Terminé de vestirme y me
miré al espejo. El vestido rojo me quedaba ceñido al cuerpo y el amplio escote
de la espalda le daba un look muy sexy... calcé unas altas sandalias y sonreí
complacida.
Después de tantas semanas de estrés y
depresión necesitaba alejarme un poco del silencio de mi apartamento y de la
rutina de la oficina. Iría a dar una vuelta y tomar una copa en un bonito
lugar. Recordé a Pierre y lo mal que se había portado conmigo. Luego de dejarme
sin una explicación, se había dedicado a difamarme y alejarme de mis amistades.
Con nostalgia recordé aquellas reuniones llenas de camaradería y alegría.
Seguro que había hecho circular las fotos y videos que nos habíamos tomado en
nuestros días de locura y pasión. Era un granuja que no merecía ni mi amor ni
mi sufrimiento. Ninguno de mis amigos me había dicho nada y se habían
limitado a alejarse de mí cortésmente. Ninguno de ellos merecía tampoco
mi amistad, pero no podía evitar sentirme triste y desilusionada. En fin, suspiré,
y cogiendo mi abrigo negro del armario salí la calle, que me recibió llena de
entusiasmo y movimiento. La gente iba y venía presurosa, subían a los coches, entraban
en los restaurantes y cines.
Empecé a caminar entre
los transeúntes como dejándome llevar por la corriente. Poco a poco
y sin darme cuenta me fui internando en un laberinto de callecitas
angostas, algo oscuras y de construcciones bastante
desvencijadas. No me acordaba haber pasado por allí, o de repente sí lo había
hecho pero ya lo había olvidado. Caminé largo rato entre esos viejos
edificios de luces quejumbrosas y fachadas destartaladas, y cuando empezaba a
sentirme algo abrumada de tanta soledad, al volver por una esquina me
topé con una ancha fachada, de estilo belle époque y
ostentoso cartel iluminado -Club 21-, leí. El lugar se veía muy elegante,
con sus vidrieras art decó y su bella puerta de madera tallada
tenía una apariencia alegre y festiva, justo lo que estaba buscando
para pasar un buen rato. ¿Pero, qué hacía un local así en aquel lugar tan
lúgubre y olvidado? Bueno quizás es un club privado o algo así, me dije
empujando la puerta.
Dentro el ambiente era agradable y muy
animado, una orquesta tocaba lánguidos blues y muchas parejas bailaban
lentamente al son de la música. –No está nada mal-, pensé, me acerqué a la
barra y pedí un combinado. El barman puso delante de mí una copa con una mezcla
ambarina coronada con una aceituna. Bebí lentamente perdida en mis
pensamientos, cuando de pronto una voz varonil me sobresaltó, -¿bailamos?-, me
di la vuelta y me topé con un rostro moreno con un hermoso par de ojos verdes
que le hacían juego. - Encantada–, contesté, y nos mezclamos con las otras
parejas, dejándonos seducir por la melodía dulzona. Me dejé llevar por
aquellos brazos fuertes y aquella mirada que empezaba a hacerme sentir
cosquillas en el estómago. Sin darme cuenta nos habíamos ido apartando de la
pista de baile y nos encontrábamos en un lugar más apartado, fue entonces
cuando sentí sus labios rozar los míos. Luego nos miramos y nos fundimos en un apasionado
beso. Sentía su cuerpo musculoso pegado al mío y su cálido aliento embriagándome,
entonces murmuré: -¿Por qué no nos sentamos un momentito?-. Él, galantemente,
accedió y me llevó de la mano a una mesita con una lamparita de lo más coqueta.
Rompiendo el hielo nos pusimos a conversar y me contó su tragedia: Hacía poco
tiempo había perdido a su novia de una manera tonta y desde entonces daba
vueltas todas las noches por aquel lugar con la esperanza de volver a verla. Me
conmovió su voz apagada y el leve temblor de sus manos. Yo le conté mi
desagradable experiencia con Pierre, el hombre que había destrozado mi corazón
y mi confianza. Luego decidimos brindar por encontrar de nuevo la felicidad.
El tiempo pasó rápidamente entre la charla y los brindis y cuando me di cuenta era ya medianoche. -Uh, mañana tengo que ir a trabajar-, le comenté y me dispuse a partir. Él se despidió de mí en la puerta, excusándose por no acompañarme.
- Es que no puedo salir de aquí -, me dijo
bromeando y dándome el último beso de la noche. Con esa sensación cálida en mis
labios y el corazón alborotado salí del edificio y me encontré de nuevo en esa
sucesión de callecitas oscuras y apretadas. Debía buscar la avenida para tomar
un taxi, caminando perdida en mis divagaciones, me tropecé con un
señor mayor que salía de uno de los portales, - lo siento señorita, venía usted
muy distraída -, me dijo. Le sonreí y le pregunté cómo encontrar la avenida
principal. -Dos calles hacia abajo y gire a la derecha -, me contestó, -Pero, ¿Qué
hace una mujer linda como usted por aquí? - Bueno es que me perdí y luego
encontré el Club 21 y se me ocurrió tomar una copa allí -. -¿El Club 21? -
me contestó. - Pero si ese lugar hace años que ya no existe. Éste era un barrio
elegante, de gente fina, ya sabe usted, bueno, fíjese que hubo una tragedia
allí, mataron a una linda chica, cosa de celos, creo. El asunto es que el lugar
se desprestigió y cayó en desgracia -. Lo escuchaba anonadada y sin decir
más, le di las gracias y me fui a buscar mi taxi.
Esa noche soñé con aquellos ojos seductores
y esos besos robados. Al día siguiente, en la oficina, estuve bastante
distraída y nada más dieron las 6 salí casi corriendo. La historia de aquel
transeúnte se mezclaba en mi cabeza, con mi experiencia en aquel bar restaurante
y así que, sin pensarlo dos veces, me dirigí de nuevo a aquel embrollo de
callecitas y empecé a buscar ávidamente el dichoso lugar. Después de
dar varias vueltas durante un largo rato, me di de bruces con un destartalado
local, con los cristales rotos y la puerta atravesada por unas toscas tablas. “Clausurado”,
rezaba un polvoriento cartel entre los tablones. Sin saber qué
decir ni pensar di media vuelta y volví a buscar un taxi.
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