El deseo
-Cuéntame la historia otra vez,
por favor -. El niño alzó la cabeza. Un mechón de sedoso pelo negro le cayó
sobre los ojos. Su vocecilla adormilada enterneció a su madre, que decidió
contarle la historia una vez más.
Apartó el pelo de su cara y lo miró con ternura, era lo único que tenía.
-Pero después a dormir, ¿vale? -
Y con su voz tranquila y suave comenzó a susurrarle al oído:
Mami llevaba triste desde hacía mucho tiempo y deseaba con toda su alma
ser feliz. Había una cosa que quería muchísimo pero no podía tener. Había oído
historias en el pueblo y, aunque ya nadie creía en ellas, llenó un hatillo con
lo necesario y salió de casa dispuesta a encontrar lo que tanto anhelaba.
Esas historias versaban sobre un anciano que vivía en un pueblo llamado
Pradohermoso. Al llegar al pueblo estaba agotada, pero eso no le impidió admirar
la belleza de aquel lugar.
- Realmente hace honor a su
nombre – se dijo. Las casas eran preciosas, las calles cuidadas y perfectas,
engalanadas con magníficos maceteros de distintos colores que contenían plantas
con flores de todo tipo.
La gente parecía feliz, los niños
jugaban a juegos que le evocaban su más tierna infancia, cuando la fruta tenía
esos sabores tan especiales que ya apenas recordaba, los ancianos hablaban y
reían. De repente le llegaron sonidos
que le resultaron familiares y los olores del pasado se hicieron realidad, se
tratada del mercado del pueblo. Se acercó a un grupo de ancianos que jugaban a
los naipes en una bonita terraza mientras apuraban sus chatos de vino a granel.
Con voz ciertamente entrecortada preguntó por el hombre.
- Anatoli ya no concede deseos,
señorita. Dice que se ha cansado de la codicia de los hombres y las mujeres de
esta región y de todas las regiones donde hay hombres y mujeres. –El viejo
rió-.
Pero mami no perdió la esperanza y fue a ver al anciano. Vivía en la
única casa destartalada del pueblo. Parecía vacía y en la puerta había un
cartel que anunciaba: “Sólo la persona que consiga encontrar la caracola más
perfecta de la playa conseguirá el último deseo. No llamar, dejar en el porche”.
Mami buscó y rebuscó y encontró una caracola que para ella era perfecta y
hermosa. La dejó en la puerta del anciano y se dispuso a volver a casa . Una
vecina del anciano, desde el umbral de su puerta entreabierta, le advirtió que
Anatoli hacía tiempo que desvariaba y de tanto en tanto tenía arranques de
agresividad hacia los que merodeaban por su morada.
Al llegar a casa, delante de la puerta había una cesta y en la cesta una
nota y bajo la nota un bebé de hermoso pelo negro envuelto en una manta. La
nota rezaba: “Deseo concedido”
(P.RYPFF)
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