Nuestro mundo está en crisis, los economistas, políticos y sociólogos no
son optimistas en cuanto al futuro. Algunos incluso apuntan hacia
un trágico empeoramiento de la situación mundial, que puede desembocar en una
catástrofe.
Otros, sin ser catastrofistas, afirman que los más de seis mil
millones de personas que habitarán la tierra tampoco disfrutarán de una calidad
de vida mejor ni tendrán ningún seguro de felicidad. Vivimos según
Galbraith en la Era de la incertidumbre.
Este es un mundo en crisis, en el cual prepararse para la guerra es más importante que alimentar a
la mitad de la población mundial que sigue desnutrida o alfabetizar al
30% de los seres humanos que no saben leer ni escribir. Un mundo que
gasta un millón de dólares cada minuto en asuntos bélicos, es evidentemente un
mundo en crisis.
Es
un mundo
en crisis, no solamente por los problemas de la contaminación, falta de alimentos, paro,
injusticia social, pérdida de los derechos humanos, miedo a una guerra nuclear,
incremento de la población toxicómana, sino mayormente por las grandes crisis internas que afectan directamente a
la vida de los hombres y mujeres que las sufren. Crisis de familia, de identidad, de
valores. Crisis de esperanza. El orgullo, el egocentrismo y la
envidia están muy por encima de la solidaridad y del «usted primero».
Este es un mundo
en crisis, donde proliferan las ofertas de
evasión y escapismo más extrañas. Hay catalogados más de cinco mil libros
sobre el suicidio. En Francia circula un manual donde se ofrecen 160
maneras distintas de quitarse la vida. Se dice que el suicidio es hoy más frecuente que el asesinato. Sectas, ocultismo y negocios para mitigar la soledad, la depresión y
el aburrimiento se ofrecen diariamente en el mercado de los grandes desengaños.
¿Las crisis y los problemas son ya irreversibles? Me resisto a creerlo,
pero se hace necesario un cambio de paradigma, nuestros
"representantes" políticos y los de más arriba, los que realmente
mueven los hilos de la macroeconomía, nos culpabilizan de la crisis y dan por
terminada la sociedad del bienestar. Ellos nos han llevado a la situación
actual y queda claro que no nos quieren devolver al punto de partida. Les
interesa un sistema en el que primen las desigualdades, el bienestar debe ser
sólo para una élite. ¿Se lo vamos a permitir? Espero que no.
Hace un tiempo recibí a través de una
red social el siguiente texto, me ha parecido muy sugerente e interesante y por
ello quiero compartirlo aquí.
«Última llamada»
"Esto es más que una crisis económica
y de régimen: es una crisis de civilización"

Los ciudadanos
y ciudadanas europeos, en su gran mayoría, asumen la idea de que la sociedad de
consumo actual puede “mejorar” hacia el futuro (y que debería hacerlo).
Mientras tanto, buena parte de los habitantes del planeta esperan ir
acercándose a nuestros niveles de bienestar material. Sin embargo, el nivel de
producción y consumo se ha conseguido a costa de agotar los recursos naturales
y energéticos, y romper los equilibrios ecológicos de la Tierra.
Nada de esto
es nuevo. Los investigadores y los científicos más lúcidos llevan dándonos
fundadas señales de alarma desde principios de los años setenta del siglo XX:
de proseguir con las tendencias de crecimiento vigentes (económico,
demográfico, en el uso de recursos, generación de contaminantes e incremento de
desigualdades) el resultado más probable para el siglo XXI es un colapso de la
civilización.
Hoy se
acumulan las noticias que indican que la vía del crecimiento es ya un genocidio
a cámara lenta. El declive en la disponibilidad de energía barata, los
escenarios catastróficos del cambio climático y las tensiones geopolíticas por
los recursos muestran que las tendencias de progreso del pasado se están
quebrando.
Frente a este
desafío no bastan los mantras cosméticos del desarrollo sostenible, ni la mera
apuesta por tecnologías ecoeficientes, ni una supuesta “economía verde” que
encubre la mercantilización generalizada de bienes naturales y servicios
ecosistémicos. Las soluciones tecnológicas, tanto a la crisis ambiental como al
declive energético, son insuficientes. Además, la crisis ecológica no es un
tema parcial sino que determina todos los aspectos de la sociedad:
alimentación, transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos… Se
trata, en definitiva, de la base de nuestra economía y de nuestras vidas.
Estamos
atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no
funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible. Nuestra
cultura, tecnólatra y mercadólatra, olvida que somos, de raíz, dependientes de
los ecosistemas e interdependientes.
La sociedad
productivista y consumista no puede ser sustentada por el planeta. Necesitamos
construir una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna a una enorme
población humana (hoy más de 7.200 millones), aún creciente, que habita
un mundo de recursos menguantes. Para ello van a ser necesarios cambios
radicales en los modos de vida, las formas de producción, el diseño de las
ciudades y la organización territorial: y sobre todo en los valores que guían
todo lo anterior. Necesitamos una sociedad que tenga como objetivo recuperar el
equilibrio con la biosfera, y utilice la investigación, la tecnología, la
cultura, la economía y la política para avanzar hacia ese fin. Necesitaremos
para ello toda la imaginación política, generosidad moral y creatividad técnica
que logremos desplegar.
Pero esta
Gran Transformación se topa con dos obstáculos titánicos: la inercia del modo
de vida capitalista y los intereses de los grupos privilegiados. Para evitar el
caos y la barbarie hacia donde hoy estamos dirigiéndonos, necesitamos una
ruptura política profunda con la hegemonía vigente, y una economía que tenga
como fin la satisfacción de necesidades sociales dentro de los límites que impone
la biosfera, y no el incremento del beneficio privado.
Sin embargo,
es fundamental que los proyectos alternativos tomen conciencia de las
implicaciones que suponen los límites del crecimiento y diseñen propuestas de
cambio mucho más audaces. La crisis de régimen y la crisis económica sólo se
podrán superar si al mismo tiempo se supera la crisis ecológica. En este
sentido, no bastan políticas que vuelvan a las recetas del capitalismo
keynesiano. Estas políticas nos llevaron, en los decenios que siguieron a la
segunda guerra mundial, a un ciclo de expansión que nos colocó en el umbral de
los límites del planeta. Un nuevo ciclo de expansión es inviable: no hay base
material, ni espacio ecológico y recursos naturales que pudieran sustentarlo.
El siglo XXI
será el siglo más decisivo de la historia de la humanidad. Supondrá una gran
prueba para todas las culturas y sociedades, y para la especie en su conjunto.
Una prueba donde se dirimirá nuestra continuidad en la Tierra y la posibilidad
de llamar “humana” a la vida que seamos capaces de organizar después. Tenemos
ante nosotros el reto de una transformación de calibre análogo al de grandes
acontecimientos históricos como la revolución neolítica o la revolución
industrial.
Atención: la
ventana de oportunidad se está cerrando. Es cierto que hay muchos movimientos
de resistencia alrededor del mundo en pro de la justicia ambiental (la
organización Global Witness ha registrado casi mil ambientalistas muertos sólo
en los últimos diez años, en sus luchas contra proyectos mineros o petroleros,
defendiendo sus tierras y sus aguas). Pero a lo sumo tenemos un lustro para
asentar un debate amplio y transversal sobre los límites del crecimiento, y para
construir democráticamente alternativas ecológicas y energéticas que sean a la
vez rigurosas y viables. Deberíamos ser capaces de ganar grandes mayorías para
un cambio de modelo económico, energético, social y cultural. Además de
combatir las injusticias originadas por el ejercicio de la dominación y la
acumulación de riqueza, hablamos de un modelo que asuma la realidad, haga las
paces con la naturaleza y posibilite la vida buena dentro de los límites
ecológicos de la Tierra.
Una civilización se acaba y hemos de
construir otra nueva. Las consecuencias de no hacer nada —o hacer demasiado
poco— nos llevan directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero si
empezamos hoy, todavía podemos ser las y los protagonistas de una sociedad solidaria,
democrática y en paz con el planeta. Ilustración de El Roto
Ante un mundo inmovilista y conservador,
que se resiste a aceptar cualquier iniciativa que se salga de los cánones
establecidos, a veces surgen voces disonantes que provocan perplejidad e
incluso consternación en los acomodados al sistema. El siguiente vídeo es un
ejemplo divertido de ello:
Por suerte, cada vez más gente está reaccionando ante los intentos de
las elites de hacerles pagar los platos rotos. Hace unos años, en el Estado
español, el despertar de dignidad y democracia que supuso el 15M (desde la
primavera de 2011) hizo pensar que se estaba gestando un proceso constituyente
que abría posibilidades para otras formas de organización social. Lo lamentable
es que una opción política como PODEMOS (populista donde las haya) se apoderó
miserablemente de ese sentir romántico y renovador, ilusionado e ilusionante y
todo se disolvió súbitamente como un azucarillo. Muy recientemente se ha
comprobado que lo que parecía un proceso imparable, impulsado por jóvenes
formados y hastiados por el devenir de los acontecimientos de las últimas
décadas, ha desaparecido y, lejos de devolvernos al desilusionante y perverso
punto de partida, ha empeorado aún más la situación. Podemos fastidió el
mencionado proceso y con ello ha conseguido enervar a propios y extraños, sus
propuestas, tan ramplonas como oportunistas y demagogas han despertado a la
extrema derecha y han cabreado a una amplia franja de la sociedad en todo el
territorio de la piel de toro que, harta de las execrables y casi generalizadas
corruptelas de los grandes partidos de siempre, ha demostrado su enfado en las
recientes elecciones de Andalucía, apoyando a un emergente “partido” llamado
VOX (un buen amigo ha frivolizado con el nombrecito, hay que tomarse las cosas con sentido del humor, diciendo que son las
siglas de “cine X en versión original”, por supuesto, no apto para todos los
públicos).
Con este nuevo “alumbramiento” de una
opción política, claramente antidemocrática como VOX, junto la sosez e
inoperante aportación, al menos hasta ahora, del partido naranja bautizado como CIUDADANOS hace unos años y la
bochornosa deriva de PODEMOS, el panorama es claramente peor que el de los
tiempos del bipartidismo. Uno que yo me sé ha apostado siempre por la
pluralidad de partidos, porque haya muchas cabezas pensantes que sean capaces
de debatir y llegar a conclusiones y acuerdos beneficiosos para todos, pero,
como en varias ocasiones ha apuntado en tiempos muy recientes la HONORABLE diputada
de Coalición Canaria, Ana Oramas, para
un “brain storming” en condiciones hace falta neuronas y no cabezas huecas como
las de Rufián y compañía.
A pesar del deplorable estado de cosas,
de la crispación creciente, de la peligrosa polarización de la población entre “rojos
y “fachas” que parecía olvidada hace muchos años, y la división lamentable
entre “independentistas” y “nacionalistas españoles”, “fascistas” y “golpistas”,
el que escribe sigue definiéndose como UTÓPICO, PACIFISTA BELIGERANTE, PESIMISTA
POSITIVO y últimamente y de forma jocosa, ADOLESCENTE CON EXPERIENCIA.
https://youtu.be/188sEwDgnbY
https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=4&cad=rja&uact=8&ved=2ahUKEwiK2Zea2LDfAhVGQRoKHZ3fC4kQtwIwA3oECAYQAQ&url=https%3A%2F%2Fwww.youtube.com%2Fwatch%3Fv%3DUIEx3IU_hwQ&usg=AOvVaw0KLcPt-R4kJBgs834TWlcr
https://youtu.be/188sEwDgnbY
https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=4&cad=rja&uact=8&ved=2ahUKEwiK2Zea2LDfAhVGQRoKHZ3fC4kQtwIwA3oECAYQAQ&url=https%3A%2F%2Fwww.youtube.com%2Fwatch%3Fv%3DUIEx3IU_hwQ&usg=AOvVaw0KLcPt-R4kJBgs834TWlcr
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