OIGAMOS A LOS PROTAGONISTAS
RELATO DE UN "ENFERMO"
Reniego de mi
enfermedad sin renegar de mí mismo // R. G. C.
¿Qué es la
enfermedad mental? Desde mi experiencia con diagnóstico psiquiátrico desde los
18 años aproximadamente ―actualmente tengo 45 años―, la enfermedad mental es
una patología ficticia cuya razón de ser es joder la vida a aquellos a los que
se la asigna, para proteger a otros que se sitúan en posiciones de poder
favorables y que toda su suciedad quede escondida. No tendría razón de ser el
concepto de enfermedad mental en un contexto donde los intereses económicos y
el ocultamiento de los diferentes tipos de abusos no fueran parte esencial del
mismo.
Que yo no me
quiera considerar enfermo no quita que reconozca mis vulnerabilidades, que sea
partícipe de mi locura de manera consciente y consecuente. Es, en cambio,
adoptar una posición política frente a las concepciones dominantes sobre la
salud mental. Debo decir que la discapacidad que es atribuida a los enfermos
mentales es una condición puesta desde una perspectiva totalmente económica.
La locura no
es enfermedad porque no existen pruebas médicas. Además la recuperación, el
empoderamiento, y la agencia de la persona que la vive pasan, en gran medida,
por desvincularse de las creencias que se derivan de asumir el rol de enfermo
mental; si soy enfermo derivo ciertas responsabilidades de otros y las mías a
la enfermedad, faltándose a la realidad misma y constriñendo mi vida con
pensamientos poco emancipatorios.
Aceptar la
enfermedad mental es renegar del daño que he sufrido y adoptar una posición
afable frente al abusador, poniendo al fuego la dignidad que me atesora. Cuando
uno acepta tener un diagnóstico psiquiátrico reniega de manifestar aquellos
sentimientos llamados negativos asociados a las patologías mentales: no debo
enfurecerme, odiar, gritar, enfadarme, llorar, etcétera, porque corro el
peligro de ser juzgado como enfermo.
Tener
consciencia de enfermedad facilita la adhesión al tratamiento, pero también
renuncias con ello a tu manera de haber manifestado el dolor recibido,
asumiendo una culpa y renegando de ti mismo. Quizás uno no esté orgulloso de su
manera de proceder en algunos casos, pero eso debe servir para restaurar y no
para censurar.
Cuando asumes
una enfermedad mental asumes la verdad de los demás, renunciando a la tuya y a
los sentimientos que podrían dirigir tus pensamientos y acciones. En la mayoría
de los casos esa verdad impuesta no favorece al enfermo, sino que se decide por
él pero sin él. La persona diagnosticada necesita recuperar su propia
credibilidad con ideas que le permitan pensarse de manera nueva, pero
concebirse como enfermo no favorece esa credibilidad, ya que toda la realidad
que hay construida en torno al enfermo, y que este asume como cierta, está
desvirtuada. No existe peor enemigo de la salud mental que te desplacen de
pensar por ti mismo o desde una perspectiva singular.
Uno no puede
asumir consecuentemente la pérdida de libertad como resultado de la asunción de
una enfermedad mental, sin retorcerse del sufrimiento que produce la amputación
de su credibilidad como consecuencia de esa falta de libertad. La mayor ilusión
de un esclavo es recuperar su libertad, de la misma manera que para un enfermo
mental lo es recuperar la suya.
Catalogar a
alguien de enfermo mental es desprenderlo de su subjetividad, para pasar a ser
objeto de la pseudociencia psiquiátrica. La subjetividad es inherente a todo ser
humano y necesaria para realizarse como persona.
La asunción
de la enfermedad mental tiene un efecto tranquilizador para la sociedad en
general, ya que ello sirve para silenciar el malestar del enfermo o no hacerlo
creíble, quitándole el peso de la responsabilidad a dicha sociedad.
COMENTARIO DE UNA "ENFERMA" M. Iris T. F.
Para mí lo difícil ha sido aceptar la
responsabilidad de mis acciones y de mis pensamientos y de los errores
cometidos en mi vida.
Salir de esa inercia de malestar del que es
tan difícil salir. Esto se complica cuando están negando tu mente que sólo
tiene que ver con errores, puesto que la locura es pura confusión. Entonces
aparece el odio a aquel que te niega. Todo ello implica negarse a ser
etiquetada cuando es negada la validez de la propia existencia. Para agarrarse
a ser una persona y no un animal. Superado el odio, después viene una
reconstrucción desde el aprendizaje de la experiencia. Esta reconstrucción
es a través del compartir con los iguales y la reflexión y la lucha interna con
una misma.
Entonces
el dolor del autoestigma y el rencor a los profesionales desaparece con la
comprensión de la experiencia y el alejamiento del hábito de vivir en el
sufrimiento.
Es
la labor de un superviviente porque nadie apuesta por la llamada
recuperación. Ahora lamento que los compañeros estén en el camino y se les
haga daño. Pero el camino es difícil y en solitario. Al menos de momento. Gracias
por expresarlo tan bien Rodolfo.
A mí no me duele ya el mundo exterior y el
profesional. He dejado de creer en la bondad del ser humano. Y aunque han
cambiado ciertas cosas a mejor, creo que otras están empeorando gravísimamente.
Nosotros luchamos por lo que creemos y nos apoyamos y estamos creando conciencia de colectivo, para que a otros no les pase y vivan la soledad del proceso como nosotros.
Nosotros luchamos por lo que creemos y nos apoyamos y estamos creando conciencia de colectivo, para que a otros no les pase y vivan la soledad del proceso como nosotros.
Un abrazo.
OPINIÓN PERSONAL
Como profesional de la Psiquiatría desde
hace varios lustros (dicen que la experiencia es un grado), uno de mis
objetivos más importantes en mi trabajo diario, es luchar contra la
estigmatización de los enfermos mentales.
Afortunadamente se ha avanzado
bastante en la normalización y aceptación sin prejuicios de la enfermedad
mental grave, gracias al ímprobo esfuerzo de los distintos sectores implicados
en la materia, aunque no cabe duda de que aún queda mucho por hacer. Pese a que
pueda pecar de utópico albergo la ilusión de que, con el esfuerzo de todos,
pueda ver cumplido algún día el objetivo de que se trate a los enfermos
mentales de igual manera que a los que padecen otras patologías somáticas, no
como a tarados peligrosos que hay que mantener apartados de la sociedad, ya sea
en instituciones mentales decimonónicas de crónicos, que no hacen más que
perpetuar su proceso de enfermedad y robar todo atisbo de dignidad personal, o
en un rincón de la morada familiar impidiéndoles cualquier contacto con
personas "normales" del entorno vecinal o social.
Las personas con enfermedad mental sufren
además de las discapacidades y dificultades de integración derivadas
directamente de la enfermedad, las consecuencias del desconocimiento social que
existe hacia dichas patologías. El prejuicio social determina y amplifica las dificultades
de integración social y laboral de los enfermos mentales y provoca un rechazo
hacia ellos de todo punto inmerecido e injusto, lo que levanta barreras
adicionales que aumentan el riesgo de aislamiento y marginación. Por ello es
evidente que una atención integral a su problemática, no sólo tiene que cubrir
sus necesidades de apoyo e integración, sino que simultáneamente también debe
establecer acciones que disminuyan o eliminen las consecuencias negativas del
estigma que tradicionalmente pesa sobre ellas.
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