En comparación con el aire caliente y viciado de
la sala, el aire de aquel pequeño patio detrás del bar le pareció un lugar
fresco y tranquilo.
Se recostó perezosamente en la pared tapizada de viejos posters y mugre,
aspirando lentamente el humo de su cigarro e inundando sus pulmones de un
bálsamo reconfortante. De pronto había sentido la necesidad de salir de aquella
sala atestada de gente, de sentir el silencio de aquella última noche del año;
pero sobre de todo de saborear en la intimidad de sus pensamientos la excitante
voz de la cantante.
Ella había interpretado sus más sentidas y
ardientes melodías con una voz tan cadenciosa
y sensual, que había acariciado cada pedacito de su cuerpo, despertando viejos
y olvidados deseos. El público también había brincado literalmente de sus
asientos al oírla cantar, dejando atrás sus oscuras y miserables vidas.
Pero ahora, lejos de todo aquel barullo, en
la soledad de aquel rincón, recordaba como en un "flash back" todos
los meses anteriores del año, se daba cuenta de la necesidad de un cambio y
aquella cantante se le había metido entre ceja y ceja; desarrolló unas ansías
enfermizas de tenerla sólo para él y así, un nuevo comienzo se dibujó en su
mente.
En
medio de esos existenciales pensamientos sintió una presencia detrás de él. Esa
sensación lo turbó y un inesperado escalofrío recorrió su cuerpo. Sobresaltado
se dio la vuelta, pero sólo se encontró con un olvidado bote de basura y un
hambriento gato escarbando en él. Pero esa sensación de sentirse siempre
observado siguió por un rato carcomiéndole la piel, devanándole los sesos y
volviéndolo loco, como si un ente invisible lo acosara siempre desde las
sombras.
Desconcertado, entró de nuevo en el
bar y aquel asfixiante ambiente lo envolvió de nuevo, el escenario ya estaba
vacío y sólo una débil lucecita quedaba de la cantante, su adorada
presencia ahora brillaba por su ausencia. Entonces caminó casi a tientas
buscándola en aquella semipenumbra, pero ya no la vió. Entre la gruesa capa de
humo y el barrullo de la gente le fue casi imposible hallar su rastro, sin
embargo, empecinado en encontrarla, se abrió paso como pudo entre la gente y
trató de verla entre la multitud; en su camino alguien se le acercó insinuante
pidiéndole un cigarrillo, pero él la apartó bruscamente, solo tenía un
pensamiento en la cabeza: la cantante.
En su
alborotada búsqueda siguió recorriendo el lugar, tratando de verla en medio de
aquel laberinto, tratando de adivinar cada recoveco donde pudiera estar y
finalmente la vio allí, parada junto a la puerta trasera del bar, justo en el
callejoncito donde él había acariciado su sueño de tenerla. De repente sintió su
carne vibrar otra vez de lujuria y desesperado, quiso alcanzarla. Entonces se
vio batallando con innumerables brazos y piernas, que como interminables
tentáculos de medusas babosas, trataban de atraparlo e impedirle llegar a ella.
Finalmente, como un héroe que vence sus batallas, llegó a su victoria, y se
abalanzó sobre ella. Aspiró su piel olorosa, tan distinta a toda aquella
podredumbre. Cerró los ojos para sentirla con más intensidad, para por
fin poseerla allí, en la oscuridad de aquel pestilente rincón.
Súbitamente, en las tinieblas de sus párpados cerrados ya no la sintió, sólo
respiró el vacío de su ausencia. Quiso abrir los ojos, mirarla de nuevo, pero
pareciera que sus párpados se hubieran soldado por algún negro conjuro. Trató
de buscarla a tientas en la oscuridad, como un ciego buscando su
lazarillo, o como un naufrago aferrándose a la última esperanza, pero con pesar
presintió que ella ya no estaba, que se había desvanecido en el aire, como
parte del juego malévolo de algún desquiciado mago.
Fue entonces que, como en un sueño,
se encontró solo y tirado sobre algo blando y esponjoso, con las manos
enredadas en una delgada cadenita. Habló de ella y una luz amarillenta le
golpeó la cara. Justo en ese instante, vio la sombra de aquella mujer magnífica
desaparecer por una esquina de la habitación, y se quedó solo con la frialdad
de la muerte desgarrándole el pecho. Un grito ahogado salió de su garganta, y
en medio de su locura pensó que esa habitación y ese sillón que lo cobijaban
ahora, eran sólo una mala pasada de su imaginación, que pronto despertaría y la
tendría a ella de nuevo entre sus brazos, haciéndole estremecer de placer y
dicha. Sí, porque lo real era la cantante y aquel pequeño bar
perdido en la periferia de la ciudad, no aquel sucio cuartucho de hotel en
donde se encontraba ahora, tan deslucido como el año que se acababa.
De repente, en medio de sus
desvaríos, vio en la pared un sobado espejo y una mirada perversa reflejada en
él. A lo lejos sonaron los miles de fuegos artificiales, que con una cascada de
colores anunciaban el año nuevo, mientras en el espejo el tiempo se había
detenido para él.
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