRELATOS FANTASMALES (II)
1. Cuando la obsesión crece
Una técnico de farmacia me relató que en el turno de noche en su primera semana en el hospital tenía que darle a los pacientes sus medicinas, la mayoría de las veces iba acompañada por un guardia de seguridad. Uno de los pacientes le dio las gracias y le preguntó cómo estaba. Otro día, las enfermeras la vieron hablar con él y le dijeron que estaba loca, que no volviera a hacerlo. Al parecer, el chico había matado a su madre porque quería que su profesora fuera su madre. El hospital tenía la norma de no dejar que las mujeres se acercaran a él.
2. Abducción
Una enfermera me relató una historia macabra que le ocurrió: “Estaba trabajando en el turno de noche de una residencia de pacientes con Alzheimer cuando me ocurrió algo extraño. Eran las 2 de la madrugada, una mujer de 83 años estaba sentada en su cama mirando a la pared. No quería dormir porque decía que los extraterrestres venían a por ella. Su risa me asustó”.
3. Fotografías para siempre
Una mujer acudió a urgencias acompañada por sus padres, muy asustados, porque se había herido a sí misma en los brazos, piernas y torso para poder meter fotografías de su familia bajo su piel.
4. No verás nada
Una compañera me contó una historia sobre una guardia que tuvo en el hospital donde trabajábamos. Descubrió a una paciente que se había arrancado sus propios ojos. Junto a ella estaba el cuerpo de otro de los enfermeros, le había dado un ataque al corazón al presenciar la escena.
5. Sangre mortal
Un paciente me contó que tenía VIH y sufría esquizofrenia paranoide. Pensaba que las enfermeras querían matarle, por lo que se mordía la lengua y escupía sangre a los trabajadores para contagiarles. Nunca me acerqué mucho a él y siempre usé mascarilla y guantes cuando tenía que visitarlo. Un día me dijo sonriendo: “No se preocupe, doctor…usted está a salvo, me cae bien”.
6. Vampiros
«Hace muchos años, durante la residencia, conocí a una mujer que afirmaba ser una vampiro. Había matado a dos de sus hijos, herido a otro y a su marido. Al parecer sufría una variedad de Porfiria que le hacía desear la sangre».
7. Relaciones extrañas
«Mi madre hacía algunos turnos en el psiquiátrico del hospital. Una vez tuvo que escuchar a un paciente describir cómo había hecho el amor con una mosca con todo tipo de detalles».
VALENCIA AL COMIENZO DEL SIGLO XV
El que fuera precisamente en Valencia donde se erigiera una institución
de estas características no fue ajeno a su prosperidad. Sólo el reino
valenciano, entre los que componían la Corona de Aragón, superó con éxito la
crisis económica de los siglos XIV-XV. Su pujanza económica se debía a la riqueza
de su suelo, al crecimiento demográfico y urbanístico de la ciudad, el
esplendor de la vida ciudadana y a su potencia comercial y financiera.
Los siglos XV y XVI son la Edad de
Oro del Reino de Valencia, que durante el reinado de Alfonso el Magnánimo era considerada
como una de las ciudades más ricas y cultas de Europa, era la principal ciudad
de la Península Ibérica, abierta hacia Italia es la primera y principal puerta
española del Renacimiento italiano. Era una urbe mercantil y floreciente en
todos los aspectos de la vida social, era casi un arquetipo de ciudad europea.
En ella florecieron la arquitectura y otras artes, los acontecimientos poéticos
y musicales. Es la Valencia de Joanot Martorell, de las Torres de Serrano, de
La Lonja y de El Miguelete.
Un clima político poco positivo y la expulsión de los moriscos (unos
500.000) entre 1609-1614 hizo perder al Reino de Valencia un tercio de su
población. En 1638 la mitad de sus pueblos estaban abandonados. Las guerras de
Germanías, la de Sucesión (1701-1713) y el haber tomado partido por el Archiduque
Carlos, terminaron con la prosperidad del Reino, los privilegios de sus
habitantes y comprometieron el funcionamiento del hospital y otras
instituciones.
LA ORIGINALIDAD DEL HOSPITAL DE
VALENCIA
A veces se ha querido desacreditar la obra del padre Jofré, diciendo que
al fin y al cabo lo que pretendía era resolver un problema social, el del elevado
número de pobres, vagabundos y locos deambulando por la ciudad. Sin embargo, no
es así. La originalidad del fundado por el padre Jofré es doble. Primero, se
trata de una iniciativa de lo que hoy llamamos sociedad civil. Lorenzo Salom y
sus cofundadores son artesanos y comerciantes y exigen que el hospital mantenga
su independencia de la Corona, de la Aristocracia y de la Iglesia. Ya en las
Constituciones de Martín I El Humano para la administración y el gobierno del
hospital de 15 de marzo de 1410 se dice que «dicha obra debe ser totalmente laica y de hombres llanos en lo tocante
a categoría, jurisdicción y toda clase de actos...». La intención era
evitar que la iniciativa se desvirtuara o que estuviera sometida al destino
inexorable de las instituciones, que es el de derivar en algo para lo que no
fueron creadas.
En segundo lugar, se trata de un establecimiento sanitario. La institución
fundada por el padre Jofré en Valencia en 1410 es el primer hospital
psiquiátrico del mundo. Las Constituciones de Martín I El Humano indican que, a
la atención humanitaria dispensada allí, se añadiera asistencia médica.
Sus internos eran pues considerados enfermos y sus actividades estaban
destinadas a aliviarles y, cuando eso era posible, a curarles de su enfermedad.
Varios historiadores de la medicina así lo atestiguan: «la cuna de la
Psiquiatría estuvo en España, donde se construyeron los primeros edificios convenientes
y adecuados para hospitalizar a dementes» (Alexander y Selesnick, 1970), «No fue Pinel, sino que fueron los
psiquiatras españoles en Valencia en 1409 los primeros en retirar las cadenas e
instituir el tratamiento moral. Se utilizaron el ejercicio, juegos, trabajo,
entretenimiento, dieta e higiene» (Schmitz, 1884-1885), «Uno de los éxitos
que pertenece exclusivamente a los españoles es el tratamiento moral para
combatir las afecciones mentales y el establecimiento en el siglo XV de edificios
confortables y adecuados para la admisión de esta clase de infortunados»
(Hernández Morejón, 1842). Según dice Bassoe, citando a Schmitz (1944-1945), el hospital de Valencia fue el
primero en quitar las cadenas a los locos y en instituir un tratamiento moral,
con ejercicios, juegos, ocupaciones, entretenimientos, dieta e higiene.
Sin embargo, por motivos más o menos
chauvinistas, otros pretenden que no es así. Hoy sabemos de establecimientos de
acogida de dementes en épocas anteriores, pero falta en todos ellos la
presencia de tratamiento sanitario específico.
Se ha dicho que El Cid fundó en
Palencia en 1068, un establecimiento destinado a los dementes, llamado San
Lázaro. En 1326, en el Georges Hospital de Elbing, que perteneció al dominio de
los Caballeros Teutónicos, se construyeron unas celdas en la llamada Doll-Haus.
Celdas por el estilo se mencionan en los documentos del Hospital Municipal de Hamburgo
en 1375. En Erfurth, en el gran hospital reconstruido en 1385, también las
había. El Hospital de St. Mary de Betlehem o Bedlam al sur de Londres fundado
en 1247 por Enrique II albergó desde 1377 a locos. Hay constancia en 1403 de
seis varones mentecapti, o sea, privados de razón, pero hasta 1473 los privados
de razón no recibieron en él asistencia propiamente médica. Hay datos similares
del Hotel-Dieu de París, del Hospital de la Holy Trinity de Salisbury, y de los
hospitales de Bamberg, Nassau y Ratisbona. Sin embargo, todos estos
establecimientos tenían una función que no era médica, era alojar y encerrar a
los privados de razón.
Foucault (1961) ha sido muy crítico con estos establecimientos,
destinados a segregar la locura, precisamente en la era de la razón. Buena
prueba de que éste era su espíritu, es que hasta el siglo XIX no hubo un
hospital psiquiátrico en la América inglesa. De hecho, el primer
establecimiento psiquiátrico moderno de Inglaterra es el fundado por William
Tuke, un comerciante de té cuáquero y su hijo Henry, en 1796 en Cork, The
Retreat, para utilizar métodos humanitarios para el tratamiento de los que
habían perdido la razón. Este fue el comienzo del tratamiento moral que más
tarde se extendió por los países anglosajones y de la política de no
restricción (no restraint). Hasta entonces, según Tuke los internados en los
asilos eran tratados como animales, porque eran considerados como tales. En los
Estados Unidos los primeros establecimientos de este tipo, hechos desde la
influencia de Tuke y de Pinel, son: una división del Massachusetts General
Hospital, hoy denominada McLean Hospital (1811), el Friends' Asylum at
Frankfort, Pennsylvania (1817), el Asylum for the Insane (1818) y The Hartford
Retreat for the Insane (1824) hoy conocida como the Institute for Living.
Se ha pretendido explicar la preocupación por la asistencia a los
enfermos mentales en Valencia por la influencia del islam en lo que al
tratamiento de la locura respecta. Desde esta perspectiva un loco no es un
poseso, sino alguien que, por el hecho de apartarse del mundo, está más cerca
de Alá. Así, se ha escrito que los frailes de la Merced en contacto con los
musulmanes por su labor de rescate de presos habrían asimilado esta actitud a
la que se asociaría el conocimiento de los llamados maristanes. Sin embargo,
hay mucho de leyenda en ello.
El primer maristán, dedicado a la atención de enfermos, fue el de
Gundishapur (Irán) en el siglo VI, ciudad que albergaba una importante
tradición médica con aportaciones de científicos y de filósofos cristianos
expulsados de Edesa o llegados después de que Justiniano cerrara la Academia de
Atenas (529). La escuela de Gundishapur está en la confluencia de las
tradiciones médicas griegas y helenísticas, así como de las experiencias y
teorías persas e hindúes. Fue conquistada por los musulmanes entre 637 y 651 y
a través de ellos siguió ejerciendo su influencia. Los hospitales musulmanes
tomaron el término maristán de los persas. Los primeros de los que se tiene
noticia son el de Damasco (Al Walid, 706) y el de Bagdad (Harum al-Rashid,
786-803), este último llevado por personal formado en la escuela de
Gundishapur. Otros más famosos fueron el hospital Adudi en Bagdad, el Nuri en
Damasco, el Mansuri en El Cairo y los de Marrakesh (1190) y Fez (1286). En el
siglo XIII hubo uno en Algeciras (Abu Ishak Ibrahim), pero el más importante de
España fue el maristán de Granada, fundado por Muhammad V en el año 1367.
Estaba situado en el barrio de Axares (Ajsaris). Tras la conquista de Granada,
en 1492, el edificio del maristán se convirtió en ceca o Casa de la Moneda y
por eso Los Reyes Católicos construyeron el Hospital Real (1511) con la doble
función de sanar enfermos y recoger pobres. En 1536 este hospital comenzó a
acoger a locos o inocentes, señal de que hasta entonces no se había ocupado de
ellos. El edificio tuvo después varios usos hasta llegar al siglo XIX muy
modificado y deteriorado. Tras la Desamortización de Mendizábal, en 1835, el
Hospital pasó a depender de la Diputación Provincial, estableciéndose allí el
Asilo de Ancianos y la Casa de Dementes. En 1843, el mismo en el que se quemó
la Alcaicería, el Ayuntamiento granadino autorizó su demolición, pero fue
reconstruido para albergar una casa de vecinos, demolida parcialmente en 1984.
En la actualidad es sede central de la Universidad de Granada. Sin embargo, ni
el Bar el Maristan de Bagdad (siglo XII), ni el maristán de Granada (1365-1367)
ni el de Fez alcanzaron el grado de especialización al que llegó el Hospital de
Valencia. Si el islam tuviera la primacía no cabe duda que existirían
testimonios claros en al-Andalus, en especial en la Córdoba de Abderramán III,
que es uno de los momentos más brillantes de la cultura universal. Tampoco hay
una historia de asistencia médica a los enfermos mentales en los maristanes
después del siglo XV.
La auténtica revolución del hospital de Valencia la ha señalado Marco
Merenciano: «En este momento histórico y en este ambiente, un frailecito se
atreve a decir que los locos son enfermos y que deben ser recogidos en un
hospital para su curación. Este hecho insólito es lo más revolucionario que
pudiera darse en aquellos días. Este afrentar una verdad médica contra las creencias
religiosas y las conveniencias sociales se realiza en Valencia». «Por primera
vez en la historia se expresa un sentido genuinamente médico de la locura con
todas sus consecuencias: inocencia, irresponsabilidad, peligrosidad de origen
psicopatológico, necesidad de tratamiento “especializado”».
La originalidad de la iniciativa del padre Jofré se refleja también en
el nombre escogido: Hospital dels Innocents, Folls e Orats, que hoy llamaríamos
de retrasados mentales, psicóticos y dementes. Se huye de los términos
tradicionales de manía, furiosus, mente captus (el que tiene la mente
secuestrada), inops mentis (el que tiene penuria mental). Inocente es el niño y
el adulto que no tiene más responsabilidad que un loco, que es demente y orate
(del catalán orat, y éste del latino aura, «aire», «viento») el que ha perdido
la razón.
LA TRADICIÓN HUMANITARIA EN ESPAÑA
La obra del padre Jofré no es un hecho aislado ni algo importado de sus
viajes al Norte de África. Se imbrica en una larga tradición típicamente
española de consideración humanitaria hacia la locura y la enfermedad mental.
Sus hitos más importantes son la devoción a los santos Cosme y Damián (siglo
IV), los escritos de San Isidoro de Sevilla (siglos VI-VII) o las previsiones
de protección jurídica del loco en las Siete Partidas de Alfonso X «el Sabio»
(siglo XIII). En ellas la responsabilidad del privado de razón era equiparable a
la del menor de edad (sicut infantes) que aún no la había alcanzado. A ello se
suma el papel de las órdenes monásticas, la caridad de los nobles y de los
ricos burgueses, los legados de particulares que habían hecho voto de pobreza produjeron
una súbita floración de instituciones caritativas.
La perspectiva profundamente humana de atención al enfermo mental se
anticipa en cierta manera a la corriente doctrinal especialmente respetuosa con
la libertad y la dignidad de la persona de la Escuela de Salamanca, nacida en su
primera cátedra de teología de 1416 (Bula Sincere de Benedicto XIII
reorganizando los estudios salmantinos), que se caracteriza por sus
aportaciones a la ética y al derecho desde el plano teológico. Allí se suceden
dos cátedras (Prima y de Vísperas) de teología. Fueron ocupantes de la primera:
Francisco de Vitoria (1526-1546), Melchor Cano (1546- 1551), Domingo de Soto
(1552-1560), Pedro de Sotomayor (1560-1564), Mancio de Corpore Christi
(1564-1575), Bartolomé de Medina (1576-1581) y Domingo Báñez (1581-1604). La misma
piadosa comprensión hacia los enfermos mentales se manifiesta además con gran
vigor en los escritos de Luís Vives (1492-1520), que pide que los locos sean tratados
con caridad y que se les alimente e instruya bien.
Las aportaciones de nuestro país al progreso de la psiquiatría no se
limitaron al campo institucional. Destacados médicos como Arnau de Vilanova
(1240-1313), profesor en la Universidad de Montpellier, contribuyeron al
conocimiento de los trastornos mentales. Describió las alucinaciones y la
epilepsia, poseyendo una profunda comprensión emocional de los enfermos
mentales. Su tratado sobre los sueños merece la pena ser leído hoy día. Cristóbal
de Vega, nacido en 1510, y que fue médico del príncipe Carlos, describió la
manía, que trataba con baños calientes y agua fría en la cabeza, sanguijuelas y
sangrías cerca del cerebro, la melancolía, y la erotomanía, a la que daba un
tratamiento «moral». Otro autor de gran importancia es Juan Huarte de San
Juan que en su «Examen de ingenios para las ciencias» hace la primera
descripción moderna de los trastornos de la personalidad.
EL EJEMPLO DE VALENCIA
Buena prueba de lo que se viene exponiendo es que al hospital de
Valencia siguieron en un corto plazo de tiempo otros de naturaleza similar en
España y en la América española. Los locos, que hasta entonces habían vagado
por los campos, que habían estado recogidos en algunos monasterios o vivían y
morían fuera de las murallas de la ciudad, comenzaron a recibir atención.
En este mismo sentido fray Bernardino Álvarez creó la Orden religiosa de
San Hipólito para «curar locos», fundando hospitales para este tipo de enfermos
en Oxtepec, Zalapa, Perote, San Juan de Ulúa, La Habana, Puebla de los Ángeles,
Antequera en el valle de Oaxaca, Querétaro y Acapulco.
Importante es la figura de Juan Ciudad Duarte, que fue canonizado
como San Juan de Dios, fundador en 1539 de la Orden de los Hermanos
Hospitalarios. Horrorizado por las burlas
y crueldades de que eran objeto los locos en Granada, se finge en 1537 perturbado y logra que le encierren, para conocer
mejor sus necesidades. Recibe durante cuarenta días los implacables golpes
y torturas con que los loqueros pretendían volverle a la razón y tras muchas
vicisitudes funda un hospital en Granada, sostenido por limosnas. Esta orden
hospitalaria fue y sigue siendo la más activa del mundo: los Hermanos de San
Juan de Dios, llamados también Hermanos de la Caridad.
LOS CUIDADOS A LOS ENFERMOS MENTALES EN LOS HOSPITALES ESPAÑOLES
Las normas del hospital de Valencia, autorizadas por el rey Martín
indicaban «Que el Clavario del Hospital pudiera recoger por grado o por fuerza
los locos que hallare por la ciudad; no comprendiéndose en esta medida los que
sus padres o curadores tuviesen cerrados».
El Clavario u Hospitaler era un cargo que recaía en uno de los diez
administradores del establecimiento y ostentaba asimismo funciones de
representación. El primero fue el propio Lorenzo Salom. El vulgo le llamaba
«pare dells folls» (igual que había «padre de huérfanos» o «padre de pobres»).
El Clavario tenía dos funciones la recogida de locos por la ciudad y el
mantenimiento del funcionamiento interno. Por lo que sabemos, el trato en
principio era correcto. El mero hecho de tener a los dementes en sitio
adecuado, protegiéndolos del hambre, del frío y de los malos tratos ya era un
avance notable. El tratamiento giraba en torno a la terapia ocupacional: los
varones en la huerta, las mujeres tejiendo. Pronto aparecieron criterios de
clasificación, en especial la distinción de los curables, que eran objeto de esfuerzos terapéuticos, de los incurables, a los que se les
proporcionaba el alojamiento y la custodia.
La fama del de Valencia se deduce de los elogios que de él hace Lope de
Vega en dos de sus obras Los locos de Valencia y El Peregrino en su Patria. En
ésta última alaba la institución «la mayor comodidad de limpieza, aseo y
cuidado de aquellos a quien les falta (el seso)». En la primera dice:
«Oíd: que habéis de haceros tan
furioso,
que todo el mundo por furioso os
crea.
Tiene Valencia un hospital famoso,
adonde los frenéticos se curan
con gran limpieza y celo cuidadoso,
Si aquí vuestros peligros se
aventuran,
y os encerráis en una cárcel destas,
creed que de la muerte os
aseguran...»
El Hospital de Valencia tuvo gran fama al menos hasta el siglo XVI. Tras
su incendio en 1545 y la decadencia de Valencia el liderazgo lo tomó el
Hospital de Zaragoza.
EL HOSPITAL DE NUESTRA SEÑORA DE
GRACIA DE ZARAGOZA
Pocos años después de la inauguración del Hospital psiquiátrico valenciano
se crea una institución similar en Zaragoza. A diferencia de su modelo, se
mantuvo en plena actividad hasta 1808 y fue el líder del movimiento reformista psiquiátrico
que se irradia por Europa a fines del XVIII y principios del XIX.
A diferencia de otros hospitales el de Zaragoza fue una iniciativa de la
Corona. El rey Alfonso V ordenó el 2 de febrero de 1425 la compra de unas casas
para el acogimiento de enfermos y personas aquejadas de enfermedades comunes o
contagiosos, dementes, expósitos y mujeres desgraciadas. Por eso figuraba en su
frontispicio la leyenda: Domus Informorum, Urbi et Orbis.
El establecimiento estaba destinado a «recoger a los insensatos, evitar
los insultos a que se hallaban expuestos, mejorar su situación y procurar restablecerles
el juicio».
El padre Murillo en «De las excelencias de Zaragoza» (1615) (Gorriz, 1936) escribe:
«Había dos quartos grandes para locos y locas. Eran
éstos de todas las naciones. Uno de los cuartos albergaba a los hombres y el
otro a las mujeres, y cada cual con su refectorio y dormitorio muy capaces; y
en ellos, para gobernarlos y tenerlos sujetos, hay personas muy prudentes y
cuerdas; que es menester mucha prudencia y cordura para gobernar locos,
especialmente siendo tantos que los hombres llegan de ordinario a 120, y las
mujeres pasan de 180. Son estos locos y locas de mucho provecho, porque las
locas lavan los paños y hacen las coladas y otras cosas en las cuadras de las
mujeres, y los locos sirven a algunos ministerios tan asquerosos que si tuvieran
juicio con dificultad se aplicarían a hacerlos si no tuvieran muy grande
caridad». «Dentro de la Casa, harán trabajar a los locos en todos los
ministerios y servicios que pudiesen hacer conforme a su disposición; y a las
locas, en hilar, coser, hacer roscadas y otros ejercicios, y pondrán cuidado
los regidores». «Porque entendemos que hay mucha necesidad de que se tenga
particular cuidado en la curación de los locos, y siendo enfermos como los
demás, es justo que se les apliquen los remedios necesarios». Dicho de otra
manera, la laborterapia era la actividad terapéutica por antonomasia.
Según Royo Sarriá (1935-36): «La
fundación del Hospital de Nuestra Señora de Gracia marca el punto desde el cual
los dementes dejaron de ser considerados como seres extraordinarios, y a la
antigua apreciación de considerarlos como poseídos del demonio, o como abortos
de la Naturaleza, sigue la de considerarlos como enfermos, tanto que eran asilados
junto a los mismos enfermos comunes», por eso «los locos de Zaragoza nunca tuvieron cadenas».
El ingreso en el Hospital Nuestra Señora de Gracia era precedido de un
examen, para saber, según las Ordinaciones del hospital, si se trataba o no de
un loco. Tras la admisión una Junta de médicos determinaba la forma, medios y
tiempos en que habían de poner en cura. El ingreso se hacía conforme a las
siguientes formalidades: "Para ser admitidos por dementes, todos han de traer
información jurídica de ser locos, y también de pobreza, si se han de admitir
como pobres".
"Y porque la experiencia ha acreditado que, aun con la información de
dementes, se tomó la resolución de que, antes de asentarlos por locos ni
pasarlos al departamento, se detengan en la sala de enfermos, siendo visitados
de médicos, y que éstos se hagan cargo de si están o no locos, para admitirlos
por tales o despacharlos». Para los hombres había un padre y para las mujeres
una madre, «los cuales tendrán cuidado de vestirlos y hacer que anden limpios,
mudándoles camisas y ropa de cama a sus tiempos y que coman a sus horas».
El hospital tenía dos médicos residentes, nombrados por oposición, los
cuales tenían obligación de visitar a cada enfermo dos veces al día (una entre
7 y 8 de la mañana y otra entre 2 y 3 de la tarde). El tratamiento
farmacológico era la última opción, ya que los médicos «sólo acostumbran
medicinar a los que están muy coléricos o frenéticos». Además, estaba «el
personal de vigilancia, se compone de un padre vigilante mayor y varios padres
menores, y un eclesiástico destinado para celar que los locos sean asistidos y
cuidados con puntualidad. Las locas tienen un padre mayor y la mujer de éste,
que sirve de madre principal, y dos madres inferiores».
El modelo de Zaragoza influyó enormemente en la psiquiatría francesa
nacida a raíz de la Revolución y en la reforma psiquiátrica inglesa de finales
del siglo XVIII de Tuke. En 1791 el Comité de Mendicidad de París que encomendó
a Giuseppe M. Iberti
un informe (Espinosa Iborra, 1964) sobre el Hospital de Zaragoza («Detalles
sobre el Hospital de Zaragoza»), que fue conocido por Pinel, el cual, casi con
certeza se desplazó a España para conocer de primera mano el hospital. En su
viaje estuvo acompañado por un joven médico escocés, para algunos el que fuera
uno de los grandes maestros de la escuela de Edimburgo y creador del término
neurosis, William Cullen, aunque no es probable, ya que éste era bastante mayor
que Pinel.
El informe de Iberti proporciona una información valiosa: «En cuanto al
tratamiento, se emplean los baños de agua dulce, los refrescantes; pero estos
medios son, por lo general, infructuosos. Es asimismo difícil practicarles
remedios durante los accesos, sobre todo las sangrías, pues pueden deshacer el vendaje;
mas una experiencia constante ha demostrado en este Hospital que el medio más
eficaz es la ocupación o un trabajo que ejercite sus miembros. La mayor parte
de los locos que se emplean en los talleres u oficios de la casa curan en
general. Los empleos que se dan a los locos en este Hospital son los de limpiar
la casa, a excepción de las salas de enfermos, de llevar el agua, el carbón, la
leña. Se les emplea en la cosecha, trilla, vendimia, en la recolección de la
oliva, en arrancar las malas hierbas del campo; se les encarga también de
llevar los enfermos y los heridos en las camillas, siempre bajo la inspección
de uno de los guardianes que se llama padre».
Continua Iberti más abajo: «Para que se pueda admitir un loco en este
Hospital hace falta que se presente un certificado firmado por los oficiales de
justicia, el cura y el médico del lugar, con la declaración de indigencia del
enfermo y de sus familiares».
Philippe Pinel (1745-1826) ha pasado a la historia de la psiquiatría por haber liberado de sus cadenas a los enfermos de los hospitales de Bicêtre (en 1793) y de La Salpêtrière (en 1795) de París, recogidos en sendos cuadros de Charles Müller y Tony Robert-Fleury.
Aunque los hechos no son exactamente
históricos, lo que sí es cierto es que la iniciativa la tomó de España. El
propio Pinel refiere en su Tratado de la Manía (1809): "He mirado siempre como
una señal de buen agüero y como la esperanza más fundada de una sólida curación
el que los locos convalecientes vuelvan a manifestar afición a sus gustos
primitivos y al ejercicio de su profesión, lo mismo que su celo y perseverancia
en estos objetos. Pero todavía tenemos que envidiar a una nación vecina un
establecimiento que no sabré alabar debidamente, y que es superior a todos los
de Inglaterra y Alemania".
Con efecto, la España tiene abierto en Zaragoza un asilo para todos los
enfermos, y especialmente para los locos de todos los países, de todos los
gobiernos y de todos los cultos, con esta sencilla inscripción: Urbi et orbis.
El trabajo mecánico no ha sido el solo objeto de la atención de los fundadores
del establecimiento, sino que han buscado además una especie de contrapeso a
los extravíos del alma, en el deleite que inspira el cultivar los campos,
valiéndose del instinto natural que induce al hombre a hacer fecunda la tierra
y a socorrer de este modo sus necesidades con los frutos de su industria. Desde por la
mañana se ve que unos desempeñan los oficios serviles de la casa, otros van a
sus respectivos talleres y el mayor número, repartidos en cuadrillas bajo la
dirección de capataces inteligentes e instruidos, se distribuyen alegres por
varias partes de un vasto recinto anejo al hospital. La jornada transcurre en
una actividad continua, interrumpida solamente por intervalos de descanso, y la
fatiga procura el sueño y la calma en la noche. Nada es más frecuente que las
curaciones que tienen lugar por esta vida activa. La experiencia más constante
ha enseñado en este hospital que éstos son los más seguros y eficaces medios
para curar un loco...».
LA DECADENCIA DE LOS HOSPITALES
ESPAÑOLES (Y DE TANTAS OTRAS COSAS)
El Hospital de Zaragoza fue totalmente destruido por los bombardeos del
3 de agosto de 1808, la víspera de la entrada de las tropas francesas a la
ciudad. Éste es el ocaso de la tradición asistencial psiquiátrica en España. La
degradación asistencial es consecuencia de las desamortizaciones (en especial las
de Godoy de 1707 y de Mendizábal de 1836), de los destrozos y saqueos de las
guerras, de la crisis económica y social por la pérdida de los territorios
americanos, y por otra crisis, política, moral e intelectual, que hacía
prácticamente imposible fijar unas reglas de juego político y jurídico, en las
que, una vez más, los más desamparados fueron los locos e inocentes. Todo ello
impidió que se aplicaran los sistemas de compensación previstos por la
legislación desamortizadora llevando a las instituciones asistenciales a una
carencia casi total de medios. La Ley de Beneficencia del 23 de enero de 1820 y
su Reglamento del 6 de febrero de 1822 obligaba a que las Casas de Locos pasen
a las Juntas Municipales de Beneficencia, pero éstas carecían de medios para su
mantenimiento. La psiquiatría española renació de sus cenizas, nunca mejor
dicho, a finales del siglo XIX, pero ésta ya es otra historia.
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