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'Senderos
de gloria' (1957)
La primera gran producción de Stanley
Kubrick, comienzo de su efímera alianza con Kirk Douglas, estuvo prohibida en Francia hasta 1975. Su estreno en España se demoró un poquito más: aquí la vimos por primera vez en 1986.
En la Francia de 1916, el general Boulard ordena la conquista alemana y
encarga esa misión al general Mireau. Sin embargo, el ataque resulta un fracaso
y el alto mando militar decide imponer al regimiento un terrible castigo.
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“¡Yo soy el culpable de Eyes Wide Shut!”. Eso fue lo que le soltó Kirk Douglas a un periodista de Variety que le entrevistaba con ocasión de su 100 cumpleaños. Pese a ese ictus que marcó sus últimos años de vida, el actor demostraba que aún tenía fuerzas para reírse del cineasta al que encumbró, que le dirigió en dos de sus mejores películas (¿las mejores de su carrera?) y al que se enfrentó en una de las broncas más sonadas de la historia del cine.
¿A qué se refería Douglas? ¿Cuál era su conexión con la película protagonizada por Tom Cruise y Nicole Kidman? Paciencia, porque ya llegaremos a ello. Para explicarlo del todo, hace falta rememorar una relación épica en todos los sentidos, tanto en sus glorias como en sus miserias.
Retrocedamos hasta 1957, una época en la que Stanley Kubrick aún no era el monstruo de minuciosidad que todos conocemos y amamos. En aquella época, de hecho, Kubrick era el último mono del cine de EE UU: tanto Fear and Desire (ese debut del que siempre renegó) como Atraco perfecto (su primer peliculón) habían fracasado en taquilla. Pero esta última había llamado la atención de los críticos, con lo que el director tuvo ocasión de sacar adelante otro proyecto en plan ‘ahora o nunca’.
Siempre aficionado a la guerra y sus cosas, Kubrick recordó Senderos de gloria, una novela de Humphrey Cobb que le había impresionado en su adolescencia, y propuso llevarla al cine. ¿El problema? Que los costes de producción estaban fuera del alcance de un fotógrafo venido a más como él. Ahí hacía falta un ángel salvador, aunque dicho ángel tuviera un hoyuelo en la barbilla y tuviera la reputación de ser la estrella más antipática de todo Hollywood.
Gloria en las trincheras, infierno en el plató
Efectivamente: hablamos de Kirk Douglas. El actor, que había disfrutado mucho de Atraco perfecto, llamó a Kubrick y le dijo: “Stanley, esta película no va a ganar un centavo en taquilla, pero tenemos que hacerla”. Así pues, Douglas consiguió que United Artists se hiciera cargo de Senderos de gloria, adjudicándole un presupuesto de un millón de dólares de la época. Con un ‘pero’, claro: algo menos de un tercio de ese millón (300.000 dólares) iría destinado a pagar a la estrella.
No sabemos si, una vez en el plató, Douglas se mesó los cabellos exclamando eso de “¡He creado un monstruo!”. Pero bien podría haberlo hecho: apuntando ya el pelo de la dehesa, Kubrick llegó a repetir algunas tomas 68 veces (algo que exasperó al veterano Adolphe Menjou, aunque a él ‘solo’ le obligó a interpretar la misma escena en 17 ocasiones). Para colmo, consciente de que Kirk Douglas no soportaba a Timothy Carey, el cineasta estimulaba ese antagonismo, para que así su estrella se pusiera de los nervios y su interpretación del coronel Dax ganase con ello.
Lo peor de todo, según relataba Douglas en sus memorias, era que Kubrick cometía todas estas barrabasadas sin inmutarse. Cuando sus actores se acordaban a grito pelado de él y de toda su familia, su única reacción era murmurar “Vale, muy bien, vamos a repetir la toma”. Su bronca más señera, narró Douglas, tuvo lugar cuando Kubrick se empeñó en cambiar el final de la película por otro menos deprimente “para hacerla más comercial”. “Si Stanley hubiera hecho eso, ahora viviría en un piso en Queens en vez de en un castillo en Inglaterra”, se cachondeó el actor décadas después.
De este modo, pese a la batalla campal en el plató, Senderos de gloria causó un tremendo revuelo al estrenarse. No tanto por su taquilla, que fue modesta, como por su forma de volver del revés los estilemas del cine bélico, así como por la prohibición que sufrió en varios países (Francia y España entre ellos). Así pues, Kirk Douglas y Stanley Kubrick quedaron abiertos a la posibilidad de una segunda colaboración. La cual tuvo lugar, por suerte para el público y por desgracia para ellos.
Una tragedia romana
Resulta que, para tocarle las narices al establishment de Hollywood y sus listas negras anticomunistas, Douglas estaba empeñado en sacar adelante Espartaco. Basada en una novela de Howard Fast y con guion de Dalton Trumbo (ambos represaliados por sus simpatías de izquierdas), la película sobre el gladiador rebelde iba a ser dirigida por Anthony Mann. Pero, como Kirk Douglas era Kirk Douglas y además ponía la pasta, despidió al autor de La caída del Imperio romano tras una semana de rodaje. Todos sabemos a quién llamó para sustituirle, ¿verdad?
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