VIAJE A TRAVÉS DE LA MENTE
LA MEMORIA
Que la memoria es una función cognitiva muy importante, es algo que nadie pone en duda actualmente (docentes, pedagogos, psicólogos, neurólogos y psiquiatras). Desde la emergente disciplina de las Neurociencias se le da desde hace mucho tiempo la importancia que merece.
Durante muchos años el sistema
educativo, en general, ha valorado poco esa capacidad, se ha inculcado en los
niños la mayor relevancia do otras facultades y, un servidor cree que,
desarrollar la capacidad de memorización puede servir de mucho en distintas
facetas de la vida, para tener un funcionamiento más acorde a las exigencias de
una sociedad tan competitiva como la que nos ha tocado vivir. Está claro que
memorizar como papagayos sin comprender lo que se lee, o estudia, no tiene
sentido alguno, pero desarrollar la capacidad de fijar conocimientos que nos
pueden sacar de muchos apuros en el futuro, debe ser valorado en su justa
medida.
Sin lugar a dudas las reglas
mnemotécnicas constituyen un instrumento fantástico para registrar de forma indeleble
la información que aprendemos en los años de estudio y en etapas posteriores.
Hay muchos estudios científicos que avalan la teoría de que una buena capacidad
para memorizar actúa como un preventivo de primer orden que protege al
individuo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas como la Demencia tipo
Alzheimer entre otras muchas, en las que la amnesia de fijación y a corto plazo son síntomas princeps.
¿Qué es la MNEMOTECNIA? Técnicas de Memorización
El siguiente relato es un ejemplo de que la Mnemotecnia es muy útil si se acompaña de sentido común, que, como todos sabemos, por otro lado, en la mayoría de ocasiones, es el menos común de los sentidos, pero esto, es otra historia.
LA MNEMOTECNIA
Apuré de un sorbo mi copa de cerveza negra y adopté la postura de un
hombre fatigado, fatigado por una comida opípara, y le pregunté a mi
contertulio:
- Me llamará usted mañana por la
mañana, ¿vale?
- Desde luego. Por cierto: Dígame
cuál es su número de teléfono.
- Ha hecho bien en pedírmelo: no
viene en ninguna guía. Apúntelo: 34-22.
Mi “amigo” sonrió con desdén y dijo:
- No hace falta, tengo buena memoria.
¿Qué número me ha dicho?
- 34-22.
- 34-22…34-22. No es difícil de
memorizar. 34-22.
- No se le olvide, ¿eh?
- ¡Qué se me va a olvidar! Es muy
fácil: 44-22.
- 44, no: ¡34!
- ¡Ah, sí! 34 y 22: la primera mitad
es 13 más que la segunda, y como no soy supersticioso, el 13 es mi número de la
suerte…
- ¡No hombre! 34 menos 22 es 12,
cabalístico, no 13.
- ¡Tiene usted razón! La primera
mitad equivale a la segunda más 13, menos 1. ¡Es muy sencillo!
- Sí; pero con esa sencillez –objeté,
-hay un defecto. De acuerdo a ese sistema, usted puede creerse que el número de
mi teléfono es, por ejemplo, el 24-12.
- ¿Por qué?
- Porque si a la segunda mitad le
suma 13 y le resta 1 obtiene usted la primera mitad.
- ¡Diantre, es verdad! Espere… ¿Qué
número dice usted que es?
- El 34-22.
- Muy bien. Por de pronto, hay que
grabar bien en la memoria la segunda mitad y servirse de ella como punto de
partida. La segunda mitad es 12, ¿no?
- ¡22!
- ¡Ah, sí, 22! Se trata de grabarla
bien en la memoria. Pero ¿cómo?
Mi amigo se sumió en una profunda meditación.
- 22 es el número total de dedos
contando los de las manos y los de los pies, más 2. Este sumando es el que no
sé cómo recordar.
- Es muy sencillo- dije-. -2 es el
segundo dígito de la segunda mitad.
- Si, pero también es el primer dígito
de la segunda mitad. Y surge un nuevo problema; el recordar si el dígito que
hay que recordar es el primero o el segundo de la segunda mitad.
Yo también me sumergí en una profunda meditación mnemotécnica y no tardé
en encontrar una solución, que me apresuré a proponerle a mi amigo: -Apuntar el
2 en el listín telefónico.
- ¡Hombre, para eso apuntaría el
número entero! No merece la pena. Lo importante es recordar la segunda mitad,
el 22…Verá usted, verá usted…Supongamos que tengo un billete de 21 marcos y un
marco de plata.
- Eso es muy complicado! Lo mejor
sería… ¿Cuántos años tiene usted?
-
treinta y cuatro.
- ¿treinta y cuatro? ¡Muy bien! 22 es
el número de sus años menos 12. ¡Eureka!
- ¡Qué eureka ni qué niño muerto!
Surge otra vez el 12, que no hay modo de recordarlo.
- Alguno habrá. Por ejemplo…, los
diez dedos de las dos manos más 2 marcos… ¡Me armaría un lío! Hay que idear
algo más sencillo.
-Invéntelo usted- contesté herido en
mi amor propio.
- Bueno; déjeme pensar un poco…
Mi amigo frunció el ceño y se atenazó la barbilla con el pulgar y el
índice de la mano derecha como un hombre de Estado que trata de resolver una
grave crisis internacional.
- ¿Cuál ha dicho que es el número de
su teléfono? - preguntó tras un largo silencio.
- El 34-22.
- Muy bien. Mi padre murió a los
cincuenta y siete años, y mi hermana a los veintiuno. De modo que la primera
mitad del número de su teléfono es la edad de mi difunto padre al morir menos
23…, y la de mi hermana al exhalar el último suspiro, más…
- Deje usted en paz a los muertos. Se
puede proceder de una manera más sencilla. Los dos primeros dígitos de mi
número de teléfono son 34, y los de la segunda cifra 22. Tres y cuatro suman
siete; dos y dos suman cuatro.
- Bien, ¿y qué?
- 7 y 4 suman 11. El 1 y el 1 de 11
suman 2.
- No sé adónde va usted a parar.
La mirada grave que acompañó a sus palabras me turbó un poco.
- Dos- proseguí, -no lo olvide usted,
2…; es decir, 1 y 1, o si le parece a usted mejor, 3 menos 1.
- ¿Y qué?
- No me mire usted de ese modo…Me
azora, me enerva. Si no le gusta a usted este procedimiento, invente otro más
ingenioso.
- Verá usted, verá usted… ¿en qué año
estalló la guerra de Crimea?
- En 1854.
- Muy bien, 54 es la primera mitad de
su teléfono más 20. ¿Cuánto duró la guerra de los Treinta Años?
-
Si mal no recuerdo, treinta.
- Muy bien. 30 menos 8, 22: es decir,
la segunda mitad del número que nos ocupa. El 8 es lo que no sé cómo recordar…
- Es muy sencillo. Los dedos de una
mano más los de un pie…
- ¡Sí, son diez! Le sigo.
- Los dedos de una mano más los de un
pie, tras la amputación de los dos que juzgue usted menos necesarios, son 8.
- ¡Ah, se lo toma usted a broma! Cuatro…,
cuatro…¡Las cuatro paredes del mundo! Ya está todo arreglado: La guerra de
Crimea menos 20 y la guerra de los Treinta Años menos el doble de las cuatro
paredes del mundo. ¡No puede ser más sencillo!
Tres días después me encontré al mnemonista en el teatro.
- ¿Por qué no me telefoneó usted anteayer?
- le pregunté con sorna. –Me pasé todo el día en casa esperando.
- ¡Hombre, tiene gracia! - contestó
de muy mal talante. –¡Soy yo el descalabrado y usted se pone la venda!
- ¿Qué es usted el descalabrado?
- ¡Claro! ¡Se burló usted de mí! En
vez de decirme el número de su teléfono, me dijo usted el número de su querida.
- ¿…?
- No se haga el sorprendido, no.
Llamé, pedí comunicación con el número 34-2, y cuando pregunté por usted me
contestó, furiosa, una voz masculina: “¡Váyase usted al diablo! Y dígale a
Petrus Reinke que, si vuelve a poner los pies en esta casa y no rompe sus
relaciones criminales con mi mujer, le mato como a un perro”.
El mnemonista me lanzó una mirada severa y añadió:
- Cuando se tienen relaciones
amorosas con mujeres casadas hay que ser más prudente.
- ¡Guárdese sus consejos- grité, -y
usted explíqueme por qué razón pidió comunicación con el número 34-2, siendo el
34-22 el de mi teléfono!
- ¿El 34-22? ¿Fue ese el número que
me dijo usted?
- Sí; ¡El 34-22!, ¡¡el 34-22!!, ¡¡¡el
34-22!!!
- ¡No puede ser!
- ¿Cómo que no puede ser?
- Lo grabé muy bien en mi memoria…La
Guerra de Crimea (1854) menos 20…
- ¿Y qué más?
- La Guerra de los Siete Años…
- ¡De los Treinta Años!
- ¿De los Treinta? ¡Ahora me lo
explico todo! En vez de restar de 30 el doble de las cinco partes del mundo,
resté a 7 las 5 partes del mundo.
- ¿Las cinco partes del mundo? ¿No
habíamos quedado en que eran las cuatro paredes del mundo? Cuando se es tan
desmemoriado se deben apuntar las cosas. Con su dichosa mnemotecnia me ha
fastidiado usted.
- ¿Yo?
- ¡Claro! Por culpa de usted no podré
volver a presentarme en la casa del teléfono 34-2.
En vez de lamentar su equivocación, mi amigo me dijo, mirándome con ojos
catonianos:
- No sabía que era usted tan
tenorio…En la primera casa con que se pone uno en comunicación telefónica se le
descubre una querida. Aplicando la teoría de las probabilidades, y teniendo en
cuenta que en la capital hay cerca de sesenta mil teléfonos…
- Muchos de esos teléfonos- repliqué
modestamente, -pertenecen a bancos, a oficinas, a casas de comercio.
- En todos esos sitios hay empleados,
y los amoríos son más fáciles en los establecimientos bancarios y comerciales
que en el hogar doméstico.
La observación era atinadísima y, no encontrando ningún argumento de
fuerza contra ella, callé.
(PETRUS RYPFF)
Cómo funciona la memoria humana (y
cómo nos engaña)
Extraído, con modificaciones, de un
artículo de Sergio Lotauro
Muchas
personas creen que la memoria es una especie de baúl donde vamos almacenando
nuestros recuerdos. Otras, más amigas de la tecnología, entienden que la
memoria se parece más bien a una computadora en cuyo disco duro vamos
archivando nuestros aprendizajes, vivencias y experiencias de vida, de modo que
podamos recurrir a ellos cuando los necesitamos. Pero la verdad es que ambas
concepciones son erróneas.
¿Cómo funciona la memoria humana?
No tenemos ningún recuerdo como tal almacenado en nuestro cerebro. Eso
sería, desde un punto de vista físico y biológico, literalmente imposible. Lo
que el cerebro consolida en la memoria son “patrones de funcionamiento”, es
decir, la forma en que grupos específicos de neuronas se activan cada vez que
aprendemos algo nuevo. Toda información que ingresa al cerebro se convierte en
un estímulo eléctrico químico.
Lo que el cerebro guarda es la frecuencia, amplitud y secuencia
particular de los circuitos neuronales que participan en el aprendizaje. No se
almacena un hecho concreto, sino la forma en cómo funciona el sistema ante ese
hecho concreto. Luego, cuando recordamos algo conscientemente o sin que nos lo
propongamos nos viene una imagen a la cabeza; lo que nuestro cerebro hace es
reeditar nuevamente ese patrón de funcionamiento específico. Y esto tiene
serias implicaciones. Tal vez la más importante es que nuestra memoria nos engaña.
No recuperamos el recuerdo tal cual se almacenó, sino que más bien lo volvemos a armar cada vez que lo necesitamos a partir de la reactivación de los patrones de funcionamiento correspondientes.
El problema radica en que este mecanismo de evocación se da en bloque. La puesta en funcionamiento del sistema puede traer como polizones a otros recuerdos que se han filtrado, que pertenecen a otro tiempo o a otro lugar.
Ciencia e interferencias
Se hizo un experimento que muestra cuán vulnerables somos a las
interferencias de la memoria, y cómo se nos puede inducir sutilmente a recordar
algo de manera equivocada, o que simplemente nunca ocurrió.
A un grupo de personas se les mostró un vídeo en el que se podía
observar un accidente de tráfico, concretamente la colisión entre dos
vehículos. Luego, se les dividió en dos grupos menores y se les interrogó, por
separado, acerca de lo que habían visto. A los miembros del primer grupo se les
pidió que estimaran aproximadamente a qué velocidad circulaban los autos cuando
chocaron.
A los miembros del segundo grupo se les solicitó lo mismo, pero con una
diferencia aparentemente insignificante. Se le preguntó a qué velocidad
estimaban que circulaban los autos cuando uno se “incrustó” en el otro.
Los miembros del último grupo, por término medio, calcularon valores
mucho más elevados que los del primer grupo, en donde los vehículos simplemente
habían “chocado”. Algún tiempo después, se los reunió de nuevo en el
laboratorio y se les pidió detalles sobre el accidente del vídeo.
El doble de los miembros del grupo en el que los coches se habían
“incrustado” en relación a los integrantes del otro grupo dijeron haber visto
cristales de los parabrisas estallados y desparramados por la acera. Cabe
destacar que en el vídeo en cuestión no se había roto ningún parabrisas.
Recordamos a duras penas
Creemos que podemos recordar el pasado con precisión, pero no es así. El
cerebro se ve obligado a reconstruir el recuerdo cada vez que decidimos
recuperarlo; debe armarlo como si se tratara de un rompecabezas del que, para
colmo, no tiene todas las piezas, ya que buena parte de la información no se
encuentra disponible porque nunca se almacenó o quedó filtrada por los sistemas
de atención.
Cuando rememoramos un episodio determinado de nuestra vida, como podría
ser el día que ingresamos en la universidad, o cuando conseguimos nuestro
primer trabajo, la recuperación del recuerdo no se da en forma limpia e intacta
como cuando, por ejemplo, abrimos un documento de texto en nuestra computadora,
sino que el cerebro debe realizar un esfuerzo activo para rastrear información
que se encuentra dispersa, y luego, juntar todos esos elementos diversos y
fragmentados para presentarnos una versión lo más sólida y elegante posible de
lo ocurrido.
El cerebro se encarga de
“rellenar” los vacíos de la memoria. Los baches y los espacios en blanco son
rellenados en el cerebro por retazos de otros recuerdos, conjeturas personales
y abundantes creencias preestablecidas, con el objetivo final de obtener un
todo más o menos coherente que satisfaga nuestras expectativas.
Esto ocurre básicamente por tres razones:
1. Como dijimos anteriormente, cuando vivimos un acontecimiento determinado, lo que el cerebro guarda es un patrón de funcionamiento. En el proceso, buena parte de la información original nunca llega a ingresar a la memoria. Y si ingresa, no se consolida en la memoria eficazmente. Eso forma baches en el proceso que le quitan congruencia a la historia cuando queremos rememorarla.
2. Luego tenemos el problema de los recuerdos falsos y no relacionados que se mezclan con el recuerdo real cuando lo traemos a la consciencia. Aquí ocurre algo similar a cuando echamos una red al mar, podemos atrapar algunos pececillos, que es lo que nos interesa, pero muchas veces también encontramos basura que en algún momento fue arrojada al océano: Un zapato viejo, una bolsa de plástico, una botella vacía de gaseosa, etc. Este fenómeno ocurre porque el cerebro se encuentra permanentemente recibiendo información nueva, consolidando aprendizajes para lo cual muchas veces recurre a los mismos circuitos neuronales que están siendo utilizados para otros aprendizajes, lo que puede provocar cierta interferencia. Así, la vivencia que se desea archivar en la memoria se puede fusionar o modificar con vivencias anteriores, haciendo que terminen por almacenarse como un todo indiferenciado. Otorgando sentido y lógica al mundo que nos rodea.
3. Por último, el cerebro es un órgano interesado en otorgarle sentido al mundo. De hecho, hasta pareciera que siente un odio aberrante por la incertidumbre y las incongruencias. Y es en su afán por explicarlo todo cuando, al desconocer ciertos datos en particular, los inventa para salir del paso y salvar así las apariencias. Tenemos aquí otra fisura en el sistema. La esencia de la memoria no es reproductiva, sino reconstructiva, y como tal, vulnerable a múltiples formas de interferencia.
Efecto de la evocación en el aprendizaje: qué es y cómo funciona
Extraído, con modificaciones de un artículo de Nahum Montagud Rubio
Todos hemos sido estudiantes y sabemos lo tedioso que puede llegar a ser
tener que estudiar para un examen. Es normal sentir pereza al abrir el libro y
repasar el contenido que va a entrar, puesto que queremos dedicar este tiempo a
cosas más divertidas.
Entre las técnicas clásicas que todos hemos usado alguna vez para memorizar el temario tenemos leer y releer y hacernos algún que otro esquema y resumen. Pensamos que, cuantas más veces lo hayamos visto, más lo vamos a retener. Pero, ¿y si en vez de leer y releer practicamos el recuerdo del contenido? Al fin y al cabo, en los exámenes clásicos lo que nos hacen hacer es recordar lo que hemos aprendido, exponiéndolo por escrito u oralmente.
A continuación, vamos a descubrir cuál es el efecto de la evocación en
el aprendizaje y por qué esta técnica puede ser de lo más útil a la hora de
estudiar para un examen.
¿Cuál es el efecto de la evocación en el aprendizaje?
Existen todo tipo de técnicas de estudio. Hay alumnos que, de forma casi
obsesiva, apuntan cada una de las palabras que dice el profesor o profesora en
el aula. Otros prefieren coger el libro y lo subrayan con marcadores de todos
los colores, cada uno para un tipo de dato distinto.
También es común que los estudiantes hagan esquemas y pongan post-it en
las páginas para tener una nota rápida de lo que va esa lección. Sin embargo,
la inmensa mayoría prefiere simplemente leerse el temario, confiando que a más
lecturas más se va a retener en nuestra memoria.
Todas estas prácticas implican diferentes
grados de esfuerzo. Está claro que hacer resúmenes y esquemas son tareas más
complejas que sólo leer y releer una y otra vez. Pero lo que todas estas
técnicas tienen en común es que en ella se repasa el contenido dado, pero no se
practica su recuerdo, su evocación. Cuando leemos o hacemos esquemas volvemos a
ver el temario, pero no estamos haciendo el esfuerzo cognitivo que supone traer
a nuestra conciencia aquello que, supuestamente, hemos aprendido, pese a que es
eso lo que tendremos que hacer el día del examen.
La evocación debería ser parte del estudio. Practicando la vuelta
a nuestra conciencia de aquello que hemos visto en clase o lo leído en los
libros estamos realmente preparándonos para el día del examen. Los exámenes
tradicionales, es decir, aquellos en los que se nos presenta un enunciado en el
que tenemos que exponer lo que en él se pregunta, realmente son ejercicios de
evocación más que para demostrar que hemos obtenido el conocimiento. Puede que
nos hayamos leído la lección una y otra vez, pero no nos sirve de nada si el
día del examen nos quedamos en blanco y no somos capaces de rescatar esa
información.
¿Cómo aprendemos?
Para decir que hemos aprendido un contenido de clase es necesario que se
hayan dado los tres siguientes procesos:
a.
Codificación:
obtener la información.
b.
Almacenamiento:
guardar la información.
c.
Evocación:
ser capaces de recuperarla, con o sin pistas.
La inmensa mayoría de las prácticas estudiantiles se quedan en los dos
primeros procesos y, muy parcialmente, pueden dar lugar al tercero. Cuando
estamos en clase o leemos por primera vez el tema realizamos el primer proceso,
es decir, el de codificación.
Naturalmente, este proceso se dará de mejor o peor forma en base a distintos
factores, como puede ser nuestro arousal (estado de alerta), lo interesante que
nos parezca la lección o si ya conocíamos algo relacionado con lo que estamos
aprendiendo en ese momento.
Luego realizamos el segundo proceso, el almacenamiento. Este almacenamiento lo podemos hacer de una
forma muy pasiva como lo sería leyendo y releyendo el temario. También podemos
hacerlo a través de esquemas y de resúmenes. Realmente no es del todo
equivocado decir que a más lecturas es más probable que mayor información quede
almacenada, pero esto no es garantía de que la vayamos a recordar. Si
comparáramos codificación y almacenamiento con el mundo informático, el primero
implicaría crear un nuevo documento y el segundo sería simplemente guardarlo en
la memoria del PC.
El problema de la mayoría de las técnicas, siguiendo con la metáfora del
ordenador, es que efectivamente implican crear ese documento mental y guardarlo
en algún lugar de la memoria de nuestro cerebro, pero no sabemos dónde. No
sabemos en qué carpeta buscar ese documento, ni si esa carpeta está dentro de
otra carpeta. Estas técnicas sirven para crear los documentos, pero no para
asentar el caminito mental que tenemos que hacer para llegar a tales
documentos. En resumidas cuentas, aprender sería crear el documento, guardarlo
a buen recaudo y saberlo recuperar cuando sea preciso.
En relación con esta misma comparación podemos destacar que, en muchas
ocasiones, el olvido o la sensación del mismo no se debe a que la información
almacenada haya desaparecido, sino a que no somos capaces de recuperarla sin
pistas. Cuando estamos en un ordenador y no sabemos cómo llegar hasta un
documento lo que hacemos es buscar en el propio buscador de programas y
archivos, confiando en que pondremos la palabra clave que nos lleve a él.
Sin embargo, nuestra mente se diferencia de la memoria de un ordenador
en este punto. Si bien el ver o escuchar una pista acerca del contenido que
hemos repasado nos puede servir para recordarlo, este recuerdo puede ser
casual. No lo estamos evocando en sí, esto es, no estamos llegando al documento
íntegro, sino más bien recordamos algunas ideas que más o menos se nos han
quedado más marcadas. Aun así, en los exámenes no se nos dan demasiadas pistas
y es aquí donde nos quedamos pillados.
Hacer un examen es como
montar en bicicleta
La mayoría sabemos montar en bicicleta y recordamos más o menos cómo
aprendimos a llevarla. Al principio nos montábamos en la bici con ruedines para
así aprender a pedalear. Después, nos quitaron esas pequeñas ruedas y con
varios intentos, miedos, pérdida de equilibrio y apoyo de nuestros padres u
otros allegados conseguimos conducir la bicicleta. Todo esto es, en esencia, la
experiencia que todos hemos tenido cuando hemos montado por primera vez en uno
de estos trastos.
Imaginemos que conocemos a alguien que nos dice que él o ella no
aprendió así. A diferencia de nosotros, asegura que se pasó varias semanas
estudiando el mecanismo de la bicicleta, viendo sus planos, el mecanismo de las
ruedas, observando a otras personas montar y que, un día, se sentó encima del
vehículo y, de repente, ya estaba desplazándose con ella. Al escuchar todo esto
pensaríamos que nos está tomando el pelo, que es lo más seguro. ¿Cómo va a
aprender a montar en bici sin haber practicado?
Esto mismo podemos aplicarlo a los exámenes escritos de preguntas
abiertas. De la misma manera que no vamos a aprender a llevar una bicicleta sin
haberlo intentado antes, no podremos exponer todo lo que se supone que hemos
aprendido el día del examen sin antes haberlo practicado. Es necesario que nos
hayamos tomado un tiempo en nuestras sesiones de estudio para tratar de
practicar la evocación, viendo cómo recordamos sin necesidad de pistas tanto
visuales como auditivas.
Los exámenes clásicos son una buena herramienta para ver hasta qué punto somos capaces de evocar el contenido. Con ellos no se evalúa simplemente la codificación, es decir, el haber obtenido la información, ni el almacenamiento, es decir, tenerla en alguna parte de nuestra memoria, sino también la evocación. Si solo quisiéramos evaluar los dos primeros procesos bastaría con usar exámenes tipo test cuyo enunciado y una de las alternativas de respuesta estuviera puesta literalmente como salen en el libro.
Evocar mejor que leer
El motivo por el que pocos estudiantes practican la evocación es que
tienen una idea equivocada de lo que es el aprendizaje. Es común ver entre el
alumnado de todas las edades que crea que aprender significa, simplemente,
absorber los contenidos de forma pasiva, esperando que en el examen los vomiten
mágicamente. Como hemos mencionado, piensan que a más lecturas o esquemas hagan
más tendrán interiorizado el contenido y, a su vez, más fácil lo podrán traer
de vuelta, cosa que realmente no es así.
Durante las últimas décadas se ha estudiado en qué medida practicar la
evocación nos permite asimilar mejor un contenido, es decir, aprenderlo.
Practicar la evocación permite mejorar nuestra capacidad para recuperarlo y,
por lo tanto, mejora la forma en la que demostramos que lo sabemos. Se ha visto
que si tras una sesión de estudio clásico (leerse el contenido o prestar
atención en clase) ponemos a prueba nuestra memoria en vez de releer el
contenido, se obtienen mejores resultados el día del examen.
Aventajados sin saberlo
Como mencionábamos, hay pocos estudiantes que practiquen la evocación de
forma intencional. No obstante, aunque siguen siendo una minoría, no son pocos
los que sí la practican, aunque de una forma espontánea y sin ser conscientes
de hasta qué punto esto refuerza su aprendizaje. Lo hacen como estrategia para
tener la certeza de que se lo saben y, así, ganan un poco de sensación de
calma. No saben que al hacer esto están practicando para el día del examen y,
además, averiguan qué contenidos tienen más débiles para así poder prestarles
mayor atención.
El motivo por el que la mayoría de las personas no practicamos la
evocación al estudiar tiene que ver con nuestras motivaciones y nuestra autoestima,
pese a que a la larga es muy rentable. No practicamos la evocación porque, al
hacerlo, acabamos con una sensación de frustración al descubrir cuántas cosas
todavía no nos sabemos, pese a que irónicamente esto es una gran ventaja en
nuestro estudio, puesto que nos ayuda a evitar perder el tiempo repasando cosas
que ya sabemos y centrándonos en aquello que todavía no tenemos claro.
Es por esta sensación de frustración que los estudiantes promedio
prefieren releerse la lección. Además del poco esfuerzo cognitivo que implica
esta tarea mientras estamos viendo los contenidos que ya hemos codificado y, de
alguna forma, almacenado en nuestra mente nos viene una sensación de
familiaridad. Al leer reconocemos lo que ya hemos visto y tenemos la falsa
sensación de que lo hemos aprehendido, dándonos una sensación de calma pensando
que estamos asimilando íntegramente los contenidos, cosa que rara vez es
verdad.
Esta sensación de familiaridad la podemos ver en estudiantes nada más
acabar un examen. Al entregarlo salen del aula y empiezan a hablar entre ellos
de lo que ha entrado en un acto un tanto sadomasoquista. No es raro ver como un
compañero se sorprende cuando otro dice lo que debería haber puesto en el
examen, diciendo preocupado “¡Pero si me
lo sabía!”. Lo que acaba de pasar es que ha reconocido de qué ha hablado su
compañero, pero en el momento del examen no lo ha podido evocar. Estaba en
algún lugar oscuro de su mente, pero no ha sabido llegar hasta él.
Resumen:
Son muchas las técnicas de estudio que se usan en las aulas hoy en día.
Cada una de ellas implican invertir esfuerzo cognitivo, tiempo y recursos
distintos. Sin embargo, el efecto de la evocación en el aprendizaje es el más
beneficioso de todos, puesto que implica practicar lo mismo que se hará el día
del examen, es decir, recordar sin pistas visuales ni auditivas el contenido
que se nos pregunte en esa hoja de papel.
Leer, releer, hacerse esquemas, resúmenes, subrayar y demás pueden ser
útiles, pero no nos dan la certeza de que lo que estamos viendo en el momento
en que estamos haciendo el repaso lo vayamos a saber evocar el día del examen. Es
por esto que la evocación debe ser una técnica que esté siempre presente en
nuestras sesiones de estudio, puesto que hace que completemos todo el proceso
de aprendizaje: codificación, almacenamiento, evocación. Además, nos permite
ver qué es lo que todavía no hemos aprendido, puesto que si no lo sabemos
recordar ahora no lo sabremos recordar el día del examen.
7 TÉCNICAS de MNEMOTECNIA para MEMORIZAR lo que ESTUDIAS | [Técnicas de Estudio]
No hay comentarios:
Publicar un comentario