
Confidencias y Secretillos
de Leonard Cohen
Me cuentan que hallar discos o
libros de segunda mano de Leonard Cohen en Canadá es tarea complicada, si
hablamos de vinilos o primeras ediciones, resulta ya casi imposible. Hay una
razón simple para ello: la gente no se desprende a la ligera de sus cosas de
Cohen. Así son los “cohenitas”, personas que custodian su colección como un
tesoro insustituible. Es un afecto que tiene que ver más con el agradecimiento
que con la mitomanía. Los cohenitas citamos para nuestros adentros versos o
fragmentos de canciones que tienen en nosotros un efecto paliativo que no se da
en ningún otro cantante. Todos somos capaces de dar la brasa durante horas al
incauto que se nos ponga por delante especulando sobre el significado de tal o
cual verso o llamando su atención sobre el delicioso paladeo de algún poema.
Todos recordamos el momento en que una canción de Cohen apareció en nuestra
vida: algo radicalmente distinto de cuanto habíamos escuchado, a una distancia
estratosférica.
Recuerdo perfectamente el día en que mi chica y yo nos
regalamos mutuamente sendos vinilos del singular cantante-poeta canadiense.
Gasté mis ahorros de 2 o 3 meses en la compra del vinilo “Songs of Leonard
Cohen”, fue un momento muy especial cuando comprobé al entregárselo a Heike que
ella me correspondía con otro disco de Cohen, sin habernos puesto de acuerdo,
¿Casualidad, destino, comunicación telepática? ¿Quién sabe? ò ¿Qué más da?
Recuerdo que pasamos varias horas esa tarde escuchando las canciones.
Llevábamos poco tiempo de relación y ese día supuso un espaldarazo
significativo para consolidar nuestra bonita historia, que en total duró casi
26 años. Qué pena que se terminara hace seis años, por cuestiones que ahora no
viene al caso recordar…La lavadora funcionó a la perfección para borrar los
malos recuerdos y la selección de la ropa que tenía que entrar en la colada,
fue, sin duda muy acertada.
En mi caso Leonard fue un
descubrimiento tardío, poco antes de terminar la carrera. Había escuchado
canciones sueltas del genio canadiense, en cintas de casete que mi hermano
mayor guardaba como un tesoro, siempre me decía que las cuidara con sumo
esmero, por el riesgo de que se liara la estrecha y frágil cinta marrón en los
cabezales del magnetofón, al que poco tiempo después todos empezamos a llamar
radio-cassete. En la filmoteca de la
capital veía Land of Plenty, una
cinta de Wim Wenders cuya trama he semiolvidado, aunque sí recuerdo que trataba
la decadencia de Los Ángeles a través de la mirada de una muchacha que regresa
tras ser misionera en Oriente Medio. Durante una secuencia genital de la ciudad
de noche, comenzó a sonar una melodía sencilla creada por un sintetizador, y
una voz grave, envolvente, doblada por una segunda voz femenina. Provenía, tal
y como decía la letra, de las «cavernas del corazón». Recuerdo con nitidez un
sentimiento de tranquila euforia y de acuerdo íntimo con lo que esa voz me
estaba diciendo. La canción era Land of Plenty, cuyo título Cohen prestó a
Wenders para su película. Luego he comprobado que, en esa canción, no de las
más conocidas, están todos los temas de Cohen, que tiene una facilidad pasmosa
para repetirse constantemente a lo largo de su cancionero, aunque ninguna
canción llegue a parecerse a otra, y todas tengan una dignidad y una
profundidad propia e inolvidable.
A ojo de buen cubero puede que las
dos palabras más repetidas en el cancionero de Leonard Cohen sean
"broken" y "naked". Todo escritor tiene sus palabras
favoritas y éstas parecen ser las de Cohen. En el himno If it be your will la
voz canta desde "this broken hill"; el amor no es una marcha
triunfal, es "a cold and broken Hallelujah"; la fanfarria
apocalíptica The Future se inicia con el deseo del profeta de que le sea
devuelta su "broken night". Por otro lado, naked, la idea de un
cuerpo desnudo, parece ser el otro vector de la poesía de Leonard Cohen, lo
desnudo accesible y lo desnudo invisible.
Las canciones de Cohen están llenas de cuerpos femeninos que se desnudan
para el poeta, aunque muchas veces sea de manera figurada; así, Cohen se
conforma con «tocar con su mente el cuerpo perfecto» de Suzanne (claro, porque
de otra manera no se podía; se trata de un ejercicio que todos hemos practicado
muchas veces). En There ain’t no cure for love, Cohen desea ver a su amada
"naked in your body and your thought". En su confesión de Casanova
provecto, Because of, se sabe que las mujeres se han querido mostrar «naked in
her different ways» para solaz del poeta. Aunque parezca un abuso, en torno a
estas dos palabras se puede parcelar toda la obra de Cohen. Broken evoca la
idea de que el mundo está roto y necesita sutura, que los seres humanos somos
seres caídos y astillados, intentando cerrar siempre una brecha, una fisura,
escindidos por cien conflictos que sólo la gracia divina puede soldar. Naked se
refiere al amor sensual, a los cuerpos desnudos de alborada, que se tocan, que
irradian luz, que se ofrecen como promesa o premio. El cuerpo perfecto es el de
la mujer, cuya belleza y posesión es quizá el único consuelo que al hombre cabe
en la tierra. Porque las canciones de L. Cohen tratan quizá más de mujeres que
de amor.
Como la obra de Pierre Menard, las mujeres de Cohen son de dos clases:
visibles e invisibles. Dejando de lado las novias de juventud, la primera gran
dama de su biografía es Marianne Ihlen, la venus escandinava que un día
apareció acompañada de su marido en la taberna del puerto de Hydra, la isla
griega donde Cohen tenía su refugio horaciano, del mundo y del invierno de
Canadá. Tras ella llegó Suzanne Elrod, la madre de sus hijos (no confundir con
la misteriosa Suzanne Vaillancourt, heroína de la inolvidable canción, con
quien Cohen no tuvo amoríos). Antes o después Cohen tuvo un escarceo con Joni
Mitchell, importante cantautora, canadiense como él, aunque de la ruda
Saskatchewan, poco que ver con el refinado Montreal de Cohen. Dominique
Issermann, una fotógrafa francesa que fue su amante en los años ochenta. A
finales de la década prodigiosa apareció Rebecca de Mornay, la única de sus
mujeres que tuvo el estatuto de prometida; la propuesta de matrimonio está en
Waiting for the miracle; el compromiso se deshizo tras la gira de The Future,
poco antes de que Cohen ingresara en un cenobio budista. En el buen poema, algo
picante, The Mist of Pornogrphy explica —o algo parecido— por qué el matrimonio
no fructificó. Su última gran amante compañera fue Anjani Thomas, cantante y
compositora de Hawaii, además de una de sus vocalistas preferidas. Para ella
escribió las canciones de Blue Alert. Entre las mujeres invisibles están: Jane,
la enigmática mujer de Famous Blue Raincoat; Nancy, la suicida de Seems so long
ago, Nancy; Rebecca, inspiradora del disco perdido Songs for Rebecca, que acaso
sea un referencia bíblica; Janis Joplin, amante de una noche en el Chelsea
Hotel, hecha visible por una indiscreción de Cohen; las hermanas de la caridad
que le acompañaron una noche de amor cortés en Edmonton e inmortalizadas en
Sisters of Mercy; todas las mujeres innominadas en sus canciones, imaginarias,
semirreales, colectivas. No están documentadas infidelidades, con todas sus
amantes Leonard Cohen terminó de manera suave y civilizada, como si de unos
puntos suspensivos se tratara. Parece ser que Cohen pasó sus últimos años solo,
disfrutando de una vida de recuerdos, erotismo y amistad femenina.
Leonard Cohen – So Long, Marianne
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«With Annie gone
whose eyes to compare
with the morning sun?
Not that I did compare,
but I do compare
now that she’s gone.
[Ahora que Annie no está
los ojos de quién
me recordarán el amanecer?
No es que antes pensara en ellos
pero pienso en ellos
ahora que Annie no está]»
Esto recuerda mucho al crudelísimo estrambote al final de Chelsea Hotel,
cuando después de evocar una noche de amor con Janis Joplis, Cohen se desmarca
en el modo cínico:
«I don’t mean to suggest that I
love you the best
I can’t keep track of each fallen
robin
I remember you well in the Chelsea
Hotel
That’s all, I don’t think of you
that often«
Que podría ser:
«No pretendo decir que mi amor
fuese más
No puedo seguir la pista a todas
Me acuerdo de ti en el Chelsea
Hotel
Ni siquiera pienso en ti a menudo».
En uno y otro caso, poema y canción desdice la mueca de desdén.
Prevalece el homenaje, pero Cohen deja claro que él sigue su camino. Es libre,
y en última instancia, prefiere la soledad del pájaro que se posa en el
alambre, como confiesa en Bird on a wire,
ese My Way de los poetas. Y lo mismo que él, quiere que su mujer sea libre. De
ahí que otro de los temas reiterados sea la posibilidad de compartir amante;
así en Sisters of Mercy («no éramos
amantes en ese sentido, y si lo hubiéramos sido, también daría igual») y sobre
todo en Famous Blue Raincoat («si
vienes alguna vez, por Jane o por mí, has de saber que tu enemigo duerme y su
mujer es libre»). En muchas ocasiones Cohen ha manifestado no ser un
sentimental y haber recibido de las mujeres mucho más de lo que él les ha dado.
Pero, por lo que leemos y sabemos, tampoco Cohen ha sido un Don Juan
desconsiderado, cruel, pisoteador, a la manera de un Picasso. Al contrario,
parece imposible que una mujer se enfade, hable mal de él o le guarde encono.
Cobra sentido uno de los poemas más bellos de The Spice-Box of Earth; el que
lleva por título As the mist leaves no
scar.
«As the mist leaves no scar
On the dark green hill
So my body leaves no scar
on you, nor ever will
When wind and hawk encounter
What remains to keep?
So you and I encounter
Then turn, then fall to sleep.
As many nights endure
Without a moon or star
So we will endure
When one is gone and far
[Lo mismo que la niebla no deja
cicatriz
en la colina oscura
Así mi cuerpo en ti no deja
cicatriz
y nunca lo hará.
Cuando el viento y el halcón se
encuentran
¿qué habrá que conservar?
Lo mismo tú yo nos encontramos
Nos volvemos, y nos dormimos.
Así como en el cielo pasan muchas
noches
sin una luna o estrella aguantan
Así viviremos nosotros
Cuando uno de los dos esté lejos]».
Leonard Cohen traducido - Famous blue raincoat
Así que ni yunque ni martillo. Niebla sobre colina, viento y halcón,
astro errante que surca la bóveda celeste. Este poema, ligeramente remodelado,
se convertiría en la canción True love leaves no traces en Death of a ladies’
man, el polémico álbum que Cohen grabó con Phil Spector (quizá el peor disco de
su carrera, pero sin duda no el menos interesante). El amor verdadero no deja
rastro. Es una afirmación completamente a contrapelo de la experiencia del
común de los mortales, pero que en Cohen parece una sencilla verdad budista. Un
manifiesto contra la nostalgia. ¿Quién podría estar de acuerdo con Cohen salvo
Cohen mismo?
En política, pasa algo parecido a lo que ocurre con las mujeres: Cohen
no se casa con ninguna, como me ocurre a mí, a estas alturas. A mi tesis de que
el cantautor de Montreal no tiene canciones de amor, en el sentido más
convencional (con la excepción quizá de la estupenda Coming back to you), añado ahora que tampoco tiene canciones
protesta. Esta segunda aseveración quizá resulte menos controvertida que la
primera. En las 800 páginas de la biografía de Simmons no hay nada parecido a
un pronunciamiento político, más allá de un dudoso arrebato sionista con
ocasión de la guerra del Yom Kippur, que llevó a Cohen a querer alistarse en
Tsahal y en la que más modestamente terminó cantando en el desierto del Sinaí
para soldados israelíes.
Leonard Cohen-Coming back to you (Sub. en español)
Pero el judaísmo en Cohen, que es auténtico y vivido,
no es expresión de una creencia religiosa fuerte, sino un venero inagotable de
imágenes literarias, que alcanzan su gloria en canciones como Who by Fire y Hallelujah. Tampoco es fácil, curiosamente, oír lo que Cohen tenga
que decir sobre la sempiterna querella entre Quebec y el Canadá inglés al que
él pertenece. Proviniendo de una conocida familia judía y anglófona de
Montreal, Cohen tenía muchas papeletas para caer mal en su provincia natal. En
el imaginario del nacionalismo quebequés Cohen forma parte de “les autres”.
Nacidos en Quebec, los anglófonos de Montreal no se dicen quebeckers, sino montrealers
y nadie piensa en Cohen, seguramente él tampoco, como en un cantante
quebequois. Pero al contrario de otros escritores judíos de Montreal (viene al
recuerdo el gran Mordecai Richler) Cohen no parece haber perdido el sueño por
las trifulcas identitarias en su país natal. Le envidiamos por ello.
Leonard Cohen-Who by fire (Sub. en español)
Hay tantas
cosas interesantes en las que pensar que embarrarse en peleas nacionalistas es
una desagradable pérdida de tiempo (aunque alguien tenga que hacerlo). Cohen
habla, no muy bien, francés, canta ocasionalmente en esa lengua, y es apreciado
en Quebec, pero está lejos de ser un ídolo en la ciudad de la que es, de largo,
el munícipe más célebre en todo el mundo. No, Cohen no parece haberse implicado
mucho en los debates terrenales de su época. Pero no puede decirse que le
fuesen indiferentes. Puede que sus canciones más políticas, en un sentido
amplio, sean The Future y Democracy, que forman un buen
contrapunto dentro del mismo álbum. Ambas se apoyan de alguna manera en un
mismo suceso: los disturbios de Los Ángeles de 1992. Se recordará el caso: tras
la absolución de cuatro policías blancos que habían propinado una paliza a un chaval
negro, miles de angelinos, negros y latinos, todos ellos desheredados, muchos
organizados en bandas, se echaron a la calle de manera violenta, quemando,
destrozando, saqueando y asesinando. Unas sesenta personas murieron en una de
las revueltas de “esclavos” más brutales del siglo XX. Cohen vivió todo ello
desde la ventana de su casa en Los Ángeles. Las imágenes apocalípticas de The Future (I’ve seen the future
brother: it is murder – He visto el futuro hermano: es el crimen) fueron
inspiradas por esos sucesos.
Leonard Cohen - The Future subtitulado
En Democracy,
esa canción eufórica y brillante, la profecía (otro rasgo levítico) es
portadora de buenas nuevas. Se puede decir que si The Future anticipaba el
11-S, Democracy vislumbra el advenimiento de Obama. La primera estrofa dice
así:
«It’s coming through a hole in the
air,
From those nights in Tiananmen
Square.
It»s coming from the feel
that it ain»t exactly real
or it»s real, but it ain»t exactly
there.
From the wars against disorder,
from the sirens night and day;
from the fires of the homeless,
from the ashes of the gay:
Democracy is coming to the USA.
[Está llegando por un boquete en el
aire
desde esas noches en la plaza de
Tiananmen
Está llegando desde la impresión
de que no es del todo cierto
o siendo cierto no está del todo
aquí.
De las guerras antidisturbios
De las sirenas sonando noche y día
De las hogueras de los sintecho
De las cenizas de los homosexuales:
La Democracia está llegando a los
Estados Unidos.]»
Leonard Cohen - Democracy (Subtitulado)
Al final de esa canción dice Cohen:
«I’m neither left or right / I’m just staying home tonight, getting lost in
that hopeless little screen». Es decir, no soy de izquierdas ni derechas, pero
esta noche me voy a quedar pegado a la pantalla del televisor intentando sacar
algo de sentido a lo que está ocurriendo ahí fuera. En sus canciones
ulteriores, Cohen abandona el tono profético y hace de sus letras plegarias en
favor de la reconciliación final del universo. En realidad, ya lo había hecho
en su más bella canción: If it be your
will. Estas son sus dos últimas estrofas:
«If it is your will
If there is a choice
let the rivers fill
let the hills rejoice
Let your mercy spill
on all these burning hearts in hell
if it is your will
to make us well
And draw us near
And bind us tight
all your children here
in their rags of light
all dressed to kill
and end this night
if it be your will«
Algo así:
[«Si es tu voluntad
si hay tienes elección
haz que el río fluya
haz que la colina exulte.
Haz que tu gracia se derrame
sobre estos corazones ardiendo
Si es tu voluntad
Si es tu voluntad sanarnos.
Y mantenernos cerca
Y atarnos bien juntos
a todos tus hijos
en sus jirones de luz;
en nuestros jirones de luz
vestidos para matar;
y terminar esta noche
Si es tu voluntad.»]
Penamos en mundo roto que sólo la gracia divina puede reparar. Somos parte
de una sociedad escindida que sólo Dios puede reunir. También las propias canciones de Leonard Cohen parecen estar rotas.
Cohen es un maestro en lo que podríamos llamar la canción dislocada. Una que a
primera vista va de chicas y da un quiebro y resulta ser un himno religioso o
vete tú a saber. Y es que las canciones de Cohen tienen siempre varias capas y
modos de articulación. Es decir, son verdaderos poemas, no sólo por su cuidada
estructura, sino por su densidad de sentido. Esa densidad que es la marca y
razón de ser del buen poema: apuntar al corazón de un misterio que no es del
todo opaco ni caprichoso. Un ejemplo es Suzanne,
por donde hemos empezado todos. Porque vamos a ver, ¿de qué va Suzanne? Da para
un comentario de texto fascinante. Veamos: comenzamos a escucharla y pensamos
«Ah, Suzanne es un tipa, joven, atractiva, algo hippie, y Lennie anda detrás de
ella, pero la cosa no sale, aunque duerme en su apartamento, quizá con ella,
todo se deshace en una especie de malentendido erótico, y salen a pasear por el
puerto de Montreal y comparte un momento mágico e intransferible y eso es
todo».
Leonard Cohen - Suzanne - junto a Judy Collins (1960)
«Suzanne takes you down to her
place by the river
You can hear the boats go by, you
can spend the night beside her
And you know that she»s half crazy
and that»s why you want to be there
And she feeds you tea and oranges
that come all the way from China
And just when you want to tell her
that you have no love to give her
She gets you on her wavelength and
she lets the river answer
That you»ve always been her lover”
[«Suzanne te conduce a su casa
junto al río
Puedes escuchar los barcos
zarpando, puedes pasar la noche infinita
Y sabes bien que está medio loca,
pero es por eso que la quieres a tu lado
Y te alimenta con té y con naranjas
que vienen de la China
Y en el instante en el que
intentas, decirle que no tienes amor que darle
Se coloca en tu onda y deja que el
río te conteste
que nunca has dejado de ser su
amante.»]
Y sabemos que algo de eso hay
porque hemos leído aquí y allá que Suzanne es Suzanne Vaillancourt, una mujer
de carne y hueso por la que Cohen sentía atracción, pero que era fruta
prohibida porque era la mujer de un amigo. Pero entonces, ¿qué pinta la
irrupción de Jesús en la segunda estrofa?
«And Jesus was a sailor when he
walked upon the water
And he spent a long time watching
from his lonely wooden tower
And when he knew for certain only
drowning men could see him
He said all men shall be sailors
then until the sea shall free them
But he himself was broken long
before the sky would open
Forsaken almost human he sank
beneath your wisdom like a stone«
[«Y Jesús fue un marinero al andar sobre las
aguas
y pasaba mucho tiempo, observando,
como un vigía, desde su torre solitaria
y cuando supo con certeza que
únicamente los náufragos podían verlo
dijo, todos los hombres se echarán
a la mar hasta que la mar los libere.
Pero él mismo estaba roto, antes de
que el cielo se rasgase
abandonado, casi humano, se hundió
como una piedra bajo vuestras leyes.»]
La aparición de Jesús nos obliga a leer el poema bajo otra luz. Suzanne
parece más una especie de mediadora entre el Hijo de Dios y nosotros, una santa
o una mística, un personaje exótico (tiene té de China) e irracional (está
medio loca). Te lleva a su cueva o santuario y cuando te sobrecoge una especie
de terror y temblor (porque no tienes amor que darle) deja que sea la divinidad
(¿el río?) quien te acoja en su seno y te diga que siempre has estado entre los
suyos. Y en medio de ese río está Jesús, como un vigía, y cuando entiende que
sólo los pecadores, los perseguidos (los náufragos) pueden conocerlo y creer en
él, decreta que su gracia se extienda sobre toda la humanidad, raza marinera de
la que él fue el primer naufrago al ser crucificado. Luego la canción regresa a
Suzanne:
“Suzanne takes your hand and she
leads you to the river
She»s wearing rags and feathers
from Salvation Army counters
And the sun pours down like honey
on our lady of the harbor
And she shows you where to look
amid the garbage and the flowers
There are heroes in the seaweed,
there are children in the morning
They are leaning out for love and
they’ll lean that way forever
While Suzanne holds her mirror”
[«Suzanne te acompaña, te lleva de
la mano hacia el río
Viste plumas y harapos del
mostrador de un albergue
Y el sol se derrama como miel sobre
nuestra señora del puerto
Y te indica el lugar donde mirar,
entre la basura y las flores
Hay héroes entre las algas, hay
niños en la mañana
Se asoman en busca del amor, se
asomarán ya siempre
mientras Suzanne sujeta su espejo»]
Aquí claramente Suzanne ya no es de carne y hueso, sino un ser divino,
ángel o hada, que ayuda a los hombres en su vagar, sobre todo a los hombres
solitarios que viven en los puertos, que son las zonas más melancólicas y
sórdidas de cualquier ciudad. Suzanne ayuda a los niños, hundidos entre las
flores y la basura, a incorporarse en busca de su salvación. Y Cohen ve todo
esto como Dante cogido de la mano de Virgilio. Y queda el estribillo que dice
así:
«And you want to travel with her
And you want to travel blind
And you know that she will trust
you
For you»ve touched her perfect body
with your mind«
[«Y deseas acompañarla,
acompañarla ciegamente en su viaje,
y sabes que confiará en ti,
porque has tocado con tu mente su
cuerpo perfecto»]
Cohen siente el deseo natural que produce el encuentro con un santo o
apóstol, que es el de dejarlo todo y convertirse en su discípulo, sin preguntar
a dónde se va. La nota erótica sigue ahí, pero ya sublimada, porque la mente y
el cuerpo se han tocado, cerrando la brecha que los separaba. Y la unión se
hace más evidente cuando el estribillo se repite y los pronombres se
intercambian, de manera que esta vez es Suzanne la que ha tocado tu cuerpo
perfecto. De nuevo el anhelo de unidad de esa conciencia infeliz que es la
verdadera protagonista de toda la obra de Cohen. Y es que, aunque parezca de
una pedantería demencial, Cohen es puro Hegel. Y Bob Dylan, puro Kant. (No, eso
es broma).
Mucha gente insiste en comparar a Leonard Cohen con Bob Dylan. Nunca me
ha parecido que esa sea una comparación de la que Dylan salga bien parado.
Aunque entiendo las razones para poner uno junto al otro. Sin Dylan, el Cohen
cantante, por no hablar del cantante de éxito, no habría existido. Fue el de
Minnesota el que enseñó a la industria discográfica que era posible hacer
música popular con mimbres literarios, poéticos si se quiere. Pero Dylan no es
poeta. No es alguien a quien puedas poner en la balda de una biblioteca junto
a, un suponer, Walt Whitman o Philip Larkin. Dylan es un buen letrista, el más
importante juglar de nuestro tiempo. Pero es hora de reconocer que algunas de
sus canciones no pasan de coplas de ciego. Cohen, en cambio, es un poeta cabal.
Solo da el salto a la canción cuando desea tener una audiencia mayor para su
obra. Entre otros, Dylan le hace ver que no es necesario tener una voz
imponente ni ser un consumado guitarrista para grabar discos. Y se pone a
cantar relativamente tarde, cumplidos ya los treinta, cuando ya era un autor
consolidado, con tres buenos libros de poesía a sus espaldas (Let us compare
mythologies, The Spice-box of the Earth y Flowers for Hitler) y dos novelas
(The Favourite Game, de tintes autobiográficos, y Beautiful Losers, esta última,
ejemplo de una literatura que sólo en los años 60 podía ser considerada
legible).
Es también un autor ambicioso al que los cenáculos literarios de Canadá
—literariamente una provincia del imperio, siquiera por su pequeñez
demográfica— se le quedan pequeños. Y se va a Nueva York a vivir a un hotel y
probar suerte. Y resulta que tiene suerte. Judy Collins, su amiga providencial,
introduce tres de sus temas en su siguiente disco. Columbia le da una
oportunidad al joven poeta; Cohen consigue que se respeten sus intuiciones
musicales (como, por ejemplo, evitar la percusión y rodearse de voces
femeninas). Songs of Leonard Cohen
(1967) se convierte en un disco de culto. Le siguen Songs from a Room (1969) y Songs
of Love and Hate (1970).
Si sólo fuera por estos tres discos Cohen ya sería
un cantautor de leyenda. Pero lo que le confiere su actual estatura monumental,
quizá mayor que la del propio Dylan, es lo que pasa después. Tras unos 70
discretitos, Cohen, al contrario que otros artistas, se viene arriba durante
los 80. Su voz ha caído varios tonos, es más cavernosa y seductora; las
seráficas voces femeninas siguen ahí; suelta la guitarra y enciende el
sintetizador. Various Positions
(1985) y I’m your man (1988) son
discos sobresalientes, inesperados, audaces, propios de alguien que no teme el
cambio. De repente sus canciones son hasta bailables. Y la calidad del texto se
mantiene siempre a un gran nivel. Retomando el contraste con Dylan, se nota en
este que a veces tiene una buena idea, pero no se molesta en refinarla; compone
canciones como churros. En cambio, Cohen trabaja con primor cada una de sus
letras-poemas, concediéndoles el tiempo de cocción necesario. Tarda cinco años
en componer Hallelujah. También ahí se nota su molde de escritor que no osa dar
a la imprenta nada que no esté maduro. Y mientras tanto deja que su legión de
apóstoles vaya dando fama a sus títulos emblemáticos. Es quizá el cantante más
versionado de la historia (los eruditos cuentan hasta 129 versiones de Suzanne
y más de 300 de Hallelujah). Y aunque algunas son puramente magníficas (me
encanta la Suzanne de Neil Diamond, que otros repudiarán, y el Hallelujah de
Jeff Buckley quizá menos que el de Rufus Wainright). Y, sin embargo, hay
siempre algo insatisfactorio en una canción de Leonard Cohen cantada por otro,
como si sonara impostada o incomprendida. Y es que para decir el conjuro hace
falta el hechicero.
Curiosa y entrañable es la relación de Leonard Cohen con los españoles.
Leyendo la biografía de Simmons se tiene la impresión de que lo más importante
que le pasó al joven Leonard provino de España. Esta conmovedora historia del
español desconocido que le dio lecciones de guitarra, por ejemplo. Tendría unos
quince años cuando paseaba junto a unas pistas de tenis y se sintió atraído por
una música que venía del centro de un corro de chicas. Alguien tocaba la
guitarra, alguna melodía romántica, quizá de Tárrega o Sor, me imagino. Cohen
quedó prendado, quizá no tanto de la música, como de su capacidad para tener
imantadas a las chicas. Al desbandarse el grupo, Cohen se acercó y preguntó al
guitarrista si podía enseñarle a tocar así. Se medio entendían en un francés
chapurreado.
El hombre resultó ser español (algunas fuentes dicen que
agitanado, las más fantasiosas, ciego). Al cabo de unos días se citaron en la
casa familiar de Cohen en el bonito barrio de Westmount. El español le acomodó
la guitarra en el regazo y le pidió que tocara algo. Cohen obedeció. El español
tomó la guitarra y ajustó las clavijas para afinarla. Luego le enseñó una
progresión de seis acordes y le pidió que los practicara; así hizo el joven
Cohen toda una semana. Para la siguiente clase ya era capaz de pisar con
firmeza las cuerdas. En la tercera aprendió el trémolo. A la semana siguiente
el español no acudió a la cita. Leonard preguntó en el albergue donde sabía que
se hospedaba. Se había suicidado. Cohen ha referido esta historia alguna vez;
quizá la versión más detallada la diera durante la entrega del Premio
Príncipe de Asturias de las Letras: es una alocución emocionante que puede
verse aquí. Dice Cohen (que no se acuerda del nombre de su enigmático profesor
o se lo guarda para sí) que esos seis acordes que aprendió de su profesor
español están en la base de todas sus canciones, lo que parece una deferente
exageración, pero no es falso del todo. La verdad es que es una historia
fantástica: tiene algo de viejo relato sapiencial, mesopotámico. Ahí está
también la figura del santo o del místico que tanto obsesiona a Cohen. El
documentalista o reportero tiene un buen material: yo empezaría hurgando en los
archivos del Consulado de España en Montreal, por si obrase la partida de
defunción de ese anónimo español al que todos debemos tanto.
Hay otro español al que Cohen admira y debe gratitud eterna. Esta vez es
un nombre bien conocido: Federico García Lorca. Cuando empezaba el de
Montreal a emborronar cuartillas notaba que los versos le salían extraños o
impropios. No había encontrado una voz: su voz. Hasta que encontró a Lorca. Si
transcribimos sus propias palabras, sacadas de dos de las muchas ocasiones en
las que lo ha explicado, en el escenario y fuera de él:
“Aquí no tendría que explicar cómo me enamoré del poeta Federico García
Lorca. Tenía 15 años y vagaba por las librerías de Montreal cuando tropecé con
uno de sus libros; lo abrí y mis ojos vieron estas palabras: ‘Por el arco de
Elvira / voy a verte pasar / para sentir tus muslos / y ponerme a llorar’.
Pensé: esto es lo que quiero para mí… Volví a leer Verde que te quiero verde.
En otra página: ‘porque me arrojará puñados de hormigas’. Y en otra página:
‘sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos’. Sabía que había
encontrado mi hogar. Así que hoy, con inmensa gratitud, puedo saldar mi deuda
con Federico García, al menos una esquina, un fragmento, una migaja, un
electrón de mi deuda, dedicándole esta canción, una traducción de su poema,
Pequeño Vals Vienés, Take this Waltz”.
«Hará unos 30 años que tropecé con un libro de un poeta
español. Un libro que cambiaría mi vida totalmente. Saben, yo estaba destinado
a ser un neurocirujano o un guardabosques, o simplemente trabajar en la
sastrería de mi familia. Pero en una vieja librería abrí un libro y leí estás
líneas: ‘Por el arco de Elvira / voy a verte pasar / para sentir tus muslos / y
ponerme a llorar’. Miré la cubierta del libro, estaba escrito por un poeta
español llamado Federico García Lorca; por primera vez entendí que existía otro
mundo y quise pertenecer a él. Así que fue un gran honor para mí que me
pidiesen traducir uno de sus poemas al inglés y darle forma de canción. El
poema es Pequeño Vals Vienés, que yo llamo Take this Waltz».
LEONARD COHEN - Take this waltz - TVRIP - 1988 - Subtitulado inglés y español
Cohen no exagera su amor por el poeta granadino. Llega al punto que
llamó a su hija Lorca. Lorca Cohen. Un nombre poderoso donde los haya. Take
this waltz, por cierto, es una joya de canción, y un ejemplo perfecto del
trabajo de un traductor de poesía. Cohen sabe qué palabras escoger, qué
elementos descartar, qué equivalencias pueden funcionar, dónde ser literal y
donde no intentar serlo. Aquí se pueden cotejar los dos textos. En mi opinión,
lo único objetable de la versión de Cohen es que mejora a Lorca. (Otro trabajo
fantástico de volcado poético lo hizo Cohen en Alexandra Leaving, esta vez
sobre un poema de Constantin Kavafis, Los dioses abandonan a Alejandro, que a
su vez trabajaba sobre un tema de Plutarco: los curiosos infatigables vayan al
fragmento LXXV y siguientes de Vida de Antonio).
En España se ha rendido tributo a Cohen en numerosas ocasiones. Enrique
Morente, que llegó a ser un buen amigo del cantante, tuvo unas visiones
flamencas de First we take Manhattan, Hallelujah y alguna más en su álbum Omega.
Y en el disco homenaje Acordes con Leonard Cohen hay acertadas versiones de
Famous Blue Raincoat y de Chelsea Hotel debidas a Christina Rosenvinge y Jabier
Muguruza respectivamente. Ambos consiguen que la letra funcione en castellano.
En 2008 Cohen descubre que su representante Kelley Linch (que alguna vez
fue también concubina) le ha birlado toda su fortuna, por una mezcla de
negligencia y cleptomanía (la biografía de Simmons no explica bien el incidente
ni adónde fueron a parar los fondos). La sobrevenida penuria financiera hace
que Cohen se decida a girar por todo el mundo una vez más. El éxito es rotundo
y en un par de años recuperó el dinero. Pero el espectáculo no se detuvo. En el
DVD del álbum Live in London se puede
ver lo que fue capaz este provecto caballero de Montreal. Dudo que se pudiera
hacer algo semejante ahora mismo sobre un escenario. Hay que verlo rodilla en
tierra, sosteniendo el micro con ambas manos, susurrando unas canciones que ya
son himnos. Su voz, ya de un cuero envejecido, arropada por las voces forradas
de armiño de las Webb Sisters y la poderosa voz mezzo de la veterana Sharon
Robinson. Hay que verlo quitándose el sombrero para escuchar respetuosamente a
sus músicos: Niell Larsson al Hammond, Rafael Gayol con las baquetas, el violín
de Alexandru Bublitchi, el bajo de Roscoe Beck, la guitarra de Mitch Watkins y
al español Javier Mas, que hace magia con cualquier instrumento que tenga
mástil y cuerdas. Hay que verlo parando el reloj y manteniendo en trance a 15.000
personas mientras recita —qué gran rapsoda es Cohen— A thousand kisses deep.
Hay que verlo dominando la escena, gastando una ocasional broma, haciéndose
cómplice de un público que, como los jugadores del trivial, va de los nueve a
los 99 años. Y hay que verlo dándolo todo durante casi cuatro horas, como si
fuera el jodido Bruce Springsteen. Y es entonces, cuando ves y escuchas todo
eso, cuando te das cuenta. Este hombre ha llevado una vida de sueño. Ha
saboreado la gloria literaria, ha sido una estrella del rock. Ha gozado del
cuerpo femenino, y mejor aún, de la amistad de las mujeres. Ha conocido las
profundidades del cuerpo, ha subido al empíreo del éxtasis religioso;
disciplinó su alma en el retiro del mundo, ha viajado al fondo del “mil noches
de amor” en los hoteles; ha sido un hippy con clase en Hydra, ha sido él solo
una generación beat. Ha tomado Berlín. Ha tomado Manhattan. Ha dejado en la
memoria del mundo su canción y ha llegado a viejo. Ha hecho un buen trabajo y
lo sabía. Tantas tonterías que se dicen de Leonard Cohen: que si es depresivo y
deprimente, que si sus canciones son demasiado tristes. Este hombre, me digo,
no es un depresivo. Estas canciones, pienso, no son tristes. El secreto de
Leonard Cohen es este: ha sido feliz, And
everybody knows.
Y eso que no siempre comparto esas buenas reflexiones. Ni falta que
hace: todos construimos un LC personal a nuestra medida que, además, era
variable en el tiempo y que, en algún momento, sin exagerar, nos salvó la vida. Hay una canción que resume su vida, Night
Comes On, una especie de recorrido vital por las motivaciones para vivir y
los afectos. En la segunda estrofa hay una referencia muy explícita a YomKippur
y la resolución 338 de Naciones Unidas, que forzó un alto el fuego que los
egipcios violaron. Es una declaración de principios antibélica, a través de la
figura del padre, además. En la obra de Cohen no hay muchas proclamas
políticas, pero el pacifismo está muy presente (Who by Fire, The Partisan,
Field Commander Cohen..) y en algún
caso, hay una llamada explícita a ser participativo, no meramente espectador (There is a war).
Su obra no es pesimista ni depresiva, sino trascendente. A veces hay que
viajar por lo que está muy profundo para encontrar la luz. Night Comes On es un poema magnífico sobre la vida, a pesar de la
muerte (y fue una sorpresa oírla en directo en Old Ideas Tour 2012 en Madrid).
Cuando digo que Dylan no es poeta, lo que quiero decir es que no es
poeta siempre. Da la impresión de que cuando le visitan las musas, que es a
menudo, no las ata en corto a la pata de la mesa el tiempo suficiente. Es decir,
es poeta, pero no un poeta disciplinado y profesional como era Cohen. Es famosa
esa anécdota en la que se encuentran y Dylan le pregunta cuánto tiempo ha
tardado en componer Hallelujah y Cohen responde dos años (porque le da
vergüenza decir la verdad, cinco años) y le pregunta a su vez a Dylan por una
de las suyas, creo que ‘I and I’ y Dylan le dice que la ha escrito en media
hora. Bueno, se puede ser genial pero no tanto. Es evidente que canciones como
Desolation Row tienen mucha poesía, y Tangled up in blue, que es mi favorita,
también. Pero no es lo mismo. Es como cuando en España se llama poetas a Sabina
o Serrat. Bueno, sí… pero no. Cómo explicarme: Escuchar a Dylan es un placer,
pero a Cohen se le puede escuchar y leer con idéntico placer, y creo que eso no
pasa con Dylan.
Es ilustrativo comparar Everything is broken, que es una canción de
Dylan que me gusta, con The Future. Van un poco de lo mismo, con visiones
apocalípticas y de redención, pero no tienen la misma calidad poética. En mi
opinión, vaya Dylan. Dylan es mucho más que un poeta. Y también algo menos.
Dylan es Dylan. Admito que no estoy tan enganchado a sus canciones como a las
de Cohen, y no descarto que en el futuro tenga que cambiar mi opinión sobre su
consistencia poética.
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