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Walt Whitman
(West Hills, Estados Unidos, 1819 - Camden, Estados Unidos, 1892) Poeta estadounidense. Hijo de madre holandesa y padre británico, fue el segundo de los nueve vástagos de una familia con escasos recursos económicos. Pasó sólo ocasionalmente por la escuela y pronto tuvo que empezar a trabajar, primero, y a pesar de su escasa formación académica, como maestro itinerante, y más tarde en una imprenta.
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Allí se despertó su afición por el
periodismo, interés que le llevó a trabajar en varios diarios y revistas neoyorquinos.
Nombrado director del Brooklyn Eagle en 1846, permaneció en el cargo sólo dos
años debido a su disconformidad con la línea abiertamente proesclavista
defendida por el periódico. Su afición por la ópera (género que influyó
enormemente en su obra poética) le permitió coincidir en una noche de estreno
con un dirigente del periódico de Nueva Orleans Crescent, quien lo convenció
para que dejara Nueva York y aceptase una oferta para trabajar en el diario.
Durante el viaje hacia al Sur, que
emprendió en 1848, tuvo la oportunidad de contemplar una realidad, la de
provincias, para él totalmente desconocida y que, en definitiva, sería decisiva
para su carrera futura. Por todo este conjunto de experiencias, cuando regresó
a Nueva York, unos meses después, abandonó el periodismo y se entregó por
completo a la escritura.
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WALT WHITMAN - VARIOS POEMAS
Al año siguiente apareció la segunda
edición, y cuatro años más tarde la tercera, que amplió con un poema de
presentación y otro de despedida. La noticia de que su hermano George había
sido herido, al comienzo de la Guerra Civil, le impulsó a abandonar Nueva York
para ir a verle a Fredericksburg. Más tarde se trasladó a Washington, donde,
apesadumbrado por el sufrimiento de los soldados heridos, trabajó
voluntariamente como ayudante de enfermería.
Tras el fin de la contienda, se
estableció en Washington y trabajó para la Administración. Allí publicó varios
ensayos de contenido político, en los cuales defendía los ideales liberales y
la democracia, pero rechazaba el materialismo que, a su juicio, impregnaba la
vida y las aspiraciones de la sociedad estadounidense. Aquejado de varias
enfermedades, en 1873 se vio obligado a abandonar Washington y trasladarse a
Camden, en Nueva Jersey, donde permaneció hasta su muerte. Dedicó los últimos
años de su vida a revisar su obra poética, y a escribir nuevos poemas que fue
incluyendo en las sucesivas ediciones de Hojas de hierba.


Whitman fue el primer poeta que experimentó las posibilidades del verso
libre, sirviéndose para ello de un lenguaje sencillo y cercano a la prosa, a la
vez que creaba una nueva mitología para la joven nación estadounidense, según
los postulados del americanismo emergente. El individualismo, los relatos de
sus propias experiencias, un tratamiento revolucionario del impulso erótico y
la creencia en los valores universales de la democracia son los rasgos
novedosos de su poética; en línea con el romanticismo del momento, propuso en
su poesía una comunión entre los hombres y la naturaleza de signo cercano al
panteísmo.
Tanto por sus temas como por la
forma, la poesía de Whitman se alejaba de todo cuanto se entendía habitualmente
por poético, aunque supo crear con los nuevos materiales momentos de hondo
lirismo. Su influencia sería perceptible en las sucesivas generaciones líricas,
tanto en su país (desde William Carlos Williams hasta Allen Ginsberg) como en
otras literaturas (Rubén Darío o Federico García Lorca).
Walt Whitman - Una mujer me espera
Walt Withman - No te detengas
"Los
infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la
Historia". "Con estrépitos de músicas vengo"
(Walt
Whitman)
Ha sido una primavera distinta, complicada, un abril negro o, para no
ser excesivamente derrotista, gris, pero de un gris oscuro, gris plomo casi
ceniza. Me niego a desperdiciar el tiempo lamentándome por la
pérdida de los días, por esta primavera que nos ha sido robada.
Prefiero volar, salir, viajar, aunque sólo sea con la imaginación porque, pese a lo que nos digan, sí podemos caminar, correr, navegar los ríos, surcar los mares, volar tan alto como esas aves que llegan del norte buscando tierras menos inhóspitas. Se puede ir más allá de las paredes de nuestros hogares, esos sitios que se han convertido en nuestra única zona de confort, pero de los que también necesitamos salir de vez en cuando.
Prefiero volar, salir, viajar, aunque sólo sea con la imaginación porque, pese a lo que nos digan, sí podemos caminar, correr, navegar los ríos, surcar los mares, volar tan alto como esas aves que llegan del norte buscando tierras menos inhóspitas. Se puede ir más allá de las paredes de nuestros hogares, esos sitios que se han convertido en nuestra única zona de confort, pero de los que también necesitamos salir de vez en cuando.
Todos tenemos el mejor medio de transporte que nadie haya podido
inventar, incluso esa joven de ojos verdes y cabello rojizo. Atrevámonos a
soñar, a utilizar, como decía, la IMAGINACIÓN, es la mejor herramienta para
salvarnos de esa melancolía que ha hecho mella en nuestros corazones tras tres
meses de confinamiento, y lo que nos puede volver a venir encima si se
confirman algunos augurios no precisamente optimistas.
La cita del principio, aunque no lo parezca,
tiene más de cien años, y hoy nos sirve como sirvió en su día a un puñado de
gente que, allá por tierras norteamericanas, vivió una cruenta guerra entre
hermanos. Si ellos pudieron salir adelante, por qué no vamos a hacerlo nosotros.
La cita pertenece a uno de los más grandes poetas universales, el estadounidense
Walt Whitman, nacido en West Hills (Nueva Jersey) en los albores del siglo XIX
(1819) en el seno de una familia humilde.
Supe de Walt Whitman hace ya casi 16 años, en un viaje a París que
hice con Zola, todo resultó fantástico. He vuelto a viajar, estos días he regresado a la
“Ciudad de la Luz”, he caminado por sus hermosas avenidas y también por angostas
callejuelas del Quartier Latin y de Montmartre, he contemplado emocionado el Arco
del Triunfo y la Torre Eiffel y he llorado al contemplar la maltrecha catedral de Nôtre Dame, he recorrido las distintas salas del Museo del
Louvre. Y en este viaje imaginario, he vuelto a disfrutar de los versos de
Whitman, entonces fue en un libro que encontré, medio escondido, en el Centro
Pompidou y que leí durante no menos de una hora. Lo he vuelto a leer como hice en aquella ocasión, esta vez el libro iba en mi mochila viajera, un ejemplar de ¡Oh, capitán! ¡mi capitán!, que contiene una
selección de poemas del autor.
https://www.youtube.com/watch?v=AuZ_pxzavAA
Oh Capitán mi capitán
Oh Capitán mi capitán
En aquella ocasión conocí, por la
pincelada biográfica que venía al dorso del libro, que Whitman se había visto
obligado a trabajar desde muy joven en diversos oficios dados los escasos
recursos económicos de su familia, lo que también le impidió tener una mayor
formación académica. Y fue en uno de esos oficios, el de periodista, el más
estable de todos los que tuvo, el que le llevó a descubrir y, sobre todo,
alimentar y difundir su vocación de poeta a la que se dedicaría de forma
exclusiva a la edad de veintinueve años.
(Petrus Rypff)
(Petrus Rypff)
Porque como periodista realizó un viaje desde Nueva York, ciudad en la que vivía cuando trabajaba para el periódico Brookling Eagle, a Nueva Orleans para hacerlo en el periódico Crescent de esta ciudad. Ese viaje le llevó a recorrer los estados sureños y conocer, de ese modo, la vida en las provincias en una contexto histórico y social que marcaría su obra literaria.
En 1855 decidió publicar algo en lo
que llevaba trabajando un tiempo, un compendio de poemas sin título que
rasgaban las convenciones y cantaban a lo más íntimo del ser humano. Hojas en la hierba es su gran
obra, un poema épico y democrático que fue ampliando a lo largo de los años.
Aunque al principio la crítica no lo acogió bien pues lo consideraron de
alto contenido sexual que desafiaba al puritanismo reinante en una sociedad que
pocos años antes había aprobado una ley para capturar esclavos, con el tiempo
ha obtenido el lugar que merece como obra, un
canto a la libertad del ser humano, sin distinción de color, plasmada en unos
versos que se apartaban de los cánones de la métrica, volviéndose tan libres
como los sentimientos y valores que transmitían. La obra tenía un espíritu
más escéptico y libre que el de los románticos y, por eso mismo, fue muy
cuestionada en un principio.
En el poema que abre la obra, Canto
a mí mismo (aunque realmente el autor no le dio ningún título), el poeta
realiza una declaración a la naturaleza humana, rompiendo las reglas
establecidas. Escrito en verso libre y con un estilo sencillo, algo nada usual
para su tiempo, este poema es un claro ejemplo de la peculiaridad de Whitman.
Veamos el siguiente fragmento, que resume todo lo dicho:
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo
de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo
también.
Whitman exalta en el poema la propia existencia, la unión entre el
hombre y la naturaleza, la importancia del origen y del arraigo como fuente de
identidad personal. Se trata, al fin y al cabo, de un canto a la vida.
Más adelante, en la década de 1860 con el estallido de la Guerra Civil
americana, más conocida como la “Guerra de Secesión”, Walt Whitman vivió desde
dentro uno de los momentos históricos más importantes de su país que influiría
en su obra. Su participación como voluntario en los hospitales del ejército del
Norte o de la Unión, le llevaría no sólo a escribir unos diarios de guerra en
donde reflejaba sus vivencias y los sentimientos que las matanzas y el horror
del conflicto bélico le provocaron, sino que dejaría una importante huella en
su obra.
En el hospital para heridos de
Washington y tras el asesinato de Lincoln en 1865, compuso La última vez que florecieron las lilas en el jardín, en la que su
compromiso humano se acrecienta debido a los acontecimientos que le ha tocado
vivir. En ¡Oh, capitán! ¡mi capitán! (1865),
el poeta rinde un último homenaje al presidente.
En la década de 1880, instalado ya en la que sería su última residencia
en Candem, Nueva Jersey, Whitman aún recibía algunas críticas por Hojas en la hierba pese a llevar más de
siete ediciones publicadas. Pero él no desistió, continuó escribiendo y también
nutriendo esa obra ejemplar, convirtiéndola casi en un “ser vivo”.
Podemos resumir la obra de Whitman como un ejercicio no sólo de libertad,
sino por y para la libertad. Con una mirada vitalista hacia la naturaleza y la
belleza, como precursor además del verso libre, su escritura lo aleja de esa
visión que tenemos de él como un noble anciano de mirada clara y larga barba
blanca, para mostrarnos lo que realmente fue, un demócrata y defensor de la
igualdad y la libertad.
El escritor Mark Twain le envió en 1889 una carta de felicitación por su
cumpleaños y un regalo: que se tomara treinta años más de vida. Sin embargo,
tres años después, en 1892, Whitman falleció.
Walt Whitman, el divino impostor
Celebramos los dos siglos del poeta
analizando todas sus aristas. Rafael Narbona se ocupa del hombre,
de ese impostor que construyó su propio pedestal
RAFAEL NARBONA - mayo, 2019
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Walt Whitman en una imagen de 1887 |
Walter Whitman nació el 31 de mayo
de 1819 en West Hills, un caserío rural de Huntington, en el centro de Long
Island, Nueva York. Descendiente de varias generaciones de americanos con
orígenes ingleses y holandeses, fue el segundo de nueve hijos del matrimonio
formado por el carpintero y granjero Walter Whitman y Louisa Van Velsor
Whitman. Desde su nacimiento, el poeta sería llamado “Walt” para evitar confusiones
con su progenitor. Walt creció en un hogar con una religiosidad cercana a las
ideas de los cuáqueros, según los cuales cada persona lleva en su interior
una brizna de divinidad. El poeta nunca abandonaría esa convicción. El
sincero patriotismo del padre se reflejó en los nombres escogidos para tres de
sus vástagos: Andrew Jackson, George Washington y Thomas Jefferson. El poeta
bromearía más adelante, asegurando que mantenía un estrecho parentesco con
los padres fundadores de la nación.
Todo insinúa que el padre de Walt
era un hombre autoritario, poco afectuoso, proclive a la violencia y aficionado
a la bebida. En el poema autobiográfico “Hubo un niño que fue hacia delante”,
el poeta lo describe como “un hombre fuerte, autosuficiente, varonil, perverso,
iracundo, injusto”. Cabe alegar en su descargo que esos rasgos se repetían en
la mayoría de los padres de la América obrera, azotada sin descanso por la
escasez y la penuria. Su esposa Louisa, en cambio, fue una madre cariñosa y
perseverante que mantuvo una estrecha relación con Walt. “¡Cuánto le debo!
–reconocería el poeta–. Hojas de hierba es la flor de su temperamento, activo
en mí”.
Whitman asumió el reto de ser el
poeta de un insaciable y orgulloso país que aún no había hallado a su Homero
Walt nació el mismo año que Herman
Melville y James Russell Lowell. Esa circunstancia venturosa contrasta con las
tragedias que soportó su familia. Su hermano Jessie murió en un manicomio. Se
especula que perdió la razón por culpa de una enfermedad venérea. Su hermana
Mary se casó́ con un carpintero alcohólico y huraño. Hannah no tuvo más
suerte. neurótica e hipocondríaca, sufrió los malos tratos de su marido, un
pintor de paisajes de tercera fila. Andrew se desposó con una prostituta y
murió prematuramente a causa del alcoholismo y la tuberculosis. Edward, el
más pequeño, nació con una severa minusvalía física y mental. Sólo George,
que se convirtió en un heroico veterano de la Guerra Civil, y Jeff –el más
querido por Walt e ingeniero de éxito–, escaparon de lo que parecía una
maldición familiar. Walt nunca se casó y no engendró ningún hijo. En su
vejez, afirmó que había sido padre de seis hijos ilegítimos. Se refería a
sus hermanos, que llegaron a ver en él una figura paterna.
Se ha especulado mucho sobre la
homosexualidad de Walt. El encendido erotismo y la deliberada ambigüedad de
sus poemas ha propiciado toda clase de rumores, pero ninguna biografía ha
logrado averiguar la verdad. Al igual que en otras cuestiones, el poeta
prefirió alimentar la leyenda, quizás porque su vida no le parecía
suficientemente interesante. Jorge Luis Borges ya advirtió que es inútil
buscar al “vagabundo semidivino” honrado por la posteridad. No existe nada
semejante. Walt era un hombre tímido que apenas viajó por Estados Unidos y
que nunca salió al extranjero.
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Las frases de Walt Whitman son como un bálsamo para el espíritu, porque exaltan la vida y la felicidad de estar vivos, aun cuando él mismo tuvo que vivir varios episodios difíciles y dolorosos a lo largo de su existencia.
Las frases de Walt Whitman son las frases del padre de la poesía moderna. También representan la voz de un hombre que quizás exaltó la vida como ningún otro. Un hombre que desató polémicas y propició escándalos, pero nunca dejó de conmover.
Whitman hizo una poesía que pretendía llegar a todos los corazones. Se alejó de los cánones complejos y los temas enrevesados. Por eso también es considerado el padre del verso libre, ese que busca simplemente dejar hablar al corazón, sin dejar a un lado, pero sí evitando que predomine la intelectualidad.
Las frases de Walt Whitman son también los versos de sus poesías. No es fácil captar su sentido completo fuera del contexto de cada poema. Sin embargo, algunas de ellas tienen un enorme valor por sí solas:
“Mira tan lejos como puedas, hay espacio ilimitado allá, cuenta tantas horas como puedas, hay tiempo ilimitado antes y después”.
-Walt Whitman-
Las frases de Walt Whitman reflejan a
un revolucionario del pensamiento y de la palabra. Nunca fue dado a seguir
protocolos, ni a tragar enteras las leyes o las costumbres de su época. Tenía
una rebeldía alegre y vital, que contagiaba.
Uno de sus versos dice: “Resiste mucho, obedece poco”. En esta pequeña
frase queda sintetizado mucho de lo que fue este gran poeta. Era un verdadero
innovador y por eso lo suyo no era repetir o seguir pasivamente lo dado, sino
construir lo nuevo.
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Whitman nació por segunda vez en 1855, cuando publicó la primera
edición de Hojas de hierba. A partir de entonces, decidió vivir para el
destino que él mismo se había impuesto: ser el poeta de la epopeya americana,
encarnar ese papel superlativo que Ralph Waldo Emerson, al que tanto admiraba,
había reclamado para la joven y ambiciosa nación: “Aún no hemos tenido al
genio que, con ojo tiránico, aprecie el valor de nuestros incomparables
materiales. […] nuestras pesquerías, nuestros negros e indios, nuestras
fanfarronadas y nuestros rechazos, la cólera de los canallas y la
pusilanimidad de los honrados, el comercio del norte, la plantación del sur,
la conquista del Oeste, Oregón y Texas: todo eso no se ha cantado todavía”.
Whitman decidió ser ese poeta, pero no llegó a esa determinación de forma
inmediata, sino tras treinta y seis años de experiencias relativamente
pueriles.
Abandonó la escuela a los once años. Trabajó en la construcción, se formó́
como cajista en un taller de impresión, impartió clases como maestro y
ejerció de periodista y editor. Fundó el Long Islander y fue redactor del New
York Aurora. En 1842, escuchó por primera vez a Emerson. Simpatizó de
inmediato con el trascendentalismo,
una doctrina que corroboraba la idea aprendida en su niñez sobre el alma
individual como reflejo del alma sagrada del cosmos, pero sobre todo le
impresionó la caracterización del poeta como “el que dice, nombra y
representa la belleza; el soberano, el que está en el centro; el que anuncia
lo nunca profetizado; el único sanador verdadero; el dios que libera”. De
forma aún imprecisa, asumió ese reto, proyectando ser el poeta de un
insaciable y orgulloso país que todavía no había hallado a su Homero o
Dante.
Trece años después y, tras escribir en media docena de periódicos y
publicar un puñado de cuentos mediocres, se produciría “el punto de
ebullición” que le hizo sacar a la luz la primera edición de Hojas de hierba, 795 ejemplares
costeados por su propio bolsillo. Se ha interpretado el título como un
símbolo trascendentalista de la naturaleza, pero la realidad es más prosaica.
En los talleres de impresión, se llamaba “hierba” a las composiciones de
dudoso valor, a las páginas que se imprimían a modo de prueba o experimento.
Y “hojas” a los fajos de papel. El libro contenía doce poemas sin rima y “su
aspecto era bastante tosco y casero”, según Jerome Loving, prestigioso
biógrafo de Whitman.
‘Hojas de hierba’ no es la
autobiografía de Whitman, sino la del poeta que señaló las virtudes y pecados
de EE. UU.
El poeta envió́ un ejemplar a Emerson, que le contestó con una elogiosa
carta, donde afirmaba que la obra auguraba “el comienzo de una gran carrera”.
Whitman publicó la carta en la siguiente edición a modo de prólogo, sin
consultar a su autor. Ya no era un simple periodista, sino el Poeta de la
“gente verdadera”. Aunque era moderadamente abolicionista, Whitman no incluía
en la “gente verdadera” a los negros o los indios, sino a los millones de
trabajadores blancos que derramaban su sudor en las fábricas, los muelles y
los campos. Escribía para “una nueva raza de hombres, mayor, más musculosa,
más cálida, más democrática, sin ley, positivamente nativa de los Estados
Unidos, de cuerpo dulce, más completa, intrépida, que fluye, magistral, de
rostro barbado”. Su intención era igualar democracia y divinidad, cuerpo y
espiritualidad. Sostenía que el sexo no era algo reprobable, sino la llave del
perdido jardín del Edén. Whitman escribió varias reseñas elogiosas de Hojas
de hierba, con nombres ficticios. Se justificó, argumentando que nadie
conocía como él las virtudes y las insuficiencias de la obra. Añadió las
autocríticas a las sucesivas ediciones. Sabía que escribía para el futuro.
De hecho, su aspecto de vagabundo, que chocaba con la apariencia de caballeros
de los poetas de su tiempo, no adquirirá la condición de estereotipo hasta la
Generación Beat.
No te Detengas, Carpe Diem (Poetas Muertos)
En 1860 aparece la tercera edición de Hojas de hierba, pero el estallido
de la Guerra Civil hace que el libro pase desapercibido. Whitman escribe “¡Resonad!
¡Resonad! ¡Tambores!”, un poema incitando a combatir con las tropas de la
Unión. Tiene cuarenta y tres años y es demasiado viejo para luchar, pero
cuando hieren a su hermano George acude al frente. El sufrimiento de los
soldados le conmueve profundamente y, al regresar a Washington, comienza a
visitar de forma voluntaria a los heridos de guerra. Según sus cálculos,
asistió a unos cien mil en tres años.
En las tres ediciones que aún se publicarán en su vida de Hojas de hierba, incorpora poemas sobre el conflicto, llegando a manifestar: “Mi libro y la guerra son uno”. Su optimismo se oscurece al contacto con la muerte. La vida, la muerte y el amor componen una trinidad indisociable, pero quizás la última palabra le corresponda al silencio eterno que ha visto surcando el rostro de los agonizantes. El asesinato de Lincoln agudiza la sensación de “caminar en silencio por la transparente noche llena de sombras”.

En las tres ediciones que aún se publicarán en su vida de Hojas de hierba, incorpora poemas sobre el conflicto, llegando a manifestar: “Mi libro y la guerra son uno”. Su optimismo se oscurece al contacto con la muerte. La vida, la muerte y el amor componen una trinidad indisociable, pero quizás la última palabra le corresponda al silencio eterno que ha visto surcando el rostro de los agonizantes. El asesinato de Lincoln agudiza la sensación de “caminar en silencio por la transparente noche llena de sombras”.

Escasamente reconocido por la crítica norteamericana, Europa canta las
excelencias de su poesía. La ciudad de Boston responde prohibiendo Hojas de
hierba por obscenidad.
Encerrado en casa de su hermano George en Camden, New Jersey, prepara una última edición de Hojas de hierba, escribiendo poemas “desde el lecho de muerte”. Compra un mausoleo para sus restos y los de su familia, y lo visita en varias ocasiones. El 26 de marzo de 1892 muere de bronquitis. Tres mil personas acuden a honrar el cadáver. Ya no es Walter Whitman, un hombre inseguro e inestable, sino el Poeta de América. Nunca se despejarán las incógnitas sobre su vida: ¿Bebía a escondidas, a pesar de sus filípicas contra el alcohol? ¿Era misógino? ¿Practicaba el amor que no osa decir su nombre? ¿Decía la verdad cuando se refería a Hojas de hierba, advirtiendo: “Camarada, esto no es un libro, / El que lo toca, toca a un hombre?”. Hojas de hierba no es la autobiografía de Walt Whitman, sino la del Poeta que arrojó las virtudes –y los pecados– de los Estados Unidos sobre su espalda. Como creador fue un gigante; como hombre, un divino impostor.
Encerrado en casa de su hermano George en Camden, New Jersey, prepara una última edición de Hojas de hierba, escribiendo poemas “desde el lecho de muerte”. Compra un mausoleo para sus restos y los de su familia, y lo visita en varias ocasiones. El 26 de marzo de 1892 muere de bronquitis. Tres mil personas acuden a honrar el cadáver. Ya no es Walter Whitman, un hombre inseguro e inestable, sino el Poeta de América. Nunca se despejarán las incógnitas sobre su vida: ¿Bebía a escondidas, a pesar de sus filípicas contra el alcohol? ¿Era misógino? ¿Practicaba el amor que no osa decir su nombre? ¿Decía la verdad cuando se refería a Hojas de hierba, advirtiendo: “Camarada, esto no es un libro, / El que lo toca, toca a un hombre?”. Hojas de hierba no es la autobiografía de Walt Whitman, sino la del Poeta que arrojó las virtudes –y los pecados– de los Estados Unidos sobre su espalda. Como creador fue un gigante; como hombre, un divino impostor.
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