Andrés es un joven de 24 años, está
soltero, actualmente sin pareja y desde hace dos años trabaja sin sueldo en la
granja avícola familiar, le dan semanalmente algo de dinero para sus gastos
personales. Nació y se crió en la casa ubicada en el centro de la citada
granja. Le fue bastante bien en la escuela con calificaciones de notable alto. Después
tuvo varios trabajos como operario agrícola fuera del entorno familiar que
compaginó con la realización de varios ciclos formativos relacionados con la
agricultura y ganadería.
Vivió un año con una chica que conoció en el instituto pero las cosas
entre la joven pareja no fueron bien desde el inicio de la convivencia,
principalmente por el carácter inseguro y poco detallista de Andrés. Tras la
ruptura volvió a la casa familiar. Los dos últimos años ha trabajado echando
una mano a su padre, con rendimientos poco satisfactorios. Cuando tenía 15 años
su madre se suicidó en el curso de una prolongada depresión. Según el médico de
la familia, ella sufría de trastorno bipolar. En el momento que ocurrió el
hecho Andrés no mostró problemas aparentes en aceptar la muerte de su madre,
probablemente porque entre ellos la relación no era muy estrecha, el chico nunca
pudo contar con ella cuando pasaba por una mala situación personal habida
cuenta de que ella tenía muchos periodos en los que no atendía nada que no
fuera su propio dolor moral. Tiene un
hermano y una hermana que viven en la misma casa. Al año su padre se casó nuevamente
y su esposa fue bien aceptada por los hijos, sin duda aportó optimismo y
dinamismo a la familia que, hasta su aparición, parecía estar dominada por la
paz de los cementerios.
Por iniciativa de Lucía, su madrastra, Andrés fue remitido por el médico
de familia al servicio de Psiquiatría del Hospital General de la capital,
debido a su extrema lentitud e indecisión. Su condición había empeorado los
últimos cuatro años. Se había encariñado con él al considerarlo el más débil de
los hermanos. Durante este tiempo había estado atormentado con ideas de que
podría haber hecho algo malo sin pensar o que podría haber perjudicado a otras
personas. Sentía la necesidad de controlar su comportamiento para estar seguro
de que no había causado daño a nadie.
La primera vez que notó este problema fue
cuando estaba estudiando en la Universidad Politécnica. Vivía allí y
permanentemente tenía el pensamiento, cuando lavaba la ropa, de que podría
haber mezclado la ropa suya con la de otros compañeros. También temía haber
usado dinero que le habían prestado o que le había sacado a otros estudiantes,
aunque en realidad nunca pedía prestado y siempre se aseguraba de pagar todo lo
que debía. Se sentía con la obligación de controlar permanentemente si había
cerrado la puerta de su apartamento o apagado la luz y los artefactos
eléctricos. De lo contrario pensaba que alguien podría verse afectado o que
podía causar algún daño. Al final pasaba tanto tiempo controlando las cosas,
que tenía poco tiempo para estudiar y dejó la universidad sin aprobar nada.
Al
regresar a su casa la necesidad de controlar todo se agravó sobremanera. Casi
no podía conducir porque si se cruzaba el vehículo con personas o animales en
la carretera, debía pararse para comprobar si estaban lastimadas. No podía
salir a cazar con su padre porque, después de cada disparo de su escopeta, se
tenía que asegurar de que nadie a su derecha, izquierda o incluso detrás,
hubiera resultado herido. Lo hacía aún sabiendo que esto no era posible. Su
capacidad de trabajo disminuyó porque tenía que pensar minuciosamente en cada
tarea antes de poder hacerla. Y debía controlar cada una; después de
terminarla. Se le veía parado, inmóvil, con la mirada hacia abajo, absorbido en sus pensamientos. Durante las
conversaciones triviales hablaba muy poco porque se trababa en medio de las
palabras. Cuando decía algo debía reconsiderarlo y controlarlo antes de
continuar.
Trató de sobreponerse a la necesidad de controlar todo pero no lo
logró. Gradualmente perdió la confianza en sí mismo, se sintió sin ganas de
nada y fatigado, perdió toda iniciativa y pasaba mucho tiempo acostado en su
habitación. No sentía la sensación de que estaba siendo controlado o
influenciado desde afuera, y nunca tuvo alucinaciones.
El primer día de consulta en la
Unidad de Psiquiatría, Andrés se mostró reservado y algo distante con
movimientos duros y desgarbados. Estaba vestido de manera correcta. Hablaba muy
lento y respondía a las preguntas después de largas pausas. Se le veía un tanto
deprimido y su autoestima era baja. La comunicación no tenía colorido
emocional, pero aparte de eso su conversación no parecía perturbada. No se
sospecharon síntomas psicóticos y no mostró formas de llamar la atención ni
trató de sacar partido de la entrevista. Al final de la segunda entrevista tuvo
cierta dificultad para retirarse y luchaba contra la compulsión de verificar si
no se estaba llevando algo que no le perteneciera.
Los síntomas de Andrés responden a los
criterios para trastorno obsesivo-compulsivo con obsesiones y compulsiones de
larga data, que se manifiestan de forma repetitiva y desagradable, y causan
angustia e interferencia con el funcionamiento social e individual. Acepta que
estos síntomas se originan en su propia mente, y que son ideas excesivas y sin
razón. Al comienzo trató de superarlas sin éxito, y por último había desistido.
Las compulsiones parecen ser predominantes, lo que puede especificarse por el
cuarto carácter del código de la CIE-10: F42.1. Trastorno obsesivo compulsivo,
predominantemente con actos compulsivos.
El trastorno está acompañado por estado de
ánimo depresivo, cansancio, falta de iniciativa, falta de confianza en sí
mismo, y disminución de la autoestima, lentitud e hipersomnia, coincidiendo con
un episodio depresivo leve (F32.0). La concurrencia de un episodio depresivo
con un trastorno obsesivo-compulsivo no es poco frecuente. Un episodio
depresivo moderado o severo puede estar acompañado por obsesión y compulsión
como parte de ese trastorno, y si así fuera, el diagnóstico de episodio
depresivo sería predominante. Por otro
lado, un trastorno obsesivo-compulsivo severo y discapacitante puede llevar a
una reacción depresiva, coincidiendo con los criterios de episodio depresivo
como diagnóstico subsidiario. En este caso, el TOC estaría antes, y el síndrome
depresivo sería claramente secundario con respecto al primero. Por lo tanto el
diagnóstico en el caso de Andrés es: F42.8: Trastorno obsesivo -compulsivo, con predominio
de actos compulsivos con diagnóstico subsidiario de F32.0: Episodio depresivo
leve.
En cualquier caso las etiquetas diagnósticas, importantes para
establecer un pronóstico y el tratamiento a seguir, son irrelevantes de cara al
paciente y su familia, por varios motivos: Porque contribuyen a la
estigmatización y porque lo importante es que el paciente tome conciencia de
que hay un problema en su vida que, una vez identificado, se puede tratar, se
puede controlar y se puede minimizar sus consecuencias, eso sí, él es el
principal responsable de los cambios a realizar: las resistencias a modificar los
hábitos poco saludables, hacer que desaparezcan los prejuicios que alimentan
sus inseguridades y también el rechazo a la socialización debido a malas experiencias
pasadas.
Si entiende, porque se le explica convenientemente, el camino a seguir y
en el que le vamos a acompañar durante el tiempo necesario y no más allá,
seguramente aceptará de buen grado, tomar una medicación si es necesaria o seguir
un abordaje psicoterapéutico, o las dos cosas, que suele ser lo más conveniente.
Si lo percibe como una imposición que le ponemos desde la superioridad de una consulta,
obtendremos rechazo, adherencia nula a las indicaciones médicas y psicológicas
y en la mayoría de las veces abandonos que contribuirán a la cronificación del
proceso de enfermedad.
Mejor Imposible
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