Andaba yo buceando por la red de Internet buscando
información sobre John Milton, un eminente psiquiatra que hizo varios capítulos
en el fantástico libro de una pope de la psiquiatría mundial, Nancy Andreasen.
El libro en cuestión tiene un nombre tan sugerente como "UN CEREBRO FELIZ". La conquista de la enfermedad mental en
la era del genoma; un ejemplar del mismo cayó en mis manos hace años, es un
gran libro que aporta informaciones muy interesantes, ya hablaré de él en otro
momento.
Por
casualidades de la vida, en esa búsqueda internauta, me tropecé con otro John
Milton, el autor de un libro que leí en mi postadolescencia, antes de entrar en la carrera de Medicina, se titula EL PARAÍSO PERDIDO, recuerdo que lo devoré en tres
días, y me dejó una impronta indeleble; tanto es así que, voy a dedicar esta
entrada a él. He recuperado y desempolvado el ejemplar que conservaba en mi
vieja biblioteca y lo he releído. También me he nutrido de algunas reseñas de
la red que expongo a continuación, junto con comentarios personales:
“El paraíso
perdido”, sobre la libertad

"El paraíso perdido", de John Milton, es un
poema narrativo que se adentra en los sucesos del génesis con la creación de
Adán y Eva y su expulsión del paraíso.
El paraíso perdido, de John Milton, es una de las obras más importantes que ha dado la
literatura universal. Se trata de uno de los poemas narrativos más
destacables de la historia, además de uno de los colosos de la lengua inglesa,
compuesto por más de 10.000 versos.
John
Milton es, junto a Shakespeare y media docena más de autores, uno de los
referentes literarios de la cultura inglesa. Fue un personaje de
gran polémica debido a sus posturas políticas y religiosas, y
un escritor de enorme genio, además de un defensor a ultranza de la libertad.
Precisamente, ese es uno de los hilos conductores de esta obra, que trata de
hallar una respuesta a la existencia del bien y el mal en el mundo, a través de
la historia bíblica de Adán y Eva.
![]() |
La existencia del bien
y el mal según Milton
Pese a lo que pueda parecer, la
obra tiene una enorme relevancia incluso en nuestra época, si bien por su riqueza lingüística
no es un texto apto para todos los gustos. Su alambicado lenguaje, sus
continuas referencias, frecuentes hipérbatos y largas reflexiones hacen que el
original no sea fácil de leer, lo que no es óbice para que la riqueza expresiva
de que hace gala nos atrape.
Al igual que muchos filósofos de
la historia, Milton se hizo la pregunta de por qué existen el mal y el
sufrimiento en el mundo si Dios, toda bondad y poder, podría eliminarlo fácilmente. Se trata
de una reflexión que ya en su día hicieron Epicuro y más tarde muchos otros, como el
filósofo empirista David Hume, para quienes la existencia del mal ponía
en duda dos cuestiones acerca de Dios: por un lado, si el mal existe es porque
Dios así lo quiere, por lo que no podríamos afirmar que es un ser de infinita
bondad, puesto que no lo permitiría; por otro, si el mal existe y Dios no puede
remediarlo, es que no es todopoderoso.
No es un libro fácil, pero su riqueza expresiva es
suficiente motivo para que nos atrape
Este es el gran enigma que trata
de resolverse en la obra, que el autor enlaza con un concepto de especial
relevancia: el libre albedrío. El mal y el bien son dos caras de la misma moneda; no puede existir
uno sin el otro. Por su parte, el mal es una consecuencia directa de nuestra
libertad, otorgada por Dios. Ser libres es una gracia divina que, no obstante,
tiene una serie de contrapartidas, como son el mal, el dolor, el sufrimiento y
el pecado. Dios, sabiéndolo, nos hizo libres, pues prefería que lo fuéramos a
vivir una existencia feliz, pero encadenada.
Personajes bíblicos
más humanos que nunca
![]() |
“El paraíso perdido”, de John Milton, en edición de Cátedra. |
Con este telón de fondo, Milton nos hace
recorrer una montaña rusa de emociones, la mayoría de ellas reflejada en cada
uno de sus personajes. Así, Satanás es ese ángel caído que se enfrenta a Dios
porque quiere ser libre y que el autor nos presenta como un ser rebelde,
contradictorio… humano (consiguiendo que nos sintamos identificados con sus
debilidades). Algo que también se observa en Adán y Eva, seres confusos y
exaltados presa de sus emociones. Y, por último, el mismísimo Dios, que trata
de justificar la existencia del mal como resultado de su más grande regalo a la
humanidad: la libertad.
La obra no
puede entenderse sin conocer los grandes rasgos de la personalidad de Milton, quien
ya en su época hizo defensas tan polémicas como el divorcio, el regicidio en
caso de malos gobernantes y el rechazo de la santísima trinidad. Tan extremas
eran sus opiniones que se negó a escribir la obra con rima, por considerarla
una forma de “esclavitud”.
![]() |
Adán y Eva, expulsados por el Arcángel San Miguel y su espada en llamas Milton otorga a ese momento bíblico un gran realismo, cuando la relación, como la de cualquiera, empieza a decaer. Rutina, aburrimiento, monotonía –en este caso con intercesión diabólica incluida–, hasta caer, con su condena a vivir fuera del paraíso, en el reproche, el rencor y la infelicidad. |
Johan Gottfried Herder, François-René de Chateubriand y Mary Shelley se
cuentan entre los muchos seguidores de este libro
También afronta el autor el
turbulento tema de las relaciones personales, ejemplificada aquí por Adán y
Eva. Partiendo de un
comienzo ideal, su relación nos recuerda a los primeros pasos entre enamorados
reales: felicidad plena, compañía constante, exaltación sentimental, etc. Sin
embargo, Milton otorga a ese momento bíblico un gran realismo, cuando la
relación, como la de cualquiera, empieza a decaer. Rutina, aburrimiento,
monotonía –en este caso con intercesión diabólica incluida–, hasta caer, con su
condena a vivir fuera del paraíso, en el reproche, el rencor y la infelicidad.
La luz entre las
tinieblas
![]() |
Retrato de John Milton (Christ College, Cambridge, por Mary Beale/Peter Lely. siglo XVII) |
![]() |
Todo esto nos da una imagen mucho
más esperanzadora de lo que esperaríamos en un principio y se traduce en una sucesión de
emociones que envuelve al lector y le obliga a continuar leyendo. No es
casualidad que El paraíso perdido haya contado a lo largo de
los siglos con multitud de seguidores –especialmente durante la Ilustración–,
algunos de ellos de gran renombre: autores como Johan Gottfried Herder o
François-René de Chateubriand fueron verdaderos fanáticos del libro. Lo mismo que
Mary Shelley, quien lo consideraba relevante hasta el punto de incluirlo en su
más famoso relato, Frankenstein o el moderno Prometeo.
![]() |
Ciego, muy cerca de la muerte, proscrito... Así es como John Milton (1608-1674) dio al mundo una de las epopeyas más ambiciosas y profundamente espirituales que ningún poeta ha compuesto jamás. Se trata de «El Paraíso perdido», un relato épico en 10.565 versos sobre la Caída del hombre y la expulsión del Paraíso, sobre la desobediencia y la nostalgia de un mundo perfecto e inalcanzable. En estos días sangrientos y tristes, después del atentado criminal contra la redacción de «Charlie Hebdo», cobra actualidad una nueva versión de este libro emocionante, traducida al lenguaje de las imágenes, precisamente, que ilustran la guerra de los cielos y la astucia de Satán en el laberinto de la rebelión de los ángeles. Además, nada parece más apropiado hoy que hablar de Milton, porque también es el autor de la «Areopagítica», la primera defensa moderna de la libertad de expresión.
El artista que ha realizado esta versión en imágenes (por tanto imaginada) de la monumental obra de Milton es Pablo Auladell (Alicante, 1972), y confiesa en el prólogo de este «El Paraíso perdido» ( editorial SextoPiso) que ilustrarlo ha sido un trabajo arduo que le ha acompañado desde 2010 y que, sólo ahora que ha puesto el punto final se siente preparado en realidad para comenzar a dibujar el encargo. Pero contemplando la última viñeta que muestra el arcángel Miguel y la espada flameante ante las puertas cerradas para siempre del Paraíso perdido, creemos que tal vez exagera.
Vayamos al principio. Nos asomamos a la portada, en la que aparece un Satán tocado con sombrero, con la cabeza ladeada, elucubrando un plan infalible en la tiniebla del resentimiento. Abrimos el volumen, le vemos caer desde el borde del cielo, junto con los ángeles rebeldes, hasta el abismo (para Milton el Caos), un lugar oscuro, donde queda «fulminado y atónito». Una región, sin embargo, donde luego se levanta e invoca su venganza, junto al resto de secuaces del Pandemónium, no ya para asaltar el cielo, sino para arrastrar al hombre, la nueva criatura del jardín creado por Dios.
No es una empresa fácil trasladar los 10.565 versos, divididos en doce libros, cargados de metáforas e imágenes que hunden sus raíces en la noche de los tiempos, religiosas y poéticas, a un conjunto muchísimo menor de viñetas. El cambio de una imagen por mil palabras no se cumple en este «Paraíso» y, sin embargo, hay en el trabajo de Auladell una propuesta literaria indudable. Algún perfume de William Blake revive, y el gran poeta e ilustrador británico del XIX asoma en esta onírica representación de la Caída del hombre.
Porque hay que saber que el poeta de «El Paraíso perdido» es uno de los autores ingleses más influyentes de la historia. No fue un literato aislado, sino un ciudadano activo y audaz en sus convicciones y sus intervenciones públicas. Hemos mencionado la «Areopagítica», publicada en 1644, cuando el Parlamento británico se planteaba volver a aplicar en Inglaterra la censura que antes había eliminado y que existía en otros reinos, entre ellos España. Ese libro tuvo una enorme influencia, para empezar en la redacción de la Constitución de los Estados Unidos de América.
Un tiempo convulso
Milton había nacido en un tiempo convulso. Creció en las postrimerías del reinado absoluto de Carlos I, un monarca que quiso imponer su voluntad contra todo y contra todos. No existió, probablemente, un mayor y más acérrimo defensor del derecho divino de los Reyes. Y actuó como tal, hasta chocar con el Parlamento, sucumbir a la revolución, a manos de un pueblo que hubo de apresarlo, procesarlo y, finalmente, decapitarlo el 30 de enero de 1649. El verdugo no gritó: «¡Miren la cabeza de un traidor!», como era costumbre, mientras se la mostraba al pueblo. En aquel periodo de guerra civil Milton tomó claro partido y el 13 de febrero de 1649 publica un tratado que justificaba el regicidio: «Tenure of Kings and Magistrates».
Además de la política, la época de Milton es de una gran efervescencia religiosa. Son los puritanos quienes se levantan en armas contra el Rey cuando el poeta tiene tan solo 34 años. Inglaterra está plagada de sectas milenaristas, de utopías apocalípticas y de sospechas de criptocatolicismo, acusación que se arrojaba contra Carlos I y sus nobles. El protestantismo ha permitido, por otra parte, que las gentes lean la biblia en lengua vernácula y no es casualidad que Milton eligiera su lengua materna y no el latín para un poema que también puede leerse en clave simbólica. Un público «apto, aunque escaso», según refiere en el libro VII.
Como recuerda Bel Atreides, autor de la que es tal vez la mejor traducción del libro de Milton (Galaxia Gutenberg), al igual que Satán «el hombre contemporáneo prefiere gobernar su propio infierno existencial que vivir aborregadamente en paraíso ajeno. Como él, es adicto al discurso de la libertad, no de la obediencia». Uno de los puntos más controvertidos de la visión miltoniana de la Caída es, precisamente el imperfecto retrato del Padre, un Dios con ambición y pulsiones «satánicas». Hay quien ha querido ver en ello la impugnación del poder absoluto que simbolizaba Carlos I.
En todo caso, Satán, en forma de niebla, se cuela en el Paraíso y se introduce en la serpiente. Con esa forma, conduce a Eva al acto de desobediencia que es probar el fruto prohibido y ella convence a Adán para hacer lo propio. Los querubines ascienden a informar al Padre y él envía al Hijo a juzgar la situación. Compasivo, viste a Adán y a Eva y dicta sentencia, mientras el Pecado y la Muerte salen del abismo… Después llegará el arcángel San Miguel, quien mostrará a Adán el futuro: el mundo de los hombres malditos, en el que el parto de una nueva vida produce dolor y en el que el sudor de la frente será tan necesario como la levadura para ganar el pan.
Fue otro poeta, T. S. Eliot, quien analizó con más prevención, en un principio, la influencia de Milton en la literatura inglesa. Para el autor de «La tierra baldía», «la Guerra Civil del siglo XVII, de la que Milton es una figura simbólica, no ha concluido jamás. La Guerra Civil no ha terminado y me pregunto incluso si alguna verdadera guerra civil lo ha hecho alguna vez». Para Eliot no hay otro autor que haya tomado partido en momentos tan señalados y con tanta convicción como Milton. Además, los autores románticos criticaron su influjo debido a que una vez que alguno de ellos caía en él «estaba condenado a imitarlo».
También su influencia alcanza nuestra época. Jorge Luis Borges, gran admirador de la literatura inglesa, escribió un soneto inspirado en Milton. Viejo y ciego como el autor del «Paraíso perdido», termina el poema recordando los libros, las aves y «las lunas de oro./ A los otros les queda el universo; / a mí penumbra, el hábito del verso.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario