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Rancho Cotton-Cow - AMARILLO-TEXAS |
EL ENCANTADOR DE SERPIENTES IV
Rancho Cotton-Cow
AMARILLO-TEXAS, Condado de Potter.
Un año después ...
AMARILLO-TEXAS, Condado de Potter.
Un año después ...
La hacienda que Francesco Corleone compró
hace cuatro años a los herederos de Cornelia Wadsworth es, sin duda, una de las
más grandes del estado de Texas. Ocupa 3500 Hectáreas ( algo más de 8400 acres)
y se divide en dos partes claramente diferenciadas. En la parte Este se sitúa
una enorme plantación de algodón, altamente mecanizada, cuya producción se
destina casi en su totalidad a la exportación. La parte Oeste es una
explotación ganadera de más de diez mil cabezas de vacuno, en su mayoría de la
raza Bradford.
La
cuenta de resultados del rancho no termina de dar muchas alegrías a Corleone, a
pesar de la contrastada dedicación mostrada por toda la plantilla de
trabajadores, que supera la centena. Con la llegada de Theo Schwann (Joe Barlow
en realidad) como capataz general, las cifras que se reciben en la sede central
de ACE en Los Ángeles, lejos de mejorar, han sufrido un ligero retroceso, pero
lo que más preocupa al magnate son los rumores que desde hace meses
traducen el creciente descontento que muestran los empleados de la plantación
algodonera, cuya gobernanta es su antigua secretaria, Lucy Berkley, quien desde
la sombra, dirige los hilos de todo y "obliga" a su marido a tapar
sus fechorías y a amedrentar a los trabajadores que no le bailan el agua. Esta
situación ha provocado, sin que trascienda demasiado, más de un rifirrafe entre
ellos, que ya no tienen la idílica relación de los primeros meses. Lo cierto es
que el carácter bonachón, apacible, ecuánime, desinteresado y colaborador del
Schwann (Barlow) de siempre, ha dado paso a un hombre irascible, obstinado,
caprichoso, injusto y avasallador, conminado a no contradecir nunca en público
a la arpía de su esposa a costa de quedar muchas veces como el don nadie que ha
sido toda su vida.
Corleone decide mandar un emisario para que investigue in situ lo que está sucediendo. Para esta labor se decanta por Frank Medeiros, el secretario del Departamento de Personal. Haciendo un repaso a sus recuerdos del viaje a la India, a modo de flash-back, le vienen imágenes de la cena en el Restaurante Ahdoos en Srinagar y de la parte trasera del avión donde iban sentados Lucy y Theo como dos tortolitos. Llevado por su intuición y su sagacidad, llama a David Huxley, el jefe de seguridad de ACE, le pide que intente recuperar las grabaciones de las cámaras del interior del avión durante el viaje de vuelta de Shangai a Los Ángeles de hace un año.
Corleone decide mandar un emisario para que investigue in situ lo que está sucediendo. Para esta labor se decanta por Frank Medeiros, el secretario del Departamento de Personal. Haciendo un repaso a sus recuerdos del viaje a la India, a modo de flash-back, le vienen imágenes de la cena en el Restaurante Ahdoos en Srinagar y de la parte trasera del avión donde iban sentados Lucy y Theo como dos tortolitos. Llevado por su intuición y su sagacidad, llama a David Huxley, el jefe de seguridad de ACE, le pide que intente recuperar las grabaciones de las cámaras del interior del avión durante el viaje de vuelta de Shangai a Los Ángeles de hace un año.
Frank
y David son citados para el siguiente jueves en el despacho de Corleone.
Sabedores de lo recto y exigente que es su jefe cuando manda personalmente un
cometido como el actual, se presentan en las oficinas centrales de ACE una hora
ante de la señalada en la misiva que se les envió días atrás. Sentados en la
sala de espera uno junto a otro, no parece que haya una relación muy buena
entre ellos, sin cruzar sus miradas en ningún momento, hablan de cosas vanales,
sin querer hacer mención a la información recopilada. Medeiros parece esconder
el dossier que porta bajo el brazo y Huxley guarda el DVD con la grabación solicitada
en el bolsillo interior de su americana.
A las nueve en punto la secretaria de Corleone hace pasar en primer lugar al jefe de seguridad. Tras el saludo protocolario, David coloca el DVD en el reproductor que hay junto a la elegante mesa de despacho del magnate, a los pocos segundos aparece en la pantalla del monitor la escena que Corleone esperaba con intriga, tras un cariñoso arrumaco de Lucy, el encantador de serpientes revela su verdadera identidad. Tras parar la reproducción, Corleone ordena a Huxley que investigue el pasado de Joe Barlow, utilizando todos los medios necesarios para ello. Antes de despedirse, David advierte a su jefe que no se fíe demasiado de lo que le diga el informador que aguarda fuera, sabedor de la complicidad pasada entre la antigua secretaria y Medeiros. Francesco agradece la profesionalidad de Huxley y se despiden con un afectuoso apretón de manos.
Pasados unos minutos llega el turno de Medeiros, que entra en el despacho con claros signos de ansiedad, un ligero temblor de manos y unas gotas de sudor que se deslizan por su frente, delatan su inseguridad. Deposita el dossier mecanografiado sobre la mesa y se sienta sobre el borde del sillón confidente. Corleone coge la carpeta tras un frío saludo y empieza a leer el escrito. Cuando termina, se queda mirando fija e inquisitivamente a Medeiros y le pregunta: -¿Esto es todo?-. El secretario de Personal se aclara la garganta y responde: - He interrogado uno por uno a los 28 trabajadores de la plantación, a la Señorita Berkley y a Theo Schwann, están transcritas en el informe todas las declaraciones, de forma literal, creo que se ha exagerado todo mucho, además, pienso que Schwann es un buen hombre, incapaz de obrar como dicen las acusaciones de los cinco operarios marcados con un asterisco, ya se sabe, en todos los grupos de trabajo hay rencillas y envidias, usted me ha pedido mi opinión y yo se la he dado, señor-. Corleone se toma su tiempo para responder, gira su sillón de director y mira por la cristalera que deja ver el puerto naútico de Los Ángeles al fondo y los rascacielos del WTC en un plano mas cercano. Recuerda la llamada desesperada de una trabajadora de Cotton-Cow el día anterior, en ella decía estar siendo víctima de una situación de acoso muy grave por parte de Lucy y Schwann, que esto no era nuevo pero que la violencia de este último se había vuelto insoportable los últimos días. De forma solemne, pero sin aspavientos, Corleone dice a Medeiros que se puede marchar y así lo hace. El magnate llama por el teléfono interior a su secretaria y le ordena que prepare todo lo necesario para volar en helicóptero al día siguiente hasta Amarillo.
A las nueve en punto la secretaria de Corleone hace pasar en primer lugar al jefe de seguridad. Tras el saludo protocolario, David coloca el DVD en el reproductor que hay junto a la elegante mesa de despacho del magnate, a los pocos segundos aparece en la pantalla del monitor la escena que Corleone esperaba con intriga, tras un cariñoso arrumaco de Lucy, el encantador de serpientes revela su verdadera identidad. Tras parar la reproducción, Corleone ordena a Huxley que investigue el pasado de Joe Barlow, utilizando todos los medios necesarios para ello. Antes de despedirse, David advierte a su jefe que no se fíe demasiado de lo que le diga el informador que aguarda fuera, sabedor de la complicidad pasada entre la antigua secretaria y Medeiros. Francesco agradece la profesionalidad de Huxley y se despiden con un afectuoso apretón de manos.
Pasados unos minutos llega el turno de Medeiros, que entra en el despacho con claros signos de ansiedad, un ligero temblor de manos y unas gotas de sudor que se deslizan por su frente, delatan su inseguridad. Deposita el dossier mecanografiado sobre la mesa y se sienta sobre el borde del sillón confidente. Corleone coge la carpeta tras un frío saludo y empieza a leer el escrito. Cuando termina, se queda mirando fija e inquisitivamente a Medeiros y le pregunta: -¿Esto es todo?-. El secretario de Personal se aclara la garganta y responde: - He interrogado uno por uno a los 28 trabajadores de la plantación, a la Señorita Berkley y a Theo Schwann, están transcritas en el informe todas las declaraciones, de forma literal, creo que se ha exagerado todo mucho, además, pienso que Schwann es un buen hombre, incapaz de obrar como dicen las acusaciones de los cinco operarios marcados con un asterisco, ya se sabe, en todos los grupos de trabajo hay rencillas y envidias, usted me ha pedido mi opinión y yo se la he dado, señor-. Corleone se toma su tiempo para responder, gira su sillón de director y mira por la cristalera que deja ver el puerto naútico de Los Ángeles al fondo y los rascacielos del WTC en un plano mas cercano. Recuerda la llamada desesperada de una trabajadora de Cotton-Cow el día anterior, en ella decía estar siendo víctima de una situación de acoso muy grave por parte de Lucy y Schwann, que esto no era nuevo pero que la violencia de este último se había vuelto insoportable los últimos días. De forma solemne, pero sin aspavientos, Corleone dice a Medeiros que se puede marchar y así lo hace. El magnate llama por el teléfono interior a su secretaria y le ordena que prepare todo lo necesario para volar en helicóptero al día siguiente hasta Amarillo.
La
aeronave de ACE toma tierra en el helipuerto del rancho Cotton-Cow, que se
utiliza por primera vez en varios años. La llegada de Corleone coge por
sorpresa al capataz jefe, avisado por radio sólo unos minutos antes por el
piloto. Sujetándose con la mano el sombrero de cowboy, para evitar que el
viento generado por las aspas del aparato lo arranque de su cabeza. Schwann saluda
a su jefe y le pide que le acompañe a la oficina que es una dependencia de la
casa colonial donde vive con su esposa, en el centro de la hacienda. Francesco
agradece el refrigerio que le ofrece uno de los trabajadores y, dirigiéndose al
capataz, le dice: - Y bien Barlow, quiero que me explique lo que está pasando
aquí, y evítese los rodeos, excusas y pamplinas-. El capataz, desconcertado al
escuchar de Corleone su verdadero apellido piensa: - Nadie salvo Lucy conoce mi
verdadero nombre en este lado del país, ¿habrá sido capaz de traicionarme?-.
Ante el silencio de Barlow, Corleone dice, levantando un poco la voz: - ¿Vas a
hablar o llamamos a tu esposa y lo aclaramos todo de una vez?-. Casualmente, se
abre la puerta y entra en el despacho Lucy, ataviada con un elegante traje de
cowboy de corte femenino, saluda a su jefe: - Hola, Francesco, digo...Sr.
Corleone, ¿Qué le trae por aquí, su casa?-. Su voz denota nerviosismo. El magnate dice
sin ambajes: - Tengo información que compromete seriamente vuestra continuidad
aquí, quiero escuchar una por una las versiones de los trabajadores de la
plantación que figuran en esta lista. Espero que no se confirmen mis sospechas,
por vuestro bien y la buena marcha del rancho. Mucho me temo que os habéis
pasado de la raya y habéis traicionado de largo mi confianza-. La pareja da una
explicación nada convincente para Corleone, plagada de contradicciones y
excusas "baratas", intentando culpabilizar a un grupo de operarios a
los que tachan de envidiosos, polémicos, vagos e ineficientes, todo lo cual no
parece ser otra cosa sino la proyección de sus propias deficiencias, por no
hablar de su corruptibilidad, reflejada claramente en la contabilidad del
rancho, examinada con lupa por el equipo de economistas de ACE mes a mes, que encontró
asientos sospechosos, facturas falsas de proveedores inexistentes, gastos sin
justificar en mobiliario y herramientas que no está en ningún sitio de la
hacienda y un largo etcétera de irregularidades. El informe emitido por dicho
equipo es demoledor y no deja lugar a dudas.
De
los trabajadores de la lista entregada por Corleone a Barlow, la segunda en
entrar es Tania Seighmour. Cuando empieza a hablar, con voz un poco
entrecortada debido a la presencia del capataz al otro lado de la sala,
Francesco reconoce a la persona que le llamó por teléfono unos días atrás.
Entre sollozos cuenta una serie de tropelías cometidas por Barlow hacia ella y
otras compañeras. Su discurso es tan coherente y parece tan sincero a la vista
del magnate que, la interrumpe, se acerca a ella para consolarla y le pide que
salga y comunique al resto de compañeros que ya no hará falta más
declaraciones. La decisión está tomada, pide a Barlow que se siente frente a él
y le plantea tres posibilidades, ahorrándole otras consideraciones, porque no
es su intención abochornarlo: La primera es rescindir el contrato y devolverlo
a Cachemira para que siga encantando serpientes allá. La segunda es que siga en
la nómina de la empresa, trasladándole a Washington, para que, durante doce horas
al día, haga sonar su flauta en el cementerio de Arlintong, delante de la tumba
de su tío abuelo, Don Vito Corleone, para deleitar su alma con sus dulces
melodías. La tercera es que coja sus bártulos, como ya hizo en Srinagar y se
largue de Amarillo, eso sí, después de comunicar a las autoridades su verdadero
nombre, lo que a buen seguro no le daría oportunidad de ir muy lejos, ya que es
el único de su antigua banda que permanece en paradero desconocido.
La intención de Corleone era meterle el miedo en el cuerpo, en realidad pensaba dejarlo ir sin denunciarle, como así hizo finalmente después de que el encantador declinara las dos primeras opciones.
La intención de Corleone era meterle el miedo en el cuerpo, en realidad pensaba dejarlo ir sin denunciarle, como así hizo finalmente después de que el encantador declinara las dos primeras opciones.
El
helicóptero despegó de Cotton-Cow a las 20:30 con dirección a Palm Spring. La
noche para Joe y Lucy fue larga y tensa, acabaron con una bronca monumental que
hizo a Barlow tomar la decisión de marchar solo, a pesar de las súplicas de
Lucy para que le permitiera ir con él e intentar arreglar las cosas.
A primera hora de la mañana, el Range Rover de Barlow salió del Rancho Cotton-Cow hacia el norte por la conocida Ruta 66. A unas cincuenta millas de Amarillo paró en un bar de carretera a desayunar. Mientras apuraba el último sorbo de su taza de café entró en el local una patrulla de policía y uno de sus miembros, dirigiéndose a él dijo: - Joe Barlow, queda usted detenido-. Le puso unas esposas al tiempo que su compañero le leía sus derechos. Mientras los tres se dirigían hacia el todo terreno aparcado junto al suyo, Joe giró la cabeza hacia el sur y pensó: - Esto no es cosa de Corleone, es demasiado elegante para hacer algo así, no hay duda, mi pesadilla finalmente se ha hecho realidad, aquella boa constrictor era mi bella Lucy....
A primera hora de la mañana, el Range Rover de Barlow salió del Rancho Cotton-Cow hacia el norte por la conocida Ruta 66. A unas cincuenta millas de Amarillo paró en un bar de carretera a desayunar. Mientras apuraba el último sorbo de su taza de café entró en el local una patrulla de policía y uno de sus miembros, dirigiéndose a él dijo: - Joe Barlow, queda usted detenido-. Le puso unas esposas al tiempo que su compañero le leía sus derechos. Mientras los tres se dirigían hacia el todo terreno aparcado junto al suyo, Joe giró la cabeza hacia el sur y pensó: - Esto no es cosa de Corleone, es demasiado elegante para hacer algo así, no hay duda, mi pesadilla finalmente se ha hecho realidad, aquella boa constrictor era mi bella Lucy....
Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una
bella mañana de abril
(Haruki Murakami)

Los relatos de Haruki Murakami nadan entre la soledad y ansia de amor
que destilan sus personajes enmarcados en situaciones oníricas, surrealistas,
que hacen que sus historias sean tan atrayentes y su estilo tan personal.
En El hombre de hielo, fiel reflejo
de su personalidad literaria, narrado en primera persona, la protagonista, cuyo
nombre no es revelado, nos conduce a un extraño pasado donde el azar, conjurado
humorísticamente por Haruki en un hotel para esquiadores, hizo que conociera a
un hombre de hielo. El comienzo del relato no puede ser más categórico: “Me
casé con un hombre de hielo”. Luego, se toma todo el tiempo para destejer esta
madeja helada hasta el irónico y lógico final.
Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta
una bella mañana de abril:
Una
bella mañana de abril, en una callecita lateral del elegante barrio de Harajuku
en Tokio, me crucé con la chica 100% perfecta.
A
decir verdad, no era tan guapa. No sobresalía de ninguna manera. Su ropa no era
nada especial. En la nuca su cabello tenía las marcas de haber acabado de despertar.
Tampoco era joven –debía andar alrededor de los treinta, ni siquiera cerca de
lo que comúnmente se considera una “chica”. Aún así, a quince metros sé que
ella es la chica 100% perfecta para mí. Desde el momento que la vi algo retumbó
en mi pecho y mi boca quedó seca como un desierto. Quizá tú tienes tu propio
tipo de chica favorita: digamos, la de tobillos delgados, o grandes ojos, o
delicados dedos, o sin tener una buena razón te enloquecen las chicas que se
toman su tiempo en terminar su merienda. Yo tengo mis propias preferencias, por
supuesto. A veces en un restaurante me descubro mirando a la chica de la mesa
de al lado porque me gusta la forma de su nariz.
Pero
nadie puede asegurar que su chica 100% perfecta corresponde a un tipo
preconcebido. Por mucho que me gusten las narices, no puedo recordar la forma
de la de ella –ni siquiera si tenía una. Todo lo que puedo recordar de forma
segura es que no era una gran belleza. Extraño.
–Ayer me crucé en la calle con la chica
100% perfecta –le digo a alguien.
–¿Sí? –dice él– ¿Era guapa?
–No realmente.
–De tu tipo entonces.
–No lo sé. Me parece que no puedo recordar
nada de ella, la forma de sus ojos o el tamaño de su pecho.
–Raro.
–Sí. Raro.
–Bueno, como sea –me dice ya aburrido–,
¿qué hiciste? ¿Le hablaste? ¿La seguiste?
–Nah, sólo me crucé con ella en la calle.
Ella
caminaba de este a oeste y yo de oeste a este. Era una bella mañana de abril.
Ojalá
hubiera hablado con ella. Media hora sería suficiente: sólo para preguntarle
acerca de ella misma, contarle algo acerca de mí, y –lo que realmente me
gustaría hacer– explicarle las complejidades del destino que nos llevaron a
cruzarnos uno con el otro en esa calle en Harajuku en una bella mañana de abril
de 1981. Algo que seguro nos llenaría de tibios secretos, como un antiguo reloj
construido cuando la paz reinaba en el mundo.
Después
de hablar, almorzaríamos en algún lugar, quizá veríamos una película de Woody
Allen, entrar en el bar de un hotel para tomar unos cócteles. Con un poco de
suerte, terminaríamos en la cama. La posibilidad toca en la
puerta de mi corazón.
Ahora
la distancia entre nosotros es de apenas 15 metros. ¿Cómo acercarme? ¿Qué
debería decirle?
–Buenos días, señorita, ¿podría compartir
conmigo media hora para conversar? Ridículo. Sonaría como un vendedor de
seguros.
–Discúlpeme, ¿sabría usted si hay en el
barrio alguna lavandería 24 horas?No, simplemente ridículo. No cargo nada
que lavar, ¿quién me creería en una línea como esa?
Quizá simplemente sirva la verdad: Buenos
días, tú eres la chica 100% perfecta para mí. No, no se lo creería. Aunque lo dijera es
posible que no quisiera hablar conmigo. Perdóname, podría decir, es posible que
yo sea la chica 100% perfecta para ti, pero tú no eres el chico 100% perfecto
para mí. Podría suceder, y de encontrarme en esa situación me rompería en mil
pedazos, jamás me recuperaría del golpe, tengo treinta y dos años, y de eso se
trata madurar.
Pasamos
frente a una floristería. Un tibio airecito toca mi piel. La acera está húmeda
y percibo el olor de las rosas. No puedo hablar con ella. Ella lleva un suéter
blanco y en su mano derecha estruja un sobre blanco con una sola estampilla.
Así que ella le ha escrito una carta a alguien, a juzgar por su mirada
adormecida quizá pasó toda la noche escribiendo. El sobre puede guardar todos
sus secretos.
Doy
algunas zancadas y giro: ella se pierde en la multitud. Ahora, por supuesto, sé exactamente qué tendría que haberle dicho.
Tendría que haber sido un largo discurso, pienso, demasiado tarde como para
decirlo ahora. Se me ocurren las ideas cuando ya no son prácticas.
Bueno,
no importa, hubiera empezado “Érase una vez” y terminado con “Una historia
triste, ¿no crees?”
Érase
una vez un muchacho y una muchacha. El muchacho tenía dieciocho y la muchacha
dieciséis. Él no era notablemente apuesto y ella no era especialmente bella.
Eran solamente un ordinario muchacho solitario y una ordinaria muchacha
solitaria, como todos los demás. Pero ellos creían con todo su corazón que en
algún lugar del mundo vivía el muchacho 100% perfecto y la muchacha 100% perfecta.
Sí, creían en el milagro. Y ese milagro sucedió.
Un día se encontraron en una esquina de la
calle.
–Esto es maravilloso –dijo él–. Te he
estado buscando toda mi vida. Puede que no creas esto, pero eres la chica 100%
perfecta para mí.
–Y tú –le respondió ella– eres el chico
100% perfecto para mí, exactamente como te he imaginado en cada detalle. Es
como un sueño.
Se sentaron en el banco de un parque, se tomaron de las manos y contaron
sus historias hora tras hora. Ya no estaban solos. Qué cosa maravillosa
encontrar y ser encontrado por tu otro 100% perfecto. Un milagro, un milagro
cósmico.
Sin
embargo, mientras se sentaron y hablaron, una pequeña, pequeñísima astilla de
duda echó raíces en sus corazones: ¿estaba bien si los sueños de uno se cumplen
tan fácilmente?
Y
así, tras una pausa en su conversación, el chico le dijo a la chica: Vamos a
probarnos, sólo una vez. Si realmente somos los amantes 100% perfectos,
entonces, alguna vez, en algún lugar, nos volveremos a encontrar sin duda
alguna y cuando eso suceda y sepamos que somos los 100% perfectos, nos
casaremos ahí y entonces, ¿cómo ves?
–Sí –dijo ella – eso es exactamente lo que
debemos hacer. Y así partieron, ella al este y él hacia el oeste.
Sin
embargo, la prueba en que estuvieron de acuerdo era absolutamente innecesaria,
nunca debieron someterse a ella porque en verdad eran el amante 100% perfecto
el uno para el otro y era un milagro que se hubieran conocido. Pero era
imposible para ellos saberlo, jóvenes como eran. Las frías, indiferentes olas
del destino procederían a agitarlos sin piedad.
Un invierno, ambos, el chico y la chica se
enfermaron de influenza, y tras pasar semanas entre la vida y la muerte,
perdieron toda memoria de los primeros años. Cuando despertaron sus cabezas
estaban vacías como la alcancía del joven D. H. Lawrence.
Eran
dos jóvenes brillantes y determinados, a través de esfuerzos continuos pudieron
adquirir de nuevo el conocimiento y la sensación que los calificaba para volver
como miembros hechos y derechos de la sociedad. Bendito el cielo, se
convirtieron en ciudadanos modelo, sabían transbordar de una línea del
subterráneo a otra, eran capaces de enviar una carta de entrega especial en la
oficina de correos. De hecho, incluso experimentaron otra vez el amor, a veces
el 75% o aún el 85% del amor.
El
tiempo pasó veloz y pronto el chico tuvo treinta y dos, la chica treinta. Una bella mañana de abril, en búsqueda de una taza de café para
empezar el día, el chico caminaba de este a oeste, mientras que la chica lo
hacía de oeste a este, ambos a lo largo de la callecita del barrio de Harajuku
de Tokio. Pasaron uno al lado del otro justo en el centro de la calle. El débil
destello de sus memorias perdidas brilló tenue y breve en sus corazones. Cada
uno sintió retumbar su pecho. Y supieron:
Ella es la chica 100% perfecta para mí.
Él es el chico 100% perfecto para mí.
Pero
el resplandor de sus recuerdos era tan débil y sus pensamientos no tenían ya la
claridad de hace catorce años. Sin una palabra, se pasaron de largo, uno al
otro, desapareciendo en la multitud. Para siempre.
Una historia triste, ¿no crees?
Sí, eso es, eso es lo que tendría que
haberle dicho.
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