Jarabe De Palo - Tiempo
En la sociedad actual en la que vivimos
nos obsesiona el tiempo. Nos obsesiona aprovecharlo al máximo, que el tiempo
sea siempre "productivo". Nos damos el permiso de las vacaciones
estivales, pero llega septiembre y volvemos a las andadas de inmediato. La
propia sociedad y las personas de nuestro alrededor nos hacen sentir inútiles o
poco valiosos si no tenemos la agenda apretada.
Al final tenemos tantas cosas que hacer y las hacemos tan deprisa que no
podemos paladearlas y se nos escapan, se escurren entre los dedos y perdemos su
esencia, aquella que nos puede enseñar cosas. No nos paramos a sentir, ni
siquiera a pensar de una manera productiva, la acción nos atrapa.
Todo ello, desde una perspectiva psicológica tiene consecuencias:
· Los pensamientos obsesivos o las
rumiaciones son más frecuentes, nuestro organismo está hiperactivado y es menos
probable pensar con serenidad.
· La percepción del paso del tiempo es
mucho más acelerada, sentimos que el tiempo pasa más rápido y tenemos la
sensación de no haberlo vivido con intensidad. Esto nos puede general vacío e
insatisfacción.
· No tomamos contacto con nuestras
emociones y nuestro cuerpo, la atención está en otra cosa, por ello es más
difícil identificar lo que nos conviene o no desde una perspectiva emocional, lo
que nos agrada, nos gusta, nos aporta, frente a lo que no. Es más difícil que
podamos identificar sucesos emocionalmente relevantes. Y esto puede derivar en
decisiones precipitadas y erróneas para nosotros y de igual manera, vacío e
insatisfacción, ya que los estados emocionales pasan desapercibidos.
· Los estados emocionales pasan
desapercibidos, pero nuestro organismo sigue sintiendo aunque sea de manera no
consciente y este conjunto de emociones no expresadas, no resueltas, no
vividas, se acumulan provocando un exceso de tensión, ansiedad y estrés.
· Desperdiciamos mil instantes meditativos
en los aconteceres cotidianos que nos puedan ayudar a desconectar, relajarnos,
estar en el presente. simplemente, disfrutar del café de la mañana, del camino
al trabajo, de una sensación fresca en la cara al salir a la calle, de la
sonrisa de alguien...
· Todo esto nos agota y acudimos a
desconectarnos con actividades que quizá nos desenchufan pero no nos aportan:
exceso de televisión, de redes sociales, de móvil...
¿Qué
podemos hacer para no ser esclavos del tiempo?
1. No
te satures de tareas. en tu tiempo libre escoge dos o tres cosas por hacer,
intenta dejar tiempo suficiente para esas actividades y poderlas hacer con
calma.
2. De
las obligaciones o actividades que debes cumplir intenta buscar algo que te
agrade, que te haga sentir bien y focaliza tu atención en lo positivo de esas
cosas.
3. Deja
tiempo sin planificar, para descansar o dejarte llevar.
4. Busca
dos o tres cosas al día para ser muy consciente y vivir plenamente el presente:
la ducha diaria, el camino a casa, el desayuno, el ratito de estar ayudando en
los deberes a tus hijos...
5. Intenta
disfrutar del proceso más que del resultado.
6. Recuerda que las mejores cosas de
la vida no son cosas.
¡Que se pare el
mundo que me bajo!
¡Nunca es tarde para aprender y, lo que son las cosas de la vida, hoy he
aprendido algo nuevo! Me alegro porque estaba equivocado. ¡Qué gran invento es
internet! En lo que a mí respecta, ha venido a suplir a don MMM que cuando yo era un crío, me
enseñó muchas cosas, a él le debo, por ejemplo, haber leído las aventuras y
desventuras del «ingenioso hidalgo» de don Miguel de Cervantes, «El Quijote», cuando apenas si tenía 7 u 8
años y vestía pantalones cortos. Resulta que, desde hace años, tenía el convencimiento
de que la máxima «¡Que se pare el mundo, que yo me bajo!» tenía su «copyright»
en el movimiento estudiantil, inconformista y revolucionario que convulsionó el
mundo y sirvió para romper con algunos estereotipos de una sociedad burguesa,
rancia y decadente, y que tuvo su origen en la Universidad de la Sorbona
parisina, durante el famoso mayo francés del 68, ¡y resulta que no!. ¡Nunca es
tarde si la dicha es buena!.
Hace un tiempo, no mucho, descubrí que el padre de la «criatura»
-expresión- es el gran Groucho
Marx, el mismo que dijo lo de «Nunca pertenecería a un club en el que
admitiese a gente como yo» o lo que figura, como epitafio, en su lápida
mortuoria: «Disculpen que no me levante», aunque hay quien asegura que no está
enterrado en ningún cementerio sino que sus cenizas se esparcieron por Central
Park, en Nueva York. Recordemos también aquella frase lapidaria suya: “Si no te
gustan mis principios, tengo otros”. Hay quien, incluso, atribuye la «frasecica»
de marras a Mafalda, lo que
dudo porque «el papá» de la niña «inconformista y progre», Quino, era argentino y la filosofía de
los argentinos es menos socarrona. Me inclino más por Groucho. En el mayo
francés también se «decretó» el «estado de felicidad permanente», aunque el tiempo
se ha encargado de demostrar que eso es una utopía. En aquella revuelta, los
estudiantes abogaban por el «prohibido prohibir», porque -decían- «la libertad
comienza por una prohibición».
Esta máxima, la de - Que se pare el mundo, que me bajo-, viene a decir
que estamos hasta los «pelendengues» de cómo se gestiona una determinada
situación y que no comulgamos con las alternativas que nos ofrecen quienes deben
solucionar un desaguisado, de ahí que nos gustaría el imposible de bajarnos de
un mundo en constante movimiento para poner en orden algunas cosas, sobre todo
ideas, ya que, por nuestras convicciones -seguramente más simples que el mecanismo
de un botijo-, consideramos que esas alternativas no se corresponden con lo que
contemplamos como idóneo, aunque eso no quiere decir que estemos en posesión de
la verdad absoluta, sino todo lo contrario, porque cada uno somos de un padre y
una madre y vemos las cosas desde distintas perspectivas, porque, como dijo
don Ramón de Campoamor, «en
este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del
cristal con que se mira».
Al final me he «liao», ¿verdad?, por lo que voy a ver si remato esta
historia de la mejor manera posible, no vaya a ser que mi amigo Juan Francisco, «Cartrile», me llame para quejarse, una
vez más y con razón, de que no se entera de «na» de lo que escribo, mientras él
tiene la «considerasión» de perder unos minutillos leyéndome.
Pues mira, Juan Francisco, esta historia viene a «colasión» de que el
personal «parese» estar más perdío que un pulpo en un garaje y más «colgao» que
un abrigo en verano, puesto que confunde con una facilidad pasmosa lo que deben
ser prioridades, por mucho que figuren en unos papeles, también conocidos como
programas electorales.
Reconozco que no soy de los que se lee los programas con los que los
partidos se presentan a las elecciones, sean del color que sean -los partidos,
no los papeles-, pero sí que soy de los que se patea la calle cada día y, por
ende, soy de los que ve los problemas y necesidades que tiene la gente.
Problemas para los que los ciudadanos demandan soluciones con las que -bajo mi
más que discutible punto de vista- se conseguiría una sociedad más habitable,
más «vivible», pero que, sin embargo, se quiera o no, se desangra viendo como
su patrimonio cultural se va por ese sumidero que se lo traga todo y que se
llama desidia/dejadez. Me consta, porque lo he visto, que nuestros gobernantes
pasean por las calles, pero en el bolsillo no llevan «una libretica» para
apuntar las carencias/anomalías que, a buen seguro, ven, por lo que, cuando
llegan a casa, se les han «olvidao». Así es que, ¡qué se pare el mundo, que yo
me bajo!. ¿Lo comprendes ahora, Juan Francisco!
"Una Décima de Segundo"
Un momento en una agenda,
una décima de segundo más
vuela,
va saltando de hoja en hoja,
mil millones de instantes de que hablar…
Y es que no hay nada mejor que remover
el tiempo con el café…”
Antonio Vega
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