Estaba jugando con mi hermano
pequeño cuando escuché los gritos.
– Corred, corred. El río se
desborda.
No entendía lo que pasaba hasta que la gente comenzó a correr. Cogí a mi
hermano y comencé a correr yo también. Corrí lo más rápido que pude, pero antes
de llegar a casa, la riada apareció.
Estaba muy asustado. El agua sucia avanzaba por la calle y aumentaba su
caudal por segundos. Estaba a dos casas de la mía. Nos sosteníamos de un viejo
tronco. Con mucha tristeza pude ver como algunas gallinas y corderos quedaban
atrapados en los corrales. El agua seguía aumentando.
– ¡JUAN, CARLITOS! – Era mamá,
quien también había llegado.
Ella estaba al otro lado junto a otros vecinos que querían cruzar la
calle.
– Sujétate fuerte hijo. No sueltes
a tu hermano. – Mamá quería cruzar, pero no la dejaban. Habría sido una
temeridad, comprendí luego.
El agua aumentó; llegaba a mis rodillas. Vi como algunos animales eran
arrastrados. Abracé con más fuerza a mi hermanito y comencé a llorar, preso de
un miedo que no había sentido nunca.
Mamá gritaba, lloraba y pedía ayuda al igual que todos. Las casas que estaban en la parte baja de la calle estaban casi
cubiertas por el agua. Aún había personas dentro.
El agua me llegaba a la cintura; a Carlitos, al pecho. La fuerza de la
crecida había aumentado, pero no solté a mi hermano. Pedía ayuda a mamá, pero
ella no podía hacer nada.
Estaba muy cansado y con mucho frío. Creí que no volvería a ver a mamá y
que el agua nos llevaría, pero un señor con uniforme apareció y nos sujetó. No
era el único, varios comenzaron a aparecer. El señor de uniforme nos colocó
unos chalecos que estaban atados con cuerdas y con su ayuda comenzamos a
cruzar. La fuerza de la riada quería arrastrarnos, pero el señor no nos soltó.
Parecía un gigante, sus brazos eran tan robustos y fuertes que llegué a pensar
que era un ángel venido desde otro sitio, me acordé de un cuento que me contó
una vez el abuelo Juan, creo que se llamaba Gulliver, o algo así.
Al llegar al otro lado, Carlitos y yo abrazamos a mamá. Los tres
estábamos llorando.
El señor que nos había ayudado se lanzó nuevamente al agua. No pude
despedirme de él, no pude darle las gracias, bueno miré al encapotado cielo que
no paraba de arrojar agua y se lo agradecí a quién lo había enviado; a saber si
era Dios, yo nunca había sido muy creyente pero ese día empecé a creer de
verdad que hay alguien que cuida de los niños, y quizás también de los mayores
que se portan bien. Él y otros de sus compañeros ayudaban a las personas y
animales que seguían atrapadas por el río desbordado.
Junto con otros vecinos, seguimos las indicaciones y subimos a la plaza
del pueblo, lejos del desastre.
Ese día un hombre desconocido me salvó la vida. Salvó la vida de mi
hermano. Ese día varios hombres desconocidos salvaron varias vidas: humanas y de
muchos animales.
Esos hombres fueron y siempre serán nuestros héroes. Esos hombres se llaman bomberos, ¿Podré yo ser bombero alguna vez? No lo sé, el tiempo lo dirá.
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Juan es un niño cualquiera de la vega baja que hace bien poco sufrió las
consecuencias de una gota fría, hubo una riada. En esta ocasión a la gota fría
la bautizaron con el nombre de DANA. Juan y su familia salieron incólumes de la
terrible experiencia, otros lo perdieron todo, hasta la fe, otros murieron, no
muchos, pero no lo podrán contar, como Juan. Dicen los científicos que en el
futuro vendrán más DANAS porque el cambio climático ha llegado a cotas
difícilmente reversibles.
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Oda publicada en este blog la madrugada del 13 de Septiembre de 2019
¡DANA VETE YA!
Hace varios días nos hablaron de ti, DANA,
sin conocerte demasiado, ni ellos mismos,
los que hablan del tiempo y del cielo
de rayos, vientos, bajas presiones, días soleados,
rayos ultravioletas peligrosos, tornados,
tifones, tsunamis, huracanes
y tormentas perfectas.
Quizás representes a la naturaleza enfadada
por el maltrato que entre todos
le damos desde hace tiempo,
con nuestras emisiones de gases tóxicos,
nuestros plásticos y nuestros venenos.
Sé que los ríos ya no son ríos,
que los mares y océanos
ya no son fuentes de vida,
que los tiburones y delfines se enredan en redes trampa
que los osos polares ya no sonríen en Groenlandia
ni en el Ártico, que los pingüinos
se han hartado del frack, que las ballenas
vuelven a ser capturadas en Japón.
que los dinosaurios amenazan con no volver jamás,
que los bancos de peces pequeñines han quebrado,
que los arrecifes de coral han sido desahuciados,
que muchas especies terrestres están extinguiéndose
con el beneplácito de los que mandan
y los que pasamos de todo,
que a los elefantes ya no les salen colmillos
por si acaso son derribados por rifles asesinos
de reyes eméritos despistados y otros furtivos.
Que los buitres no son culpables
de las acciones de los fondos homónimos
que están echando de sus casas a personas humildes.
Pero tú, DANA, te has pasado, nos has castigado demasiado
y quién sabe si has terminado tu tarea destructiva.
Los molineros no somos los culpables de tanto mal,
de verdad, que somos gente sencilla,
tu furia está siendo desmedida, y ya has hecho mucho daño,
estamos temerosos de que sigas por aquí,
hemos aprendido la lección,
márchate ya de nuestro pueblo,
no te guardaremos rencor
y te prometo que entre todos acallaremos
las voces rotas de algunos que yo mismo
he oído decir: “Maldita seas DANA”.
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Y si entre todos hacemos un mundo más habitable, y si dejamos de
contaminar. Y si exigimos a los que mandan que empiecen a ponerse las pilas y
paren, o al menos ralenticen, lo que dicen que es el progreso de la humanidad, un
progreso que exige crecer de una manera descontrolada, a costa de mantener
emisiones destructivas que agujerean sin control la capa de ozono. Y si no
generáramos tantos residuos no biodegradables. Y si empezamos a utilizar de
verdad fuentes de energía no contaminantes, renovables y limpias. Hay
tecnología para ello, pero, me parece que hay demasiados intereses creados que
entorpecen, de manera abyecta el objetivo de conseguir un planeta más bello,
limpio y acogedor.
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