Ayer recibí por whatsapp, como en otras
muchas ocasiones, un artículo muy interesante, cuyo link expongo aquí, en él se
relata una clase magistral de un profesor australiano recién llegado a una
facultad española. No he podido evitar acordarme, no sin cierta nostalgia, de
mis tiempos de Universidad, hace ya más de tres décadas.
No éramos pocos los
que no asistíamos a clase, en parte porque no pocas de ellas eran burdamente tediosas,
en ellas el profesor de turno se limitaba a leer, en unos folios amarillentos y
ajados por el paso de los años, unos aburridísimos textos que como posesos
transcribíamos los alumnos al dictado. Por otra parte, había una maravillosa
comisión de apuntes que funcionaba “de puta madre”. Todos los viernes los
alumnos nos arremolinábamos alrededor de la fotocopiadora-multicopista para
comprarlos, y no precisamente a buen precio, recuerdo las frases de ELA cada
vez que le pedía el dinero para costearlos: - "¿Otra vez dinero para apuntes, hijo? A
ver si te metes tú en esa maravillosa comisión, ¿No me dijiste que a sus
miembros les sale gratis?" -. A lo que yo contestaba: -"No te preocupes mamá, es
una inversión de futuro, te devolveré con creces toda la ayuda que me está prestando"-.
La verdad, nunca le estaré suficientemente agradecido, su abnegación
desinteresada en la brega diaria era inconmensurable.
Bueno, que me voy por las
ramas, había clases que nadie se perdía, algunos profesores, generalmente
catedráticos, daban también “conferencias” magistrales, como el australiano del
relato, de esas que no se olvidan por muchos años que transcurran. Recuerdo con
especial emoción las de Anatomía del Profesor Domenech Rato, era capaz de
dibujar en la pizarra y a dos manos, excelentes “fotografías” de distintas
partes del cuerpo humano, utilizando tizas de distintos colores, todo ello
mientras explicaba de memoria todo lo que iba plasmando en el “lienzo verde”
incrustado en la pared del aula. Al final de la clase se quedaba allí,
solitaria y efímera, durante el descanso de cinco minutos entra clase y clase, su obra maestra. Qué pena que hubiera que
borrar todo para que el siguiente profesor escribiera sus esquemas en la clase
siguiente, alguna vez me tocó a mí cometer la herejía del borrado, porqué no
decirlo, con alguna lagrimilla resbalando por mis mejillas. También me acuerdo
del profesor Ortuño, que impartió muchas clases magistrales de Anatomía
Patológica, su contenido no había que estudiarlo en casa, sólo con escuchar atentamente
sus explicaciones, se quedaba increíble e indeleblemente plasmado en la memoria y podías
evocarlo para responder sin dificultad a las preguntas de los interminables exámenes de la
asignatura. No quiero extenderme más en esta introducción, pero hubo un buen
ramillete de profesores que nos enseñaron, no sólo contenidos curriculares, sino
que influyeron de manera muy notoria en nuestra
formación humana como futuros médicos.
https://blogtanico.wordpress.com/2019/03/10/la-importancia-del-culo-en-la-evolución-humana/
La importancia del Culo en la Evolución
Humana.
¿De qué modo los simios evolucionaron en
humanos?
El profesor de
antropología, australiano, de mediana edad, encorbatado y vestido de traje,
lanzó esa pregunta sobre los alumnos, en un castellano inteligible, pero con
considerable acento aussi.
El silencio
reinó sobre el aula, nadie osó levantar la mano. El profesor era amable, pero
imponía ante la audiencia estudiantil. Había comenzado la clase hablando de él
mismo, contó, entre otras cosas, que tenía la titulación de médico, pero que no
era un terapeuta, a la manera de los médicos de España, lo suyo eran los huesos
humanos y cuanto más antiguos mejor. El exótico nuevo fichaje de la facultad
generaba una enorme expectación y en su clase inaugural el lleno era total. Yo
no estaba matriculado en su materia, “Evolución Humana” (los
que cursábamos la especialidad de botánica no podíamos hacerlo, ¡que
estupidez!), pero no pude evitar colarme en su clase, muerto de curiosidad.
– Bien, si nadie se atreve, comenzaré yo -dijo el
profesor-. Os recuerdo que soy antropólogo, no antropófago -unas leves risas
del alumnado distendieron el ambiente-. Quiero que participéis en la clase.
Volvamos a la pregunta original: ¿Cómo surgió el género homo de entre los
simios? La acción transcurre en África, hace varios centenares de miles de
años. Un grupo de primates que viven en la selva sufren la transformación de su
medio a consecuencia de un cambio climático. Los bosques ceden terreno a las
sabanas, donde las especies arbóreas no están agrupadas y la hierba que separa
un árbol del otro es considerablemente alta y espesa-.
El orador hizo una larga pausa para beber agua
y mirar a la cara a los alumnos.
– Sigamos. Los
primates se ven obligados a desplazarse a ras de suelo para ir de un árbol a
otro. Increíblemente ágiles en los altos ramajes, son torpes en tierra y además
las hierbas les impide tener una amplia visión del entorno- dicho esto, bajó de
la tarima del aula y apoyando las manos sobre el suelo, recorrió como un
cuadrúpedo los pasillos que separan las filas de pupitres donde estábamos
sentados, ante el estupor general, mientras continuaba con su exposición -Son
fácil presa de los terribles predadores cuando están lejos de su santuario
arbóreo. Los simios necesitarán ser más altos que la vegetación del suelo y
desplazarse, al mismo tiempo, a la suficiente velocidad para escapar de los predadores.
¿Cómo lo solucionaríais vosotros?
Un alumno de la primera fila, con voz
temblorosa, se animó a contestar:
-Haciéndonos más
grandes. La vegetación no nos tapará la vista y correremos más rápidos.
-Demasiado gasto
energético- contestó el profesor, regresando a la posición bípeda y
dirigiéndose a la tarima-. La sabana aporta menos recursos que la selva.
Aumentar de tamaño no es una respuesta ergonómica. Será más rentable ser más
altos sin necesidad de aumentar el volumen.
-Podemos caminar
a dos patas- intervino otro alumno.
-Los monos arborícolas,
como habréis visto en los documentales, se desplazan con dificultad cuando van
a dos patas- acto seguido, imitó el titubeante paso de un chimpancé, doblando
las rodillas, agachado la espalda y dejando que sus brazos colgaran- Le falta
algo al diseño. ¿Qué puede ser?
Nadie
intervino en esta ocasión.
-Un buen culo,
señores. Con un buen culo, todo tiene solución- dicho esto, se giró dando la
espalda a la audiencia, palmeándose las nalgas varias veces y recuperando la
posición vertical.
La risa del
alumnado no se hizo esperar. El estruendo debió escucharse en todo el edificio.
-Os agradezco
las risas, es bueno que venzáis la timidez, pero no es un chiste-. Dijo el
profesor, que volvió a beber agua para continuar con su exposición.
-Supongamos que uno de nuestros monos nace con una
mutación, consistente en la posesión de unos poderosos glúteos. Cuando se
desarrolle, estos músculos lo elevarán sobre la vegetación que le tapaba la
vista y permitirán que se desplace con facilidad sobre sus extremidades
inferiores. El mutante tendrá descendencia y sus hijos heredarán las nuevas
características. Generación tras generación, los no mutados, menos capacitados,
no tardarán en extinguirse.
Una
chica que no cesaba de tomar notas, dejó el bolígrafo sobre la mesa y levantó
la mano.
-Habla- dijo el
australiano.
-¿Y qué pasa con
el desarrollo del cerebro? ¿Acaso el culo es más importante que el cerebro?
Una voz, de origen indeterminado, dijo desde la última
fila:
-Por eso los
modelos de ropa interior ganan más pasta que los biólogos.
Volvieron las
risas estruendosas, contagiando también al profesor, que cuando pudo
recomponerse, contestó.
-Una posición
erguida permite que el cráneo pueda aumentar su masa y volumen. No es lo mismo
colgar de la columna vertebral que estar apoyado sobre ella. Un cráneo mayor,
podrá soportar mayor masa neuronal, permitiendo un cerebro más complejo. Un
buen culo precede a un buen cerebro- dicho esto me señaló-. Usted, suba aquí y
adopte la posición de cuadrúpedo.
Hice lo que me dijo, ante el regocijo general.
-¿Nota el esfuerzo necesario para sostener la cabeza?
Dije que sí.
-Ahora vuelva a la posición bípeda. ¿Percibe la
diferencia?
-Es evidente.
Después de mi actuación, bastante sosa en comparación a
las suyas, me indicó que volviera a mi sitio, yo completamente desinhibido, le
pregunté mientras me dirigía a mi asiento:
-¿Las manos del género homo, distintas de las de los
simios, algún papel jugarán en todo esto? No creo que sean menos importantes
que los glúteos. Hay quien dice que si los delfines tuvieran manos como las
humanas hubieran fundado civilizaciones semejantes a las nuestras.
–
¡Vuelva aquí!- me ordenó. Cuando regresé a donde él estaba, cogió su botellín
de agua medio lleno y me lo acercó para que lo cogiera.- Tome este envase en su
mano y vuelva a la posición cuadrúpeda. No puede usar el pulgar para retenerla.
Imagínese que un león le persigue. Usted es más rápido a cuatro patas. Intente
huir sin derramar el líquido o sin perder el objeto.
Mi
nueva intervención resultó más patética que la primera, aunque intenté hacerlo
de forma digna, me sentí bastante ridículo, pese a todo, no suscité la
carcajada general. Por fortuna, la gente estaba más pendiente del australiano
que de mi persona.
-Esas
manos, que para usted son tan importantes, también son consecuencia de los
traseros primigenios. Cuando las extremidades superiores no fueron necesarias
para desplazarse, las manos adquirieron protagonismo en la manipulación de
objetos. Sin embargo, las mejoras no acabaron ahí. Vuelva a la posición
vertical si soltar el objeto.
Hice
lo que me dijo.
-Una mutación
modificó más tarde el pulgar, proporcionándole la capacidad de oponerse a los
restantes y trabajar como una pinza. Utilice ahora el pulgar para agarrar la
botella.
Seguí sus
instrucciones.
– Lléveselo a su
sitio, por favor.- Mientras yo ejecutaba sus instrucciones, el siguió con su
charla.- Es mucho más fácil evitar que se caiga el objeto o se derrame el
líquido. Esas manos, como las de usted, pudieron fabricar herramientas, algunas
de ellas, aptas para enfrentarse con los enemigos y en general destinadas a
optimizar la obtención de recursos y la modificación del hábitat.
– ¿Y los
delfines?- intervine de nuevo.
-Respecto a los
delfines, la respuesta está clara. No necesitan manos, ni herramientas ni
ciudades submarinas. No son seres desvalidos ante el entorno como los humanos y
sobre todo mucho más felices. ¿Alguna cuestión más? ¿No? Nos vemos mañana.
No volví a asistir a sus clases, me coincidía
con las de mi especialidad. No tuve la suerte de contar con una máquina del
tiempo para compatibilizar horas, sin embargo, como habréis comprobado, nunca
pude olvidar esa lección magistral. La ciencia no tiene motivos para ser
aburrida.
Aquel
que quiera leer un poco más sobre la Evolución Humana le aconsejo este post: “Homo planta, un nuevo salto evolutivo“.
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