El adjunto de la P. U. me llamó al
busca a las 3 horas A.M., hace unos años. Me dijo por teléfono que bajara a la
puerta porque tenía allí a una “loca” que quería suicidarse. Tras adecuar un
poco mi indumentaria después de 2 horas de sueño, llegué al box de urgencias y
me encontré a un tipo alto y robusto vestido estrafalariamente de mujer, con
las uñas, los labios y los ojos burdamente pintados y el rímel corriendo por
sus mejillas impulsado por las lágrimas derramadas en las últimas horas. Su
aspecto era de abatimiento, apenas le salía la voz del cuerpo y el cansancio le
hacía disimular involuntariamente la pluma que a buen seguro tenía cuando
estaba “en todo lo suyo”. Le invité a que me contara el motivo de su visita a
urgencias, de una manera cortés y motivadora y aunque le costó arrancar,
durante 45 minutos me relató de forma meticulosa, con algún sollozo profundo en
los momentos álgidos de su discurso, el drama de su vida:
- Tengo 47 años (la verdad es que aparentaba bastantes más), y me llamo
Roberto, aunque mi nombre de guerra es Roberta, ya sabe usted, por Roberta
Flack, la cantante esa negra y regordeta, me encanta, me encanta. Salí del
armario con 18 años, se puede usted figurar el pollo que montó mi padre la
noche que se enteró, machista donde los haya y franquista hasta la médula, poco
menos que me echó de mi casa ese mismo día el muy cabrón, me decía que en casa
no quería pervertidos gandules (seguro que lo dijo porque llevaba 2 años
paseando los libros y porque vio en mi ropero varios vestidos de faralai mal
escondidos). Por suerte, mi madre, ya sabe usted como son las madres, lo pudo
calmar y aguanté en mi casa otros dos años, me busqué un trabajo de pinche de cocina
en el pueblo de al lado, a los 6 meses, como era muy aplicada, empecé a
preparar yo la comida que se servía en el restaurante y no se me daba nada mal.
Donde me ve usted llevo 24 años de cocinera, 24 años que se dice pronto, en
distintos sitios, eso sí, porque me han echado de varios restaurantes, algunos
de postín, hasta en Ibiza, no se crea, ay, qué bien me lo pasé yo en Ibiza, a
cuántos morenazos me pasé yo por la piedra en Ibiza, entonces es que estaba yo
buenorra, pero buena de verdad sabe usted, no como ahora, que parezco un
pasmarote ajado por el paso de los años y la mala vida que he llevado, y que me
han dado los malnacidos que he tenido que soportar, bueno, a lo que iba,
que me voy por las ramas y se me va el santo al cielo, me echaban, no porque
sea mala en mi trabajo, sino porque a veces me dan arrebatos y monto el pollo
cuando me tocan los cojones, que hay mucho trastornado por ahí-
En ese momento interrumpí su relato para preguntarle por la relación con
el resto de su familia, y me contestó:
-Pues mire usted, mi padre murió hace 10 años y mi madre se me fue hace
seis meses-
Fue decir esto y se puso a llorar amargamente,
estuvo así unos minutos interminables, tiempo en el que permanecí en silencio,
intentando que se calmara, ofreciéndole un pañuelo para que recompusiera su
rostro. Le pregunté entonces por sus hermanos. Cuando consiguió recomponerse me
siguió relatando:
-Discúlpeme doctor, es que mi madre era una santa, y la única persona que
me ha querido de verdad, sólo ella me ha comprendido en esta puta vida. Tengo
dos hermanas mayores, pero ellas van a lo suyo. Mi Juana bastante tiene con
aguantar al desgraciado de su marido, Juan nunca me ha soportado y yo a él
tampoco. Mi Antonia se separó hace 1 año y tiene 2 críos de 16 y 14 años,
también lo está pasando mal la pobre, se ha quedado en el paro y cobra la ayuda
esa del ayuntamiento y el Andrés no le pasa la pensión de los hijos. Yo también
estoy en el paro, me despidieron hace 2 semanas y no tengo un duro. Ya sabe
usted lo mala que está la vida, no tengo ni para pagar la factura del agua y de
la luz, estoy viviendo en la casa de mi madre, gracias a Dios que de momento
puedo estar ahí, pero mi hermana, “encimá” por mi cuñado Juan, quiere que me
vaya a otro lado, para venderla, me han llevado al juzgado y me dan un plazo de
2 meses para que me vaya, y a ver dónde me voy yo ahora, si nadie me quiere,
después de todo lo que he hecho por la gente. En el pueblo siempre me han
mirado mal por maricona, he aguantado mucho, sabe usted. El caso es que estoy
muy mal, doctor, y lo único que quiero es morirme, un día de estos me corto las
venas y así acabo, me voy con mi madre, se lo juro-
La entrevista dio para mucho más pero no quiero extenderme demasiado. El
caso es que tras establecer el diagnóstico de Trastorno Adaptativo con síntomas
Mixtos y Tr. Límite de la personalidad, redacté el informe pertinente y le
pauté un tratamiento que le expliqué minuciosamente, en este tratamiento
reflejaba los fármacos que debería tomar para mitigar los síntomas que
presentaba, pero previamente habíamos hablado largo y tendido de cómo podía
canalizar la frustración que sentía ante el rechazo generalizado a su condición
sexual, cómo podría, según sus propias experiencias pasadas, afrontar el futuro,
tanto a nivel laboral como en lo referido a la vivienda y otras muchas
cuestiones y le aconsejé por último que pidiera cita en su CSM para revisiones
de tratamiento e iniciar una psicoterapia. No sé en qué momento hice algo mal,
quizás fue por darle más “cariño” del que estaba acostumbrado, por ser
excesivamente empático, o vaya usted a saber, el caso es que cuando estaba
firmando el informe de alta (en esa época todavía hacíamos los informes a mano
y no disponíamos todavía en la P.U. del controvertido SELENE) noté que me quiso
coger “cariñosamente” la mano, como si yo “entendiera”. Pensé para mí que
en qué poco tiempo se puede llegar a desarrollar una erotomanía… El caso que
intenté sacarle respetuosamente de su error de interpretación y, ante mi reacción,
se echó para atrás a modo de disculpa y dejó escapar de su boca un “perdón” de
resignación. A pesar de todo me preguntó si podía darle mi número de teléfono
por si me necesitaba más adelante, a lo que lógicamente me negué, más que nada
porque no podía ser su psiquiatra en el futuro al ser de una zona de referencia
distinta a la de las C.Externas del hospital donde desarrollo mi trabajo
diario y también porque no suelo dar mi teléfono a mis pacientes, por aquello
de tener vida privada. Lo entendió perfectamente y me dio las gracias por lo
bien que se había sentido, añadió que se iba muy aliviado y que las ideas de
quitarse la vida se habían esfumado por arte de birlibirloque. De forma
concupiscente, pero al mismo tiempo respetuosa y desde la distancia, me lanzó
un beso con la mano extendida apoyada sobre sus toscos labios de silicona mal
implantada. A continuación le vi salir muy rumboso por la puerta de acceso al
área de urgencias, con paso ciertamente amanerado. Siempre lo recordaré como
una bonita experiencia, profesionalmente hablando, por supuesto.
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