EDUARDO GALEANO: 29 MICRORRELATOS CONTADOS POR ÉL MISMO
MICRORRELATOS
ANÓNIMOS
En el restaurante de la Mafia la venganza y
el arroz se sirven en frío.
Jesús vio a Lázaro tan dormido que no quiso
despertarle.
Todo eran risas cuando el circo llegó. Luego
vinieron los asesinatos.
Cuando se fueron los hombrecillos verdes llegaron los hombres de negro y luego todo se volvió gris.
Hubo una gran conmoción al descubrir que Papá Noel y el hombre del saco eran la misma persona.
Mi Constitución me impide adelgazar, así que he empezado una revolución para cambiarla.
Nadie vio al hombre invisible entrar en el cuarto oscuro.
Finalmente recurrí el valor para declararme a mi amor con el corazón en la mano. Ella solo gritó al ver tanta sangre.
Cuando se abrieron las puertas del infierno descubrimos que la mayoría de los demonios ya estaban fuera.
Newton fue herido de gravedad por una manzana.
«¿Mamá, podemos dejar de jugar al escondite? Estoy cansada». «Aún no, cariño». Fuera papá sigue gritando.
Tras someterle a mil y una pruebas, los extraterrestres le devolvieron a casa. No sin antes recomendarle bajar su colesterol.
Sostenía que su único defecto era la modestia.
A mi teclado le falta la f, así que no pude ponerle fin a aquella historia.
El fin del Mundo pilló a Dios por sorpresa.
Al final fue el Hambre quien acabó con el Hombre.
Leí el papel que tenía delante de mis ojos: «Renuncia a toda esperanza. A partir de ahora tu alma nos pertenece». Aun así yo firmé, era mi primer contrato laboral.
Cuando el flautista de Hamelin se abrió una cuenta en Twitter, todos los niños empezaron a seguirle.
El niño me llama a través de la ventana y dice que salga a jugar. Vivo en un quinto piso.
Yo clamé, “¡justicia!”; él me pidió clemencia.
«Perdona -me dijo aquel tío raro de la discoteca-, crees que este pañuelo huele a cloroformo».
El nuevo Gobierno descubrió la forma más efectiva para acabar con la pobreza: eliminar a los pobres.
La llegada del Apocalipsis fue recibida con fuertes subidas en la Bolsa.
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, gritó al ver sobre su cama a un monstruoso insecto.
El muro era tan alto que en vez de protegerles terminó por aislarles.
No consigo recordar desde cuando tengo problemas de memoria.
Ya vemos la luz al final del túnel. El tren se acerca a toda velocidad…
“¡Dame tu mano!”, ordenó mi padre. Cogí el cuchillo, empecé a cortar.
Iba a matar a mi abuelo, pero mi nieto se adelantó y me pegó un tiro.
El pueblo recibió con ilusión la llegada del circo. Por fin habría trabajo, aunque fuera de domador.
Por mucho que Sally lo intentó, el monstruo de su cuarto se negaba a salir del armario.
Fiel a su promesa, Peter Pan nunca creció. Murió de sobredosis a los 16.
Cuánto más alto hablaba, menos le escuchaban.
Tenemos portero físico. Estará encantado de ayudarte con los deberes.
Cuando llegó el fin del mundo todos quisieron subir las fotos a Facebook.
El viajero del tiempo nunca llegaba tarde a sus citas.
Estoy harto de que todos me digan que hablo demasiado y me voy por las ramas. La primera vez fue en 1996, en una fiesta con amigos. Recuerdo que era un diciembre especialmente frío, y yo llevaba un…
“Asúmelo, no eres real”, dijo mi amigo imaginario.
Las máquinas se rebelaron contra los hombres por las 35 horas semanales.
Me escribió algo muy profundo: “subsuelo”.
Cuando Jehová vio toda aquella sangre esperó que no hubiera testigos.
Decía que podía volar, pero lo que más sorprendía a la gente es que un pájaro pudiera hablar.
«Al final de la peli mueren todos». Y era verdad, no quedó nadie en la sala.
Mi pareja me pidió un poco de tiempo. Yo retrasé 5 minutos el temporizador de la bomba.
Aquel tren no admitía viajeros, pero sí preguntas.
ANTIFÁBULA DE LA LECHERA
El dueño de la granja en la que trabajaba le
regaló un cántaro de leche. Como era una mujer con iniciativa, fue al mercado y
lo vendió. Con el dinero que le dieron adquirió varios pollos.
Pasó noches en vela vigilando el gallinero,
pues los zorros no paraban de matar pollos. Al cabo de un par de fatigosos
años, ahorró lo suficiente para comprar un cerdo. Lo engordó y, cuando llegó
noviembre, pudo venderlo. Compró un ternero y una vaca. El ternero murió
repentinamente, pero la vaca le daba leche que vendía en el mercado. Fue
comprando más pollos. Se desvivió por cuidarlos y por seguir vendiendo leche. Compró más cerdos, que enfermaron de
triquinosis. Después de sacrificarlos, ahorró durante un tiempo para comprar
varios lechones. Al cabo de veinticinco años tenía una granja con seis vacas,
diez cerdos y casi cien pollos y gallinas. Trabajaba de sol a sol. Ordeñaba las
vacas, recogía los huevos, cuidaba los cerdos, sacrificaba los pollos e iba al
mercado a venderlos.
Como no había tenido tiempo de casarse ni de
formar una familia, vivía sola.
Un día, cuando regresaba del establo a media
noche, pensó en lo feliz que habría sido si, la primera vez que fue al mercado,
hubiera tropezado y el cántaro de leche se hubiera roto.
(Plácido Romero)
LA INOCENCIA PERDIDA
Me caí tan
fuerte que, del golpe, se me escapó de las manos la inocencia y se coló por una
alcantarilla.
Desde
entonces, ya no lloro en las películas si hay alguien delante. No me dejo
alegrarme del todo si ocurre algo bueno, porque pienso que algo malo viene
detrás. No me emociono ante las sorpresas porque finjo que ya nada me sorprende
ni me relajo cuando es el momento de disfrutar. Ojalá me irritara ante los
problemas cotidianos, y no me creyera por encima de ellos.
No siento más que insensibilidad.
No siento más que insensibilidad.
Ahora
sigo en las cloacas, dando palmaditas como un miope sin gafas, en busca de mi
inocencia perdida. ¡Dónde está! ¿Por qué no vuelve? Apuesto a que la tengo
justo al lado, o justo dentro. Necesito encontrarla para volver a ser
vulnerable. Para llorar cuando tenga un nudo en la garganta (aunque haya gente
delante). Para reír de felicidad si me ocurre algo bueno, sin miedo al futuro.
Para taparme la boca ante las sorpresas y gritar de rabia cuando me lo pida el
pecho. Voy a recuperar mi inocencia
perdida y no la volveré a soltar.
(Óscar Soria)
LLOVIENDO LÁGRIMAS
A pesar de que las estrellas están
escuchando y el océano es profundo, yo sólo voy a dormir y luego crearé una
película muda, tú serás la estrella, es eso lo que eres, querida, tu susurro
dice un secreto, tu risa me da alegría y me siento como el niño mimado de la
Naturaleza.
Pero todavía siguen cayendo las lágrimas, están
lloviendo desde el cielo y hay mucho de mí que sale antes de que consiga subir.
No dejes que el sol desaparezca, que no se ponga el sol, no dejes que el sol se
vaya. No, tú no puedes salir de mi vida, dime que no saldrás de mi vida. Decidme
que no se irá de mi vida, di que no te gustaría, quédate, por favor.
(Petrus Rypff)
20 SEGUNDOS
Llego al Hospital un poco apurado porque obligaciones familiares me han retenido en casa unos minutos más de lo habitual. Pulso el botón del ascensor para subir a mi planta, a mi lado se arremolinan varias personas entre ellas una chica alta y rubia que no conozco. Un minuto más tarde, o más, llega el ascensor, bajan varias personas y al fondo se queda el Dr. JMS, a quién conozco y aprecio desde hace muchos años. En tono jovial le pregunto: - ¿Subes o bajas?- lógicamente si no se baja, es que sube ya que el hospital no tiene planta sótano. Con una sonrisa me dice: - Parece claro que subo-. En esto que la chica alta y rubia le pregunta: - ¿Cómo es posible que haya bajado en el ascensor, si hace un momento le he visto en la planta baja?. En ese momento intervengo, dirigiéndome a los dos: - es que el Dr. S tiene el don de la ubicuidad-, a lo que él replica: - ya quisiera yo tener ese don, para poder trabajar en dos sitios a la vez-, entonces interviene la chica alta y rubia: - pues yo ya tengo bastante con currar en un sitio, con lo estresada que voy...-, mi réplica no se hace esperar: - Pues también estaría bien disfrutar de dos buenas compañías simultáneamente en dos sitios diferentes-, al instante el Dr. S comenta: - Sí, estaría bien, pero entonces empezaría a funcionar la "neurona verde"-, entonces yo le contesto: - Yo no estaba hablando de sexo...-, y él responde ipso facto: - ni yo tampoco, me refería al color de la habitación-.
Fue terminar esa
última frase y la puerta del ascensor se abrió en la cuarta planta, donde él
tenía que bajar, y así lo hizo.
Antes de que yo pudiera responderle, la puerta se cerró dejándome con
tres palmos de narices, ante la mueca de asombro de la chica alta y rubia, que
se limitó a decir: - ¡Qué veinte segundos tan intensos!-.
(PETRUS RYPFF)
DULCE RUGIDO
A media mañana el
Dr. Rypff hace una pequeña pausa para
tomar un café y aprovecha para quitar de forma preventiva un comentario subido
a la red esa misma mañana, no sabe si alguien lo habrá leído ya. No quedándose
tranquilo decide consultar sus dudas en la Asesoría Jurídica del Hospital,
cuyas abogadas en otras ocasiones han sido muy amables y eficientes.
El Dr. Rypff siempre ha
sido una persona ecuánime y autoexigente en lo referido a la ética profesional
y la confidencialidad de sus pacientes, pero nunca antes había escrito sobre
sus experiencias profesionales y albergaba alguna duda sobre si, plasmar en una
red social sus vivencias en la consulta, podría originar algún problema
ético-legal.
La repuesta dada por
las profesionales del derecho le deja totalmente desconcertado porque le vienen
a decir, después de una larga conversación que no puede utilizar sus vivencias
en la consulta para escribir, ni en una red social, ni en cualquier otro foro,
blog o medio de difusión. El argumento es que el médico no es dueño de la
información que obtiene de un paciente o su familia, que como profesional se
debe a la institución para la que trabaja y que es poco ético sacar partido de
la profesión para hacer algo que no sea velar por la salud de los pacientes.
Ante la contestación de las
"ilustradas" letradas, el Dr Rypff se queda bastante contrariado. No
obstante, continúa, como si nada hubiera ocurrido, pasando la consulta. Casi al
final de la jornada entra en el despacho un paciente imprevisto, se le ve
apurado y cuenta que necesita un informe de forma urgente porque tiene que
presentarlo en un juicio que se celebra al día siguiente. Aunque no es práctica
habitual, el Dr. Rypff le hace el informe solicitado, lo que origina un mayor
retraso en el desarrollo de la consulta, haciendo esperar aún más al último
paciente de la larga lista de pacientes citados esa mañana.
Cuando por
fin termina la dura jornada de trabajo, se dispone a abandonar el hospital,
comprueba que le está esperando el paciente del informe que está acompañado por
una mujer que presenta un aspecto muy cuidado y que resulta ser su abogada. Se
presenta como E.R., le entrega una tarjeta de visita y le comenta que le
estaban aguardando para agradecerle la deferencia de haber realizado un informe
tan completo con tanta celeridad, sobre todo porque su contenido podría ser
crucial en el inminente juicio. El Dr. Rypff intenta quitar importancia a lo
ocurrido, comenta que forma parte de su trabajo y que no merece tanto elogio.
La abogada hace un gesto a su defendido, invitándole a que se marche a casa y,
dirigiéndose al galeno le dice que se siente en deuda con él, ofreciéndole sus
servicios de abogada para algún asunto legal que pudiera tener en el futuro. De
pronto el Dr. Rypff se acuerda del incidente de la mañana en la asesoría
jurídica, le cuenta lo ocurrido y la respuesta de E.R. No se hace esperar, le
pide que mire la tarjeta de visita y comprueba que tiene un puesto importante
en el Colegio de Abogados y le dice que no haga ningún caso a sus colegas en lo
referente a escribir, que siempre que no revele el nombre del paciente e
información confidencial, la ética profesional y el derecho a la
confidencialidad están salvaguardados, es decir, que escriba lo que quiera. Ya
en la calle, los dos fuman plácidamente un cigarrillo mientras departen sobre
derecho médico. Cuando termina su pitillo, E.R. saca unas llaves de su bolso,
se despide amablemente del Dr. Rypff y se dirige a una enorme motocicleta
aparcada junto a la acera, levanta la tapa situada detrás del asiento y saca un
precioso casco negro azabache, se lo coloca en la cabeza, se sube cual amazona
y arranca la Harley Davidson último modelo. Segundos después hace el gesto
típico de los "metaleros" y sale disparada calle arriba. Tras ella
sólo queda el dulce rugido de una máquina de ensueño y la cara estupefacta del
Dr. Rypff.
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