BLAS DE OTERO
Un servidor, como Blas de Otero hace muchos años, pido la paz y la palabra, ¡Olvidemos los viejos rencores, ¡ya está bien, pasemos página de todo lo malo, guerra, dictadura...! ESTÁ CLARO QUE LOS EXTREMOS SE TOCAN...
PETRUS RYPFF
A la inmensa mayoría
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.
Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.
Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.
Blas de Otero Muñoz (Bilbao, 15 de marzo de 1916 – Majadahonda, Madrid, 29 de junio de 1979) fue uno de los principales representantes de la poesía social y la poesía intimista de los años cincuenta en España.
Biografía
Blas de Otero nació el 15 de marzo de 1916 en Bilbao. Nieto de un capitán de la Marina Mercante y de un reputado médico, durante su primera década de vida disfrutó de una infancia de niño rico, con institutriz francesa. A los 7 años entró en el colegio de Juana Whitney, madre de María de Maeztu; pero tuvo que abandonar ese entorno pedagógico progresista para cursar el Preparatorio e Ingreso al Bachillerato en un colegio de jesuitas.
Concluida la Gran Guerra, en
1927, iniciado el proceso de la depresión postbélica, la familia quedó en la
ruina y decidieron mudarse a Madrid, donde sacó su título de bachiller en el
Instituto Cardenal Cisneros. Cuando tenía trece años murió su hermano, tres
años mayor que él, y tres años después falleció su padre. Aun sin vocación,
pero para continuar los pasos de su hermano muerto, en 1931 comenzó a estudiar
Derecho; pero la ruina familiar le obligó a volver a Bilbao.
Con quince años regresa a su ciudad natal con su madre y sus dos
hermanas. Trabaja y estudia totalmente integrado en el sustento de la
«maltrecha economía familiar». Colabora en algunas publicaciones. Firma con el
seudónimo de “el Poeta” en el periódico El pueblo Vasco, y dirige la página “Vizcaya escolar” (portavoz de los
estudiantes católicos en 1935). También publica sus primeros poemas y gana un
premio de poesía dentro de las celebraciones del centenario de Lope de Vega.
Obra influenciada por los místicos españoles y la literatura cristiana, como las Baladitas humildes, publicadas en la
revista jesuítica de Los Luises, precursora de Alea y Nuestralia. En 1935 se
licenció en Derecho en Zaragoza.
Al producirse el golpe de Estado en España de julio de 1936, Blas se incorporó a los batallones vascos como sanitario, pero después de la toma de Bilbao y un tiempo en un campo de depuración, fue reenganchado por el bando franquista y enviado al frente de Levante.
Concluida la guerra civil española, entró a trabajar como abogado en una
empresa metalúrgica vizcaína. También hace crítica musical y de pintura para el
periódico Hierro. Poco después comenzó a publicar en Cuadernos de Alea,
donde apareció Cántico espiritual, su
primera obra de cierta extensión. Aunque fue uno de los padres de Alea, no era
uno de los más asiduos, quizás por su espíritu solitario. Alea fue, en
principio, tertulia artística y punto de encuentro para intelectuales de toda
índole. Le sucedió Nuestralia, un núcleo más cerrado formado por Blas de Otero
y otros cuatro amigos, donde comenzó a experimentar con recursos expresivos
desconocidos. En ese periodo de su obra reúne influencias de Juan Ramón
Jiménez, la Generación del 27, Rabindranath Tagore, Miguel Hernández y César
Vallejo. Acostumbraban a citar y recitar versos en sus reuniones: muy
posiblemente, en este tiempo adoptó Blas de Otero el que había de ser uno de
sus recursos más interesantes: la intertextualidad.
En 1943, abandonó la empresa bilbaína y siguiendo su vocación literaria,
viajó a Madrid para matricularse en Filosofía y Letras. Defraudado por el
ambiente universitario de posguerra, regresó a Bilbao cuando su hermana mayor
(que se había quedado a cargo de la familia) enfermó y no pudo seguir
trabajando. De nuevo en Bilbao, se dedicó a dar clases particulares de Derecho
y a preparar unas oposiciones.
En 1945 sufrió una crisis depresiva que lo llevó a recluirse en el
sanatorio de Usúrbil. Fruto de ello serán las tres obras de su ciclo
existencial: Ángel fieramente humano
(que presentó al premio Adonáis), Ancia
y Redoble de conciencia, libro
con el que ganó el premio Boscán en 1950. Ese año conoce en París a la actriz y
poeta vasca Tachia Quintanar, con quien mantuvo una relación amorosa y conservó
su amistad durante el resto de su vida. En 1955 empieza a ser considerado por
sectores de la crítica como uno de los grandes poetas de la posguerra.
A pesar de su espíritu solitario, en ese periodo hace amistad con poetas
y artistas del grupo bilbaíno y viejos alumnos del Instituto Cisneros. Su obra
recibe la atención de Dámaso Alonso y Alarcos, y aparece en antologías. Sin embargo,
se autoexilia en París donde comienza a relacionarse con círculos del exilio
español y llega a afiliarse en 1952 al Partido Comunista de España. En ese
París se fraguó Pido la paz y la
palabra. De nuevo de regreso en España, Blas de Otero se integrará en
círculos obreros y rurales. Trabajó con mineros; recorrió los pueblos del interior
de Castilla y León viviendo del trabajo. También concluye Pido la paz y la
palabra y comienza En castellano.
Entre 1956 y 1959 vivió en Barcelona, donde frecuentó los grupos artísticos locales, que al parecer rechazaron el libro En castellano, pero consiguió que Ancia ganase el Premio de la Crítica en 1958 y el Premio Fastenrath en 1961.
En 1960 viajó a la URSS y China invitado por la Sociedad Internacional de Escritores. Por esta época se publicaron (fuera de España debido a la censura) Esto no es un libro (Puerto Rico, 1963) y Que trata de España (París, 1964). En 1964 se trasladó a Cuba, donde se casó con Yolanda Pina y le fue concedido el Premio Casa de las Américas. Tras tres años de vivir en La Habana, en 1967 se divorció y regresó a Madrid, donde recuperó su relación sentimental con Sabina de la Cruz. Durante ese último periodo de su vida publicó numerosas antologías recopiladas por él mismo, y un puñado de libros nuevos. El 29 de junio de 1979 murió en su casa madrileña de Majadahonda de una embolia pulmonar, y fue enterrado en el cementerio civil de Madrid.
La poesía religiosa de Blas de Otero se encuadra en sus primeros años de
vida, alrededor de 1935, en la época en la cual aún era católico creyente y
practicante. La producción poética de estos años no es muy abundante, e incluso
el poeta renegó de ella años después y situó el inicio de su creación poética
en Ángel fieramente humano,
dado que había dejado de comulgar con los preceptos clericales y cristianos de
estos poemas. Se plantea la duda de si hay que darle importancia a esta etapa
como tal o no; si habría, quizá, que considerarla tan sólo una suerte de
práctica poética para lo que habría de venir después. Sin embargo, no debe
olvidarse que lo que produce la poesía existencial de Blas de Otero es,
precisamente, su pérdida de fe: es decir, el fracaso de los temas de su primera
etapa y la oposición con estos. Así pues, resulta imprescindible tratar también
esta etapa, que, si bien no tiene tanta importancia como las demás por sí sola,
resulta clave para la posterior evolución poética.
Sin contar
numerosos poemas sueltos, muchos de los cuales vieron la luz en diversas
publicaciones de la época, la única obra de esta etapa es Cántico espiritual. Se trata de un poema de amor a lo
divino, siguiendo los preceptos de la poesía religiosa castellana y,
concretamente, de la mística. Su estructura es cuatripartita: una «Dedicatoria»
inicial en forma de soneto; una «Introducción» de 189 endecasílabos libres;
«Liras», compuesta por 10 liras; y el «Final», dos villancicos y dos sonetos.
A lo largo de la «Introducción», la forma habitual es un diálogo de amor
abierto entre el «yo» del poeta y un «tú» divino. El «yo» es un amante deseoso
de recibir al amado; en su presencia se desencadena una reacción paradójica de
inmensa felicidad e intenso dolor. La paradoja como figura retórica, como en
toda la poesía mística, cobra una gran importancia: se recurre a ella para
tratar de expresar lo inefable.
El amor divino es un sentimiento que da la vida, pero provoca dolor y
sufrimiento. El amante se entrega a él sin condiciones ni miedo: su corazón es
un «blanco», una «diana», y el amor es una «flecha»; también es un «surco» que
recibe la semilla de Dios para dar vida: la vid y la espiga, símbolos del
sacramento de la Comunión y también del mismo Cristo. En la unión entre el
hombre y Dios, el poeta participa de su eternidad divina.
Pero estas ansias de unión, estos anhelos no se ven realizados: son una
aspiración, un deseo ferviente que provocará dolor hasta que no se cumpla. Y no
se cumple porque el hombre es mitad cuerpo y mitad alma: y en ese binomio, sólo
el conocimiento puede servir para acercarse a Dios. Pero ese acercamiento
siempre será imperfecto y superficial, dado que, si viene de los sentidos,
estos sólo son capaces de captar las apariencias y la superficialidad; y si
viene de la razón, será un conocimiento parcial y mediatizado. Así pues, Dios
es inalcanzable, incognoscible: el Absoluto, aunque se manifieste en las cosas
concretas, no es alcanzable por el saber del hombre, porque sus modos de
conocimiento son, por definición, insuficientes. La única manera que le queda
es, pues, la fe: el abandono al sentimiento puro.
El «yo» se manifiesta desvalido, en lucha entre la ascensión y la caída,
la gracia y el pecado, y sólo Dios puede darle la tabla de salvación que
necesita. La divinidad da sentido a la vida y ayuda a superar las limitaciones
y defectos: así se impone la vía purgativa en la poesía de Otero, puesto que
Dios no puede aceptar a un ser imperfecto junto a él o convertirse a su vez en
imperfecto sin contradecir su esencia de perfección absoluta. Es el hombre
quien debe buscar a Dios. El hombre, aislado y solo, llama a Dios y aviva su
deseo de no ser más incompleto: así se pasa a la vía iluminativa, en la cual se
acerca la presencia de Dios y se inicia un diálogo de unión.
Sin embargo, la súplica no se realiza. El Cántico espiritual muestra un
proceso de desarrollo místico a través de la vía purgativa e iluminativa, pero
inconcluso, sin la unitiva. La unión mística no llega a realizarse, pero aparece
una alternativa. La unión con el absoluto se cristaliza en la creación poética:
ya que parece imposible alcanzar a Dios, se encuentra cierta salvación en la
propia poesía. La vivencia religiosa se convierte en experiencia estética.
En las «Liras» se manifiesta el nacimiento y la realización de este acto
estético, como respuesta a la eterna lucha interior del hombre entre la
realidad y los sueños, la luz y la oscuridad, la eternidad y la nimiedad que
están dentro del corazón de cada hombre. La poesía, igual que la fe, eleva al
hombre desde sus imperfecciones y lo conduce hasta convertirlo en algo mejor: A
través de la poesía, por tanto, se puede acceder a los umbrales de la plenitud.
La vivencia de perfección se realiza en una experiencia estética que nace de
una vivencia religiosa. Se trata de una prédica de la salvación humana en la
misma poesía: la religión es el principio del
proceso y no su culminación.
El «Final» da un
giro a la temática al volver a colocar la salvación humana en Dios. Sin
embargo, una vez más no aparece la vía unitiva: la única manera de alcanzar la
unión con Dios es la muerte. En esta vida sólo se puede aspirar a vivir la
gracia y sentir la presencia divina.
A la época existencialista de Blas de Otero corresponden los títulos Ángel fieramente humano (1950), Redoble de conciencia (1951) y Ancia (1958).
Antes de entrar en consideraciones acerca de la poesía existencialista
oteriana es conveniente explicar qué es el existencialismo, movimiento
filosófico en el que se basa y cuyos preceptos recoge para conformar la
estructura temática de su obra.
El existencialismo tiene su antecedente a
finales del siglo XVII, con Blaise Pascal, aunque nace de manos del filósofo
danés Sören Kierkegaard y se desarrolla principalmente en el período de entre
guerras. Básicamente, postula que existe una gran diferencia entre «ser» y
«existir». «Ser» es un hecho pasivo: los objetos «son», porque no protagonizan
ninguna acción; en todo caso son receptores de ellas, no pueden elegir su propio
destino. Son lo que son en sí, sin posibilidad de cambiarse a sí mismos. Sin
embargo, el hombre «existe»: no tiene por qué coincidir con lo que es, puede
cambiar su propio ser con sus decisiones. Es lo dinámico (el hombre) frente a
lo estático (los objetos, lo inanimado). El hombre se caracteriza por tener
finitud espacial y estar contenido en una contingencia temporal: es decir,
tiene un cuerpo mortal (en esto es una crítica del «ser» concebido como
eternidad).
Así pues, el hombre no sólo «existe», sino que además debe hacerlo. En
el existencialismo hay una defensa de la vivencia subjetiva por encima de la
objetividad pura, como respuesta a la filosofía de Hegel que creía en la
posibilidad de un conocimiento racional, objetivo y puro de todas las cosas del
mundo. Es por esto que se postula el individualismo moral: cada uno debe ser
responsable de sus propias acciones y decidir su código ético. No existe, pues,
ninguna base objetiva para defender las decisiones morales; el mayor bien para
un individuo es encontrar su propia y única vocación. Se trata de una crítica a
los «más allá» metafísicos para centrarse en el «más acá»; una alternativa a
las filosofías que analizan el conocimiento objetivo y las concepciones
sistemáticas del mundo para centrarse en el hombre, en su vida y su muerte.
Una corriente importantísima dentro del existencialismo, y que
probablemente marca más que ninguna otra la poética oteriana, es la iniciada
por Jean Paul Sartre: una filosofía primordialmente moral, que denuncia el
compromiso del hombre con su propia libertad. No existe una predestinación, no
hay dioses ni almas: cada uno es responsable de sus propios actos, está solo,
sin más. Ese sentimiento de soledad
existencial es uno de los pilares de esta etapa poética de Otero. El existencialismo
sartriano se inscribe dentro del marxismo, difiriendo de éste en una negación
de todo totalitarismo: el hombre debe tener libertad para ser lo que le
parezca.
En Blas de Otero el existencialismo aparece en una etapa de transición,
como respuesta a la crisis espiritual de 1945 durante la cual pierde la fe. A
través de ella llega a lo que será el estadio definitivo de su poética, la
poesía social. Sin embargo, esta etapa tiene entidad propia y valor de por sí.
Tras los intentos de unión mística de la etapa religiosa, el yo poético
se queda solo y comienza la búsqueda agónica de una nueva fe o una razón para
vivir. El hombre es un ser destinado a la muerte en un contexto de desolación y
ruinas; ansioso por sobrevivir, por no perderse en la nada, busca a Dios. Lo
que antes era una llamada ahora es una pregunta a gritos. Sin embargo, solo
obtiene silencio como respuesta; en ese silencio su corazón se llena de miedo,
miedo a la muerte que le aprisiona y le condena a que todas las cosas que está
haciendo no sirvan para nada.
En esta poética, al igual que en la anterior, hay sólo dos personas: yo
(el poeta) y tú (Dios). Pero los papeles han cambiado: el tú está ausente. Cansado
de gritar sin respuesta, el yo vuelve su mirada hacia su propio interior y lo
encuentra destruido, roto, arruinado, como una ciudad arrasada por una guerra.
Busca en la poesía la salvación humana, algo que integre la plenitud vital con
la humanidad mortal.
Tampoco en su propio interior está la respuesta que alivie el terrible
sufrimiento de la voz del poeta. Al hacerse consciente de su propia tragedia,
el yo reconoce la existencia de otros hombres con el mismo problema que él.
Tras un largo proceso de búsqueda poética, que va del «tú» al «yo» y del «yo» a
«los demás», empieza a vislumbrar la salida del largo túnel: no hay que
renunciar a nada por una vida futura ni hay que negar la propia humanidad. Lo
que debe hacerse es aceptar el propio destino, y así encontrar un nuevo
absoluto de vida. De este modo halla dos tablas de salvación: el amor y la
poesía.
El tema del amor en Blas de Otero está presente a lo largo de toda su
obra con distintas manifestaciones: hacia Dios, hacia la mujer, hacia el prójimo;
su poesía es a veces espiritual, otras carnal y otras humana, pero ante todo
amorosa. El amor espiritual aparece sobre todo en su primera etapa; el humano,
en la tercera. El amor carnal se muestra durante toda su obra poética, pero es
sobre todo durante la época existencial en la cual sirve de puente que conecta
el amor hacia lo Absoluto con el amor hacia lo mundano; es una de las
herramientas líricas que llevan a la voz del poeta hasta la solidaridad con sus
semejantes. El amor que siente el poeta busca un destinatario a quien poder ser
entregado por entero; pero el amor divino sólo le devuelve silencio; el carnal
es temporal y se termina; sin embargo, el amor al prójimo, que empieza a
intuirse, parece ofrecer lo que el yo está buscando. Gracias a esa intuición el
poeta es capaz, tras aceptar su propia finitud y sus limitaciones, de dirigir
su mirada hacia los demás y crear una nueva persona poética: el «nosotros» que
configurará la tercera y última época de su poesía.
Las tres obras existencialistas de Blas de Otero mantienen una misma
línea temática, con idéntico punto de partida, desarrollo y meta, aunque
distinto tratamiento de los mismos asuntos, cierta graduación de contenidos y,
sobre todo, distinta estructura. Ángel
fieramente humano: en general, los poemas que lo componen mantienen
cierto clasicismo formal. Su estructura es de introducción (presentando el problema existencial y el
estado anímico del poeta), desarrollo
(la búsqueda poética de una nueva razón vital) y conclusión (hay que aceptar la propia mortalidad; el hombre tiene
valor de por sí, y es a él y no a Dios a quien debe dirigirse la poesía).
Redoble
de conciencia:
Esta obra también está marcada por el clasicismo formal y tiene una estructura
casi equivalente a la de Ángel fieramente humano.
Ancia está compuesto por 32 de los poemas de Ángel fieramente humano, todos los de Redoble de conciencia y 49 poemas nuevos. La estructura también es tripartita, pero el distinto orden en que aparecen las composiciones ofrece una lectura distinta: la introducción reitera la defensa de un personaje colectivo, y el epílogo la aceptación de la naturaleza del hombre en general y el poeta en particular. El desarrollo está dividido en cuatro partes: la primera desarrolla el enfrentamiento entre el hombre y Dios; la segunda trata la salvación del hombre en el amor de la mujer; la tercera desmitifica e ironiza sobre la religión; la cuarta intensifica la realidad histórico-política del poeta, España y Europa. En Ancia se refuerzan las cuestiones humanistas y se debilita el planteamiento de los problemas metafísicos y teológicos: es la proclamación de la postura poética a favor del hombre. En cuanto a la forma, aunque siguen apareciendo poemas de corte tradicional y clasicista, hay otras composiciones de nueva tipología: poemas en prosa y versículos y poemillas breves (pareados, aforismos, chistes...).
Luis Castresana-Pío-Blas de Otero-Rafael Morales
El principal paso que da la poesía existencial para volverse social es
el cambio de persona, del «yo» al «nosotros». El poeta, aceptada su condición
humana, encuentra su sitio entre el resto de seres humanos, y halla también una
razón vital: la solidaridad humana, la búsqueda de un mundo mejor a través de
la poesía. El poeta defiende la utopía humanista porque ya no tiene una
fe religiosa: no hay un más allá perfecto al que aspirar, pero, aunque el
hombre esté condenado a venir de la nada y caminar hacia ella, se debe luchar
para conseguir que su vida sea digna y feliz.
El poeta se convierte en un
profeta que señala los errores del presente para conseguir superarlos y acceder
a un futuro mejor; Otero aún está obsesionado con los valores absolutos,
pero ahora los busca en el presente histórico. Así pues, se distinguen tres
tiempos poéticos:
- El
pasado histórico: expectativas de trascendencia y eternidad; época de conflicto
interno, de búsqueda interior. Significa rechazo y negación por el fracaso
total de las antiguas concepciones del mundo; también implica autodestrucción,
porque la religiosidad exigía al hombre renunciar a su propia humanidad.
-
El
presente histórico: tiempo en el que transcurre principalmente la poesía
social. Aparecen tres elementos claves: el «yo» poético (existencial y
profético); el hombre en su contexto histórico; la doctrina poética, la
ideología. Ésta es la tríada temática principal. El yo poético proclama su
propia humanidad y finitud, su pertenencia al género humano; después habla del
hombre en general, su situación en el mundo, su contexto, los defectos de la
sociedad en que habita; finalmente predica su propia doctrina, la salvación a
través de la poesía.
-
El
futuro utópico: es la ilusión que justifica el trabajo y el esfuerzo del
presente. La ideología del trabajo solidario no se sustenta en su entrega, sino
en los futuros logros. Llegar a la utopía es difícil porque hay una lucha
impidiéndolo: la del pasado histórico que trata de permanecer y el presente que
debe romper con el pasado para posibilitar un cambio. Es la confrontación
arquetípica entre la sombra (identificada con todo lo negativo, con el pasado)
y la luz (que representa todo lo positivo, el futuro). En el futuro utópico
están los valores absolutos de la paz, la justicia, la libertad... La poesía social oteriana reclama un hombre
en paz en un mundo justo y libre. La ideología comunista en la poesía de
Blas de Otero se convierte en un medio para el fin de su doctrina poética.
Formalmente, la poesía social de Blas de Otero presenta rasgos propios muy marcados. Otero maneja a la perfección todas las posibilidades expresivas, desde los recursos más tradicionales al experimentalismo lingüístico más complejo; utiliza el verso libre, el versículo y formas semilibres; aparecen en su obra versos académicos y vanguardistas; prosa y verso; algunos, largos poemas, frente a otros brevísimos, como el conocido dístico «Poética», el poema más breve en lengua castellana: A título general, podría decirse que hay una tendencia a modelos cada vez más libres según el orden de composición: Pido la paz y la palabra y En castellano son más tradicionales que Que trata de España.
Pido la paz y la palabra
Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.
Digo vivir
Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
Digo vivir, vivir como si nada
hubiese de quedar de lo que escribo.
Porque escribir es viento fugitivo,
y publicar, columna arrinconada.
Digo vivir, vivir a pulso, airada-
mente morir, citar desde el estribo.
Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro
del hombre aquel que fui cuando callaba.
Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra.
En nombre de muchos
Para el hombre hambreante y sepultado
en sed salobre son de sombra fría,
en nombre de la fe que he conquistado:
alegría.
Para el mundo inundado
de sangre, engangrenado a sangre fría,
en nombre de la paz que he voceado:
alegría.
Para ti, patria, árbol arrastrado
sobre los ríos, ardua España mía,
en nombre de la luz que ha alboreado:
alegría.
Canción cinco
Por los puentes de Zamora,
sola y lenta, iba mi alma.
No por el puente de hierro,
el de piedra es el que amaba.
A ratos miraba al cielo,
a ratos miraba al agua.
Por los puentes de Zamora,
sola y lenta, iba mi alma.
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