Ayer, 19 de noviembre, se celebró el día mundial de la Filosofía, disciplina fundamental a lo largo de siglos y más aún en los tiempos convulsos que corren hoy día, debido, entre otras cosas, al auge, difícilmente comprensible a estas alturas de la película, de propuestas políticas totalitaristas (de derechas y de izquierdas) que proliferan como deleznables “hongos” en distintos puntos del globo terráqueo. Parece que, al final, va a tener razón Thomas Hobbes cuando en su obra El Leviatán (1651) dijo aquello de “homo hominis lupus” (El hombre es un lobo para el hombre) para referirse a que el estado natural del hombre lo lleva a una la lucha continua contra su prójimo.
La muerte de la experiencia
Tom Nichols es profesor de la Escuela de Guerra Naval de EE.UU. y profesor adjunto en la Escuela de Extensión Universitaria de Harvard, entre otros puestos académicos.
Tom Nichols, "The Death Of Expertise"
El autor dice que esta nación, refiriéndose a USA, se ha convertido en
un país obsesionado con el culto a su propia ignorancia. Los estadounidenses
siempre se han mostrado escépticos respecto a los intelectuales y a los
expertos. Hoy día, dice Nichols, esa actitud se ha convertido en abierta
hostilidad. Eso no augura nada bueno. Nichols culpa en parte a las
universidades que no inculcan el pensamiento crítico, y a la proliferación de
fuentes nuevas que confirman los prejuicios de sus audiencias. Nichols no
ofrece muchas soluciones para los problemas que describe, pero brinda una
imagen clara y aterradora de las actitudes actuales estadounidenses. Aunque
siempre políticamente neutral, getAbstract cree que Nichols ayuda a entender el
valor y los límites de la experiencia y brinda ideas para comunicarse con el
público.
Tom Nichols on CNN discussing impeachment
¿La ignorancia es fuerza?
Las décadas recientes han visto un cambio drástico en la manera como la gente ve la experiencia en Estados Unidos. Los estadounidenses siempre han sido escépticos respecto a los intelectuales, los “cerebritos”. Pero hoy día, los legos han convertido ese resentimiento en hostilidad y han elevado el “no saber nada” a una virtud. En general, creen en un tipo distorsionado de igualdad democrática en la que todos son igualmente competentes e igualmente capaces de manejar temas complejos. Desde este punto de vista, el juicio de los expertos en ciencia, política o leyes no tiene mayor peso que la opinión de cualquier otra persona.
“No necesitamos educación”
Como Alexis de Tocqueville observó en 1835, los ciudadanos de la
democracia estadounidense cultivaban una actitud de autosuficiencia
intelectual. Creían que una persona promedio era capaz de administrar las
políticas públicas. Esa actitud se extendió hasta el siglo XX, pero a medida
que el conocimiento se hizo más amplio y más especializado, se abrió un abismo
entre los legos y los expertos que fomentó la desconfianza.
¿Asistimos
a una sobrecarga de información?
Según Levitin, en los últimos
10 años los humanos hemos generado más información que en toda la historia de
la humanidad, concretamente, 300 exabytes de datos, en comparación a los 30
exabytes que se habían creado en la década de los 2000. Además, según ha explicado el experto en The
Big Think, todas las personas tienen ahora, gracias a Internet, la posibilidad
de convertirse en 'expertos' sobre cualquier tema. Esto lo consiguen a través
de sus opiniones o comentarios en la Red.
Por su parte, Tom Nichols cree que asistimos a "la muerte de la
experiencia". Nichols entiende ésta como la 'muerte' de cualquier
reconocimiento de las experiencias como algo que debe alterar nuestros
pensamientos o cambiar la forma en la que vivimos.
El ejemplo perfecto de lo que Internet está haciendo lo encontramos en
la medicina. Los profesionales de la salud han perdido la autoridad que tenían
antes de Internet. Ahora, cualquiera puede 'autodiagnosticarse' teniendo un
ordenador a mano.
Para el experto, los seis efectos secundarios de la era de la
información son: la demagogia, la confusión mental, la pérdida de
competencia, la cibercondria, la infalibilidad y el miedo.
Las grietas de América, bajo la piel de un país dividido
Es un libro, quizás, sobre la cara oculta de la primera democracia moderna; o sobre su cara más evidente. Sobre las desigualdades que construyeron el país desde la Revolución, sobre el poder de la supremacía blanca y la Resistencia que la combate desde el principio. Y, sí, también es un libro sobre la América de Trump. Sobre la crispación que crepita bajo la piel de un país dividido y distorsionado. Esperemos que la salida del susodicho “tramposo” de la Casa Blanca, si finalmente se produce, habida cuenta de su resistencia a abandonarla, con el pretexto de que su derrota se ha producido por un enorme fraude electoral, traiga otro panorama más democrático, más limpio, menos “casposo”. Trump es el súmmum del populismo, ejemplo para otros mandatarios de tres al cuarto que, en distintos países, léase España, Brasil, Reino Unido, Eslovenia, Bielorrusia, etc. pretenden devolvernos a tiempos pasados donde imperaron hasta no hace mucho tiempo, regímenes totalitaristas (España, Argentina, Chile, URSS…).
Mikel Reparaz: «CADA VEZ QUE HA HABIDO UN AVANCE DE
LAS MINORÍAS, LA SUPREMACÍA BLANCA HA RESPONDIDO»
En marzo, cuando la COVID-19 se
convirtió en pandemia y España quedó confinada, Mikel Reparaz (Navarra, 1975)
estaba a punto de volver de Nueva York, el que fue su hogar durante los cinco
años que trabajó como corresponsal en Estados Unidos. Durante aquella época, le
tocó vivir dos eventos que le dejaron huella: el asesinato de Freddie Gray a
manos de la policía en Baltimore (2015) y el de Heather Heyer como resultado de
un ataque de un neonazi en Charlottesville (2017). La primera sucedió durante
la presidencia de Barack Obama, el primer presidente negro del país. La
segunda, durante la de Donald Trump, «el presidente más blanco que ha habido».
En su libro Las grietas de América: Bajo la piel de un país dividido
(Península, 2020), estos dos conflictos desgranan los entresijos de un
conflicto político y social enquistado en el país desde su fundación.
Pregunta: En tu libro haces un
recorrido por las protestas de los últimos años en Estados Unidos. Nos muestra
un país lleno de crispación. ¿Cómo se ha llegado, como dices, a «Los Estados
Divididos de América»?
Respuesta: Mis años de corresponsal
coincidieron con un momento histórico muy interesante de Estados Unidos: el
cambio de la presidencia de Obama a la de Trump, es decir, del primer
presidente negro de la historia al presidente, seguramente, más blanco que ha
tenido Estados Unidos durante estas últimas décadas. Se trata de un momento de
un cambio brusco y de trauma para la sociedad. Ha sido una mina periodística no
solo por el hecho de que haya habido disturbios, sino porque la sociedad estaba
traumatizada y muy crispada por un fenómeno que venía de mucho antes de que
Trump llegara a la Casa Blanca. La presidencia de Obama provocó un
cortocircuito en la mayoría de la población blanca –más del 70%– conservadora.
Él, en sus políticas, planteaba algunas medidas, como Obamacare, por ejemplo,
que atacaban directamente a lo que lo que esta población mayoritaria y
conservadora creía que eran los valores estadounidenses. Lo que defiendo en el
libro es que Obama provocó Trump es decir, este último es una consecuencia de
la era Obama. En ese momento histórico me he encontrado con los Estados
Divididos de América, porque las grietas que se han ido abriendo en la sociedad
tienen unas raíces muy profundas, históricas. En Estados Unidos hay un
conflicto político sin resolver desde la fundación del país, pero que en este
momento histórico de cambio y de trauma ha aflorado con muchísima fuerza. Lo
estamos viendo ahora, sobre todo durante estas últimas semanas o meses, y especialmente
lo veremos durante esta campaña electoral: Trump está utilizando
deliberadamente esa crispación y esa división para ganar las elecciones. «Con
la pandemia, Trump se ha agarrado a lo que le queda: presentarse como el
presidente de la ley y el orden»
P: ¿Tan poco ha cambiado la tierra de
las oportunidades desde su fundación?
R: Lo ha hecho y, además, para bien.
Ha habido muchísimas conquistas sociales durante los más de dos siglos de
existencia del país. Este mismo conflicto provocó una guerra civil de la que
salió la emancipación de los esclavos. Después, en los años sesenta, se
conquistaron los derechos civiles, el New Deal de Roosevelt… Hasta la
presidencia de Obama fue un gran avance para la diversidad en Estados Unidos.
Sin embargo, cada vez que ha habido un avance, cada vez que las minorías han
conseguido una conquista, la supremacía blanca ha respondido. En el
libro lo llamo el gran arácnido, un
monstruo que se quedó en las estructuras, entre los pilares y las columnas de
esa nueva democracia, la primera del mundo moderno. Cada vez que alguien
intenta destruir su tela de araña, esta supremacía blanca responde. Ocurrió
después de la emancipación de los esclavos con la segregación, con el
macartismo después de los cambios que puso en marcha el presidente Roosevelt,
con Nixon… La historia de Estados Unidos es la historia de esas dos Américas.
Continuamente ha habido avances y retrocesos y, en ese proceso, ha cambiado. Durante estas últimas décadas, EEUU ha sido
el faro del mundo, en lo cultural, en lo artístico, en la ciencia, en la
tecnología… Pero es un país que está agrietado, especialmente en ese concepto
de la gran América. En lo internacional, en lo geopolítico, además, está
perdiendo peso y eso se nota en la sociedad.
P: El año pasado decidiste hacer una
ruta en autobús y tren por los doscientos cincuenta kilómetros que separan
Baltimore de Charlottesville, haciendo escala en Washington, es decir,
visitaste los puntos calientes de las protestas raciales. Ahora, esos mismos
lugares están siendo arrasados por la COVID-19. ¿Qué crea más sensación de
inseguridad entre los vulnerables, la brutalidad policial o el virus?
R: Ahora se mezcla todo. Trump tenía una gran baza electoral: la buena
marcha de la economía y la buena gestión económica. Ese castillo de naipes se
le ha caído con la llegada de la pandemia, el paro ha crecido, la situación
económica ha empeorado y doscientos mil estadounidenses han muerto por el virus.
En este contexto, se ha agarrado a lo que le queda: presentarse como el
presidente de la ley y el orden y, de alguna forma, echar más gasolina al fuego
de la división. Eso a Trump le conviene para poder ganar en ese sector
demográfico y sociológico que le va a votar, que son los blancos conservadores
de clase media.
«En
Estados Unidos conviven dos países paralelos y dos sociedades que ni se hablan
ni se ven»
P: Charlottesville, Jacksonville,
Ferguson, Atlanta, Baltimore… son lugares que se han colocado bajo el foco
mediático precisamente por las protestas multitudinarias contra la violencia
racial. ¿Son ahora las movilizaciones masivas más intensas que antes o es que
antes no había tanto interés?
R: La brutalidad policial ha existido
siempre y la minoría más golpeada ha sido siempre la comunidad negra. Cuando
los móviles empezaron a tener cámara comenzamos a ver esa realidad, que estaba
oculta, en las redes sociales. 2014 y 2015 son los años de las grandes
protestas en Ferguson, en Baltimore… Ahí surge el movimiento Black Lives
Matter y empieza esta nueva oleada de manifestaciones. Lo que estamos
viendo ahora es que tenemos una sociedad mucho más dividida por la presidencia
de Obama y un presidente que echa gasolina al fuego. Estados Unidos ha pasado una línea roja que hasta ahora no se había
sobrepasado: la del enfrentamiento civil. Durante las últimas semanas lo
hemos visto en Kenosha, cuando un chico de 17 años armado con un fusil mataba a
dos manifestantes de Black Lives Matter, y después en Portland, cuando un
militante antifascista mataba a un seguidor de Trump, y después era asesinado
por la Policía Federal. Esto no tiene precedentes, al menos, no en las últimas
décadas. Estamos ante un enfrentamiento
civil en toda regla y las elecciones no parece que vayan a calmar esta
situación.
P: ¿Podemos hacer paralelismos entre
las manifestaciones actuales y las reivindicaciones de figuras como Martin
Luther King Jr., Malcolm X o, incluso, los Panteras Negra?
R: Creo que sí, aunque la historia nunca se repite. La actual no es la misma situación que la de
los años 60 del siglo pasado, pero tampoco son los años 30, como dicen otros.
No estamos ante un auge del fascismo. Pero
hay muchas cosas en común, como la crispación. En Estados Unidos conviven
dos países paralelos, dos sociedades que ni se hablan ni se ven. Tenemos a dos
grupos de personas en dos salas de cine diferentes: unos están viendo la
película de Fox News y otros la de la CNN o del New York Times. No están viendo
la misma realidad. Y luego, cuando salen a la calle, tampoco hablan ni se ven. Hay una división total y es uno de los
motivos por los que estamos viendo lo que estamos viendo. Si a eso le sumas el
conflicto político y racial sin solucionar en Estados Unidos, tienes una mezcla
explosiva.
P: La muerte de George Floyd provocó
una reacción en cadena de protestas en todo el mundo, pero la discriminación
contra la población racializada no es exclusiva de Estados Unidos, se da en el
resto del continente americano y también en Europa. ¿Por qué se reacciona así
ante un caso allí, pero no ante los de aquí?
R: En Colombia acabamos de ver una
reacción muy fuerte contra un caso de brutalidad policial, pero es cierto que
en otros lugares no se reacciona de la misma manera o, al menos, no con la
misma intensidad. Después de la muerte de George Floyd en Minneapolis sí que se
extendieron las protestas de Black Lives Matter a Europa. Lo vimos en Londres,
en París… Pero no es la misma situación porque la historia, la sociedad y la
cultura de Estados Unidos no tiene nada que ver con la nuestra, a pesar de que
nosotros somos su satélite cultural. En Europa no hay ningún país en el que
haya más armas que personas y en el que, potencialmente, cualquier persona esté
armada. El nivel de violencia en EEUU,
por el simple hecho de poder llevar un arma, es mucho mayor. La historia de
Estados Unidos y de España es muy diferente, y nuestros valores también. A
pesar de que aquí el racismo existe y está extendido, no existe el mismo
conflicto que en Estados Unidos, precisamente porque se trata de un conflicto
político.
P. ¿Es el Black Lives Matter ya un
movimiento global?
R: Sí. Es un movimiento que está
teniendo repercusión en diferentes países y, de alguna forma, eso es bueno.
Como decía el escritor James Baldwin, los estadounidenses blancos tienen
que convertirse en negros y, en el momento en que lo hagan, se solucionará este
conflicto: verán las desigualdades de un país fundado sobre la economía
esclavista que ha provocado una minoría oprimida que sigue estándolo. En el
momento en que los blancos renuncien a sus privilegios verán realmente lo que
está pasando, eso es lo que intenta hacer el movimiento Black Lives Matter. Lo
que pasa es que, en otros sectores sociales, en el medio oeste de Estados
Unidos, en los Apalaches, en zonas donde hay muchos blancos sin privilegios que
viven en pobreza, este mensaje no se entiende. Y ahí surge el conflicto.
«Se ha cruzado una línea roja que
hasta ahora no se había traspasado: la del enfrentamiento civil»
P: Dedicas un capítulo de Las grietas
de América a un lugar imaginario llamado Trumpistán. ¿Cómo lo describirías?
R: Trumpistán para mí es un concepto que intenta reflejar un país imaginado por Trump y donde el conflicto racial, las desigualdades y la división es lo que predomina. Estados Unidos con Trump –y esto es mi punto de vista– ha empeorado en muchísimas cosas, y lo peor es la división, la falta de diálogo, la estridencia, todo el mundo grita… nada de esto favorece la reconciliación ni la solución del conflicto.
P: En el libro explicas cómo los
resultados electorales en Estados Unidos están cocinados por los estados. Con
elecciones a la vuelta de la esquina, ¿qué tácticas se utilizan para «suprimir
los votos de las minorías», como escribes?
R: Como en todas las democracias, hay
imperfecciones. Una de ellas es su sistema electoral, donde no se prima el voto
individual –una persona un voto–, sino el poder de los estados. Se reparten los
votos en función del número de delegados que tiene el colegio electoral de cada
estado. Esto provoca que haya algunos que son cruciales, donde quien quiera
ganar tiene que ganar. Trump lo sabe muy bien y, por eso, ha hecho siempre
campaña dirigiéndose quirúrgicamente a personas que están en condados muy
concretos, porque si gana en esos lugares ganará en el estado y si gana en esos
estados, ganará la presidencia. Todo esto ha provocado que los partidos hagan
trampas. Y el gerrymandering –la
manipulación de las circunscripciones electorales para influir en los
resultados– o el cambio de los distritos electorales responde a esto. Es
algo ha hecho el Partido Republicano y también el Demócrata. Aquí, el factor
racial es muy importante: en un estado donde hay una mayoría republicana
(blanca), la Asamblea decide cambiar un distrito partiendo una bolsa de voto
negro, por ejemplo. Esto tiene repercusiones electorales y todos lo saben.
Incluso ha habido sentencias del Tribunal Supremo de Estados Unidos en contra
del gerrymandering, pero es algo que se sigue haciendo. Me costó mucho, como
corresponsal, llegar a entender el sistema electoral del país. No hay que
olvidar, por ejemplo, que Hilary Clinton tuvo tres millones de votos más que
Trump y, sin embargo, no es la presidenta. Eso en las elecciones de este año va
a tener muchísima importancia. El presidente sabe a quién se dirige con ese
discurso del miedo: sabe que, si hace campaña para atemorizar a ciertos sectores
de la población, va a conseguir su apoyo.
P: Tal y como está la situación
actualmente, ¿qué crees que pasará el 3 de noviembre?
R: No me atrevo a hacer ningún
pronóstico porque en 2016 todos le daban una victoria muy amplia a Hillary
Clinton y ya ves dónde está ahora. En este momento, todas las encuestas le dan
la victoria a Joe Biden, pero esas encuestas nacionales, por ese sistema electoral
que explicaba, no sirven para nada. Habrá que ver cómo evoluciona la situación
de aquí a las elecciones y no olvidar que la baza del Trump es la división. Si
consigue mantener este ambiente que se vive ahora en Estados Unidos, tiene
muchas posibilidades de ser reelegido.
Esta entrevista se realizó semanas antes de las elecciones USA,
afortunadamente para los estadounidenses, y para el resto de ciudadanos del mundo,
Trump ha salido derrotado. Es un populista, algo psicópata y no bien dotado
intelectualmente. Como un niño malcriado, tiene una rabieta pueril y recurre a
una pataleta increíble en su Norteamérica “del alma”, recurriendo al fraude
electoral como motivo de su derrota.
Dice que no se va a ir de la Casa
Blanca, pero cada vez está más aislado, hasta sus hasta ahora fieles seguidores
le empiezan a dar la espalda. No le deseo la muerte a nadie, pero, si no sale
por su pie será desalojado a la fuerza. A un servidor no le importaría que lo
sacaran con los pies por delante, bien sea porque se autoinmole (antes muerto
que sencillo) o porque lo tengan que abatir los militares por empecinado. Ya se
sabe que, en esto, los americanos, no se andan con chiquitas y el uso de las
armas como solución lo tienen más que asumido.
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